1ª lectura: Sabiduría 1,13-15.2,23-24; Salmo 30(29),2.4.5-6.11.12a.13b; 2ª lectura: Carta II de San Pablo a los Corintios 8,7.9.13-15; Evangelio según San Marcos 5,21-43.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que saca bienes de nuestros males y vida de nuestras muertes.
Contemplamos hoy un hermosísimo fragmento del evangelio según San Marcos, y en él, cómo el encuentro con Jesús es fuente de salud y nueva vida.
A Jesús lo sigue una gran multitud, pero Él sigue privilegiando el encuentro personal, uno a uno.
Por un lado, aparece Jairo, jefe de la sinagoga y le ruega por su hija agonizante. Jesús deja lo que tenía pensado hacer para acompañar a Jairo a la casa. En eso, por otro lado, una mujer enferma de hemorragias se acerca a Él con la esperanza de que solo tocando el manto de Jesús, se viera sana. Esta mujer sufría desde hacía doce años, había gastado todo lo que tenía en médicos que no habían dado con la cura. Humanamente, no había nada bueno que esperar, no había esperanza posible. Pero el encuentro con Jesús la sana. Tocó su manto y se sanó. Jesús preguntó quién lo había tocado, lo que suscita la pregunta lógica de sus discípulos: "te aprietan por todas partes y preguntas ¿quién me ha tocado?" Pero Jesús seguía mirando, consciente que algo importante había pasado. La mujer se dio cuenta, se acercó y contó la verdad. "Tu fe te ha salvado. Vete en paz", fue la respuesta de Jesús. Quien no tenía esperanza, la encontró en Jesús, y gracias a Él su mal fue convertido en bien.
En ese momento llegan personas de la casa de Jairo a comunicarle que su hija había fallecido, que no tenía caso molestar al Maestro, porque humanamente no había nada bueno que esperar, no había esperanza posible. Pero Jesús dirige a Jairo una frase que lo rescata de la desesperanza: "No temas, basta que creas". Al llegar a su casa encuentra el alboroto típico de los velatorios de la época. La expresión de Jesús, "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme", provoca la burla de los presentes. Jesús desaloja la sala: solo lleva a Pedro, Santiago y Juan, signo de que va a haber una manifestación que no todos pueden ver. Un gesto de la humanidad de Jesús: invita a pasar al padre y a la madre. Dirige a la niña la frase "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate", y la niña vuelve a la vida para la felicidad de todos. Otro gesto que parece pasar desapercibido, pero que es una inclusión genial del evangelista que nos muestra una vez más la profunda humanidad de Jesús: "dijo que le dieran de comer", como ayudando a los padres a poner los pies en el suelo después de tanta felicidad y devolviéndoles su responsabilidad en el bienestar de la niña. Una vez más, una situación donde no cabía la esperanza encuentra en Jesús una respuesta nueva, sacando bien del mal, y vida de la muerte.
Con estos milagros, Jesús deja ver cuál es la Voluntad de Dios, anticipada en el libro de la Sabiduría: "El ha creado todas las cosas para que subsistan"; nos creó por amor, para amar y ser felices, en plena comunión con Él y nuestros hermanos. Los milagros nos anticipan ese "cielo nuevo y tierra nueva", donde ya no habrá llanto, ni enfermedad, ni dolor, ni muerte, porque todo lo viejo pasó.
También en estos dos milagros se cumplen las palabras del salmista: "Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro". También son un anticipo de lo que va a suceder con el mismo Jesús. Y todo esto porque, como dice San Pablo, en su generosidad "nuestro Señor Jesucristo... siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza".
Muchas veces nosotros también vivimos situaciones de mucho dolor y angustia, y momentos donde no encontramos esperanza. El evangelio de hoy nos invita a a buscar el encuentro con Jesús, que es el único que nos sana y nos salva, y a invocarlo como el salmista: «Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor». Entonces Jesús también vendrá a nuestro lado y nos dirá "No temas, basta que creas", yo te lo ordeno, levántate", y así, podremos decir con el salmista: "Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste". "Tú convertiste mi lamento en júbilo, ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!"
A este Dios que nos ama tanto, le vamos a pedir que nos libre en esas situaciones que hacen peligrar nuestra esperanza; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que podamos seguir creciendo en la fe en este Dios, que saca bienes de nuestros males y vida de nuestras muertes.
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