Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 10 de marzo de 2018

Domingo IV de Cuaresma, ciclo B.

1ª lectura: Segundo Libro de Crónicas 36,14-16.19-23; Salmo 137(136),1-2.3.4-5.6; 2ª lectura: Carta de San Pablo a los Efesios 2,4-10; Evangelio según San Juan 3,14-21.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que, como dice San Pablo, es rico en misericordia, y por el gran amor con que nos amó, nos salvó gratuitamente.

Estamos celebrando el cuarto domingo de Cuaresma, que la Tradición dignó llamar Domingo de Laetare. Este domingo significa un pequeño alto en la cuaresma, como un descanso. Estamos haciendo un camino de preparación a la Pascua, y en este tiempo se nos ha pedido que cambiemos nuestras actitudes, que crezcamos en la vivencia del mandamiento del amor, y que seamos misericordiosos como lo es nuestro Padre. Esto exige un esfuerzo. En este domingo nos encontramos con el por qué de tal esfuerzo, el fundamento de lo que hacemos. Este por qué, es el amor gratuito de Dios que nos salvó en Jesús.

Aunque nos apartamos de Dios con nuestros pecados, como leímos en el libro de las Crónicas, no haciendo caso de su Palabra, no escuchando a sus enviados, eligiéndonos ídolos en vez de elegirlo a Él, y aunque esta situación nos lleva a sentirnos desolados como lo expresa el salmo que leemos hoy, sabemos que el amor de Jesús fiel hasta la muerte, y muerte de Cruz, nos sanó y salvó. 

Leímos en el evangelio la referencia a un episodio de la vida de Moisés relatado en el capítulo 21 del libro de Números. En ese texto se relata cómo el pueblo, en camino por el desierto sintió hambre y sed, y murmuraron contra Dios y Moisés. Entonces unas serpientes los herían de muerte. Dios pidió a Moisés que fabricara una serpiente y la colocara sobre un bastón, y quien miraba este signo era sanado. La tradición cristiana desde muy antiguo vinculó este hecho con la Cruz de Jesús, porque así como la serpiente era causa de muerte, y el poder y amor de Dios la transformó en signo de sanación en el bastón de Moisés, así la Cruz, signo de la peor muerte que podía sufrir una persona en el tiempo de Jesús, por el amor y poder de Dios se transformó en signo de sanación y salvación para toda la humanidad. Y esto porque Dios "amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él." 

Jesús es la luz que viene a iluminar nuestras oscuridades. Nosotros, a decir de San Pablo, somos hijos de la Luz, e hijos del día; no lo somos de la noche y las tinieblas, por eso estamos llamados a vivir como hijos de esta Luz. Porque  "por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo". Fuimos "salvados gratuitamente", no hemos hecho nada para merecerlo, de modo que podamos decir como San Pablo "Dios me libre gloriarme si no es en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo", Dios me libre gloriarme de otra cosa que no sea su amor fiel hasta la muerte que nos sana y salva.

A este Dios tan bueno vamos a pedirle que nos ayude a ser cada día más conscientes de su amor; y a María, Madre de la Luz y del Amor, que nos ayude a ser misioneros de esa Luz y Amor para tantos/as hermanos/as que lo necesitan, y no saben que Dios nos ama, y quiere que seamos felices en plena unión con Él y nuestros hermanos.

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