Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario Ciclo A.

1ª lectura: Ezequiel 18,24-28; Salmo 25(24),4-5.6-7.8-9; 2ª lectura: Filipenses 2,1-11; Evangelio según San Mateo 21,28-32. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y acepta tal como somos. Siento que éste es el mensaje principal del Evangelio que leemos hoy.

Para comprenderlo mejor, situémonos en el contexto. Jesús está hablando con las autoridades de los judíos, con los fariseos y maestros de la ley. Estas personas aparecen en el evangelio discutiendo a cada paso con Jesús, porque a pesar de verlo predicando y haciendo milagros, no lo aceptan como el Enviado por Dios. Estas discusiones “van subiendo de tono”, como en el texto que meditamos hoy.

Repasemos la parábola: un hombre tenía dos hijos a los que pide que vayan a trabajar a su viña. El primero dice no quiero, pero luego va; el segundo dice voy, pero no va. Jesús pregunta quién de ellos habrá cumplido la voluntad del padre. Ellos responden sin dudarlo: el primero; pero con esto entraron en un callejón sin salida. Jesús compara al primer hijo –el que dijo que no, pero después fue- con los publicanos y las prostitutas: éstos, con su vida de pecado dijeron no al Dios predicado por las autoridades, pero aceptan a Jesús y se convierten en sus discípulos; por consiguiente, las autoridades representan a los que dijeron voy, y no fueron: ellos vivieron toda la vida de acuerdo a la ley de Moisés, pero cuando llegó el Enviado de Dios, no lo aceptaron. Lo importante es cumplir la voluntad del Padre, que en San Juan es conocer y creer en Jesús; en Marcos, en seguir a Jesús como discípulos. Son, entonces, los publicanos y prostitutas que aceptaron a Jesús los que cumplen la Voluntad del Padre. Por esto Jesús les dice que los precederán en el Reino de Dios. 

Esto debe haber sido percibido por las autoridades como algo escandaloso, casi como un insulto, pero afirmaciones como éstas son las que hicieron que las autoridades empezaran a conspirar contra Jesús. Es interesante notar que Jesús no dice que estas autoridades serán excluidas del Reino, sino que publicanos y prostitutas entrarán antes que ellos. Jesús no los excluye; son ellos los que deciden autoexcluirse.

Este texto nos deja varias enseñanzas. Por un lado, que Jesús nos ama y acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes, y aunque seamos muy pecadores, Él nos hace merecedores del Reino. Por otro lado, el ser amados de esta manera es una invitación a amar de la misma forma, como dice San Pablo: “tengan los mismos sentimientos de Cristo”, que siendo rico se hizo pobre para salvarnos, y por su muerte y resurrección reconcilió todas las cosas consigo. Él ya nos ha enseñado: “no juzguen y no serán juzgados, porque la misma medida que usen para medir será usada con ustedes”; porque como dice Isaías ni nuestros pensamientos ni nuestros caminos son los de Dios; los suyos nos superan como el cielo supera a la tierra; y como dice Eclesiastés: “se ven caras y no corazones”, es decir, juzgamos en base a lo que vemos, pero no conocemos las intenciones que hay detrás de cada hecho, o dicho de otra forma, no tenemos todos los elementos para juzgar; Dios sí los tiene.

Además, el salmista nos recuerda que su amor y compasión son eternos; porque Él es fiel, bondadoso y recto; Él muestra el camino a los extraviados y guía a los humildes; enseña su camino a los pobres, porque es nuestro Dios y Salvador.

A este Dios que es tan bueno, le pedimos que nos muestre sus caminos, que nos guíe por las sendas de la fidelidad. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos proteja para no errar el camino, y si nos caemos, para que nos ayude a levantarnos.  

domingo, 21 de septiembre de 2014

Domingo XXV del Tiempo Ordinario ciclo A.

1ª lectura: Isaías 55,6-9; Salmo 145(144),2-3.8-9.17-18; Filipenses 1,20b-26; Evangelio según San Mateo 19,30.20,1-16.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama gratuitamente, que respeta nuestros tiempos, y con infinita paciencia nos espera hasta el último momento.

Hace casi dos meses compartí con ustedes la diferencia que existe entre una parábola y una alegoría. Comprender esta diferencia nos ayuda a acercarnos al mensaje que Jesús quiso trasmitir. Recordemos: En una alegoría, cada elemento que la integra tiene un significado propio que viene a hacer su aporte al concepto general que se quiere trasmitir. Al leer una parábola, en cambio, debemos centrarnos en el mensaje que quiere trasmitir, y no dejarnos distraer por los elementos "escenográficos" que envuelven el mensaje.

Si leemos el evangelio de hoy en clave de alegoría, nos enojamos al ver cómo se le paga lo mismo al que trabajó una hora que al que trabajó todo el día. Vemos esta situación como claramente injusta, y al propietario de la viña como a alguien que actúa según su capricho. Pero Jesús no nos propone la alegoría de los trabajadores, sino, una parábola.

Entonces debemos preguntarnos: ¿qué pretende enseñar Jesús con esta parábola? ¿Acaso Jesús quiere hablarnos de la justicia laboral?; ¿acaso quiere denunciar a los patrones caprichosos? La respuesta la encontramos al comienzo del texto: "el Reino de los Cielos se parece..." El mensaje que quiere trasmitir Jesús es sobre el Reino de los Cielos, es decir, en sencillo, sobre el proyecto de amor que el Padre tiene para que seamos plenamente felices en comunión con Él y nuestros/as hermanos/as. Y, ¿cuál es este mensaje? 

Creo que Jesús nos quiere hablar del amor gratuito de Dios, que nos acepta tal como somos, y nos espera con paciencia infinita hasta nuestro último momento. Entonces, "la paga" para un cristiano de toda la vida, como a alguien que se abre a la fe en el último segundo de su vida, es la misma: el Reino de los Cielos, el proyecto de amor del Padre.

Si esto nos parece injusto, es porque como dice el profeta Isaías: "los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes.". Porque como dice el salmista: "El Señor es justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus acciones", no como nosotros, que somos frágiles, que muchas veces nos equivocamos, que muchas veces no sabemos ver con los ojos de Dios. 

Son muchas, entonces, las razones que tenemos para decir ¡qué bueno es Dios!
A este Dios que es cariñoso con todas sus creaturas, le vamos a pedir que nos ayude a seguir tomando conciencia de su gran amor por nosotros; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, le vamos a pedir que interceda para que nos dejemos guiar como ella por el Espíritu, de modo que vivamos de tal manera, que como dice San Pablo, que Cristo sea glorificado por nuestras acciones.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.

1ª lectura: Números 21,4b-9; Salmo 78(77),1-2.34-35.36-37.38; Filipenses 2,6-11; Evangelio según San Juan 3,13-17.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos amó tanto, que envió a su único Hijo para salvarnos por su amor fiel hasta la muerte, y muerte de Cruz.

Celebramos hoy la Fiesta de la Exaltación de la Santísima Cruz. Es una nueva invitación de la Iglesia a profundizar sobre el Misterio de la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor.
Como lo he dicho muchas veces, el proyecto de Dios era crearnos por amor, para amar y ser felices. Pero nuestros primeros antepasados rompieron este proyecto al dejar afuera de sus vidas al mismo Dios, rompiendo su relación con Dios, lo que trajo como consecuencia la ruptura de las relaciones entre los seres humanos, consigo mismos y con la Creación. La naturaleza humana tal como Dios la soñó quedó herida. A este hecho lo conocemos con el nombre de Pecado Original. Sin embargo, inmediatamente después que la infidelidad introdujo el sufrimiento en nuestra historia, Dios prometió un Salvador que sanaría todas las relaciones, reconciliando todas las cosas con Dios. Esta Promesa, esperada por siglos innumerables se cumplió en Jesús.

El fragmento de la Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses lo sintetiza de manera admirable. Es posible pensar este himno como un Movimiento circular que tiene su origen y final en Dios. 

De esta manera se cumplió lo que el Evangelista Juan vio como prefiguración en el Libro de los Números: así como Moisés elevó la serpiente y los que la miraban quedaban sanos, así el Hijo del Hombre es elevado en la Cruz, y gracias a su amor fiel hasta la muerte, y muerte de Cruz, fuimos sanados, y quien fije los ojos en Jesús será salvado.

A este Dios que es tan bueno vamos a pedirle que nos ayude a tomar conciencia del significado y centralidad de la Cruz en nuestra fe. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que como nadie supo perseverar firme en la fe aún al lado de la Cruz de su Hijo, que nos ayude a crecer en nuestra fe, para poder permanecer como ella firme aún en medio de las dificultades.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario Ciclo A.

1ª lectura: Ezequiel 33,7-9; Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9; Romanos 13,8-10; Evangelio según San Mateo 18,15-20. 

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama con infinita misericordia, y nos enseña a amar de la misma manera y a ser misericordiosos como Él.

En el Evangelio que leemos hoy, Jesús nos enseña la “regla de la corrección fraterna”, es decir, la manera de ayudar a nuestros/as hermanos/as corrigiéndolos/as con el amor y la mirada de Dios. Se trata de ayudar a los /las hermanos/as a corregir las actitudes que van en contra de lo que Jesús nos pide, es decir, del mandamiento del amor, haciéndolo con la ternura de quién trata de hacer presente a Jesús. Algo práctico que nos puede ayudar en esta tarea es pensar decir las cosas como me gustaría que me las dijeran a mí.

Si el/la hermano/a hace oídos sordos, se convoca a otros dos testigos; si aún así no hace caso, se habla frente a la comunidad, y si aún así persiste en el error, se entiende que la persona desea excluirse de la comunidad, porque ha roto los lazos de comunión. Es que nuestra misión es anunciar, no obligar; o sea, debemos aceptar, muchas veces con dolor, que la otra persona en su libertad puede elegir permanecer en el error.

San Pablo nos recuerda que el criterio de discernimiento para corregir al otro es el mandamiento del amor, pues, quien ama, cumple el resto de la ley. Así, quien corrige con amor, no hace daño, sino que promueve al otro.

Quien actúa así se convierte como en un atalaya (en palabras del profeta Ezequiel) para los demás, se convierte en un testigo del amor, en un testigo de que vivir según lo que Jesús nos propone, no sólo es posible, sino que nos plenifica.

Por esto, el salmista nos invita a que no endurezcamos el corazón, que no nos cerremos al amor; porque Dios nos creó por amor, para amar y ser felices; nos creó y nos salvó para vivir en comunidad, porque Él mismo se nos manifestó como comunidad.

Sabemos bien que vivir en comunidad nos cuesta. Gracias a Dios somos todos distintos, pero a veces, cuando ponemos el acento en nuestras diferencias de manera negativa, se nos hace cuesta arriba la convivencia, surgen las peleas y las divisiones. La comunidad de apóstoles no estaba exenta de vivir esto; eran doce bien distintos, y hubo buenas discusiones entre ellos, pero, salvo Judas Iscariote, que no creyó en el amor y el perdón, el resto llegó, con la ayuda de Dios a la santidad. Esto para darnos cuenta de apreciar el aporte que cada uno/a hace a la comunidad desde su diferencia, y que este templo del Espíritu que es la comunidad no se construye con ladrillos geométricamente perfectos e iguales entre sí, sino, con piedras vivas, imperfectas, con rajaduras y debilidades, pero cada una de ellas con un valor inestimable que el mismo Dios le regaló, porque como dice Isaías: “somos valiosos a los ojos de Dios”.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que sane nuestras heridas, que quite la dureza que a veces se hace lugar en nuestros corazones, y nos ayude a ser misericordiosos como Él; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos regale su ternura maternal cuando tengamos que corregir a nuestros/as hermanos/as; para que juntos podamos sentirnos cada vez más parte de una familia que Dios ha elegido y ama profundamente.