Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 26 de julio de 2015

Domingo XVII del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Segundo Libro de los Reyes 4,42-44; Salmo 145(144),10-11.15-16.17-18; 2ª lectura: Efesios 4,1-6; Evangelio según San Juan 6,1-15.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que hace maravillas con lo poco que le damos.

Para meditar el evangelio de hoy quiero invitarlos a recordar las lecturas del domingo pasado. En el evangelio contemplábamos el regreso de los discípulos luego de la misión, y cómo contaban a Jesús lo que habían hecho y anunciado. En un gesto de profunda humanidad Jesús los invitó a retirarse a un lugar desierto para descansar, por eso, subieron a un barco y se dirigieron a la otra orilla. La gente, al verlo, adivinó hacia dónde se dirigía y por tierra se les adelantó. Al desembarcar Jesús se encontró con una multitud, y lejos de ofuscarse, se sintió profundamente conmovido porque los vio como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles durante largo rato, y no sólo eso...

Aquí, sabiamente la Iglesia "abre un paréntesis" en la lectura continuada del evangelio según San Marcos, y va a leer el episodio de la multiplicación de los panes en el riquísimo capítulo seis del evangelio según San Juan, que seguiremos durante cinco domingos.

Según los evangelios sinópticos, los discípulos se preocuparon porque se hacía tarde, y pidieron a Jesús que despidiera a la gente para que fuesen a sus casas a comer; sin embargo, Jesús les dijo que les dieran ellos de comer. La respuesta de los discípulos es tan obvia como sería la nuestra: con qué le vamos a dar de comer a tanta gente. Según Felipe ni el dinero de doscientos jornales alcanzarían para que cada uno comiese aunque fuera un trozo de pan. Andrés, hermano de Pedro, presenta a un niño que tiene cinco panes y dos pescados. Imagino la inocencia con que este niño se presenta para aportar una solución. Es el único con una fe lo suficientemente fresca como para creer que Jesús puede hacer maravillas con lo poco que le damos. Andrés, representando a la razón adulta cuestiona ¿qué es eso para tanta gente?

Jesús ordena que hagan sentar a la gente, y el evangelista agrega que allí "había mucho pasto", dos datos que podrían parecernos intrascendentes, pero aquí tenemos una muestra de la brillante teología de Juan y su comunidad. Juan escribe de una manera notable. Utiliza determinadas palabras que si leemos con atención, nos vincula con otros pasajes de las Escrituras: en lenguaje informático diríamos que utiliza "hipervínculos", o en lenguaje policial, "pistas" que nos llevan a otros pasajes. Los invito a recordar el salmo del domingo pasado: "El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. El me hace descansar en verdes praderas... Tú preparas ante mí una mesa... y mi copa rebosa". Lo que quiero mostrar es cómo -"entre líneas"- Juan nos dice que Jesús es nuestro Buen Pastor que no nos deja faltar nada.

A continuación Juan describe algunas acciones de Jesús que nos conectan inmediatamente con otro momento de su vida: " tomó los panes, dio gracias y los repartió". Juan escribe a una comunidad de creyentes para que sigan creciendo en la fe, y cualquiera de ellos al escuchar estos verbos piensa en una sola cosa: la eucaristía. Al inicio del texto de hoy Juan nos dice que "se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos". Juan es el único evangelista que no relata la institución de la eucaristía en el momento de la Última Cena. En su lugar relata el lavatorio de los pies, como signo de la actitud de un Jesús que se hace servidor de todos, anticipa el "Gran Servicio" de dar su vida por nosotros en la Cruz, y deja unida a la Eucaristía con el servicio, como para decirnos que para amar y servir a Dios también hay que amar y servir a los hermanos. Es, entonces, en el capítulo seis donde San Juan se dedica a hablar específicamente de la Eucaristía, y de la multiplicación de los panes nos pasa a presentar el discurso sobre el Pan de Vida.

"Todos quedaron satisfechos". Esta frase nos recuerda la antífona del salmo de hoy: "abres tu mano y colmas de bienes". "Llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron"; esto nos recuerda el episodio que nos relata la primera lectura. En él, el profeta Eliseo ordena dar de comer a cien personas con veinte panes que le ofrecen. Los sirvientes se quejan porque obviamente no alcanzan para alimentar a tantos; sin embargo, Eliseo reitera la orden confiando en la palabra de Dios que dice "comerán y sobrará". Este breve pasaje es un anticipo de lo que se cumple en plenitud en Jesús y que nos dice el salmo: "el Señor está cerca de aquellos que lo invocan"

La multitud, al ver lo sucedido se maravilla y exclama: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo"; pero también se confunde, y pretende hacer rey por la fuerza a Jesús. Ellos esperaban un Mesías político que liberara a Israel del poder opresor de Roma y solucionara todos los problemas del país, y Jesús no es eso. Aquí encontramos una clave para entender las veces que Jesús pide silencio ante un milagro. En el mundo empresarial esto es una pésima estrategia: lo lógico sería anunciar por todas partes las maravillas que Jesús hace, y así atraer más seguidores; se imaginan el impacto de este episodio relatado por más de cinco mil personas, "Jesús tiene el éxito asegurado". Sin embargo, Jesús se retira otra vez solo a la montaña. Cualquiera de nosotros hubiese sucumbido bajo la seductora sensación de tener una multitud cautiva coreando nuestro nombre, pero Jesús no: Él fue siempre fiel a la Voluntad del Padre. Se retira porque su misión no es política; Él no vino a erradicar el hambre en el mundo: ésa es tarea nuestra; Él vino a reconciliarnos con Dios y a llevarnos a la plena comunión con Él. Milagros como la multiplicación de los panes quieren ser un anticipo de lo que es la Voluntad de Dios para nuestra vida: la plena felicidad en comunión con Él y nuestros hermanos en ese Cielo y tierra nueva donde no habrá más hambre, ni llanto, ni sufrimiento, enfermedad o muerte.

En el texto de hoy aclaman a Jesús más de cinco mil personas. Quiero invitarlos a prestar atención a lo que pasa con esta gente a medida que avancemos en la lectura de este profundísimo capítulo seis de San Juan.

A este Dios que es tan bueno, que nos colma con sus bienes, le vamos a pedir tener siempre hambre del Pan de su Palabra y del Pan de la Eucaristía; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que supo estar siempre atenta a las necesidades de los demás, le vamos a pedir que nos regale su mirada para descubrir las necesidades de nuestros hermanos, y la disponibilidad de entregar lo poco que tenemos, para que el Señor siga obrando sus maravillas.

domingo, 19 de julio de 2015

Domingo XVI del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Jeremías 23,1-6; Salmo 23(22),1-3a.3b-4.5.6; 2ª lectura: Efesios 2,13-18; Evangelio según San Marcos 6,30-34.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y cuida como el Buen Pastor a sus ovejas.

Obra del P. Ricardo Ramos
En el texto del evangelio que meditamos hoy, contemplamos el regreso de los discípulos de la misión. Un detalle hermoso de Jesús: los invita a retirarse, a estar solos para descansar. Él mismo experimentó el cansancio, y conocía la necesidad de descansar antes de seguir adelante. El texto nos presenta dos datos muy ilustrativos: "no tenían tiempo ni para comer" "de tanta gente que iba y venía". Que alguien diga hoy que no tiene tiempo ni para comer es algo común porque vivimos corriendo de una lado a otro inmersos en múltiples actividades; pero que se diga esto del siglo I no es nada común, ya que, la gente vivía según el ritmo de la naturaleza, no había prisas, cada cosa tenía su tiempo como nos dice el Eclesiastés. El evangelista nos presenta el por qué de su falta de tiempo: "de tanta gente que iba y venía", pidiendo a Jesús una palabra, una sanación, además de las constantes inquisiciones de los fariseos. Es muy comprensible que tanto Jesús como los discípulos estuviesen cansados.

Jesús invita a los discípulos a retirarse, navegando hacia el otro extremo del lago, pero la gente, al verlos, adivinan su destino, y por tierra se les adelantan. Cuando desembarcan, una multitud los está esperando.

Cualquiera de nosotros, si estamos cansados, optamos por retirarnos para descansar, y encontramos una multitud que nos espera con nuevas demandas seguramente reaccionaría con irritación: ¡será posible que esta gente no me deje un minuto para descansar! No fue ésta la actitud de Jesús: Él contempló la multitud y sintió compasión "porque eran como ovejas sin pastor", es decir, los vio desconcertados, sin rumbo, necesitados sobre todo de sentido para sus vidas. Es que la profecía de Jeremías era una triste realidad: Dios confió su pueblo a pastores (gobernantes, autoridades religiosas, etc.) que lo dispersaron, expulsaron y perdieron. Los maestros de la ley y la clase religiosa judía habían convertido su religión en una práctica solo para un grupo selecto -los "ritualmente puros"- dejando de lado a la mayor parte del pueblo, los enfermos, los pobres, los "pecadores públicos", y todos aquellos que no pertenecían al pueblo elegido de Israel. Sin embargo, no todo es tristeza en esa profecía, ya que, el Señor anuncia que Él mismo apacentará a su pueblo, reunirá a las ovejas dispersas y perdidas, y las hará fecundas, suscitando un Buen Pastor, un Rey Justo de la estirpe de David que con sus palabras y obras demostrará que "El Señor es nuestra justicia".

Jesús contempló la multitud y sintió compasión "porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato". Éste último no es un detalle menor. Cualquiera de nosotros hubiese dirigido un breve discurso para dejar contenta a la gente, pero no fue ésa la actitud de Jesús: les enseñó largo rato y después, como meditaremos el próximo domingo, al verlos con hambre obró la multiplicación de los panes. De esta manera vemos cómo en Jesús también se cumplen las palabras del salmo. Jesús es nuestro Buen Pastor que: no nos deja faltar nada; nos hace descansar en verdes praderas; nos conduce a las aguas tranquilas; repara nuestras fuerzas; nos guía por el recto sendero; aunque crucemos por oscuras quebradas, no deberemos temer ningún mal, porque su bondad y su gracia nos acompañan a lo largo de la vida.

Muchas veces también nosotros nos sentimos como ovejas sin pastor. Muchas veces sentimos perder el rumbo y necesitamos Alguien que nos guíe. Estas palabras que describen a Jesús como Buen Pastor también valen para nosotros, porque Él nos ama y cuida como sus "ovejas" predilectas.

A este Dios tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a seguir solo su voz, porque muchos malos pastores buscan dispersarnos y alejarnos de Él; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, la primera misionera, que nos ayude a ser nosotros misioneros de Jesús Buen Pastor, que llevemos su mensaje de amor a tantos hermanos que no lo conocen o están alejados, para que podamos cumplir las palabras del salmo: que habitemos juntos en la casa del Señor, ese lugar donde no habrá más llanto, ni dolor, ni enfermedad, ni muerte; ese lugar donde seremos plenamente felices en comunión con Dios y nuestros hermanos. 

domingo, 12 de julio de 2015

Domingo XV del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Amós 7,12-15; Salmo 85(84),9ab-10.11-12.13-14; 2ª lectura: Efesios 1,3-14; Evangelio según San Marcos 6,7-13.

¡Qué bueno es Dios! que, como dice el himno de los Efesios, nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes. Este hermoso himno nos da muchísimas razones para decir ¡qué bueno es Dios!

También nos lo da el fragmento del Evangelio que hoy leemos donde, una vez más, contemplamos cómo Jesús nos ama y nos acepta tal como somos y nos envía como sus misioneros. Ya he descrito, y no quiero reiterarme, los defectos y virtudes de estos Doce que Jesús envía en misión, pero quiero resaltar que Jesús los llamó y aceptó tal como eran, y que fue el encuentro y camino con Él, el que los convirtió de personas comunes y corrientes en los Santos Apóstoles que conocemos, a excepción de Judas Iscariote que rompió la comunión con Él y sus hermanos. A estos Apóstoles los envió a hacer lo que Él hace. La exhortación a no llevar nada más que lo necesario es una invitación a confiar en la Providencia de Dios, en la generosidad y solidaridad de los hermanos, y a mantener los ojos fijos en Jesús y la Misión, sin distraerse en lo material.

 También a nosotros Jesús nos llama tal como somos a ser sus misioneros. Podemos poner muchas excusas, como vimos que lo hacía Amós en la primera lectura, pero Él nos invitará una y otra vez a salir del encierro de nuestras excusas, y ser sus misioneros, no porque lo merezcamos, sino porque, como dice San Pablo en el fragmento de la Carta a los Efesios que leímos, Dios que:
nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo;
nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor;
- nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad;
- en Él hemos sido redimidos por su sangre;
- hemos recibido el perdón de los pecados;
- derramó sobre nosotros la riqueza de su gracia dándonos toda sabiduría y entendimiento;
- nos hizo conocer el misterio de su voluntad, conforme al designio misericordioso que estableció de antemano en Cristo;
- en Él hemos sido constituidos herederos;
en Él hemos  sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido.
Son éstos muchos regalos de un Dios que nos ama profundamente. Con razón el salmista dice "¿cómo pagaré al Señor todo el bien que nos ha hecho?" Son regalos demasiado grandes para ser vividos de manera egoísta. Este amor pide comunicarse, pide salir al encuentro de los hermanos, en especial a los que no lo conocen o están alejados, o están pasando por un momento de especial dificultad. Este amor pide que seamos sus misioneros.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos regale la gracia de ser sus misioneros en el ámbito que nos tocó vivir; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, la Mujer Fiel por excelencia, que nos ayude a ser fieles a esta misión que su Hijo nos encomendó, y salgamos de "atrás" de nuestras excusas, para que cumplamos el designio de Dios que nos enseña San Pablo: que al final todos nos reunamos en el amor de Jesús. 

domingo, 5 de julio de 2015

Domingo XIV del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Ezequiel 2,2-5; Salmo 123(122),1-2a.2bcd.3-4; Carta II de San Pablo a los Corintios 12,7-10; Evangelio según San Marcos 6,1-6.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que muestra de manera perfecta su fuerza en nuestra debilidad. Este es el gran mensaje que nos deja San Pablo en el fragmento de la carta que leemos hoy y retomaremos más adelante. 

El mismo Pablo nos habla de la inmensa generosidad de Jesús, que siendo rico, se hizo pobre por amor a nosotros para enriquecernos con su pobreza. Él, que es la sabiduría en persona, aceptó la dura realidad de no ser aceptado ni creído por sus propios parientes y vecinos, porque "nadie es profeta en su tierra". Esto se debe al admirable misterio de la Encarnación: Jesús fue realmente igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Durante treinta años fue un galileo como cualquier otro, y por eso escandaliza verlo hablar y obrar con tanta autoridad. Lamentablemente, como tantas veces, pesa más el prejuicio que la realidad. Jesús se asombra de su falta de fe, la cual impide  que haga más milagros que sanar a unos pocos enfermos. De esta manera se cumple en Jesús la profecía de Ezequiel: "yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que yo te envío, para que les digas: "Así habla el Señor ". Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos".

Sin embargo, a pesar del rechazo, Jesús sigue adelante en la fidelidad a su misión, porque Él nos ama y acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes. Esto lo comprendió perfectamente San Pablo, cuyo encuentro con Jesús lo convirtió de feroz perseguidor de la Iglesia en el Apóstol de las naciones, de alguien que "respiraba amenazas de muerte contra los cristianos", en alguien capaz de sufrir todo tipo de adversidades por Jesús y su evangelio. Como perseguidor había experimentado la seductora influencia del poder, y una cierte sensación de omnipotencia. Como cristiano llega a tomar conciencia de su profunda debilidad. Esto lo angustia, y pide al Señor que lo libre de ella, pero el Señor le respondió: "Te basta mi gracia,  que mi fuerza se muestra perfecta en tu debilidad". Así lo ha hecho a lo largo de toda la historia. Dios siempre manifestó su poder en lo sencillo, humilde, pobre y débil. Por esto, San Pablo continúa diciendo: "me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte", con la conciencia de que "todo lo puedo en Aquel que me fortalece".

A este Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a tomar conciencia de su fuerza que actúa en nuestra debilidad; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que tengamos un corazón dócil a las palabras de Jesús, para que, a diferencia de los galileos, escuchemos su voz y de esta manera pueda obrar maravillas en nosotros.