Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 31 de agosto de 2014

Domingo XXII del Tiempo Ordinario Ciclo A.

1ª lectura: Jeremías 20,7-9; Salmo 63(62),2.3-4.5-6.8-9; 2ª lectura: Romanos 12,1-2; Evangelio según San Mateo 16,21-27.

 ¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y nos acepta tal como somos. Esto es lo que, una vez más, nos enseña este encuentro entre Jesús y Pedro.

El domingo pasado, el evangelio nos mostraba a nuestro querido Pedro, reconociendo en Jesús al Mesías, al Hijo de Dios; y recibiendo la felicitación del Maestro: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Celebramos una de las mejores facetas de Pedro; pero igual que nosotros, da dos pasos y parece echar por tierra el elogio de Jesús. Hoy vemos a Jesús anunciando su Pasión, y nuestro Pedro se "desubica", sale de su lugar de discípulo, se pone en lugar de maestro para corregir al Maestro. Por este motivo Jesús, el mismo que lo elogió, le hace una dura corrección: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí una piedra de tropiezo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Lo llama como al Adversario, como al que se opone a los planes de Dios. Muy bien reflexionaba mucho tiempo después San Ignacio de Loyola: "el mal espíritu muchas veces se disfraza de bien". Detrás de una "buena" intención de querer "cuidar" a Jesús, de querer evitarle un "mal", está la sombría intención del mal espíritu de que Jesús no sea fiel al proyecto del Padre (que sea fiel hasta las últimas consecuencias). Por eso, Jesús enseña a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga"; el que quiera ser discípulo debe estar dispuesto a asumir las consecuencias que trae consigo ser fieles a la Voluntad del Padre. Porque, añade: ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? Este mismo lema inspirará al mismo San Ignacio a dejar una vida "exitosa", para entregarse por completo al Señor.

San Pablo refuerza esta última idea al invitarnos a no tomar como modelo a este mundo, es decir, a no ser seducidos en la búsqueda del prestigio, del poder y del poseer, sino que, nos dediquemos a discernir cuál es la Voluntad de Dios, o sea, buscar lo que es bueno, agradable y perfecto a sus ojos.

El profeta Jeremías nos invita a dejarnos seducir por el Señor, con la experiencia de que cuando lo hacemos, el amor de Dios es en nuestro corazón como un fuego encerrado, y que mueve a San Pablo a decir ¡Ay de mí si no evangelizo!

El salmista nos comparte su experiencia, que lo es nuestra, de la necesidad de Dios. Lo buscamos ardientemente, como busca el sediento al agua; por Él suspiramos como tierra reseca; porque experimentamos su amor, y sabemos que vale más que la vida, que sólo Él puede saciar nuestra alma, que siempre ha sido nuestra ayuda, que somos felices cuando experimentamos que nuestra alma está unida a Él y que su mano nos sostiene.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a seguir tomando conciencia de su amor que nos acepta tal como somos; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, Madre del buen discernimiento, que nos ayude a abrir nuestro corazón a la inspiración del Espíritu para elegir lo que es bueno, agradable y perfecto a sus ojos.

domingo, 24 de agosto de 2014

Domingo XXI del Tiempo Ordinario Ciclo A.

1ª lectura: Libro de Isaías 22,19-23; Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.6.8bc; 2ª lectura: Romanos 11,33-36; Evangelio según San Mateo 16,13-20.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que al revelar su identidad, nos hace descubrir nuestra identidad más profunda. 

Esto es lo que le pasa a Pedro luego de contestar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Él recibe la revelación de su vocación más profunda: la de ser el servidor de todos siendo pilar de la Iglesia. Y ¡qué bueno que es Dios!, que nos ama, y porque nos ama nos llama aceptándonos tal como somos, porque este Pedro es el mismo capaz de rezongar a su Maestro y decirle qué es lo que tiene que hacer, y el mismo que lo negó tres veces. Este mismo Pedro, con sus defectos y virtudes es llamado tal como es, a ser pilar de la Iglesia. Y lo mismo nos pasa a nosotros...

Muchas veces recibimos de nuestro entorno caricaturas de nuestra persona, es decir, se nos hace creer que lo que importa es seguir la moda, convertirnos en una máquina de producción y consumo, y a veces, de nuestra propia familia recibimos descalificativos que dañan nuestra autoestima. Muchas veces sentimos que no somos importantes, que no tenemos nada que aportar, que somos "un número". Sin embargo, como he dicho otras veces, no es ésa nuestra identidad más verdadera. Ésta se descubre cuando tomamos conciencia de que Dios es un Padre Bueno que nos ama y sueña con nuestra felicidad en comunión con él y nuestros/as hermanos/as; cuando tomamos conciencia de esto, descubrimos que nuestra identidad más profunda es la de seres profundamente amados por Dios, valiosos a sus ojos, llamados a la existencia por amor y para amar como Él, amados y aceptados tal como somos.

Por este motivo, el salmista nos invita a dar gracias al Señor porque es bueno; porque nos ama infinitamente; porque es fiel, nunca nos abandona; porque lo que nos regala supera lo que esperamos; porque responde cada vez que lo invocamos; y fortalece nuestras almas, sosteniéndonos en medio de las dificultades.

Pero, además, quiero compartir un testimonio de lo que ha sido una constante en mí vocación, y es esta frase de San Pablo a los Romanos: "los caminos del Señor son inescrutables". Cuando terminé la secundaria pensé en ser cualquier cosa menos docente: sin embargo, descubrir mi vocación de maestro cambio mi vida y fortaleció mi vocación al sacerdocio; cuando me recibí de maestro, sentí no estar preparado para trabajar en un contexto económicamente desfavorecido: pero mi primera propuesta de trabajo fue de un colegio en el barrio más pobre de Montevideo, y esa experiencia me hizo crecer mucho como persona, y aprendí a ser maestro, llegándome a sentir pleno; al ingresar al seminario, pensé que nunca podría trabajar en pastoral vocacional, esto es, ayudar a otros jóvenes a descubrir su vocación, porque yo no "entusiasmaba" a nadie: sin embargo, me convocaron a colaborar con esta pastoral, siendo mi mejor experiencia dentro del seminario, y me ayudó a entusiasmarme con mi propia vocación; pensé que no servía para trabajar con jóvenes: en mi segunda parroquia de pastoral tuve que animar un grupo de confirmación, siendo una experiencia preciosa de la que conservo grandes amistades; también dije que, como maestro, sirvo para trabajar con niños, no con adolescentes: en mi primer destino como ordenado se me encomienda trabajar en un liceo, siendo una experiencia que estoy disfrutando mucho y que me está regalando mucho aprendizaje. Todo esto no para hablar de mí, sino para subrayar lo que el mismo San Pablo dice en otro momento: "Dios dispone de todo para el bien de los que lo aman"; porque como ya dije en otro momento, para quien tiene fe, no hay experiencias negativas, en el sentido de que cada crisis, de la mano de Jesús, es una oportunidad para crecer en la fe.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a tomar conciencia de nuestra identidad más profunda: la de seres profundamente amados por Él; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que supo perseverar firme en la fe, aún en los momentos más difíciles, que nos ayude a imitarla, permaneciendo también nosotros firmes en la fe aún en medio de dificultades, y en la conciencia de que, como dice el salmista, "el amor de Dios es eterno".


martes, 12 de agosto de 2014

Domingo XIX del Tiempo Ordinario Ciclo A.

1ª lectura: Primer Libro de los Reyes 19,9a.11-13a; Salmo 85(84),9ab-10.11-12.13-14; Romanos 9,1-5; Evangelio según San Mateo 14,22-33.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos rescata de nuestras tormentas, de nuestras situaciones difíciles y crisis.  

Una vez más meditamos un evangelio cargado de imágenes y conceptos para reflexionar. Veamos:

Inmediatamente antes de este episodio del evangelio sucedieron dos hechos importantes: la muerte de Juan Bautista y la multiplicación de los panes.

La muerte de Juan Bautista fue para Jesús un episodio que suscitó varios sentimientos, el dolor de perder a su primo y precursor, y que fuera de una manera que no le hacía honor a la vida que llevó (recordemos que estaba preso por denunciar la corrupción de Herodes, y éste lo decapitó a pedido de su hija, luego que ésta lo cautivo con su baile). Jesús quería retirarse pero la gente no lo dejó; y Él, al verlos como ovejas sin pastor (según San Juan), sintió compasión, dejó de lado sus necesidades, les predicó, y obró el milagro de la multiplicación de los panes. 
Luego de este episodio, Jesús obliga a los discípulos a cruzar el lago mientras Él se retira al monte a orar. Jesús nos enseña a confiar en manos de Dios nuestras necesidades, preocupaciones, problemas, como un hijo confía en su padre.

Los discípulos comienzan a vivir una serie de situaciones que sabemos bien qué significan: mar, barco, noche, viento en contra = crisis. Los discípulos que a la luz del día ven a Jesús multiplicar los panes y saciar a más de cinco mil personas, ahora, solos en el barco, en el medio de la noche, y con el viento en contra, entran en crisis. Pero Jesús les sale al encuentro: -"Ánimo, no teman, Soy Yo". Jesús sale a nuestro encuentro en las crisis, nos anima y fortalece.
Pedro pide ir caminando sobre el agua hacia Jesús, Éste se lo concede. Y hay aquí una imagen que invito a meditar con profundidad: mientras Pedro tiene los ojos fijos en Jesús, puede superar las adversidades; cuando se distrae con la fuerza del viento, las olas, las dificultades, se hunde. Pedro nos enseña que en nuestras dificultades y crisis debemos mantener los ojos fijos en Jesús y permanecer firmes en la fe; porque cuando nos distraemos de Él y nos centramos en nosotros mismos, en nuestras dificultades, nuestros sufrimientos, etc., nos hundimos, y este hecho está probado por la psicología.
Cuando Jesús sube a la barca el viento se calma. Cuando atravesemos nuestras "tormentas" debemos estar seguros de que Jesús está con nosotros en el barco; si nos damos cuenta de esto, nuestras tormentas se calman.

Pero, muchas veces no nos damos cuenta de su Presencia, porque esperamos alguna manifestación extraordinaria. Elías, en la primera lectura, nos enseña que Dios no elige manifestarse en los grandes cataclismos, sino en la brisa suave, en una brisa respetuosa; como para decirnos que su Presencia en nuestra vida es una brisa suave, respetuosa de nuestra libertad, y que nos exige tener nuestros "sentidos espirituales" atentos a ella.
Por todo esto, pidamos al Señor como el salmista: "Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación"; ayúdanos a darnos cuenta de tu presencia en nuestra cotidianidad. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que supo perseverar firme en la fe a pesar de las dificultades, que nos ayude también a nosotros a crecer en la fe, para que aún en medio de las dificultades podamos decir: "verdaderamente, Éste es Hijo de Dios".

lunes, 4 de agosto de 2014

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario Ciclo A.

1ª lectura: Isaías 55,1-3; Salmo 145(144),8-9.15-16.17-18; 2ª lectura: Romanos 8,35.37-39; Evangelio según San Mateo 14,13-21.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que con lo poco que le damos hace grandes maravillas; que con nuestros pocos panes y peces es capaz de saciar a una multitud.

El evangelio que hoy meditamos está lleno de perlas preciosas que vamos a intentar extraer.

Poco antes de este episodio, Herodes había asesinado al primo de Jesús, San Juan Bautista. Éste estaba preso por denunciar la corrupción y el pecado del jerarca. Herodes estaba en una fiesta; su hija bailó de tal manera que dejó fascinado a su padre, que prometió darle lo que le pidiese. La mujer de Herodes convenció a su hija de pedir la cabeza del Bautista en una bandeja, y así, el Precursor del Señor, el nexo entre el Antiguo y Nuevo Testamento, encuentra una muerte que no hace no hace justicia a quien fue.
Jesús debió sentir una mezcla de dolor por la muerte de Juan, y de indignación por cómo se dio esa muerte. Quiso retirarse para poner en manos del Padre todos estos sentimientos, pero la gente no lo dejó, y en un enorme gesto de amor y generosidad, Jesús deja de lado su necesidad de silencio por atender a la gente, porque, como dice San Juan Evangelista, los vio como ovejas sin pastor, y sintió compasión.
Jesús sana, predica, ama. Pero se hace tarde, y esto en el tiempo de Jesús, era un problema importante. Los discípulos buscan desentenderse de las consecuencias del atardecer, y por eso buscan hacer que Jesús despida a la gente, para que cada uno "se arregle como pueda". Jesús no sólo no está de acuerdo con esta actitud, sino que, además, les pide "denles ustedes de comer". "No podemos, son muchos; tenemos insuficiente; sólo tenemos esto", y tantas otras excusas que podríamos seguir diciendo. Jesús toma lo poco que le damos, lo bendice y hace maravillas, saciando el hambre de la multitud.

Jesús nos sana, nos alimenta, nos hace sentir plenos.
Ya lo decía el salmo: "abres la mano, Señor, y nos colmas de favores", porque Dios es:
- compasivo y misericordioso;
- lento para enojarse;
- generoso para perdonar;
- bueno con todos;
- extiende su amor a todas las creaturas;
- nos alimenta de sus manos generosas;
- siempre es justo;
- todas las obras están llenas de su amor;
- no está lejos, sino, cerca del que lo busca e invoca.

Por eso, Isaías también nos invita a nosotros, sedientos y pobres a acudir al Señor, y no gastar dinero ni energías en cosas que no nos hacen plenos. Y como es tan bueno, se nos regala como alimento.

Por esto, San Pablo, en esta hermosa lectura nos dice que nada nos separará del amor de Dios que se nos manifestó en Jesús. Somos nosotros los que podemos rechazar este amor, pero nada hará que el amor de Dios se aparte de nosotros.

A este Dios que es tan bueno, y nos ama tanto, vamos a pedirle que nos ayude a seguir tomando conciencia de cuánto nos ama, y de las maravillas que hace en nosotros. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que como nadie supo entregar su pequeñez para convertirse en la mayor de las mujeres, que nos ayude a entregar lo poco que tenemos, para que Él siga haciendo maravillas, y siga saciando a la multitud.