Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 31 de enero de 2015

Domingo IV del Tiempo Ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Deuteronomio 18,15-20; Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9; 2ª lectura: Carta I de San Pablo a los Corintios 7,32-35; Evangelio según San Marcos 1,21-28.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que es Roca firme donde apoyar nuestra vida y que en Jesús viene a sanarnos.

El fragmento del Evangelio de Marcos que leemos hoy nos presenta dos características de la misión de Jesús: enseña con autoridad; y sana nuestras enfermedades.

Es importante destacar que cuando dice “enseñaba con autoridad”, no hace referencia a ningún tipo de autoritarismo ni prepotencia, sino a esa autoridad moral que se gana con la coherencia de vida, y la convicción de saber que está cumpliendo la Voluntad del Señor. Las autoridades religiosas de la época poseían la potestad de corregir, mandar, enseñar, pero no esta autoridad moral: como versa el dicho “decían pero no hacían”, en palabras de Jesús: ponían pesadas cargas sobre los hombros de sus hermanos y ellos no eran capaces de tocarlas ni con un dedo. Jesús tiene la autoridad del profeta anunciado por Moisés en el Deuteronomio, un profeta cuya boca solo pronuncia la Palabra de Dios, y que predica lo que Dios le ordena.

Pero Jesús enseña de palabra y de obra. Su predicación sana la imagen que tenemos de Dios, y nuestra propia dignidad de hijos. Como Jesús hace lo que dice, también sanaba a nivel físico, no porque fuese un mago, sino porque con estas sanaciones muestra un anticipo de cuál es el sueño de Dios para nuestras vidas: que seamos plenamente felices, en unión con Él y nuestros hermanos.

En este fragmento del Evangelio se nos narra la sanación de un endemoniado. Este episodio puede tener dos interpretaciones, igualmente válidas. Se puede tratar de una posesión demoníaca, que aunque nos sea difícil creer, existen. También puede tratarse de una persona con una enfermedad desconocida para la época; a estos enfermos también se los llamaba endemoniados. Lo seguro es que el encuentro con Jesús lo sanó. También nosotros muchas veces nos sentimos mal, sin conocer la razón; no quiero decir que estemos endemoniados, sino que a veces nos sentimos heridos, y nos cuesta identificar la fuente de nuestro sufrimiento. Hoy, Jesús viene a nuestro encuentro para sanarnos. Él es la Roca Salvadora de la que nos habla el salmista. Esta imagen de la roca quiere mostrarnos que sólo en Dios, Roca Firme que no falla ni falta, podemos apoyar el sentido de nuestra vida. Por esto, el salmista nos invita a cantar con alegría, a darle gracias y adorarlo, porque Él es nuestro Dios, y nosotros su Pueblo; porque Él derrama gratuitamente su amor sobre nosotros. Sin embargo, cómo Él respeta nuestra libertad, una condición es necesaria: abrirnos a su amor, aceptarlo, como dice el salmista: “no endurezcamos nuestro corazón”.

A este Dios tan bueno, vamos a pedirle que nos sane de todo aquello que nos hace mal y nos aleja de Él; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que como nadie abrió su corazón a la acción del Espíritu, vamos a pedirle que nos ayude a escuchar la Palabra de Dios y acogerla en nuestro corazón, ella que es la única Palabra que nos sana, nos salva, y nos hace plenamente felices.

sábado, 24 de enero de 2015

Domingo III del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Jonás 3,1-5.10; Salmo 25(24),4-5ab.6.7bc.8-9; 2ª lectura: Carta I de San Pablo a los Corintios 7,29-31; Evangelio según San Marcos 1,14-20.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que como dice el salmo, nos guía por el camino de la fidelidad, es decir, por el camino que nos llevará a la plena felicidad en unión con Él y nuestros hermanos.



Una vez más, las lecturas de hoy nos ayuda a reflexionar en nuestra vocación. 

Dios nos llama a todos a la existencia. Ésa es nuestra primera vocación. Hay personas que se llaman a sí mismas "accidentes de la naturaleza", "productos de un descuido" o de una "borrachera"; pues bien esto es mentira: ninguna persona es un accidente, nuestra vida fue soñada, querida, amada por Dios que nos llamó a la existencia para amar y ser felices. Como dije, ésta la vocación universal de la humanidad, o dicho de otra manera, toda persona fue llamada por Dios a la existencia para amar y ser feliz en plena unión con Él y nuestros hermanos.

Pero cada persona es una creación única e irrepetible, con características propias; por eso, la vocación universal asume una dimensión personal, o dicho de otra forma, la vocación universal se vuelve concreta y personal. Dios nos llama con nuestros defectos y virtudes; nos regala una vocación. Ésta es el sueño que Dios tiene para nuestra vida, es una llamada que espera nuestra respuesta libre y responsable. La vocación que Dios nos regala tiene en cuenta nuestras capacidades y carismas, las necesidades de nuestros hermanos y de nuestro tiempo, y se concreta en manifestaciones de amor a Dios y nuestros hermanos; el amor se vuelve concreto en el servicio. Para vivir esta vocación de servicio estamos llamados a elegir una opción definitiva de vida, que puede ser laical, o de especial consagración (religiosos/as, Orden Sagrado). Cabe destacar que el matrimonio es también una vocación, y la crisis que vivimos al respecto es por no tenerlo claro. 

Descubrimos nuestra vocación gracias a la ayuda de algún/a hermano/a mayor que nos ayuda a discernir. Si con la ayuda de esta mediación el discernimiento es serio, llegamos a descubrir cuál es la vocación que Dios nos regaló, y si viene de Dios, ésta no cambia. Esto es porque Dios no cambia de opinión ni juega con las personas; si llama a alguien a consagrarse como religioso esto es para siempre. Los abandonos de la vocación y otros problemas no vienen del llamado de Dios, sino de nuestra respuesta, y esta respuesta es libre.Como Jonás, muchas veces escapamos de la vocación que Dios nos regala, y es que la vocación exige esfuerzo, y renunciar a placeres inmediatos por lograr la felicidad más plena. Pero frente a esto, San Pablo viene a recordarnos que las promesas de felicidad que nos ofrece este mundo, son en realidad pasajeras, y nos alejan de la felicidad más plena. Es que el ser humano es "carencia infinita", es decir, cuando logra algo quiere más, y esta cadena sólo termina en la frustración, porque siempre existirá algo que queramos tener que supere nuestro estado actual.

Pero a quienes se animan a decirle que sí, como lo hicieron Simón, Andrés, Santiago y Juan, Jesús los convierte en "pescadores de hombres". Para entender esta frase cabe recordar que en la mentalidad hebrea de la época de Jesús, el mar era un ente ambiguo, era tanto fuente de vida como de muerte; les daba el sustento, como también se volvía incontrolable. Por este motivo, muchas veces era identificado con el mal. Entonces, ser pescador de hombres significa, en realidad, rescatar a las personas de ese mar de ambigüedad, que enrieda y puede ahogarnos. En este mundo que vive una fuerte crisis de sentido, ser pescador de hombres es ser misioneros de este amor tan grande que Dios nos tiene, y que llena de sentido nuestra existencia.

Ser fiel al llamado que Dios nos regaló no siempre es fácil, muchas veces significa ir contracorriente. Pero como dice el salmista, Él nos muestra el camino, nos guía en la fidelidad, porque es bueno, compasivo y fiel.

A este Dios que es tan bueno vamos a pedirle que nos ayuda a descubrir nuestra vocación y a ser fieles a ella; y a María, Madre y Modelo de vocación, vamos a pedirle que nos ayude a ser misioneros de este amor que llena de sentido nuestra vida. 

domingo, 18 de enero de 2015

Domingo II del Tiempo Ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Primer Libro de Samuel 3,3b-10.19; Salmo 40(39),2.4ab.7-8.9-10; Carta I de San Pablo a los Corintios 6,13c-15a.17-20; Evangelio según San Juan 1,35-42.
 
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y nos llama a seguirlo y participar de su amor.
 
La Iglesia hoy nos regala meditar textos de hermoso contenido vocacional. El primero de ellos nos cuenta la historia del llamado de Samuel, un episodio extraordinario, es decir, que sale de lo común, ya que, no es habitual que el Señor se manifieste de esta manera. Pero los signos extraordinarios requieren del discernimiento de un hermano, de una mediación humana, y es aquí cuando aparece la experiencia del anciano Elí, que escucha al joven Samuel, y lo orienta para que pueda descubrir el llamado del Señor.

También es extraordinario de que Jesús en persona te llame, como le pasó a sus discípulos; cómo nos gustaría tener una experiencia así. Pero quiero destacar tres elementos: primero, la actuación de una mediación madura, la de Juan Bautista, que supo no retener egoístamente para sí a sus discípulos, sino que supo guiarlos para que conocieran a Jesús, el Cordero de Dios; segundo, la invitación de Jesús a que los discípulos comprueben con sus propios ojos dónde vive, y por ende, quién es; y tercero, el llamado se convierte en llamante, o mejor dicho, en animador vocacional de sus hermanos. Es que descubrir nuestra vocación es un regalo tan grande que no resiste ser reservado egoístamente; pide ser compartido con los demás.

Ahora bien: no somos llamados para actuar aisladamenta cual agente de élite o francotirador; como nos recuerda San Pablo, fuimos llamados a formar un Cuerpo, el de Cristo, para lo cual debemos cuidar de no romper con nuestras actitudes la comunión con Dios y nuestros hermanos, y a cuidar nuestro cuerpo, ya que es templo del Espíritu Santo. Fuimos llamados a vivir en comunidad.

Con razón el salmista dice "yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón", porque la Voluntad de Dios es que seamos plenamente felices en unión a Él y nuestros hermanos, y la ley que nos orienta en ese camino es el mandamiento del amor. Por eso, tenemos muchos motivos para decir ¡qué bueno es Dios! y darle gracias, porque l se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Puso en mi boca un canto nuevo", y entonces "Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea".
 
A este Dios tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a descubrir nuestra vocación, y a quienes ya la descubrimos, que nos ayude a mantenernos fieles a su llamado; y a María, Madre y Modelo de las vocaciones, le vamos a pedir que nos ayude a ser animadores vocacionales para tantos/as hermanos/as que no han descubierto su vocación, y que nos regale un corazón dócil como ella que nos ayude a decir "Aquí estoy, Señor, para hacer tu Voluntad".
 

sábado, 10 de enero de 2015

Bautismo del Señor.

1ª lectura: Isaías 55,1-11; Salmo: Isaías 12,2.4bcde.5-6; 2ª lectura: Epístola I de San Juan 5,1-9; Evangelio según San Marcos 1,7-11.  

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que hoy nos dice: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección."

Celebramos hoy la Fiesta del Bautismo del Señor, es decir, el momento en que Jesús pide a Juan Bautista ser bautizado. Ciertamente que Jesús no necesitaba el bautismo de conversión que predicaba Juan, pero es una muestra más de la pedagogía divina de querer ser igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Este episodio marca un hito en la vida de Jesús, al punto de que después de este hecho Jesús comienza su proclamación del Reino.

Juan Bautista lo había anunciado:"Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias.
Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo".
Y en el momento de bautizar a Jesús se produce esta manifestación de Dios que dice:
"Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección." Este Hijo es Aquél de quien Isaías dijo: "Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación". Es quien viene a saciar a los hambrientos y sedientos, con su Amor fiel, por eso Isaías llama la atención a quienes buscan saciarse por medio de otras cosas que pasan y que no hacen feliz a la persona.

Pero Dios es tan bueno con nosotros, que a quienes hemos sido bautizados nos regala formar parte del Cuerpo de Cristo y, por lo tanto, nos regala que todo lo que se diga de Jesús se pueda decir de nosotros. Esto significa que hoy, a cada uno nos dice "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección", y con esta frase nuestra identidad más profunda queda definida para siempre. Frente a tantos que nos subestiman, y nos dicen cosas feas de nosotros, frente a un sistema consumista que busca convertirnos en máquinas de producción y consumo, frente a tanto que nos dicen "sos un número", "tu vida no me importa", haciéndonos creer una identidad falsa, Dios sentencia "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección". Desde entonces nadie puede decir con verdad que no es amado por nadie, porque nuestra identidad más profunda es la de seres profundamente amados por Dios, con un amor de predilección, con un amor fiel hasta la muerte y muerte de Cruz. 

Un regalo tan grande, y tan gratuito porque no hemos hecho nada para merecerlo, no admite ser encerrado egoístamente; pide comunicarse a los demás, y a esto nos invita San Juan en el fragmento de la carta que leímos. El amor a Dios implica el amor a los hermanos, éste es el mandamiento de oro del cristiano. Con este amor es posible, en Jesús, vencer al mundo, en el sentido joánico de vencer todas las fuerzas del odio y la oscuridad.

A este Dios tan bueno vamos a pedirle que nos ayude a conservar grabadas a fuego en nuestro corazón sus palabras: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección". Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que fue la primera misionera de este amor, le vamos a pedir que nos ayude a comunicar a tantos/as hermanos/as necesitadas de encontrarse con este amor que libera, que salva, que nos hace plenamente felices.  

martes, 6 de enero de 2015

Epifanía del Señor.

1ª lectura: Isaías 60,1-6; Salmo 72(71),1-2.7-8.10-13; Efesios 3,2-3a.5-6; Evangelio según San Mateo 2,1-12.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús se nos manifestó, revelándonos su inmenso amor por nosotros.

Celebramos hoy la solemnidad de la Epifanía del Señor, es decir, cuando los magos de Oriente se encontraron con la Sagrada Familia en el pesebre. Leímos en el Evangelio las peripecias de estos hombres buscadores de una Luz que sólo el Salvador anunciado desde antiguo podía traer. Para llegar hasta Él debieron dejar todo, y embarcarse en un largo viaje, asumiendo muchos riesgos, no sólo de la naturaleza, sino también del poder político, al enfrentarse a un inescrupuloso como Herodes, y debiendo buscar la manera de evitar un nuevo encuentro con él. Estos hombres, que habían hecho frente al poder humano, un poder que pasa y que era usado para oprimir a los hermanos, no dudaron en seguir su búsqueda de un Poder que no pasa, un Poder que libera y salva; un Poder que no se manifiesta con ejércitos ni riquezas, sino en la debilidad de un bebé acostado en un humilde pesebre. Él es la Riqueza, y nuestros regalos no son nada frente a la Luz y Amor que Él nos regala.

Este hecho ya había sido profetizado siglos antes por Isaías, utilizando un imagen por demás hermosa: "¡Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti!
Porque las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad, a las naciones, pero sobre ti brillará el Señor y su gloria aparecerá sobre ti.  Las naciones caminarán a tu luz y los reyes, al esplendor de tu aurora.  Mira a tu alrededor y observa: todos se han reunido y vienen hacia ti..."
Al celebrar juntos la Epifanía, hoy también se cumple para nosotros
esta Palabra. Tantas veces nos dejamos ganar por las preocupaciones, los problemas las malas noticias, tantas veces miramos la realidad con ojos pesimistas; todo parece envuelto en oscuridad. Hoy, en Jesús, la Luz lo invade todo, y alcanza nuestros rincones más oscuros. Hoy, su Luz nos sana y salva. Porque este Niño es Aquél del que dice el salmista:
"Él librará al pobre que suplica y al humilde que está desamparado. Tendrá compasión del débil y del pobre, y salvará la vida de los indigentes". Él viene en ayuda de nuestra debilidad y pobreza. Él hace maravillas con lo poco que le damos.

Quisiera invitarles a pensar: ¿qué ofrenda puedo hacerle al Señor en este año que acabamos de comenzar?; y, ¿qué situaciones necesito que este Niño sane con su Luz?

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que ilumine todos los rincones de nuestra vida, y llene todas las vivencias de este año con su Luz y su Amor. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que supo guardar todas estas vivencias en su corazón, le vamos a pedir que nos ayude a hacer lo mismo, a conservar la Luz de la Navidad en nuestro corazón, para que podamos después ser misioneros de esa Luz para aquellos/as hermanos/as que más lo necesitan.

domingo, 4 de enero de 2015

Domingo II de Navidad.


1ª lectura:Eclesiástico 24,1-2.8-12; Salmo 147,12-13.14-15.19-20; 2ª lectura: Efesios 1,3-6.15-18; Evangelio según San Juan 1,1-18.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús nos ha colmado regalándonos gracia sobre gracia.
Así decía el Evangelista San Juan en el texto que acabamos de leer. También el Apóstol San Pablo nos da muchos motivos para decir ¡qué bueno es Dios! que: 
- nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales;
- nos eligió en Él antes de la Creación del mundo, para que seamos santos e irreprochables ante Él por el amor.
- nos predestinó a ser sus hijos en Cristo.
- y todo esto, por pura iniciativa suya, porque nos amó primero.

Y el evangelio nos sigue dando motivos:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús, el Verbo, se hizo carne y acampó entre nosotros, dando cumplimiento a lo que había anunciado el Libro del Eclesiástico siglos antes, cuando decía que la sabiduría de Dios acamparía en medio de su pueblo. Jesús es la sabiduría de Dios, que se hizo carne, y acampó entre nosotros. Por Él todo fue hecho. Él es la Vida y la Luz de toda persona. Su camino fue preparado por Juan Bautista, testigo de esa Luz, alguien capaz de no retener egoístamente para sí a sus discípulos, sino que señala al que es la Luz. Esta Luz brilla, y las tinieblas no pueden vencerla.

Por esto, el salmista nos invita a glorificar al Señor, a alabarlo, por las maravillas que nos hace día a día.

Pero este regalo del amor de Dios y de su Luz no resiste ser reservado egoístamente. Pide comunicarse a los otros. Por esto no basta tener fe. Estamos llamados a demostrar que realmente amamos a Dios amando a nuestros hermanos.

Tomando las palabras de San Pablo, vamos a pedirle a Dios que nos conceda un espíritu de sabiduría y de revelación, que nos permita conocerlo verdaderamente. Que Él ilumine nuestros corazones, para que podamos valorar la esperanza a la que hemos sido llamados, y los tesoros de gloria que encierra su herencia; en definitiva, que nos ayude a tomar consciencia de cuánto nos ama. A María, Madre de la Luz, que en este tiempo podamos "acopiar" luz, para iluminar las situaciones que vivamos en este año que comenzamos.