Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 26 de julio de 2014

Domingo XVII del Tiempo Ordinario, Ciclo A.

1ª lectura: Primer Libro de los Reyes 3,5-6a.7-12; Salmo 119(118),57.72.76-77.127-128.129-130; 2ª lectura: Carta de San Pablo a los Romanos 8,28-30; Evangelio según San Mateo 13,44-52.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que se nos regala como tesoro escondido en el campo; se nos regala pero de una manera que respeta nuestra libertad, de una manera que implica que decidamos si aceptarlo o no. ¡Qué bueno es Dios!, que siendo el Creador y Rey del universo, es capaz de abajarse de ser aceptado o no por nosotros.

Hemos leído en estos domingos, diversas parábolas de Jesús acerca del Reino de los Cielos. Es necesario en este momento hacer una distinción entre el género de parábolas y el de las alegorías, para tratar de comprender mejor qué quiere enseñar Jesús.
Muchas veces leemos las parábolas como si fueran alegorías, llegando a conclusiones que nos desconciertan. En una alegoría, cada elemento que la integra tiene un significado propio que viene a hacer su aporte al concepto general que se quiere trasmitir. Al analizar las parábolas con esta mentalidad, llegamos a pensar, por ejemplo, en que el dueño de la viña que paga lo mismo al que trabajó todo el día como al que trabajó una sola hora es muy injusto; sin embargo, la parábola quiere enseñar que Dios es gratuito con nosotros, y nos espera hasta último momento. Es que, en la parábola debemos centrarnos en la enseñanza que trasmite y no en los detalles "escenográficos".

Así, la parábola del tesoro escondido y la perla preciosa nos trasmiten un mensaje, y no debemos distraernos en otros detalles.

Primero: el Reino de los Cielos es el cumplimiento de la Voluntad del Padre, esto es, el sueño que Dios tiene para todos nosotros, en el que seremos plenamente felices en comunión con Él y nuestros hermanos. Este Reino se nos regala como un tesoro, pero está escondido, requiere nuestra decisión, nuestra libertad. Segundo: este sueño de Dios para nosotros merece que nos entreguemos completamente, "que vendamos todo lo que tenemos" y "compremos el campo donde está el tesoro". Es importante distinguir que se compra el campo, no el tesoro: el tesoro se nos da gratuitamente, pero espera una decisión libre de nuestra parte.

Si sirve para comprender mejor la imagen, yo viví algo parecido con mi vocación. Mucha gente me ha preguntado por qué si era feliz como maestro, decidí dejar todo para entrar en el Seminario. Es que, aunque me sentía realizado como persona, descubrí que Dios me regalaba una vocación al sacerdocio, en la que iba a ser feliz ayudando a ser felices a los demás. Fue para mí como descubrir un tesoro escondido en el campo. Decidí "vender todo", dejar todo, aceptar el dolor que produce quedarse "sin nada", el desconcierto de abandonar todas mis seguridades, para apropiarme de este tesoro, que para mí es la vocación sacerdotal. Y ciertamente en estos dos meses y medio de ministerio, el Señor ya me ha devuelto el ciento por uno. El Reino de los Cielos, el sueño de Dios para nuestra vida es invalorable, está por encima de todo valor, y por eso, merece que "vendamos todo", para apropiárnoslo.

Algo parecido le pasó al Rey Salomón. Podría haberle pedido a Dios ser el rey más rico y poderoso del planeta, pero pidió discernimiento y sabiduría, para servir según el corazón de Dios.

Este tipo de decisiones exigen coraje y entrega, Sabemos que implica "nadar contra la corriente", y ésto no es fácil. Por eso, San Pablo nos recuerda "que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman", que para los que creemos en Él, no existen situaciones negativas, sino oportunidades de crecer aún en la mayor dificultad, "esperando contra toda esperanza", sabiendo que "todo lo puedo en Aquél que me fortalece".

A este Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a descubrir su tesoro y a "vender todo por él"; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que supo dejar su proyecto de joven hebrea para convertirse en la Madre de Dios, que nos regale discernimiento, para no encandilarnos con tesoros baratos y busquemos al Verdadero Tesoro, el único que puede hacernos plenamente felices.

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