Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

martes, 31 de marzo de 2015

Martes Santo.

1ª lectura: Isaías 49,1-6; Salmo 71(70),1-2.3-4a.5-6ab.15.17; Evangelio según San Juan 13,21-33.36-38.

¡Qué bueno es Dios!, que es fiel a su amor por nosotros hasta las últimas consecuencias.

Esta semana está cargada de claroscuros. Encontramos la oscuridad de quienes ansían detener y matar a Jesús; la oscuridad de la traición de uno de los discípulos, Judas Iscariote; la oscuridad de la soledad de Jesús porque sus discípulos no entienden nada. Pero esta oscuridad, como en las obras de arte, viene a destacar la luz del amor fiel de Jesús hasta la muerte. Él es la Luz, y las tinieblas no pudieron vencerla.

Contemplamos en el evangelio parte de la Última Cena. En ella Jesús instituye la Eucaristía y dirige a los discípulos sus últimas recomendaciones. Conmovido, Jesús anuncia la traición de uno de los suyos, lo que provoca la salida de Judas, que se va a la oscuridad de la noche. Los demás discípulos siguen sin enterarse de lo que está pasando, y de lo que va pasar Jesús en las próximas horas.

Ahora comienza, en San Juan, la hora de la glorificación de Jesús, que coincide con su Pasión. La gloria se manifiesta en un amor fiel que vence al odio, a la traición, a la negación, a la oscuridad y la muerte.

Una vez más Pedro no resiste su impulsividad. Frente al anuncio de Jesús de que todos lo abandonarían, responde que él jamás lo hará, y de que daría su vida por Jesús. Pedro aún no ha tomado contacto con su fragilidad, aún se cree invencible. Jesús anuncia su triple negación.

Odio, traición, negación, oscuridad y amenaza de muerte: sólo un amor infinito puede justificar la entrega fiel de Jesús. Es que, como dice Isaías, somos valiosos a los ojos de Dios. Él nos ama tanto, al punto de tolerar nuestros desprecios. Aunque nosotros nos alejemos de Él, Él no se aleja; aunque nosotros fallemos, Él no falla; por eso podemos decir que es nuestra fortaleza, nuestro refugio, nuestra Roca salvadora y nuestra seguridad. Pero como he dicho varias veces. 

Un amor así no resiste ser encerrado egoístamente en nuestro corazón, pide salir, comunicarse a los demás. Por esto, Dios nos dice a través de Isaías:  "Es demasiado poco que seas mi Servidor... yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra". 

A este Dios que es tan bueno, le vamos a dar gracias por amarnos tanto, y le vamos a pedir que nos ayude a tomar conciencia de su amor; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, Madre de la Luz y el Amor, le vamos a pedir que podamos ser como ella misioneros que lleven la luz a los demás y el anuncio de que Dios nos ama, y nos regala su salvación.

lunes, 30 de marzo de 2015

Lunes Santo.

1ª lectura: Isaías 42,1-7; Salmo 27(26),1.2.3.13-14; Evangelio según San Juan 12,1-11.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que por amarnos tanto, acepta nuestras muestras de amor, aunque sean irracionales, o alocadas a los ojos de los demás.

La Iglesia nos propone meditar hoy una escena del evangelio hermosa por demás, la cena de Jesús con sus queridos amigos de Betania. Si recordamos, el domingo anterior a Ramos meditamos la resurrección de Lázaro. Hoy los tres hermanos celebran este hecho y ofrecen a Jesús en agradecimiento esta cena. Lázaro no habla, pero su sola presencia dice tanto como para que las autoridades judías planeen matarlo, ya que, muchos al ver a Lázaro vivo comenzaban a creer en Jesús. Marta está sirviendo, pero no como aquella vez en que pidió a Jesús que rezongara a su hermana por no ayudarla en los quehaceres de la casa. Y María… merece un capítulo aparte.

María hace un gesto que incomoda a todos, menos a Jesús. Ella derrama a los pies de Jesús este perfume de nardo puro, que en la época costaba el sueldo de todo un año, y luego los seca con sus propios cabellos. Es un gesto de amor y gratitud fuera de serie. Imagino a Jesús apreciar este gesto con una actitud orante, este gesto lo habrá hecho orar a su Padre, y a su vez contemplar con sagrado respeto el misterio de la libertad humana. Judas se escandaliza, poniendo como excusa la ayuda a los pobres, pero Jesús rescata este gesto y a esta mujer, y anticipa lo que pronto sucederá, su Pasión y muerte.

Hoy la comunidad está reunida en torno a Jesús. En ella hay personas a las que Jesús les cambió la vida: Lázaro, Marta, y María; y otras que se resisten a ello como Judas. Hoy se mezclan la alegría y gratitud de los amigos de Jesús por la vida, y la incomprensión, el odio y los deseos de muerte de quienes rechazan a Jesús. Pero Jesús admitía conscientemente en su comunidad a Judas, porque si Dios no le mostraba su amor, ¿quién lo iba a hacer? Esto para decir que la comunidad nunca es perfecta, y que los que la integramos somos muy diferentes -gracias a Dios- con nuestros defectos y virtudes; pero en definitiva es Dios quien nos ama, y porque nos ama nos llama a vivir en comunidad aceptándonos tal como somos. Por esto, estamos invitados/as a aceptarnos de la misma manera, a respetar nuestras diferencias y relacionarnos con su amor.

De esta manera se cumplirá en nosotros las palabras del profeta Isaías, que si bien están dedicadas a Jesús, perfectamente se aplicarían a nosotros como comunidad-Cuerpo de Cristo: “Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él… Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas”. Por esto podemos decir con el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, a quién temeré”.  

Es cierto que vivir en comunidad no es fácil, que no es fácil amar como Jesús ama, pero Él nos da la fuerza. Como también dice el salmista: “Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor”.

Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a amar a nuestros/as hermanos/as de comunidad como Él nos ama, y a María, Madre del amor, que nos ayude a tomar conciencia que “Jesús nos salvó para vivir en comunidad”. 

domingo, 29 de marzo de 2015

Domingo de Ramos, Ciclo B.

1ª lectura: Isaías 50,4-7; Salmo 22(21),8-9.17-18a.19-20.23-24; 2ª lectura: Filipenses 2,6-11; Evangelio según San Marcos 14,1-72.15,1-47. 


Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que por su gran amor envió a Jesús que nos salvó para vivir en comunidad. Este es el lema que queremos proponerles para vivir en esta semana santa: “Jesucristo nos salvó para vivir en comunidad”, y paso a explicar su significado.

Pido disculpas a quienes ya me han escuchado decir cosas parecidas. Dios nos creó por amor, para ser felices, viviendo en comunidad con Él. Nos creó para vivir en comunidad. Este era su proyecto. Pero en los inicios de la historia el ser humano quiso sacar a Dios mismo de la comunidad, y hacerse una a su antojo. Así rompió la relación de amistad con Dios, y en consecuencia, si con Dios tenía todo, al romper la relación con Él perdió todo, y se rompieron las demás relaciones: consigo mismo, el ser humano empezó a sentir vergüenza, culpa; con los demás, echó la culpa a los otros; con la Creación, le echó la culpa a la Creación. Esto lo conocemos con el nombre de pecado original, y sus heridas permanecieron en la naturaleza humana. Pero inmediatamente Dios, por su gran amor, prometió que vendría un Salvador que sanaría todas las heridas y reconciliaría al ser humano con Dios.

En la Plenitud de los Tiempos, como dice San Pablo, “Jesús, siendo de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”… Y siendo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, fue fiel al proyecto de amor del Padre hasta la muerte y muerte de cruz. “Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor"”. Lo que celebramos en esta semana santa es que Jesús, siendo fiel, nos salvó, sanó todas las heridas del pecado original, reconcilió todas las cosas con Dios por su Cruz, permitiéndonos vivir en comunidad con Él y con nuestros hermanos. Porque la salvación no es egoísta, ni individualista; la salvación es comunión con Dios y con nuestros hermanos; la salvación es vivir en comunidad con Dios, y con nuestros hermanos, por eso es que decimos: “Jesucristo nos salvó para vivir en comunidad”, y de esta manera ser felices.

Pero la semana santa es también un itinerario para llegar a comprender esta verdad tan profunda. Queremos proponerles descubrir el camino de la comunidad de los discípulos, y el de nuestra propia comunidad en este itinerario de salvación.

Hoy celebramos el Domingo de Ramos. Hoy la comunidad celebra la entrada de Jesús en Jerusalén como el Rey que llega. Pero existe confusión en la comunidad. Ven a este Rey como un líder político, que resolverá la situación del pueblo. Sería bueno preguntarnos como comunidad, si la imagen que nos formamos de Jesús muchas veces es alejada de lo que nos muestra el Evangelio, si pretendemos que Él resuelva nuestra vida como si fuese arte de magia, aún a costa de suspender nuestra libertad. A veces parte de la comunidad, generalmente los que sólo vienen hoy, se confunde con el ramo que se llevan, creyendo casi en sus poderes mágicos, olvidándose que en realidad el ramo nos recuerda el comienzo de una semana, en la que Jesús, por amor a nosotros entregó su vida y nos salvó para vivir en comunidad.

Pero la comunidad de discípulos, confundida ahora por el fervor de la multitud que aclama a Jesús como Rey, siente en su interior que no todo está bien. Jesús anunció tres veces su muerte en Jerusalén, así que frente a los tonos alegres de la fiesta se contraponen los tonos graves de la amenaza del mal y la muerte.

Esta semana no puede ser una semana más. En ella celebramos el centro de nuestra historia y de nuestra vida, en ella celebramos la verdad más real de la historia: Dios nos ama a cada uno/a tanto, que es capaz de dar su vida por cada uno/a; no existe ni existirá nadie que nos ame tanto; su amor es capaz de llenar nuestro corazón; si somos conscientes de esto nunca más nos sentiremos solos, ni poco amados. Celebramos que “me amó y se entregó por mí”, que nos salvó para vivir en comunidad y así ser felices.

Vamos a pedirle a Él que abra nuestro corazón a esta Verdad; y a María, que vivió como nadie este camino mezclado de dolor y alegría, que nos ayude a sentirnos muy amados de Dios, y a comprender que “Jesús nos salvó para vivir en comunidad”.  

miércoles, 25 de marzo de 2015

Solemnidad de la Anunciación del Señor

1ª lectura:  Isaías 7,10-14.8,10c; Salmo 40(39),7-8.9.10.11; Hebreos 10,4-10; Evangelio según San Lucas 1,26-38.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús se hizo uno de nosotros igual en todo, menos en el pecado.

Celebramos hoy la Anunciación del Señor, es decir, el momento en que el Ángel le anunció a María de que iba a ser la Madre de Dios y, gracias al Sí de María, es también el momento de la Encarnación del Salvador del mundo. Celebramos que Dios es fiel y cumple sus promesas.

Hoy se cumple la Promesa hecha a nuestros primeros padres, luego de que rompieran su relación con Dios por el pecado original, y dejaran a la humanidad herida en su naturaleza: la Promesa de que vendría un Salvador que sanaría a la humanidad herida.

Esta Promesa se transmitió de generación en generación, y profetas como Isaías comenzaron a anunciar la manera en que se iba a cumplir: "Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel. Porque Dios está con nosotros."

Ya que nosotros no fuimos capaces de reconciliarnos con Él, fue Él el que se hizo uno de nosotros, igual en todo menos en el pecado, para demostrarnos que la fidelidad es posible. Desde entonces el ser humano no puede decir que está solo, "Porque Dios está con nosotros."   

Es un misterio inmenso: el Creador y Rey del Universo, por amor se hizo el más pequeño e indefenso en un bebé. Él, que lo puede todo, eligió necesitar de nosotros, de una madre y un padre que lo cuidaran. Él, siendo el más rico, por amor, se hizo el más pobre.

Este misterio de la Encarnación está estrechamente unido al  de la Pasión que nos disponemos a celebrar la próxima semana. En la Cruz, Jesús se hace el último, y asume lo más profundo de nuestra humanidad. En la Cruz, Jesús asume nuestra oscuridad, nuestra falta de amor, nuestra culpa, nuestro pecado y nuestra muerte; y por su amor fiel, en la Resurrección lo cambia cor luz, perdón, sanación y vida, "porque no hay nada imposible para Dios". 

A este Dios que nos ama tanto, vamos a pedirle que nos ayude a abrazar y amar este misterio de su Encarnación; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos regale una disponibilidad al Espíritu como la suya, para que podamos decir como ella, "Yo soy la servidora/el servidor del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho".  

lunes, 23 de marzo de 2015

Domingo V de cuaresma, ciclo B.

1ª lectura: Jeremías 31,31-34; Salmo 51(50),3-4.12-13.14-15; 2ª lectura: Hebreos 5,7-9; Evangelio según San Juan 12,20-33.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que  en Jesús se hizo uno de nosotros igual en todo, menos en el pecado, y por su fidelidad hasta la muerte fue causa de Salvación para todos.

Estamos  celebrando el quinto domingo de cuaresma. Estamos a sólo siete días de la semana santa, la semana más importante en la vida del cristiano, la semana en la que celebramos el amor fiel de Dios que se entrega por nuestra salvación. Dije celebremos, no recordamos, porque para nosotros el celebrar implica actualizar este amor en nosotros, es decir, en semana santa celebramos que HOY Jesús se entrega por nosotros y nos salva; de ahí la importancia de prepararse adecuadamente durante la Cuaresma.

Esta entrega de amor de Jesús en la Cruz fue anticipada en la Última Cena, cuando Jesús instituyó la Eucaristía, y con ella una Alianza nueva y eterna con el ser humano, Alianza que selló con su sangre derramada en Cruz. Esta Nueva Alianza fue profetizada, como leímos en el texto de Jeremías, cerca de unos cuatrocientos cincuenta años antes de Jesús. En esta Nueva Alianza, Dios inscribiría su ley en nuestros corazones. Esta ley es el mandamiento del amor, que Jesús enseñó de palabra y obra. Esta Nueva Alianza no puede romperse gracias a la fidelidad de Jesús, cómo sí se rompió la antigua a causa de la infidelidad del pueblo. En esta Nueva Alianza todos conocerán al Señor, desde el más chico al más grande; en Jesús, podemos decir que conocemos a Dios, ya que, como dice San Juan, quien ve al Hijo, ve al Padre. Esta Nueva Alianza nos regala el perdón de nuestros pecados.

La entrega de Jesús en la Cruz es denominada por San Juan como "la hora". Para este Evangelista, la hora de la glorificación corresponde a la hora de la Cruz, que comienza con la Última Cena. Es la hora de la encrucijada, entre la amenaza de muerte que se cierne sobre Jesús, la posibilidad de escapar y esconderse, y la necesidad de ser fiel para salvarnos. Pero Jesús opta por la fidelidad, y gracias a su amor fiel, nos sanó y salvó. Como dice el texto de la Carta a los Hebreos, así el llegó a la perfección, y llegó a ser causa de salvación para la humanidad. Esto explica la expresión de Jesús, "cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". La Cruz-Resurrección se convierte en el Centro de la historia y del universo, porque en este acontecimiento, todas las cosas fueron reconciliadas con Él. La Cruz unifica y sana nuestras dualidades. Ella, signo de la tortura y muerte más cruel, se convierte en signo de amor fiel que da una vida nueva; ella, signo de fracaso para los seres humanos, se convierte en el gran signo de la victoria de Dios; ella, signo de la gran oscuridad que se cierne en torno a Jesús, se convierte en fuente de luz que ilumina los rincones más oscuros de nuestra vida; ella, el episodio más absurdo de la historia (matar al que más nos ama, matar a Dios), por el poder y amor de Dios, se convierte en el acontecimiento más pleno de sentido, y desde entonces, toda situación humana, hasta la más incomprensible puede recibir de ella luz y sentido. La Cruz-Resurrección también sana nuestros dualismos: ella asume nuestras virtudes y defectos, nuestras alegrías y tristezas, nuestras faltas de amor, y nuestras entregas solidarias; ella es el centro de la vida del cristiano.

A este Dios que es tan bueno, que entrega su vida para salvarnos, le vamos a pedir, como el salmista, que purifique nuestro corazón, que lo limpie de todo aquello que nos aleja del Él, para que la Pascua nos encuentre reconciliados con Él y nuestros hermanos; y a María, Madre de la Luz y el Amor, le vamos a pedir que nos ayude a ser dóciles a la acción del Espíritu, para que podamos ser como ella servidores de Jesús, para que donde esté Jesús, estemos también nosotros.

lunes, 16 de marzo de 2015

Domingo IV de Cuaresma, ciclo B.

1ª lectura: Segundo Libro de Crónicas 36,14-16.19-23; Salmo 137(136),1-2.3.4-5.6; 2ª lectura: Carta de San Pablo a los Efesios 2,4-10; Evangelio según San Juan 3,14-21.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que, como dice San Pablo, es rico en misericordia, y por el gran amor con que nos amó, nos salvó gratuitamente.

Estamos celebrando el cuarto domingo de Cuaresma, que la Tradición dignó llamar Domingo de Laetare. Este domingo significa un pequeño alto en la cuaresma, como un descanso. Estamos haciendo un camino de preparación a la Pascua, y en este tiempo se nos ha pedido que cambiemos nuestras actitudes, que crezcamos en la vivencia del mandamiento del amor, y que seamos misericordiosos como lo es nuestro Padre. Esto exige un esfuerzo. En este domingo nos encontramos con el por qué de tal esfuerzo, el fundamento de lo que hacemos. Este por qué, es el amor gratuito de Dios que nos salvó en Jesús.

Aunque nos apartamos de Dios con nuestros pecados, como leímos en el libro de las Crónicas, no haciendo caso de su Palabra, no escuchando a sus enviados, eligiéndonos ídolos en vez de elegirlo a Él, y aunque esta situación nos lleva a sentirnos desolados como lo expresa el salmo que leemos hoy, sabemos que el amor de Jesús fiel hasta la muerte, y muerte de Cruz, nos sanó y salvó. 

Leímos en el evangelio la referencia a un episodio de la vida de Moisés relatado en el capítulo 21 del libro de Números. En ese texto se relata cómo el pueblo, en camino por el desierto sintió hambre y sed, y murmuraron contra Dios y Moisés. Entonces unas serpientes los herían de muerte. Dios pidió a Moisés que fabricara una serpiente y la colocara sobre un bastón, y quien miraba este signo era sanado. La tradición cristiana desde muy antiguo vinculó este hecho con la Cruz de Jesús, porque así como la serpiente era causa de muerte, y el poder y amor de Dios la transformó en signo de sanación en el bastón de Moisés, así la Cruz, signo de la peor muerte que podía sufrir una persona en el tiempo de Jesús, por el amor y poder de Dios se transformó en signo de sanación y salvación para toda la humanidad. Y esto porque Dios "amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él." 

Jesús es la luz que viene a iluminar nuestras oscuridades. Nosotros, a decir de San Pablo, somos hijos de la Luz, e hijos del día; no lo somos de la noche y las tinieblas, por eso estamos llamados a vivir como hijos de esta Luz. Porque  "por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo". Fuimos "salvados gratuitamente", no hemos hecho nada para merecerlo, de modo que podamos decir como San Pablo "Dios me libre gloriarme si no es en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo", Dios me libre gloriarme de otra cosa que no sea su amor fiel hasta la muerte que nos sana y salva.

A este Dios tan bueno vamos a pedirle que nos ayude a ser cada día más conscientes de su amor; y a María, Madre de la Luz y del Amor, que nos ayude a ser misioneros de esa Luz y Amor para tantos/as hermanos/as que lo necesitan, y no saben que Dios nos ama, y quiere que seamos felices en plena unión con Él y nuestros hermanos.

sábado, 7 de marzo de 2015

Domingo III de Cuaresma ciclo B.

1ª lectura: Exodo 20,1-17; Salmo 19(18),8.9.10.11; 2ª lectura; Carta I de San Pablo a los Corintios 1,22-25;  Evangelio según San Juan 2,13-25.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, cuya sabiduría nos salvó.

Esto es lo que el Apóstol San Pablo nos quiere trasmitir en el fragmento de la carta que leímos, cuando dice que predicamos a Cristo crucificado, fuerza y sabiduría de Dios.

En este camino de cuaresma que estamos recorriendo, hoy la Iglesia nos invita a meditar el fragmento del evangelio donde Jesús expulsa a los vendedores del templo quienes, en palabras de Jesús, habían convertido a la casa de su Padre en una casa de comercio, y que lucraban con la fe del pueblo. Las autoridades religiosas del templo tenían relaciones de interés con los vendedores y, por esto, enojados preguntaron a Jesús quién le había dado autoridad para hacer algo así, expresado en la frase "qué signos haces para obrar así". Jesús les responde con el gran signo de su futura resurrección, en las palabras "destruyan este templo y en tres días lo levantaré", frase que no comprendieron. Muchos, al ver los signos que hacía creían en Él, y las autoridades religiosas de los judíos empezaron a mirar a Jesús como una amenaza a sus intereses.

Este episodio ocurrió cuando se acercaba la Pascua de los judíos. Nosotros también estamos preparando el corazón para la Pascua cristiana, y esta actitud de Jesús es una invitación a expulsar del templo de nuestro espíritu, a todos los intrusos que se nos han ido metiendo: el egoísmo, el materialismo, el olvido de los hermanos, el deseo de poder y poseer, y tantos otros "ídolos" que vamos introduciendo en nuestra vida.

Para ayudarnos a realizar esta tarea, en la primera lectura se nos recuerdan los mandamientos, estas "señales" para no salirnos del camino de la comunión con Dios y nuestros hermanos, estos consejos para expulsar a los intrusos de nuestro corazón. Por esto, el salmista nos dice que la ley del Señor es perfecta, pura y alegra el corazón. Pero esta ley encontró su máxima expresión en el mandamiento del amor que nos dejó Jesús, de palabra y obra.

La Pascua a la que nos estamos preparando, es la manifestación más perfecta del mandamiento del amor. En la Cruz, Jesús es fiel al Proyecto del Padre de amarnos hasta las últimas consecuencias. Pero como dice San Pablo, este episodio fue "escándalo para los judíos y locura para los paganos", y aún hoy sigue siendo un hecho difícil de aceptar. Sin embargo, fue manifestación de la sabiduría y poder de Dios, una sabiduría que conoce hasta el último rincón de nuestro ser y nos empapa en su misericordia; un poder capaz de devolver bien por mal, vida por muerte, amor por odio.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a expulsar de nuestro corazón todas aquellas cosas que nos alejan de Él; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, le vamos a pedir tener un corazón dócil a la acción del Espíritu, que nos ayude a prepararnos adecuadamente a celebrar el infinito amor de Dios que se entregó por nosotros y nos salvó.   

domingo, 1 de marzo de 2015

Domingo II de Cuaresma, ciclo B.

1ª lectura: Génesis 22,1-2.9a.10-13.15-18; Salmo 116(115),10.15.16-17.18-19; 2ª lectura: Romanos 8,31b-34; Evangelio según San Marcos 9,2-10.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que hoy nos dice a cada uno "este es mi hijo amado".

En este tiempo de cuaresma, en el que estamos invitados a preparar el corazón para celebrar la Pascua, la Iglesia nos invita este domingo a meditar el misterio de la Transfiguración del Señor. El texto que leemos está dotado de una profundidad digna de análisis.

El episodio sucede en un monte. El monte es en la Biblia el lugar por excelencia para el encuentro con Dios. Los discípulos que acompañan a Jesús, Pedro, Santiago y Juan, son los invitados a acercarse más que los demás a la manifestación de la Persona de Jesús. Ven junto a Jesús a Moisés y Elías. Moisés también tuvo un encuentro con el Señor en un monte: allí Dios le entregó las tablas de la ley, o las señales que nos ayudan a vivir una vida según su Voluntad. Jesús es el nuevo Moisés, que lleva a su plenitud la ley, al condensarla en el mandamiento del amor. Elías, profeta legendario de Israel, también tuvo una manifestación de Dios en el monte, y lo descubrió en un momento de crisis, no en un fenómeno espectacular, sino en una suave brisa. Jesús es, entonces, la síntesis perfecta entre Moisés y la ley, y Elías como gran profeta.

Una vez más, es Pedro el que no puede poner freno a sus impulsos, y sintiéndose tan a gusto en esa situación, pregunta a Jesús si puede hacer tres carpas. Nosotros podemos entender a Pedro; su reacción es normal. ¿Quién de nosotros, cuando se siente bien en algo, no quiere permanecer en esa situación? ¿Cuál es el error de Pedro? El error no es querer permanecer en esa situación de felicidad; el error es querer saltearse etapas, y olvidarse de la misión. Si permanecen en el monte, se evitan la Pasión y la Cruz, y Jesús no sería fiel a su misión, y no nos salvaría. También nosotros, muchas veces nos acomodamos en las seguridades que nos construimos, pero la fe nos pide siempre dar un paso más, y abandonar nuestras seguridades.

De pronto se escucha una voz del Cielo: "Tú eres mi Hijo amado". Gracias al bautismo formamos parte del Cuerpo de Cristo y, en consecuencia, todo lo que se dice de Jesús, se puede decir de nosotros. Gracias al bautismo, hoy Dios nos dice a cada uno de nosotros "Tú eres mi Hijo amado", y así nos revela nuestra más profunda identidad. Frente a un mundo que nos quiere hacer creer que somos máquinas de producción y consumo, frente a tantas personas que nos hacen sentir que no importamos, frente a tantas situaciones que nos hacen dudar de nuestro valor, es bueno recordar que ninguna de estas expresiones nos definen realmente; nuestra identidad más real es la de ser hijos amados de Dios. Si fuésemos realmente conscientes de lo que esto significa, no tendríamos problemas de autoestima, no nos sentiríamos solos ni poco amados.

Finalmente deben bajar del monte. No hay salvación ni Cielo, sin ser fiel a la misión que Dios encomendó a Jesús, fidelidad que pasa por la Cruz. Jesús les ordena no contar lo sucedido a nadie. ¿Por qué lo hace? Un episodio así despertaría la fe de tanta gente. Pero Dios respeta nuestra libertad,y por eso decide seguir revelándose progresivamente, para dejarnos la posibilidad de decidir creer o no en Él; además, generaría la confusión en la gente de creer que Jesús es un súper hombre capaz de solucionar los problemas del mundo, olvidando que su Misión es reconciliarnos con Dios.

La fidelidad de Jesús es lo que rompe las cadenas que nos atan y nos impiden ser felices, como lo sugería el salmista. Por eso, San Pablo nos dice que, en Jesús, Dios nos dio todo.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a seguir tomando conciencia de cuán amados somos por Él; y a María, nuestra Madre, que nos ayuda, vamos a pedirle que nos regale tener un corazón dócil a la acción del Espíritu, para que podamos prepararnos adecuadamente para celebrar la pascua, y poder entender este misterio de un Dios que nos ama hasta entregar su propia vida por nosotros.