Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

viernes, 22 de julio de 2016

22 de julio: Santa María Magdalena.

Cantar de los Cantares 3,1-4a; Salmo 63(62),2.3-4.5-6.8-9; Evangelio según San Juan 20,1-2.11-18. 

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios! que nos ama y acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes. Santa María Magdalena es un ejemplo más de esta realidad.

Celebrar la memoria de María Magdalena es celebrar la maravilla del amor de Dios que transforma nuestra vida.

La tradición ha asociado a esta mujer a la prostitución, pero en ninguna parte del evangelio se nos dice tal cosa, sino que el Señor de ella "expulsó siete demonios". Sabemos que el número siete en la Biblia es sinónimo de algo que está completo, acabado; decir que alguien tiene siete demonios es decir que está completamente perdido. María Magdalena era un "caso perdido" para la sociedad de la época de Jesús; pero no así para Dios, que veía en ella a una hija amada, con mucha riqueza para salvar. Con esta mirada Jesús la incluye entre sus discípulas, y sólo esto ya es sanador para ella. Jesús le devuelve su dignidad de persona y de hija de Dios; le ayuda a rescatar de su interior la riqueza que Dios le había regalado y que ella desconocía. Ella es como la mujer del Cantar de los Cantares, que busca al amor de su vida, como dice el salmo, como tierra sedienta, reseca, agostada, sin agua. Pero ha errado en la búsqueda, buscando el amor y la vida fuera de Dios. Esa búsqueda en lugares equivocados la terminó convirtiendo en un "caso perdido". Pero Jesús, el Buen Pastor, la encontró, y la cargó sobre sus hombros. Desde entonces, María Magdalena se convierte en una de las discípulas más cercanas.

El episodio del evangelio nos muestra a María Magdalena en una nueva búsqueda, esta vez, acertada, del amor de su vida. Lo busca de noche, en la noche que le provoca la muerte de su Maestro y Amigo, en la oscuridad de sentido que le provoca este acontecimiento. Un llamado común, "mujer", no la hace reaccionar, pero el ser llamada por su nombre hace que identifique a Jesús, de inmediato. El Evangelio no nos dice qué hizo María al reconocerlo, pero sabemos que se aferró a Él, en una actitud perfectamente normal que provoca el reencuentro con el ser que quiero tanto: como que con su actitud dice "te perdí una vez, ahora nadie me va a alejar de Ti". Sin embargo, Jesús le pide que lo suelte. No es una actitud negativa de Jesús, sino que, como Buen Maestro, sigue enseñando, y ahora le enseña a la discípula que no puede apropiarse de Dios, lo puede amar pero no intentar retenerlo para sí. Este Amor pide comunicarse, y por eso, Jesús la envía a misionar: Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'. La que era un caso perdido, por el Amor de Dios, es transformada en la primera misionera de la Resurrección.

A este Dios tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a tomar conciencia de que Él nos ama y acepta tal como somos, a aceptar a los demás con sus defectos y virtudes; y a María Virgen, Madre de Misericordia, que nos ayude a hacer como María Magdalena, escuchar la Palabra de Jesús, y ponerla en práctica.

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