Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 29 de julio de 2017

Domingo XVII del tiempo ordinario, ciclo A.

1ª lectura: Primer Libro de los Reyes 3,5-6a.7-12; Salmo 119(118),57.72.76-77.127-128.129-130; 2ª lectura: Carta de San Pablo a los Romanos 8,28-30; Evangelio según San Mateo 13,44-52.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que se nos regala como tesoro escondido en el campo; se nos regala pero de una manera que respeta nuestra libertad, de una manera que implica que decidamos si aceptarlo o no. ¡Qué bueno es Dios!, que siendo el Creador y Rey del universo, es capaz de abajarse de ser aceptado o no por nosotros.

Hemos leído en estos domingos, diversas parábolas de Jesús acerca del Reino de los Cielos. Es necesario en este momento hacer una distinción entre el género de parábolas y el de las alegorías, para tratar de comprender mejor qué quiere enseñar Jesús.
Muchas veces leemos las parábolas como si fueran alegorías, llegando a conclusiones que nos desconciertan. En una alegoría, cada elemento que la integra tiene un significado propio que viene a hacer su aporte al concepto general que se quiere trasmitir. Al analizar las parábolas con esta mentalidad, llegamos a pensar, por ejemplo, en que el dueño de la viña que paga lo mismo al que trabajó todo el día como al que trabajó una sola hora es muy injusto; sin embargo, la parábola quiere enseñar que Dios es gratuito con nosotros, y nos espera hasta último momento. Es que, en la parábola debemos centrarnos en la enseñanza que trasmite y no en los detalles "escenográficos".

Así, la parábola del tesoro escondido y la perla preciosa nos trasmiten un mensaje, y no debemos distraernos en otros detalles.

Primero: el Reino de los Cielos es el cumplimiento de la Voluntad del Padre, esto es, el sueño que Dios tiene para todos nosotros, en el que seremos plenamente felices en comunión con Él y nuestros hermanos. Este Reino se nos regala como un tesoro, pero está escondido, requiere nuestra decisión, nuestra libertad. Segundo: este sueño de Dios para nosotros merece que nos entreguemos completamente, "que vendamos todo lo que tenemos" y "compremos el campo donde está el tesoro". Es importante distinguir que se compra el campo, no el tesoro: el tesoro se nos da gratuitamente, pero espera una decisión libre de nuestra parte.

Si sirve para comprender mejor la imagen, yo viví algo parecido con mi vocación. Mucha gente me ha preguntado por qué si era feliz como maestro, decidí dejar todo para entrar en el Seminario. Es que, aunque me sentía realizado como persona, descubrí que Dios me regalaba una vocación al sacerdocio, en la que iba a ser feliz ayudando a ser felices a los demás. Fue para mí como descubrir un tesoro escondido en el campo. Decidí "vender todo", dejar todo, aceptar el dolor que produce quedarse "sin nada", el desconcierto de abandonar todas mis seguridades, para apropiarme de este tesoro, que para mí es la vocación sacerdotal. Y ciertamente en estos dos meses y medio de ministerio, el Señor ya me ha devuelto el ciento por uno. El Reino de los Cielos, el sueño de Dios para nuestra vida es invalorable, está por encima de todo valor, y por eso, merece que "vendamos todo", para apropiárnoslo.

Algo parecido le pasó al Rey Salomón. Podría haberle pedido a Dios ser el rey más rico y poderoso del planeta, pero pidió discernimiento y sabiduría, para servir según el corazón de Dios.

Este tipo de decisiones exigen coraje y entrega, Sabemos que implica "nadar contra la corriente", y ésto no es fácil. Por eso, San Pablo nos recuerda "que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman", que para los que creemos en Él, no existen situaciones negativas, sino oportunidades de crecer aún en la mayor dificultad, "esperando contra toda esperanza", sabiendo que "todo lo puedo en Aquél que me fortalece".

A este Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a descubrir su tesoro y a "vender todo por él"; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que supo dejar su proyecto de joven hebrea para convertirse en la Madre de Dios, que nos regale discernimiento, para no encandilarnos con tesoros baratos y busquemos al Verdadero Tesoro, el único que puede hacernos plenamente felices.

domingo, 23 de julio de 2017

Domingo XVI del tiempo ordinario, ciclo A.

1ª lectura: Sabiduría 12,13.16-19; Salmo 86(85),5-6.9-10.15-16ª; Romanos 8,26-27; Evangelio según San Mateo 13,24-43. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que cuida de todos, que es compasivo y misericordioso.

Si bien la explicación que Jesús hace de la parábola del trigo y la cizaña es clara, al igual que el domingo pasado, creo que es bueno profundizar sobre algunos aspectos para evitar confusiones. 
La parábola nos presenta al dueño de un campo que siembre trigo, pero junto con él crece cizaña sembrada por el adversario. 
La explicación de Jesús utiliza los esquemas que comprendían los judíos de su tiempo, que creo deben ser actualizados para comprender el mensaje de la parábola. Las personas que rodeaban a Jesús en aquél tiempo pensaban en categorías del tipo blanco/negro, bueno/malo, está conmigo o contra mí. Por eso, nuestra primera reacción es pensar, los buenos son como el trigo / los malos son como la cizaña. ¿Dónde entramos nosotros? Y claro, en el trigo. Yo diría: ¡ojalá!, ojalá fuésemos siempre como el trigo, pero la verdad es que muchas veces nos parecemos más a la cizaña. Creo que las dos únicas personas que son trigo puro son Jesús y María, el resto, a veces somos como la cizaña. También debo decir que salvo “el adversario”, es difícil encontrar personas que sean sólo cizaña. Muchas veces las personas menos amables son en el fondo personas profundamente heridas, que muchas veces no se comportan libremente, y que no saben vivir sin compartir su herida dañando a otros. Por todo esto, esta parábola viene a decirnos: “no juzgues, y no serás juzgado”, “con la misma medida en que juzgues a los demás, serás juzgado”; sólo a Dios le está reservado el juicio, porque Él nos conoce en profundidad, y espera hasta el último momento por nuestra conversión; por eso, “no cortes la cizaña…”, no juzgues, eso le está reservado a Dios. 
Pero frente a nuestra propia cizaña, como dice el salmista, Dios es bondadoso, compasivo, indulgente, rico en misericordia, lento para enojarse, rico en amor y fidelidad. Obviamente, Él espera que seamos cada vez mejores personas, pero nos acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes. Como dice el libro de la Sabiduría, Él cuida de todos, juzga con serenidad, nos gobierna con gran indulgencia, y siempre da lugar al arrepentimiento. Por esto, como dice el salmista, nos postramos para glorificarlo, porque es el único que obra estas maravillas en nosotros.
Ser como el trigo, según nuestra debilidad no es fácil, ya lo sabemos. Por eso, San Pablo viene hoy a darnos ánimo, diciéndonos que el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, y ora en nuestro interior con gemidos inefables, que sólo Dios entiende; Él sondea nuestros corazones y pide por nuestras necesidades más hondas. Él nos ayuda a ser cada día mejores discípulos de Jesús, de manera que podamos ser para nuestros hermanos dignos testimonios de su presencia, y así nos convertimos como la levadura en la masa, y a través de nosotros nuestros hermanos se encuentran de alguna manera con Jesús. 
No debemos temer que somos pocos. Dios siempre actúa en lo sencillo, en lo débil, en lo pobre. Él hace que un granito de mostaza se convierta en la más grande de las plantas del huerto. No importa que seamos pocos… pero sí importa que los pocos seamos fermento, mostremos con nuestra vida que seguir a Jesús llena de sentido nuestra vida, y que sólo Él nos puede hacer plenamente felices.
A este Dios tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a seguir tomando conciencia de su amor y misericordia; y a María, Madre del Amor, que nos ayude a abrir nuestro corazón a la acción de Espíritu, para que podamos ser dignos testigos de este mismo Amor.