Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 24 de julio de 2016

Domingo XVII del tiempo ordinario del ciclo C.

1ª lectura: Génesis 18,20-32; Salmo 138(137),1.2a.2b.2c.2d.2e-3.7c.8; Colosenses 2,12-14; Evangelio según San Lucas 11,1-13.

Queridos/as hermanos/as: 

¡Qué bueno es Dios!, que nos escucha siempre cuando lo invocamos. Ésto es lo que nos invitaba a decir la antífona del salmo de hoy, y una de las enseñanzas que, acerca de la oración, nos trasmite la Palabra de Dios.

Muchas personas se quejan de que Dios no los escucha. Esto no es cierto. Como dice el salmo, Él nos escucha siempre cuando lo invocamos, lo que pasa es que nos responde muchas veces de manera distinta a lo que esperamos. Pero siempre lo que nos dé será para nuestro bien; ésta es otra de las enseñanzas que nos trasmite Jesús en el fragmento que meditamos hoy.

En el Evangelio vemos a Jesús rezando. Su manera de rezar es distinta a las de las autoridades religiosas de su época. Su oración es un diálogo de amor con su Padre. Es ésto lo que despierta en los discípulos el deseo de aprender a orar como Jesús lo hace. Jesús, como buen Maestro, les enseña el "Padre Nuestro", una oración de fácil memorización, pero de una profundidad inigualable. Primero nos ayuda a llamar a Dios "Padre". El recitarlo todos los días nos ayuda a recorrer el largo camino que va desde nuestra mente a nuestro corazón, de saber intelectualmente que Dios es nuestro Padre, a vivirlo afectivamente. Segundo, enseña a pedir lo fundamental. Nos enseña a pedir que se cumpla la Voluntad de Dios, es decir, el proyecto de Dios para nuestra vida, y éste es que seamos plenamente felices en comunión con Dios y nuestros hermanos. Luego nos enseña a preocuparnos sólo por lo necesario para el día, "porque el mañana traerá sus propios problemas". A continuación les trasmite la necesidad de perdonar a los hermanos para ser perdonados. 

Luego, a partir de ejemplos nos enseña la necesidad de ser insistentes en la oración, de confiar en que Dios nos dará siempre cosas buenas.

En definitiva: las lecturas de hoy nos llevan a revisar nuestra vida de oración. ¿Nos dirigimos a Dios con la confianza con la que un hijo se dirige a su Padre? ¿Soy consciente que Él siempre me escucha y responde?, ¿o pienso que no me escucha porque no sucede lo que deseo? ¿Qué le pido a Dios? ¿Es lo que más necesito? Cuando oro, ¿pienso en mis hermanos?

A este Dios que es tan bueno le vamos a pedir que nos ayude a crecer en nuestra vida de oración, para que no sea un mero recitar palabras, sino una verdadera relación amorosa con Dios; y a María, Madre de Misericordia, le pedimos que nos regale purificar nuestra mirada para descubrir la presencia amorosa de Dios en nuestra vida.   

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