Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 25 de junio de 2016

Domingo XIII del tiempo ordinario, ciclo C.

1ª lectura: Primer Libro de los Reyes 19,16-21; Salmo 16(15),1-2.5.7-8.9-10.11; 2ª lectura: Gálatas 5,1.13-18; Evangelio según San Lucas 9,51-62.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios! que, en Jesús, es un Maestro Bueno y paciente que nos ayuda a crecer como discípulos suyos.

El texto del evangelio que meditamos hoy nos regala muchos temas para reflexionar, pero trataremos de no ser muy extensos.

El domingo pasado dijimos que estábamos en un momento clave del Evangelio de Lucas: comenzábamos una nueva etapa. Contemplamos a Jesús haciendo un alto en el camino para ver qué decía la gente de Él. Vimos que la multitud no había sido capaz de descubrir su verdadera identidad. Sí, lo hicieron sus discípulos a través de Pedro que lo reconoce como el Mesías de Dios. Luego de eso, Jesús les ordena no expresarlo a nadie, ya que para la multitud sería causa de confusión, y posteriormente les enseñó que el camino del Mesías hacia la Resurrección pasaba por el sufrimiento y la Cruz. El camino del discípulo no es diferente al de su Maestro, por eso Jesús dijo "quien quiera seguirme que tome su Cruz y me siga".

Hoy Jesús retoma su viaje. El texto nos dice que "se encaminó decididamente". El texto griego (el original) dice que "endureció el rostro", porque ir a Jerusalén es ir hacia la Pasión. Esta frase nos relaciona con la profecía de Isaías donde se nos dice que el Siervo de Dios endureció su rostro como el pedernal ante la injusticia, sabiendo que no quedaría defraudado. 

Se dirigen desde Galilea hacia Jerusalén, para lo que deben atravesar Samaría. Envió mensajeros antes que Él, porque tiene planes de anunciar el Evangelio también a ese pueblo, pero ya sabemos de la rivalidad que separaba a judíos de samaritanos, y como Jesús se dirige hacia Jerusalén, deciden no recibirlo, lo que desata la furia de Juan y Santiago; no en vano Jesús los apodó "hijos del trueno". El enojo en estos discípulos hace que le hagan una pregunta a Jesús, que uno verdaderamente se pregunta de dónde la sacaron, es decir, ¿qué motivos les dio Jesús para decir tal disparate? Tres años lo llevan acompañando mientras Él predica la misericordia y el amor de Dios, pero ellos parecen no haber comprendido nada de lo que Jesús les enseñó. El evangelio delicadamente nos dice que "él se dio vuelta y los reprendió". Si yo hubiese estado en lugar de Jesús les habría dado una fuerte amonestación, pero Jesús es un Maestro Bueno, que nos acepta, con nuestros defectos y virtudes. También hoy, dos mil años después, hay gente capaz de decir cuando hay hechos de violencia en nuestros barrios "hay que matarlos a todos", "hay que hacer un muro y tirarles una bomba", "hay que quemarlos a todos", todas frases que muestran no sólo una intolerancia antievangélica, sino también una mentalidad que parece no haber evolucionado ¡en dos mil años!

Pero Jesús no obliga a aceptarlo. El está a la puerta y llama, pero espera a que nosotros le abramos; no viola nuestra libertad. Ésto es lo que enseña con su actitud de no enojarse con los samaritanos y seguir hacia otro pueblo.

En el camino tenemos tres ejemplos de llamadas al seguimiento. De estas tres llamadas lo que podemos rescatar es la urgencia del llamado, no hay excusa para dejar la respuesta a Jesús para después. Con estas respuestas a primera vista duras, lo que nos muestra Lucas es que si Jesús te llama hoy, hoy tenés que responderle, no hay nada más importante que Él. Pero el seguimiento no es para un éxito personal, porque "el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza"; recordemos lo que meditamos el domingo pasado,  "quien quiera seguirme que tome su Cruz y me siga".

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a seguir creciendo en nuestro camino de fe, que sigamos aprendiendo de este Maestro Bueno que es Jesús; y a María, Madre de Misericordia, le vamos a pedir que nos ayude a tener un corazón misericordioso como el de su Hijo, que nos ama y acepta tal como somos.

sábado, 18 de junio de 2016

Domingo XII del tiempo ordinario, ciclo C.

1ª lectura: Zacarías 12,10-11.13,1; Salmo 63(62),2abcd.2e-4.5-6.8-9; 2ª lectura: Gálatas 3,26-29; Evangelio según San Lucas 9,18-24.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que como buen Maestro, nos guía por el camino verdadero que nos lleva a la vida plena.

El Evangelio que meditamos hoy marca un nuevo punto de partida para la comunidad de los discípulos. 

Al preguntar a los discípulos qué es lo que la multitud dice de Jesús, hace como un balance de lo que ha sido su misión hasta ahora. Lamentablemente, la multitud no ha sido capaz de descubrir la verdadera identidad de Jesucristo. La confesión de Pedro muestra que los discípulos sí lo hicieron, mostrando que su misión es ayudar a la multitud a descubrir lo que ellos reconocieron. Pero Jesús les ordena silencio. ¿Por qué? Porque Jesús sabía bien que decir a la multitud la palabra "Mesías" era despertar un sin fin de expectativas que no estaban de acuerdo con su misión. Los judíos esperaban un mesías poderoso que liberara a Israel del dominio de Roma, y "pusiera las cosas en orden"; es decir, esperaban un mesías político, militar y religioso, que devolviera a Israel su antigua gloria. No es ésta la misión de Jesús. Jesús se hizo uno de nosotros para reconciliar todas las cosas con Dios. Pero la multitud no estaba preparada para ver esto, y ni siquiera los discípulos, como lo prueba el abandono que sufrirá Jesús en la Pasión.

Una vez reconocido Jesús como el Mesías de Dios, Jesús les enseña a los discípulos que el camino del Mesías para lograr su misión de salvarnos está lleno de sufrimientos, que van desde el rechazo de las autoridades de los judíos, su "expulsión" del pueblo de Israel, y su condena injusta a muerte. Pero al tercer día resucitará.

Habiendo conocido el camino del Mesías, ahora Jesús enseña el camino del discípulo, que debe seguir a su Maestro: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará". En definitiva lo que enseña Jesús es el camino del amor verdadero, que es exigente, porque implica salir de uno mismo, renunciar a nuestros caprichos, buscar la felicidad del otro, amar hasta el extremo, como Jesús en la Cruz. Es un camino exigente, pero no estamos solos con nuestras fuerzas; el amor de Jesús nos sostiene, porque como dice San Pablo: hemos "sido revestidos de Cristo"; y como dice la profecía de Zacarías: Dios derramará sobre nosotros "un espíritu de gracia", es el amor de Dios el que nos hace capaces de amar. Pero para aceptar su amor, debemos reconocer que lo necesitamos "como tierra sedienta, reseca y sin agua", como dice el salmo, su "amor vale más que la vida", su mano nos sostiene.

Jesús es el único, capaz de sanarnos y salvarnos, es el único capaz de calmar nuestra sed más profunda. 

A este Dios tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a buscar sólo en Él, esta agua capaz de saciarnos; y a María, Madre de Misericordia, le vamos a pedir que nos ayude a ser como ella, misioneros de este amor, el único capaz de hacernos plenamente felices.