Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 28 de mayo de 2016

Solemnidad de Corpus Christi, ciclo C.

1ª lectura: Génesis 14,18-20; Salmo 109,1-4; 2ª lectura Carta I a los Corintios 11,23-26; Evangelio según San Lucas 9, 11b-17.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que porque nos ama se hizo pan que nos alimenta y nos regala la vida eterna.

Celebramos hoy la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, una oportunidad para profundizar sobre el significado y la importancia de la Eucaristía en nuestra vida.
¡Qué bueno es Dios!, que nos conoce en profundidad, y porque sabe que necesitamos signos concretos, eligió permanecer entre nosotros en forma de un poco de pan y vino consagrados.

Como decimos luego de la consagración, “este es el sacramento/misterio de nuestra fe”. Como dijimos la semana pasada, es un misterio, algo que se nos manifiesta aunque no por completo, que nos implica, pero no se deja poseer por completo, que no se ajusta a nuestros esquemas mentales, pero si creemos en él transforma nuestra vida.

Sabemos que la Eucaristía fue instituida por el mismo Jesús en la Última Cena. En esa cena, Jesús instruyó por última vez a los discípulos antes de la Pasión. Fue una comida pascual. Los judíos celebraban en ese día la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Celebraban la Alianza que Dios hizo con su pueblo, como leemos en el libro del Éxodo. Jesús cambió por completo el significado de esa comida al decir que el pan partido es su Cuerpo, y el cáliz, es el cáliz de la alianza nueva y eterna, de la sangre que será derramada para la salvación del mundo. De esta manera anticipó su acto de amor extremo en la Cruz, donde su carne será despedazada, y su sangre derramada, donde por su fidelidad nos reconcilió con Dios, nos salvó. Al agregar "hagan esto en memoria mía", pensó en nosotros, en todos aquellos que no estuvimos presentes en la Cruz, para que hoy, al celebrar la Eucaristía, actualicemos en nosotros los efectos salvíficos de la Cruz. Así es que la Eucaristía es un gran regalo del amor de Dios.

La Carta a los Hebreos nos enseña que el mismo Jesús es el garante de la Nueva Alianza. La Antigua Alianza fue muchas veces quebrantada por el pecado del pueblo. Esta Nueva Alianza es eterna, porque Jesús mismo con su fidelidad la selló para siempre. Aunque nosotros fallemos y con nuestras actitudes rompamos la relación con Dios, la Alianza no se quiebra, porque Él, Jesús, fue fiel hasta el fin.

Jesús nos dice en el Evangelio según San Juan, que Él es el pan vivo bajado del Cielo, pan que da vida, pan que nos regala la plena comunión con Dios y nuestros hermanos, pan que nos regala la verdadera felicidad.
Creo que si estudiamos a fondo los hechos que conmovieron al barrio en estos días, si logramos ver más allá del miedo, el enojo o el desconcierto, vamos a comprender que en el fondo, lo que vemos detrás de tanta violencia, es un grito de profunda insatisfacción y frustración, de enojo por promesas incumplidas. Es el grito de una humanidad infinitamente necesitada, que sólo puede ser satisfecha por un infinito, Dios; y por eso, Él se hizo Pan, para saciar nuestra eterna insatisfacción. Al contemplar estos acontecimientos, podemos entender que nada satisface al ser humano, solo Dios; que aunque se busquen paliar necesidades materiales, son las espirituales las que seguirán reclamando a gritos.


A este Dios que es tan bueno, tenemos mucho para pedirle hoy: vamos a pedirle que nos ayude a crecer en conciencia de la Eucaristía como acto de amor; de que no importa que nos parezca "aburrida"; no importa si el sacerdote tiene más o menos carisma; si hay guitarra y coro o no; lo que importa es que celebramos que Dios nos ama tanto como para darse a nosotros como alimento; también que este alimento de comunión nos ayude a seguir colaborando para que todos nos sintamos parte de una misma comunidad, donde nadie se sienta marginado. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que nos dio a luz al Pan del Cielo, que nos ayude a tener un corazón disponible como ella a la acción del Espíritu y así podamos ser misioneros de su amor, que se hace realmente presente en cada Eucaristía, y es el único que puede saciar esta necesidad infinita que poseemos; es el único que puede hacernos sentir plenos. 

sábado, 21 de mayo de 2016

Solemnidad de la Santísima Trinidad

1ª lectura: Proverbios 8,22-31; Salmo 8,4-5.6-7.8-9; Romanos 5,1-5; Evangelio según San Juan 16,12-15.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que es amor que se comunica, que es amor que vive en comunidad.

Celebramos hoy la Solemnidad de la Santísima Trinidad, este misterio por el cual confesamos nuestra fe en un solo Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Lo creemos porque así se nos reveló nuestro Dios, a través de las Sagradas Escrituras, el testimonio de la tradición apostólica, el Magisterio de la Iglesia y el sentido de la fe del Pueblo de Dios. Pero es misterio: algo que se nos manifiesta aunque no completamente; algo que nos implica, pero no se deja poseer por completo; algo que no podemos ajustar a nuestros esquemas mentales, pero que, por la fe, transforma nuestra vida.

¡Qué bueno es Dios!, que respeta nuestra naturaleza y libertad, y por eso se revela progresivamente, amablemente, con mucho respeto hacia nosotros. Con razón leemos en el libro del Éxodo: “El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad”. Así se ha revelado en toda la historia de la humanidad, y si lo meditamos en profundidad, así se ha revelado en nuestra propia vida. Moisés se atrevió a decir, en su diálogo de mediación entre Dios y el pueblo: “Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que este es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia”. Hoy nosotros sabemos que realmente Dios nos brinda su amistad, y a pesar de que muchas veces no escuchamos su Palabra, ni obramos con amor; aunque muchas veces pecamos, Él se mantiene fiel, brindándonos su perdón y su amor; y gracias a la fidelidad de Jesús, nos convirtió en el Pueblo de su herencia.

Por este motivo, el salmo nos invita a bendecir al Señor, porque el universo está lleno de su amor, y San Pablo nos exhorta a permanecer en ese amor, a gloriarnos del amor de Dios, aún en medio de dificultades, porque ese permanecer en Dios produce constancia, virtud y esperanza.

Por último, el Evangelio nos muestra cómo el Espíritu Santo que nos fue dado nos ayuda a comprender tantas verdades de fe, que intelectualmente nos aparecen como difíciles. 

Así es. La Solemnidad de la Santísima Trinidad, nos da muchos motivos para decir: ¡qué bueno es Dios! Nuestro Dios se nos revela como comunidad, y gracias a la fidelidad de Jesús, hemos sido hechos parte de esa comunidad de amor. Por esto estamos invitados a vivir nuestra fe en comunidad, y a tratar de manifestar en nuestras relaciones ese mismo amor con que se relacionan las Personas Divinas.

A este Dios que es Uno y Trino, que es tan bueno y nos ama tanto, le vamos a pedir que nos ayude a permanecer en su amor, y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que conoció como nadie a la Santísima Trinidad; ella que escuchó la voz del Padre, y permitió que el Espíritu Santo se hiciera fecundo en ella para engendrar al Hijo; a esta mujer formidable le vamos a pedir que nos ayude a imitarla, a estar atentos a la voz del Padre, a dejar que el Espíritu obre en nosotros, y así podamos ser discípulos misioneros de Jesús y su Evangelio.

domingo, 15 de mayo de 2016

Pentecostés.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11; Salmo 104(103),1ab.24ac.29bc-30.31.34; Carta I de San Pablo a los Corintios 12,3b-7.12-13; Evangelio según San Juan 20,19-23. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, que nos envía su Espíritu Santo que nos sostiene en la fe y nos ayuda a comprender las enseñanzas de Jesús.

Hoy celebramos la Solemnidad de Pentecostés, el día en que el Espíritu Santo hace sentir su presencia en los Apóstoles y en toda la Iglesia.

Una vez más celebramos que Dios cumple sus promesas. Hoy cerramos el tiempo de Pascua, en que celebramos el cumplimiento de la gran Promesa hecha a nuestros primeros padres cuando pecaron y rompieron la comunión de Dios, la Promesa de que enviaría un Salvador que sanara nuestras heridas. En Jesús, Dios se hizo uno de nosotros, y por su fidelidad nos salvó; por su Cruz y Resurrección sanó todas nuestras heridas. El domingo pasado celebramos su regreso junto al Padre.
Durante tres años transmitió sus enseñanzas a los discípulos, pero ellos no comprendían muchas de sus palabras. Jesús les prometió que enviaría su Espíritu, que les enseñaría la verdad completa.

Una vez más, hoy Jesús cumple sus promesas, y es formidable ver cómo el Espíritu Santo renueva la vida de estos discípulos; cómo los convierte de personas que no comprendían mucho a personas que descubrieron la profundidad del Evangelio; de personas encerradas por miedo a valientes misioneros de Jesús y su Reino.
No en vano se eligieron como representación del Espíritu al fuego que quema y purifica, al viento que sopla donde quiere y mueve. Con razón el salmista exclama: "Señor, Dios mío, ¡qué grande eres!

Este mismo Espíritu nos regaló la fe, y llena la Iglesia con sus dones, nos permite creer en Jesús y nos sostiene en la esperanza.

Vamos a dar gracias al Señor por regalarnos su Espíritu y le vamos a pedir que nos ayude a ser dóciles a Él. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que mantuvo a la comunidad de los apóstoles unidos en oración a la espera del Espíritu, ella que escuchó y obedeció, nos ayude a estar abiertos al Espíritu, de manera que podamos decir: "Envía, Señor, tu Espíritu. Renueva nuestra vida, renueva la faz de la tierra.

jueves, 12 de mayo de 2016

2º Aniversario: Homilía de mi primera Misa.

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 11,1-18; Evangelio: Juan 10,11-18.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto y nos acepta tal como somos. ¡Qué bueno es Dios!, que nos llama a todos y nos encarga una misión. ¡Qué bueno es Dios!, que por amor es capaz de regalarle a un hombre simple como yo la posibilidad de actuar como sacerdote en la persona de su Hijo.

Como Jesús dijo: “He deseado ardientemente celebrar esta Pascua con ustedes”. Parece que fue ayer cuando recorría el colegio de túnica blanca junto a mis alumnos/as. Parecía tan lejos el día en que vistiese esta otra túnica blanca. En aquel momento, yo enseñaba como maestro. Hoy, yo enseño al Maestro, es decir, intento que los demás se acerquen al verdadero Maestro, el único capaz de sanarnos y salvarnos.

La imagen de maestro para mí fue traducción de la imagen de pastor de la época de Jesús. En aquel tiempo, el pastor cuidaba a las ovejas, las conocía una por una, iba delante o detrás del rebaño según el territorio. Hoy cuando uno dice pastor, alguno piensa en un alambrado con electricidad. Creo que la imagen de maestro nos ayuda a entender la del pastor que utilizó Jesús. 

El maestro está llamado a dar la vida por sus alumnos/as, a conocerlos/as por su nombre, a saber la realidad que viven, detectar los peligros que acechan a cada uno/a, busca que lo que enseña sea como pastura tierna, fácil de digerir. Pero también el maestro puede actuar sólo como un asalariado, alguien que cumple el horario y cobra el sueldo, como el pastor asalariado de la parábola, que sólo se preocupa de sí, y es capaz de abandonar a las ovejas ante el peligro.

Jesús es el Buen Pastor: es el buen Maestro. Él dio su vida por nosotros, nos conoce a cada uno, y con infinito amor y paciencia nos va enseñando durante el camino de la vida.
Este Buen Maestro llamó a este maestro que les habla, a dejar aquella túnica y tomar esta otra, a dejar de ser yo maestro para anunciarlo a Él, Buen Maestro.

Al principio fue muy difícil dejar esta comunidad, este colegio que amo tanto. Pero sentí que decirle no a su llamado era negarme a mí mismo. Él se encargó de darme las fuerzas necesarias para seguir adelante, y llegar a ser hoy su sacerdote. 

En el camino, me fue hablando al corazón; me fue presentando nuevos hermanos, fue agrandando mi corazón, y fue haciéndome descubrir que lo que más importa para ser su sacerdote no son mis capacidades, sino, el dejarlo actuar a Él a través de mí.
También me enseñó que sólo no puedo llegar “ni a la esquina”, que necesito de su ayuda constante, pero también de la ayuda de mis hermanos/as, que me sostienen con su oración, su consejo y cariño. A Él, y a ustedes, les estoy muy agradecido por aceptarme tal como soy, con mis defectos y virtudes.

Le pido que me regale ser fiel a la vocación que me regaló, y que nos regale a todos su cercanía y el sentirnos muy amados por Él. A María, Nuestra Señora de los pobres, le pido que me ayude a estar siempre cerca de su Hijo, y que a todos nos proteja como Madre; que nos ayude a creer y confiar más en Aquél que es el Buen Maestro, el Buen Pastor. 

miércoles, 11 de mayo de 2016

Mensaje con motivo de mi segundo aniversario sacerdotal

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y nos acepta tal como somos, y nos regala ser ministros de su amor.

Aunque aún me cuesta creerlo, ya hace dos años que recibí el regalo de la Ordenación Sacerdotal, y de que llegara a ser lo que soñé y discerní que era la vocación que Dios había pensado para mí. Desde entonces tengo el privilegio de observar "en primera fila" las maravillas que Dios obra en la vida de cada uno de nosotros a lo largo de toda la vida.

He tenido la oportunidad de compartir las más hondas alegría y tristezas de mis hermanos; y de acompañarlos, desde la celebración de la vida nueva en el Bautismo, la alegría de la Primera Comunión de niños y adolescentes, el poder sanador del sacramento de la Reconciliación, el inicio de un proyecto de vida en pareja en la celebración del matrimonio, la presencia del Dios tierno y fiel que visita a los hermanos enfermos, y que les da una bendición en los últimos instantes de esta vida. También he podido compartir una palabra de esperanza en el momento de la partida de hermanos a la casa del Padre. Me he sentido pleno en mi labor como sacerdote, y amo especialmente celebrar la Eucaristía. En ella, me propuse comenzar cada homilía con la frase "¡Qué bueno es Dios", porque creo que en este momento nuestra gente necesita este anuncio, de un Dios que es bueno, que nos ama más que nadie, que nos acepta tal como somos, y que quiere nuestra felicidad. Solo después de tener estos conceptos claros es posible profundizar en el camino de seguimiento de Jesús.

Después de dos años de labor pastoral en la querida comunidad de Santa María de La Ayuda, en el hermoso barrio del Cerro, el Señor me regaló tener mi primera experiencia como animador de una comunidad, en la también hermosa comunidad de los Sagrados Corazones del barrio Las Acacias. Esta comunidad me ha recibido muy bien, y rápidamente me hizo sentir "en casa". Es una comunidad que me ayuda a ser el sacerdote que creo debo ser, sencillo, cercano, tratando de reflejar este amor tan grande que Dios tiene por todos. Creo que es el mejor lugar para tener mi primera experiencia de animación parroquial, por eso no me canso de agradecer a Dios por este regalo, que jamás soñé recibir.

Cada encuentro personal con mis hermanos, y que ellos sientan que a través de esta vasija de barro se pueden encontrar con el tesoro del amor de Dios, vale la renovación del Sí, quiero ser sacerdote, cada día, frente a cada situación.

A este Dios tan bueno, que muestra su bondad y fortaleza en nuestra debilidad, le pido que me regale ser fiel a esta vocación que me regaló, y a ser digno testigo de su amor. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que interceda por mí para que pueda vivir mi lema: "Dios me libre gloriarme si no es en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo".

sábado, 7 de mayo de 2016

Ascensión del Señor.

1ª lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles 1,1-11; Salmo 47(46),2-3.6-9; Hebreos 9,24-28.10,19-23; Evangelio según San Lucas 24,46-53. 

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que es fiel a sus promesas.

Celebramos hoy la Ascensión del Señor, el Regreso de Jesús junto al Padre, un nuevo cumplimiento de la Promesa.

Como he dicho otras veces, el plan de Dios para la humanidad es un plan de felicidad en comunión con Él y con los hermanos. Pero nuestros primeros padres se hicieron otro proyecto y rompieron la comunión con Dios, hecho que conocemos con el nombre de pecado original. La ruptura de la relación con Dios trajo como consecuencia la ruptura de las demás relaciones: entre los seres humanos; entre el ser humano y la Creación; y del ser humano consigo mismo. Nuestra naturaleza quedó herida. Pero inmediatamente, Dios promete el envío de un Salvador que sanará todas las heridas. Ésta es la gran Promesa que Israel esperará durante mucho tiempo. 

Esta Promesa se cumplió definitivamente en Jesús. En Él, Dios se hizo uno de nosotros, igual en todo, menos en el pecado; y siendo fiel al proyecto de amor del Padre hasta la muerte y muerte de Cruz, nos reconcilió con Dios, sanó todas nuestras heridas y nos abrió el camino de salvación. Y Dios lo resucitó al tercer día, cumpliendo sus promesas.

Con la Ascensión se cierra el círculo, que hermosamente describió san Pablo en su Carta a los Filipenses: “Jesucristo, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres, se humilló a si mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: ¡Jesucristo es el Señor!, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,6-11). Jesús salió del Padre, se hizo igual a nosotros, nos salvó, volvió al Padre, y ahora nos espera, preparándonos un lugar para ir con Él.

Jesús nos sanó y salvó; en Él Dios cumplió todas sus promesas. Pero nos salvó para vivir en comunión con Él y nuestros hermanos, porque el amor sano sólo sabe vivir comunicándose. Por eso, como Jesús envió a sus discípulos a todo el mundo a anunciar las obras de su amor, también nos envía a nosotros para ser mensajeros de su amor hacia tantos hermanos que viven angustiados, sin sentido, en oscuridad, y necesitan saber cuánto los ama Dios.

Es cierto que esta misión no es fácil, y muchas veces nuestros propios problemas nos paralizan, pero, como leímos en los Hechos de los Apóstoles, Jesús nos prometió enviar la fuerza del Espíritu Santo, para ser sus testigos en todo el mundo. El cumplimiento de esta promesa la celebraremos el próximo domingo, en Pentecostés.

A este Dios que nos ama tanto, vamos a pedirle que nos ayude a tomar conciencia del cumplimiento de sus promesas en nuestra vida, y a María, primera misionera de su amor, que nos ayude a tener la valentía de anunciar a nuestros hermanos cuánto nos ama Dios.