Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Fiesta de la Sagrada Familia.

1ª lectura: Génesis 15,1-6.21,1-3; Salmo 105(104),1-6.8-9; 2ª lectura: Carta a los Hebreos 11,8.11-12.17-19; Evangelio según San Lucas 2,22-40.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que eligió vivir en familia con nosotros.

Celebramos hoy la Fiesta de la Sagrada Familia esta hermosa escena llena de amor, pero, como toda situación humana, con un trasfondo de cierta oscuridad. Este niño trae la alegría de la Salvación esperada con tanta ansia por el pueblo de Israel, representado en Simeón. Él es la Luz que llega a iluminar a las naciones. Él es la gloria de Israel. Pero este niño también será signo de contradicción: no se podrá permanecer indiferente ante Él. Muchos lo amarán y respetarán, pero otros lo rechazarán y lo odiarán a muerte, y muerte de cruz. Por eso, "una espada" atravesará el corazón de María, espada no en sentido literal, sino en el sentido del extremo dolor de ver a su Hijo clavado en cruz. El tono grave que le pone a esta fiesta este anuncio, viene a destacar la fidelidad de Jesús, y la fe de María y José.

Fe como la que preanunciaba la figura de Abraham, un hombre que, entrado en años, no teme abandonar la seguridad y comodidad que había logrado, y da un salto de fe para abandonarlo todo y aferrarse a la Promesa, resumida en esta hermosa frase: "Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas". Es una frase que nos puede ayudar mucho, cuando frente a los problemas y las dificultades, bajamos la cabeza y nos sumimos en la tristeza. En ese momento es crucial recordar estas palabras, levanta la mirada, "mira hacia el cielo... cuenta las estrellas", como para decirnos, "no te dejes encerrar por los problemas, mira el cielo, tenemos un Dios que todo lo puede, que nos ama mucho y nunca nos abandona".

Por estos motivos, con razón el salmista nos invita a dar gracias al Señor, a invocar su nombre, y pregonar sus maravillas, maravillas como la de renunciar a su omnipotencia y, por amor, hacerse frágil y dependiente como un bebé; maravillas como las que hace cada día en nuestra vida aunque no nos demos cuenta. En estos días en que solemos hacer balance, sería muy bueno dedicar unos minutos para revisar por dónde ha pasado Dios por mi vida este año, para ver qué maravillas ha hecho. Y si no logramos verlo, estamos invitados a purificar la mirada, a profundizar, salir de la superficie, o "levantar los ojos al cielo", porque el Señor siempre se acuerda de su Alianza y de su amor hacia nosotros.

A este Dios tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a nunca separarnos de esta Sagrada Familia, para que su testimonio de fe y fidelidad nos ayude a superar las dificultades; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que como nadie supo permanecer firme en la fe, que nos ayude a crecer espiritualmente, a mantenernos firmes en la fe a pesar de las dificultades, y ser misioneros/as de esta luz y amor de la Sagrada Familia a aquellos/as hermanos/as que más lo necesitan.

viernes, 26 de diciembre de 2014

26 de diciembre. San Esteban Protomártir.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 6,8-10.7,54-60; Salmo 31(30),3cd-4.6.7b-8a.16bc.17;  Evangelio según San Mateo 10,17-22.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que envía su Espíritu para que venga en nuestro auxilio.

Celebramos hoy el martirio de San Esteban, el primer mártir de la Iglesia; el primero en dar la vida por su fe en Jesús.

Esta memoria llega a nosotros como un "contrapunto". Entre los sonidos alegres, festivos y agudos de la Navidad, aparece el tono grave de la muerte. Mientras ayer contemplábamos una escena llena de amor, con la ternura de un recién nacido, el amor incondicional de sus padres, y el tributo de pastores y magos, hoy contemplamos una escena cargada de odio hacia un discípulo de Jesús. Ayer decíamos que el Niño Jesús había experimentado ya desde su nacimiento lo que es el rechazo de tantas puertas que se les cerraron (no hubo lugar para ellos en ninguna posada); hoy, uno de sus discípulos lo experimenta en su forma más extrema. Creo que todo esto reafirma la profundidad del misterio de la Navidad, de un Dios que eligió hacerse uno de nosotros en Jesús, asumiendo toda nuestra naturaleza e integrando nuestros extremos: el amor y el odio, la luz y la oscuridad, la vida y la muerte. En medio de los festejos, celebrar la memoria de Esteban nos invita a tomar conciencia de la seriedad de la vida y la fe; no podemos vivir de manera superficial.

Como leímos en los Hechos de los Apóstoles, Esteban fue una persona que supo configurarse con su Maestro; una persona  llena "de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y signos en el pueblo", que al igual que Jesús, provocaba "frente a la sabiduría y al espíritu que se manifestaba en su palabra"... "se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él". Era tal su relación con Dios, que tuvo la experiencia de contemplar a Jesús sentado a la derecha del Padre en el Cielo. El hecho de dar testimonio de esta experiencia, y de reconocer la divinidad de Jesús, provocó la ira de sus perseguidores, que lo ejecutaron apedreándolo. Una vez más, Esteban hace gala de su identificación con su Maestro: Jesús había dicho en la Cruz "en tus manos encomiendo mi espíritu", y "perdónalos, Padre, no saben lo que hacen"; Esteban dice en el momento de su muerte: "Señor Jesús, recibe mi espíritu", y "Señor, no les tengas en cuenta este pecado".

¿Cómo puede ser que una persona llegue a tener tal serenidad en el momento de su muerte? El salmista nos cuenta el secreto, que guió a Esteban y a tantos cristianos a lo largo de la historia: la clave está en apoyarnos en Dios como la Roca que nos sostiene, el baluarte donde nos encontramos a salvo, el piso firme sobre el cual podemos construir nuestra vida. El saber que Él es fiel, que no nos falla, que nos ama y que nos salva en su misericordia nos permite sentirnos tan seguros como para dar ese salto en la fe que Dios Esteban, capaz de entregar su vida para ganar La Vida.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a crecer en la fe y querer ser cada día más parecidos a Jesús, como lo fue Esteban; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que como nadie supo permanecer firme en la fe a pesar de las dificultades, le vamos a pedir que nos ayude a dar testimonio de este amor de Dios que llena de sentido nuestra vida, en especial, a aquellos hermanos que más lo necesitan.   

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Solemnidad de la Natividad del Señor. Misa del día.

1ª lectura: Isaías 52,7-10; Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6; 2ª lectura: Hebreos 1,1-6; Evangelio según San Juan 1,1-18.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que siendo el Creador Todopoderoso de todo lo que existe, y porque nos ama mucho, en Jesús eligió hacerse un ser tan débil y dependiente como un bebé para, siendo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, reconciliarnos con Él.

Terminó la espera. Dios cumplió su Promesa. Hoy nació el Enviado a sanarnos y salvarnos. Él, que existe desde el principio, y por quien todas las cosas fueron creadas; Él, que es la Vida y la Luz, que llena de sentido y de luz nuestra vida; Él, por Quien fuimos hechos hijos de Dios; Él, el Rey del Universo, que no eligió para nacer un palacio repleto de oro, sino, nacer pobre entre los pobres, en un humilde pesebre, rodeado de animales, pero sobre todo, rodeado del amor y cuidado de su Madre, que lo es también nuestra, María, y su esposo San José; de la compañía de los marginados de su tiempo, representados por los pastores pobres, y por los extranjeros magos venidos de Oriente; Él, que desde su nacimiento vivió el rechazo de tantas puertas que se le cierran; Él, que como dice San Pablo, siendo rico se hizo pobre para enriquecernos.

Con razón exclama de alegría Isaías: "Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación". Porque Jesús establece la paz, sanando todas las heridas provocadas por el pecado original y reconciliando todas las cosas con Dios, y por eso, al restablecer el Proyecto de amor de Padre, viene a anunciarnos la felicidad y la salvación. Por esto, también Isaías nos invita a gritar de alegría, "porque el Señor consuela a su Pueblo, Él viene a redimirnos... y todas las naciones, verán la salvación de nuestro Dios".

La misma invitación nos la hace el salmista, admirado de las maravillas que hace Dios, un Dios lleno de amor y que es fiel a las promesas realizadas a nuestros primeros padres; un Dios, que como dice la Carta a los Hebreos, luego de hablar a nuestros antepasados en muchas ocasiones y de varias maneras, en Jesús se nos revela por completo.
  
Él, que es la Luz, viene a iluminar nuestras oscuridades, y a llenar de sentido cada rincón de nuestra vida.
A este Dios, que siendo omnipotente, por amor se hace frágil y dependiente como un bebé, le vamos a pedir que la celebración de esta Navidad nos renueve en la fe y la alegría de sabernos amados por Él; y a María, la fiel custodia de ese frágil bebé Dios, nos ayude a custodiar nuestra fe, para que en esta Navidad sintamos de verdad cómo el amor de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Domingo IV de Adviento Ciclo B.

1ª lectura: Segundo Libro de Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Salmo 89(88),2-3.4-5.27.29; 2ª lectura: Romanos 16,25-27; Evangelio según San Lucas 1,26-38.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que es fiel a sus promesas, y en Jesús viene a salvarnos.


Celebramos el cuarto domingo de Adviento. Estamos terminando este camino de preparación a la Navidad; un camino que comenzó con la llamada a estar prevenidos y atentos (domingo 1º), a preparar el camino y el corazón para la llegada del Señor (domingo 2º), a estar alegres en el Señor que porque cumple sus promesas (domingo 3º), y que en este cuarto domingo nos invita a decir como María: "hágase en mí según su Palabra".

¡Qué bueno es Dios!, que como vimos en la primera lectura, no quiere un edificio para habitar, sino que prefiere habitar nuestro corazón, nuestro ser. Y esto no es una frase bonita sacada de una estampita; recordemos que por el Bautismo fuimos hechos templos del Espíritu Santo.

¡Qué bueno es Dios!, cuya misericordia es eterna, como nos dice el salmista. Él nos tiene una paciencia infinita, nos ama como Padre, y nos sostiene como la Roca al edificio, como cimiento estable donde podemos apoyar nuestra vida.

¡Qué bueno es Dios!, que, como nos dice San Pablo, nos reveló su misterio de amor, oculto desde los inicios de la historia y, como dice Jesús, lo ha mantenido oculto a los sabios y poderosos, y lo manifestó a los humildes.

¡Qué bueno es Dios!, que siempre elige actuar en lo sencillo, en lo humilde, en lo pobre, en lo débil, y por eso eligió a María, una humilde muchacha de un pueblito sin mucha importancia llamado Nazareth; una perfecta representante de lo que en la Biblia es el "Resto fiel"; alguien capaz de ofrecer su más absoluta disponibilidad a la acción del Espíritu, y con su "hágase", permitió que Dios, en Jesús, se hiciera uno de nosotros, y así nos sanara y salvara.

Estamos a días de celebrar la Navidad. Estamos invitados a centrar nuestra atención en el pesebre y no dejarnos distraer por el consumismo. Estamos invitados a sacar de nuestro corazón todo lo que ocupa un lugar que no le corresponde, y hacerle lugar a nuestro Salvador, para que el "hágase" de María se cumpla en nosotros.

A este Dios tan bueno, vamos a darle gracias por regalarnos tanto amor y a pedirle que nos ayude a ser cada vez más conscientes de ello; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que con su disponibilidad permitió que naciera nuestro Salvador, vamos a pedirle que nos ayude a preparar nuestro corazón, y a crecer en disponibilidad para que podamos llegar a decir, como ella, "hágase en mí según su Palabra". 

domingo, 14 de diciembre de 2014

Domingo III de Adviento Ciclo B.


1ª lectura: Isaías 61,1-2a.10-11; "Salmo": San Lucas 1,46-48.49-50.53-54 ; 2ª lectura: 1 Tesalonicenses 5,16-24; Evangelio: Juan 1,6-8.19-28.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús viene a sanar los corazones desgarrados, a dar la buena noticia a los pobres, y a anunciar nuestra liberación de todo aquello que nos oprime.
Estamos celebrando el tercer domingo de Adviento, conocido tradicionalmente como “Gaudete”, ya que la Iglesia nos invita a alegrarnos por la proximidad de la celebración de la Navidad. Resuena en este día las palabras del Apóstol San Pablo: “estén siempre alegres, oren en todo momento; den gracias a Dios por todo; porque Él es fiel y cumplirá su palabra.

Repasemos el camino que hemos hecho en estos domingos de Adviento. En el primer domingo se nos invitó a estar prevenidos y atentos; en el segundo, a preparar los caminos para la llegada del Salvador; y hoy, a alegrarnos, porque Dios es fiel y cumplirá su palabra.

Pero, ¿cuál es esta palabra de la que esperamos el cumplimiento? Es la de la Promesa de un Salvador, que como dice Isaías, posee el Espíritu del Señor porque es “el ungido”, “el Mesías”, “el Enviado” “a sanar los corazones desgarrados; a anunciar la liberación a los cautivos y a los prisioneros la libertad; a anunciar el año de gracia del Señor; a hacer germinar la salvación”. Y como sabemos que lo que Dios dice lo hace, esta Promesa es un motivo que nos colma y hace desbordar de alegría.

Por este motivo, muy acertadamente la Iglesia eligió como salmo para este día el Magníficat de María. Nadie como ella supo expresar y vivir esta realidad de la grandeza de Dios, que nos llena de alegría porque mira la humildad de sus hijos/as; que hace obras grandes por nosotros; porque su misericordia es infinita que derriba a los poderosos de sus tronos y enaltece a los humildes, que despide vacíos a los autosuficientes y colma de bienes a los hambrientos; que cumple todas sus promesas.

El cumplimiento de las promesas es un regalo de Dios, no hemos hecho nada para merecerlo, y es un regalo para todos. Sin embargo, como Dios respeta nuestra libertad, existe la posibilidad de que con nuestras decisiones y actitudes rechacemos la Salvación que dios nos promete. Por eso, San Pablo nos invita a tener cuidado en “no apagar la fuerza del Espíritu, de examinarlo todo y quedarse con lo bueno, y de apartarse de todo tipo de mal. También por este motivo fue elegido San Juan Bautista, para “preparar el camino del Señor”, para preparar el corazón del pueblo a su llegada; para dar testimonio de esta Luz que amanece. Él nos deja una lección de oro a todos los que tenemos el privilegio de ser anunciadores del amor de Dios. No somos la Luz, sino testigos de la luz. Hay ocasiones en que nos confundimos, y buscamos el reconocimiento, y nos llenamos de orgullo porque nos felicitan por nuestras palabras, porque nos dicen que hacemos bien, y llegamos a sentirnos casi “imprescindibles” en la obra salvífica de Dios. En estos momentos dejamos de anunciar a Jesús, que es la Luz verdadera, y ofrecemos a las personas un ídolo con pies de barro. Una y otra vez debemos recordar que “no somos dignos siquiera de desatarle las sandalias” a Nuestro Señor; y como dice San Pablo en el lema que elegí para mi ordenación, “Dios me libre gloriarme si no es en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gál 6,14).

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a creer y confiar más en Él; y a María, nuestra Madre de la Alegría, a que nos ayude a seguir preparando el corazón a la llegada de su Hijo.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Domingo II de Adviento Ciclo B.

1ª lectura: Is 40, 1-5. 9-20; Sal 84; 2ª lectura: 2 Pe 3, 8-14; Evangelio: Marcos 1, 1-8.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que es fiel a su Palabra y cumple su Promesa.


¿Qué Promesa? Permítanme que lo repita una vez más. El proyecto de Dios fue crearnos por amor, para amar y ser felices, en plena unión con Él y nuestros hermanos. Pero nuestros primeros antepasados rompieron la relación con Dios, hecho que conocemos con el nombre de Pecado Original, provocando que nuestra naturaleza humana quedase herida y nu pudiese acceder a la felicidad. Pero inmediatamente, Dios prometió un Salvador que reconciliaría todas las cosas consigo. Desde ese momento comenzó el tiempo de la espera, marcado por la fidelidad de Dios, y la fragilidad e infidelidad del ser humano. Esta Promesa se cumplió en Jesús, a cuya venida en Navidad nos estamos preparando en este Adviento.

El domingo pasado las lecturas nos invitaban a estar prevenidos y atentos. Hoy nos invitan a preparar el camino y el corazón a la llegada del Señor.

Preparemos el camino. Que, como dice la carta de San Pedro, su Venida nos encuentre en paz con Él.

Es ésto, lo que hacía San Juan Bautista, predicando un bautismo para el perdón de los pecados y el cambio de vida, para que el pueblo se hallase en paz con Dios. Pero a este bautismo le faltaba algo fundamental. En este bautismo sólo se perdonaban los pecados, y permanecer en ese estado de pureza dependía en exclusivo de las personas, y... conocemos cuán débil es el ser humano.

Juan anunciaba la llegada de Aquél que bautizará con Espíritu Santo, no sólo para el perdón de los pecados, sino para que su Espíritu habite en nosotros y  nos ayude a permanecer fieles.

Estén prevenidos... preparen el camino... está cerca nuestra salvación.

A este Dios bueno y fiel, vamos a pedirle que nos regale su gracia para prepararnos y permanecer fieles a su voluntad; y a María, nuestra Madre Inmaculada, que nos cuide con su ternura para que sepamos evitar las tentaciones, y así, la Navidad nos encuentre en paz con Dios.