Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 8 de diciembre de 2018

Domingo II de Adviento, ciclo C.

1ª lectura: Baruc 5,1-9; Salmo 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6; Filipenses 1,4-6.8-11; Evangelio según San Lucas 3,1-6.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que hace maravillas por nosotros.

Seguimos avanzando en este tiempo de Adviento, tiempo de espera y preparación a la llegada del Señor en Navidad. Por eso, hoy escuchamos en el Evangelio la voz de Juan Bautista, esa voz que, como dijo el profeta Isaías, "grita en el desierto": "Preparen el camino del Señor".

Juan predicaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Hoy Juan nos dice a nosotros "Preparen el camino del Señor", preparen el corazón, saquen de él todo aquello que los aleja de Dios y los hermanos, abandonen los caminos del egoísmo, individualismo, consumismo que llevan a la frustración, y opten por el Camino Verdadero que lleva a la Vida, a la felicidad plena en Jesús. Entonces "todos verán la salvación de Dios".

Por eso, el profeta Baruc nos invita a sacarnos el traje de la angustia y la preocupación, y vestirnos de la confianza en el Dios fiel a las promesas que nos hizo. Nos invita a levantar la cabeza y la mirada hacia el horizonte: el horizonte de la Promesa de nuestro Salvador; a recordar las maravillas que hizo por nosotros, y a llenarnos de alegría con ellas. 

San Pablo nos invita a confiar en que Aquél que inició en nosotros la obra buena, la va a llevar a su pleno cumplimiento.
Con sus palabras le pedimos a Dios que nos ayude a crecer en el conocimiento de su amor, para discernir lo que es mejor, y así ser encontrados irreprochables el día que Cristo; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que por excelencia supo contemplar y proclamar las maravillas que Dios hace por su pueblo, nos ayude a descubrir su presencia amorosa, y las maravillas que obra en nosotros cada día, para que con ella digamos: "proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque hizo en mí maravillas".

domingo, 2 de diciembre de 2018

Domingo I de adviento, ciclo C.

1ª lectura: Jeremías 33,14-16; Salmo 25(24),1b-6.21; 2ª lectura: 1 Tesalonicenses 3,12-13.4,1-2; Evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios! que, fiel a sus promesas, nos anima y sostiene en medio de las dificultades que vivimos.

Comenzamos hoy el tiempo de adviento, y con él, un nuevo año litúrgico. El tiempo de adviento es un tiempo de espera, y de preparar el corazón para la llegada de Jesús, en un doble sentido: la venida de Jesús al final de los tiempos; y la venida de Jesús en Navidad. Esto se explica porque la liturgia es actualización, es decir, no recordamos simplemente lo que pasó hace dos mil años, sino que celebramos que hoy Jesús nace entre nosotros.

El texto del evangelio que hoy leemos nos invita a reflexionar sobre la Venida de Jesús al final de la historia. Es un texto que presenta características del género literario apocalíptico. Un género literario es como un molde donde el escritor vuelca el contenido a trasmitir. Este molde o estructura presenta unas características propias que lo hacen reconocible. Debemos no dejarnos distraer por estas características, por el molde, y concentrarnos en el mensaje que se nos quiere trasmitir. En los textos apocalípticos, el "molde" está formado por una serie de imágenes impactantes, catástrofes en el cielo, en la tierra, en el mar, muerte, angustia, que no debemos permitir que nos distraigan del mensaje principal. ¿Cuál es este mensaje? En todos los textos apocalípticos la constante es que el mal despliega todo su poder y parece acorralar al bien, parece que el bien va a ser derrotado, pero al final es a la inversa, el bien es el que vence; la sola aparición de Jesús sana y calma todas las situaciones desesperantes. Por esto, paradójicamente, el mensaje de los textos apocalípticos es un mensaje de esperanza.

En el evangelio que hoy leemos debemos concentrarnos en dos grandes mensajes que nos trasmite Jesús:
1)  "tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación". Aunque los problemas nos invadan, aunque haya grandes conflictos a nuestro alrededor, somos invitados a "levantar la cabeza" y mirar más allá, mirar el horizonte, es decir, hacia dónde peregrinamos. Caminamos hacia el cielo y tierra nueva donde no habrá más llanto, ni sufrimiento ni muerte, porque todo lo de antes pasó, peregrinamos hacia la plena felicidad en plena comunión con Dios y nuestros hermanos. Ésta es nuestra esperanza: que la última palabra sobre nuestra vida no la tiene el dolor, el mal y la muerte, sino la Vida y Amor de Dios.
2) "Estén prevenidos y oren incesantemente". Es una invitación a esforzarnos por ser las mejores personas que podamos ser, como si Jesús fuese a aparecer de un momento a otro; a no dejarnos estar, sino, como dice San Pablo, a "crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás".

Todo esto es posible porque somos sostenidos por su promesa, que el profeta Jeremías hoy nos recuerda, la Promesa de que un Salvador nos nacerá, y apoyados en las palabras del salmista:
"Él nos guía por las sendas de la fidelidad".



A Dios vamos a pedirle con el Apóstol San Pablo,  que nos haga crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás, que fortalezca nuestros corazones en la santidad y nos haga irreprochables; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que es la mujer de la espera por excelencia, que nos regale preparar el corazón para que en esta Navidad Jesús vuelva a nacer en nosotros.

sábado, 27 de octubre de 2018

Domingo XXX del tiempo Ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Jeremías 31,7-9; Salmo 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6; Hebreos 5,1-6; Evangelio según San Marcos 10,46-52.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que sana nuestras cegueras y nos ayuda a seguirlo por el camino.

Meditamos hoy otro hermoso encuentro entre Jesús y una persona que que ve su vida transformada. Es un texto para meditar con profundidad. No es sólo un milagro de Jesús que hace ver a un ciego: hay mucho más, que vamos a compartir, aunque evitando ser muy extensos.

El episodio ocurre en el camino que va de Jericó a Jerusalén. Jericó era una ciudad fronteriza, con mucho comercio, por lo que este camino era transitado en gran parte por personas que llevaban dinero para comerciar. De ahí que fuese también un camino peligroso, como nos lo cuenta Jesús en la parábola del Buen Samaritano.

Fuera del camino se encuentra "Bartimeo" es decir "el hijo de Timeo", un hombre ciego que pedía limosna. En el tiempo de Jesús, decir Bartimeo, es como decir nombre y apellido. El hijo de Timeo es una persona concreta que los primeros cristianos conocían. Este dato nos da seguridad de que este hecho no es una catequesis, sino un hecho histórico, porque el evangelista no se arriesgaría a nombrar a alguien con nombre y apellido solo para trasmitir una catequesis, porque todos conocen a Bartimeo, y saben lo que vivió.

Se encuentra fuera del camino, al margen del camino, es decir, marginado en el sentido pleno de la palabra. En el tiempo de Jesús, se creía que los enfermos, pobres, y desafortunados eran así porque "se lo merecían", porque habían pecado ellos o sus padres. Por lo que, se los consideraba pecadores, marginados de la sociedad y también de la relación con Dios, propiedad exclusiva de los "judíos puros", es decir, de quienes se ajustaban principalmente a los criterios de los fariseos. Por este motivo, cuando Bartimeo llama a Jesús, la multitud lo manda callar, como diciéndole "vos no merecés que el Maestro te dedique un tiempo; vamos a Jerusalén, donde está la gente importante, no podemos perder tiempo con un mendigo; además, si vamos a para a hablar con cada mendigo no vamos a llegar nunca". Esta multitud profundiza la marginación de Bartimeo, privándolo también de la relación con el Único que puede salvarlo. Pero la valentía del hijo de Timeo es fabulosa: no se deja callar, no permite que le construyan nuevos muros, él sabe que tiene derecho a acudir a Jesús, y por eso grita más fuerte "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí". Este enunciado nos habla mucho de esta persona: conoce a Jesús; cree que Él es el Mesías anunciado por los profetas como descendiente de David; y profesa su fe de que Jesús puede hacer algo por él.

La reacción de Jesús es brillante. El venía en movimiento. El ciego estaba quieto. Ahora Jesús se detiene, compartiendo así la situación del ciego, haciéndose solidario con él, pero más aún: hace que aquellos que querían callar al ciego, sean los que ahora lo tienen que llamar; es como un gesto terapéutico para quienes acentuaban la marginación de Bartimeo: los que pronunciaban palabras de marginación, ahora deben hacerlo de integración. La expresión que utilizan es hermosa: "ánimo, levántate, Él te llama". Es una frase para guardar en la memoria y repetírnosla cada vez que nos sentimos angustiados y deprimidos. Hoy Jesús me dice "ánimo, levántate, te estoy llamando". Nosotros tenemos, a su vez, la misión de anunciar a los heridos de nuestro tiempo: "ánimo, levántate, Él te llama".

La respuesta del ciego es extraña:  "arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él". El manto era la única posesión de Bartimeo, su única seguridad; era su hábitat; con él se cubría del frío de la noche, con él cuidaba su vida de la hipotermia; en él guardaba las monedas de su sustento. El hijo de Timeo es capaz de dejar lo único que tiene para ir a Jesús. Pero algo más: si me imagino a un ciego sentado, para ir con Jesús lo visualizo parándose de a poco, con mucha precaución; pero este ciego da un salto, confiado plenamente en Jesús, es capaz de dar el salto aunque no vea nada; su actitud de discípulo le gana por lejos a muchos de los propios apóstoles. Bartimeo nos enseña a dar el "salto en la fe" confiados en Jesús, aunque no veamos con claridad.

A continuación Jesús hace una pregunta que parece tener una respuesta obvia: "¿Qué quieres que haga por ti?" Algún discípulo podría decirle a Jesús: "Jesús, ¿para qué le preguntás eso?, es obvio, quiere ver". Pero, al preguntarle, Jesús muestra varias cosas: 1) respeto a la libertad de Bartimeo: quizá su ceguera no era lo que más le dolía, quizá lo que más le dolía era su marginación, su distancia de la familia, su exclusión de la vida religiosa, etc.; 2) Jesús le devuelve, al que había sido privado de voz, la dignidad de persona, lo reconoce como interlocutor válido, esto es tan o más sanador que la propia cura de la ceguera; 3) dándole al hijo de Timeo la posibilidad de poner en palabras lo que consideraba su necesidad más urgente.

Bartimeo pide ver, porque, en realidad, los otros males que vivía derivaban de esa condición. Que se convirtiera en vidente no era una solución del estilo "y fue feliz para siempre": pasar a ver traía como consecuencia renunciar a la "seguridad", aunque escasísima, que tenía por tantos años de ceguera, dejar de pedir limosna, tener que buscar trabajo siendo ya adulto, buscar reconstituir todas sus relaciones, "crear" una vida como de cero. Pedir la vista no es solo la solución feliz de la ceguera, es emprender un viaje nuevo hacia lo desconocido, dejando la seguridad de lo que conocí hasta ahora.

Marcos no relata cómo Jesús le devolvió la ceguera, como que no interesa: lo que importa es que el encuentro con Jesús produjo un cambio radical de vida para una persona marginada por su ceguera. El que estaba ciego, quieto, al margen del camino, luego del encuentro con Jesús, ve, se integra al camino y está en movimiento con Jesús.

Un detalle más: la pregunta "¿Qué quieres que haga por ti?", es la misma que el domingo pasado le dirigió Jesús a Santiago y Juan, luego que éstos, de forma "desubicada" (fuera del lugar de discípulos le dijeran "queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir". Los apóstoles, como Bartimeo, tuvieron la oportunidad de pedirle a Jesús que los ayudará en sus necesidades más hondas. Sin embargo, los apóstoles pidieron los primeros puestos, el poder, muy lejos de lo que habían aprendido de Jesús. Hoy, Bartimeo, le gana por lejos a estos dos apóstoles, y digo esto no para criticarlos, sino para tomar conciencia de que, al igual que los apóstoles, somos aceptados por Dios con nuestros defectos y virtudes, y con su ayuda podemos convertirnos de personas comunes y corrientes en santos, como lo hizo con estos apóstoles. También Bartimeo nos enseña ser humildes: la gente sencilla ¡tiene tanto para enseñarnos!

Hoy vamos a meditar la pregunta de Jesús. Hoy, Jesús pasa por nuestra vida, y hoy nos pregunta: "¿Qué quieres que haga por ti?"

domingo, 21 de octubre de 2018

Domingo XXIX del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Isaías 53,10-11; Salmo 33(32),4-5.18-19.20.22; Hebreos 4,14-16; Evangelio según San Marcos 10,35-45.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que siendo el Omnipotente Creador del cielo y la tierra, por amor a nosotros, en Jesús, se hizo el servidor de todos; siendo el primero se hizo el último.

De esta manera se cumplió en Él la profecía de Isaías que leemos en la primera lectura: Jesús ofreció su vida para salvarnos, su fidelidad para reconciliarnos con Dios, cumpliendo así su voluntad. Ésto lo hizo amándonos hasta el extremo, hasta la muerte y muerte de Cruz.

Antes del episodio del evangelio que leemos hoy, Jesús le anuncia por tercera vez su Pasión a los discípulos, cómo será traicionado, torturado y asesinado, pero resucitado a los tres días. ¿Cuál es la respuesta de los discípulos? Pedirle los primeros puestos, buscar poder.

Es lastimoso ver que los discípulos no están en sintonía con Jesús. Él les abre el corazón, les anuncia lo que va a sufrir, y ellos... se preocupan por el poder. Además, la actitud de Santiago y Juan es "desubicada", en el sentido literal de la palabra: salen de su lugar de discípulos y se colocan en el lugar del maestro cuando le dicen "queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir", le ordenan al maestro lo que tiene que hacer según ellos. La pregunta de Jesús "¿Qué quieren que haga por ustedes?" es una preciosa oportunidad que pierden: le podrían haber pedido mucha gracia para ser mejores discípulos, pero no, le piden los primeros puestos. Jesús les hace notar sobre lo inadecuada de la propuesta, y les pregunta si serán capaces de pasar por lo que Él va a pasar. La respuesta de los dos Apóstoles es una muestra de soberbia: "podemos". Los otros diez se indignan con Santiago y Juan. ¿Por qué habrá sido? ¿Por no estar en sintonía con lo que el Maestro les acababa de revelar respecto a su Pasión? No lo creo. Más bien, se enojaron porque los otros dos les ganaron de mano, les sacaron ventaja, porque en definitiva ellos querían lo mismo. Ésto lo afirmo tomando en cuenta el discurso posterior de Jesús sobre el servicio; y lo digo no para criticar a los Apóstoles, sino para tomar conciencia de que Dios nos ama y nos acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes, que Él no eligió a los Apóstoles por ser santos, sino que eran personas comunes que con su ayuda y amor llegaron a ser santos. 

A continuación, Jesús les vuelve a enseñar que "el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos"; y lo enseña de palabra y de obra. Jesús mismo, siendo el Primero, se hizo el último, por amor a nosotros. ¿Cuándo? Desde su Encarnación, pero especialmente en la cruz, donde muere como el más marginado, como un maldito. En la cruz realmente se hizo el último de todos, y gracias a ese amor entregado, también se cumplieron las palabras del salmo "el amor de Dios desciende sobre nosotros", y por eso, "la tierra está llena de su amor".

Es un regalo que no merecemos, pero es también una tarea. Como dice Hebreos: "permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe"... "Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno"; confiados en las palabras del salmo: "Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia".

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos regale su Gracia, para tomar conciencia de su amor entregado por nosotros en la cruz; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que es la "servidora del Señor" por excelencia, que nos regale humildad para evitar la tentación del poder, y seguir el ejemplo de su Hijo que "no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".

sábado, 13 de octubre de 2018

Domingo XXVIII del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Sabiduría 7,7-11; Salmo 90(89),12-13.14-15.16-17; 2ª lectura: Hebreos 4,12-13; Evangelio según San Marcos 10,17-30.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios! que, como dice Efesiosnos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales, bienes que no se herrumbran ni apolillan, como dice la carta de Santiago.

Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre cuáles son nuestras riquezas y en qué hemos puesto nuestro corazón.

El evangelio nos narra el encuentro de un hombre rico con Jesús, un texto que vale analizar detenidamente. Aunque no voy a hacer ahora un análisis exhaustivo, sin embargo, quiero señalar algunos aspectos que me parecen interesantes.

El hombre corrió, lo que muestra su interés, su deseo sincero de encontrarse con Jesús. Además se arrodilló, lo que indica que lo reconoce no sólo como Maestro, sino como "Alguien" más. Busca captar la benevolencia de Jesús cuando lo llama "Maestro bueno". Jesús lo corrige, haciéndole ver que sólo Dios es bueno. Lo hace como buen maestro, porque en realidad Jesús sí es digno del apelativo de Bueno. El hombre le pregunta sobre los "requisitos" para "acceder" a la vida eterna. Jesús le señala los mandamientos. El hombre le dice haberlos cumplido desde joven. Jesús lo mira con cariño, porque reconoce que el hombre sintió el llamado y está necesitado de un paso más: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme""Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes". Lo que hasta ahora parecía ser un encuentro que iba a permitir que una persona mejorara en su seguimiento a Jesús, ahora se convierte en una experiencia de tristeza. Estamos en presencia de una persona que sinceramente buscaba a Jesús, y se sentía llamada a dar un paso más, pero no se anima a dar ese paso. Él buscaba el mayor de los Tesoros, y no es capaz de dejar sus tesoros con minúscula. Está frente al Bien con mayúscula, pero elige los bienes materiales con minúscula. Dijo haber cumplido los mandamientos, pero esta actitud lo desmiente. Él sabía de memoria el "Shemá" ("Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas"), sin embargo, no es capaz de vivirlo: ama más a sus bienes que a Dios. También conocía de memoria "amarás a tu prójimo como a ti mismo", pero es incapaz de compartir sus bienes con los pobres.

Este episodio desencadena una serie de sentencias de Jesús con un tono amargo. "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!", lo que genera la reacción de sorpresa de los discípulos. Lo que Jesús quiere que comprendan es que la salvación "no se compra", "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible". Él quiere que todos se salven, pero respeta nuestra libertad. 

Nuestro querido Pedro no puede con su condición, y una vez más hace alarde de su impulsividad recordándole a Jesús que él y sus compañeros lo dejaron todo para seguirlo. Esto es cierto, en parte. Pedro dejó todo, materialmente, pero no dejó sus expectativas ni ideas sobre lo que tenía que ser Jesús para él; ésto lo descubrirá en la Pasión del Señor. Luego de la Resurrección, Pedro se entregará realmente a la misión que Jesús le encomienda.

De todas maneras Jesús le responde con la promesa de recibir el ciento por uno. Lo interesante de esto es que lo promete "en este mundo" aunque "en medio de persecuciones". Es decir, que ya ahora nos regala el ciento por uno; deberemos cambiar la mirada, para saber descubrirlo en nuestra vida. Si con la ayuda de Dios lo logramos, descubriremos también que, como dice el salmo, sólo Dios puede saciarnos, y no existe nada absolutamente más valioso que su amor.

A este Dios, que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a tomar conciencia que nada se compara a su amor; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos proteja de poner nuestro corazón en riquezas que se pierden, y nos ayude a buscar el Tesoro en el cielo, que es el amor de Dios, el único que nos hace plenos, el único que nos hace felices. 

domingo, 7 de octubre de 2018

Domingo XXVII del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Génesis 2,18-24; Salmo 128(127),1-2.3.4-5.6; Hebreos 2,9-11; Evangelio según San Marcos 10,2-16.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios! que, como dice la carta a los Hebreos, eligió hacerse nuestro hermano.

Este concepto es impactante; no sé si tenemos real conciencia de lo que esto significa: que el Señor omnipotente, Creador del cielo y la tierra nos llama sus hermanos. Y sabemos que esto no es solo una frase bonita. En Jesús, eligió compartir en todo nuestra condición, menos en el pecado; en Jesús se hizo realmente nuestro hermano. Y esto es plenamente coherente con su "pedagogía", con la manera en que se nos ha manifestado a lo largo de toda la historia: siempre eligió manifestarse en lo pequeño, en lo débil, en lo pobre. Por esto Jesús les enseña a sus discípulos que a quienes son como niños les pertenece el Reino de los cielos; pero debemos entenderlo bien: Jesús no nos llama al infantilismo, sino a confiarnos por entero en Dios como los niños se entregan confiados en brazos de sus padres (Santa Teresita).

Las lecturas de hoy, además nos invitan a reflexionar en el matrimonio como vocación. Recordemos que Dios nos llamó a la existencia por amor, para amar y ser felices, en plena comunión con Él y nuestros hermanos. Ésta es la vocación universal, que todos los seres humanos compartimos. Pero como cada uno de nosotros es un misterio inabarcable, con nuestros defectos, virtudes y características personales, esta vocación universal se hace personal en cada uno de nosotros, y se concreta en opciones definitivas de vida, algunos consagrándose a Dios en el Orden Sagrado y la Vocación religiosa, y otros consagrándose a Dios en el amor del matrimonio. Estamos diciendo que el matrimonio es "tan" vocación como el Orden Sagrado y la Profesión Religiosa. El matrimonio es el llamado de Dios a dos personas a ser sacramento de su amor, es decir, a dar testimonio con su vida del amor fiel de Dios por su Pueblo. Es por este motivo que el matrimonio católico es indisoluble, porque indisoluble es el amor de Dios por nosotros. Ésa es la vocación, que espera una respuesta libre de la persona, y es aquí donde aparecen las rupturas. Si sacerdotes y religiosas tienen muchos años de formación, si hacen psicodiagnósticos, y muchos también terapia, lo mismo deberían hacer los novios. Sé que esto es algo ideal, y es limítrofe con lo imposible, pero por lo menos desearía que los novios realmente se conocieran, que hayan atravesado alguna dificultad juntos, etc. La vocación es para siempre; es nuestra respuesta la que falla. De aquí vienen la separación, el divorcio y todos los sufrimientos que éstos producen. por eso, debemos rezar mucho y acompañar a los matrimonios que conozcamos, porque su respuesta fiel es tan importante como la del sacerdote o el/la religioso/a.

Por último, es bueno recordar los gestos de Jesús con los niños, y como la liturgia es actualización, HOY Jesús nos abraza y nos bendice. 

A este Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que ayude a quienes no han descubierto aún su vocación para que tengan la valentía de responder a su llamada, y que a quienes ya hemos respondido nos ayude a permanecer fieles; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, Madre y Modelo de toda vocación, que nos regale ser humildes como ella, para que, haciéndonos como niños, nos encontremos un día juntos en la fiesta del Cielo, allí donde no habrá más llanto ni dolor porque todo lo de antes pasó.

sábado, 29 de septiembre de 2018

Domingo XXVI del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Números 11,25-29; Salmo 19(18),8.10.12-13.14; Epístola de Santiago 5,1-6; Evangelio según San Marcos 9,38-43.45.47-48.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y acepta tal como somos, y porque nos ama nos llama a ser un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas.

Dice Jesús que el "Espíritu sopla donde quiere", y por eso puede manifestarse a través de personas que, a decir de Juan, "no son de los nuestros". El Espíritu no se deja encerrar en nuestros esquemas. Sabemos con certeza que Él actúa en la Iglesia, pero jamás podemos afirmar que fuera de ella no lo hace; el Espíritu no se deja encerrar. Lo vimos tanto en la primera lectura, donde Moisés hace una expresión de deseo que se vuelve profética, y cuyo alcance desconocía cuando dijo "¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!". Ésto, que en Él es una expresión de deseo, en nosotros es ya realidad, gracias al Bautismo.

Por el Bautismo, que es actualización del acto supremo de amor de Dios entregado en la Cruz, participamos de su muerte y resurrección; morimos al "hombre viejo" caracterizado por la falta de comunión con Dios y los hermanos, y nacemos a una vida nueva en Jesús. En el Bautismo se "corta" todo lo que nos aleja de Dios. En este sentido es que tenemos que entender las palabras tan duras de Jesús sobre nuestras manos, pies y ojos. No podemos entender este texto en sentido literal, porque entonces seríamos todos lisiados. Jesús nos invita a "cortar" con todas aquellas actitudes y acciones (manos) que rompen nuestra comunión con Dios y nuestros hermanos; a "cortar" con la actitud de "correr tras otros dioses" (pies) que nos llevan a la frustración y perdición como personas; y a "arrancarnos" esa mirada (ojos) siempre pronta a juzgar a nuestros hermanos, a ver lo negativo de la realidad únicamente, mirada que nos aleja de Dios y nuestros hermanos. El Bautismo nos libera de todas estas situaciones porque "somos bañados en el amor de Dios", morimos a la condición de seres separados de Dios y resucitamos como miembros de Cristo, Sacerdote, Rey y Profeta. Al formar parte del Cuerpo de Cristo, participamos de su riple condición y así somos pueblo de sacerdotes, reyes y profetas, cumpliéndose de esta manera la profecía de Moisés.

Éste es un regalo muy grande que ciertamente no merecemos. Es nuestra mayor riqueza, no como la de este mundo que, como dice el Apóstol Santiago, se apolilla, herrumbra y nos echa a perder, sino una riqueza que no se pierde. Es un regalo, pero también una tarea, porque no admite ser vivido egoístamente, pide salir, comunicarse. Es un regalo que exige mantener la comunión, viviendo el mandamiento del amor, que es la ley perfecta de la que habla el salmo.

Es un regalo y una tarea. Jesús nos llama a ser sacerdotes que ofrezcan cada día su vida por amor a Él y los hermanos; a ser profetas, que anuncien al pueblo el inmenso amor de Dios que nos salva a un mundo que ha perdido el sentido; y reyes, corresponsables del crecimiento de la comunidad.

A este Dios que nos ama tanto, vamos a pedirle que nos ayude a tomar conciencia de este regalo; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos permita ser como ella, misioneros de este amor que es el único que nos sana y salva.   

sábado, 22 de septiembre de 2018

Domingo XXV del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Sabiduría. 2, 12. 17-20; Sal 53, 3-4. 5. 6. 8; Santiago. 3, 16; 4, 3; Evangelio según San Marcos. 9, 30-37.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios! que, en Jesús, es un Maestro Bueno que nos enseña con paciencia.

El texto del evangelio que meditamos hoy nos habla de esto, de Jesús Buen Maestro. 

Jesús anuncia a sus discípulos la Pasión, pero ellos parecen estar en otra sintonía. Él les está hablando al corazón, les está enseñando aparte, algo muy importante que la multitud no está preparada para oír, pero ellos no lo escuchan. Mientras Jesús habla de su condena y muerte, ellos se cuestionan sobre quién de los Doce es el más importante. Esta actitud es escandalosa, pero el evangelio varias veces nos cuenta cómo los discípulos parecen no entender nada. Jesús lo constata, y ni siquiera necesita que respondan su pregunta ¿qué venían conversando? 

¡Tanto nos conoce Jesús! y entonces, con infinita paciencia y amor, les vuelve  a enseñar "Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos". Lo enseña de palabra, pero sobre todo con su vida. Él, siendo el Primero, en la cruz se hizo el último de todos por amor para salvarnos. Su entrega de amor en la cruz es el supremo servicio que hizo a la humanidad. Quien quiera seguirlo debe tomar su cruz, servir como Él sirve. Como parecen aún no entender, Jesús pone como ejemplo a un niño. Como sabemos en la época de Jesús el niño no era tenido en cuenta en absoluto, es el ejemplo más patente de quien no tiene poder. Sólo quien se hace así de humilde, quien reconoce que sin Dios no puede nada, es el que puede abrirse a su acción maravillosa.

Santiago, en el fragmento de la carta que leímos, muestra haberlo comprendido. "Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad". Donde hay búsqueda de poder hay competencia, rivalidad, enemistad, etc. Un discípulo de Jesús está llamado a ser testigo del único que nos une, nos da paz y hace felices. Su amor es tan grande y gratuito que es inútil competir por él.

Ser humilde no es fácil, en una cultura que nos lleva a ansiar el éxito, a veces sentimos la tentación de acceder a sus seducciones. Pero el Señor nos asiste como nos dice el salmo:  porque "Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida".

A este Dios tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a servir como su Hijo, que no vino a ser servido sino a servir; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que es la mujer humilde por excelencia, nos regale imitar su humildad y su disponibilidad al Espíritu, para que su Palabra sea fecunda en nosotros.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Domingo XXIV del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura:  Isaías 50,5-9a; Salmo 116(114),1-2.3-4.5-6.8-9; Epístola de Santiago 2,14-18; Evangelio según San Marcos 8,27-35. 

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que protege a los sencillos, como dice el salmo y lo demuestra toda la historia de la Salvación.


Hoy contemplamos un texto del evangelio que, como tantos otros, da mucho para meditar.

Primero: la pregunta de Jesús es como un termómetro que muestra qué es lo que la gente de su tiempo piensa de Él. Pero es, sobre todo, una pregunta para meditar hoy: ¿quién es Jesús para mí? No voy a responder porque cada persona debe hacerlo. Lo que sí voy a señalar es que, si Jesús no es una persona importante en nuestra vida, vamos mal. Si Jesús es sólo una "presencia simpática" de domingo que olvido durante la semana, y no transforma nuestra vida, estamos errando el camino. También erramos si lo consideramos importante, pero no seguimos sus enseñanzas, si no somos coherentes. Los invito entonces a meditar esta pregunta: ¿quién es Jesús para ti hoy?

Segundo: Jesús anuncia lo que le va a suceder por ser fiel al proyecto de amor del Padre por nosotros: anuncia su Pasión. En Él se cumplen las palabras del profeta Isaías que meditamos en la primera lectura. Jesús asume las consecuencias de su decisión confiado en que el Padre lo sostiene, y en que, como dice el salmo, "El Señor es justo y bondadoso, nuestro Dios es compasivo; el Señor protege a los sencillos". 

Tercero: Una vez más, nuestro querido Pedro nos representa con sus actitudes contradictorias. A la pregunta de Jesús sobre quién dicen los discípulos que es Él, Pedro, en nombre de los doce, hace una profesión de fe, que en el evangelio paralelo de Mateo le hace merecedor de una felicitación de Jesús. Sin embrago, igual que tantos de nosotros, da tres pasos y echa por tierra el reconocimiento logrado instantes antes. Su impulsividad, y el deseo de "no perder" a Jesús lo llevan a "desubicarse", en el sentido literal de la expresión, dejó su sitio de discípulo y se puso en lugar de maestro al reprender a Jesús. La respuesta de Jesús, que parece muy dura, lo "re-ubica" al decirle "ve detrás de mí", es decir, "vuelve al lugar del discípulo", y lo hace reflexionar sobre la distancia que muchas veces hay entre nuestros pensamientos y los de Dios. El llamar a Pedro Satanás, que en hebreo significa "adversario", nos hace reflexionar, según el discernimiento de San Ignacio de Loyola, cómo muchas veces el mal espíritu se "disfraza" de buen espíritu, y busca alejarnos de la Voluntad de Dios, a veces a través de personas que queremos tanto, y con propuestas que son "buenas". Es decir, la intención de Pedro es "salvar la vida" de Jesús, pero para eso es necesario que Jesús deje de ser fiel, deje de anunciar el evangelio, se esconda, y por tanto, no nos salve; muy lejos de la Voluntad de Dios, y muy beneficioso para el mal espíritu.

Cuarto: De ahí que Jesús continúe con una enseñanza para todos los discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará". Así nos ayuda a distinguir entre vida y Vida, es decir, podemos mantener la vida física, pero perdernos como personas, al romper la relación con Dios y nuestros hermanos, o podemos aspirar a la Vida plena, en plena comunión aunque esto implique riesgo para la vida física. En otro momento nos dice: "¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?" Por otro lado la expresión "cargar la cruz" merece una aclaración: no es una llamado a la resignación como muchas veces se lo ha interpretado, como por ejemplo, cuando una persona acepta el maltrato de su esposo/a porque "es la cruz que le tocó cargar", u otras expresiones por el estilo. A lo que Jesús se refiere con cargar la cruz es a asumir las consecuencias de amar como Él ama, "amar hasta que duela" decía la Madre Teresa, amar hasta las últimas consecuencias, amar hasta dar la vida. Sabemos que amar así se nos hace difícil, pero es Dios mismo el que nos regala su Gracia para hacerlo posible, "porque Él escucha el clamor de mi súplica, porque inclina su oído hacia mí cuando yo lo invoco".

A este Dios tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a amar como Él nos ama; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que interceda para que pongamos siempre primero la Voluntad de Dios antes que la nuestra, para que cada vez más nuestros pensamientos se parezcan a los de Dios.

sábado, 8 de septiembre de 2018

Domingo XXIII del tiempo Ordinario, ciclo B.

1ª  lectura: Isaías 35,4-7a; Salmo 146(145),7.8-9a.9bc-10; Epístola de Santiago 2,1-5; Evangelio según San Marcos 7,31-37.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que sana nuestras sorderas y nos devuelve la voz.

Contemplamos otro episodio donde a una persona, el encuentro con Jesús le cambia la vida. 

Un sordomudo es curado mediante gestos y palabras de Jesús. Pero esta sanación es mucho más que física. Sabemos que en el tiempo de Jesús, personas con enfermedades o discapacidades eran considerados responsables de su dolencia, es decir, consideraban que sus dificultades se debían a su pecado o el de sus padres. Esta mentalidad dejaba a este tipo de personas aisladas de la comunidad, y también de la relación con Dios, cargándolas de sufrimiento. La sanación física que le regala Jesús tiene como consecuencias otras sanaciones: la persona es reintegrada a la comunidad, es como una "sanación social"; con su acción Jesús demuestra que Dios no abandonó al sordomudo, que, como dice la carta de Santiago, "Dios no hace acepción de personas", y que la no es responsable de su dolencia. Jesús sana a la persona integralmente, liberándola de un sufrimiento que llamaría existencial, es decir, de una dolorosa existencia; es como si esta persona naciese de nuevo. No creo que Jesús necesitara hacer los gestos que hizo para sanar al sordomudo, y ¿por qué los hizo? Porque respeta y asume nuestra naturaleza, y sabe que necesitamos signos concretos, palpables, de su presencia y su amor. Estos mismos gestos y palabras, Jesús los dejó en la Iglesia, en lo que llamamos sacramentos, para que hoy nosotros nos encontremos realmente con Él.

De esta forma se cumple en Jesús la profecía de Isaías: "Dios mismo viene a salvarlos!".  Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos;  el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Porque brotarán aguas en el desierto y torrentes en la estepa; el páramo se convertirá en un estanque y la tierra sedienta en manantiales... Porque, como dice el salmo: "El Señor hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos, libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos, y endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos, protege a los extranjeros, y sustenta al huérfano y a la viuda".

Con razón la gente decía admirada: "Todo lo ha hecho bien"

A veces, también nosotros parecemos ciegos y no sabemos descubrir la presencia de Dios en nuestra vida; otras veces parecemos sordos, y no escuchamos su Palabra ni la de nuestros hermanos; y muchas veces somos mudos, que no hablamos del amor de Dios a otros. También como comunidad a veces nos portamos así. A veces siento que la comunidad está como muda, y eso no es sano, porque deja toda la responsabilidad en la mano de los sacerdotes, olvidándose que éstos están "de paso" (la comunidad es la que permanece), y que la misión del sacerdote no es ser jefe de un ejército, sino servidor de la comunidad, siguiendo el ejemplo de Jesús, que no vino a ser servido sino a servir. Es necesario que la comunidad haga oír su voz, que participe más en las decisiones, porque por el bautismo todos participamos de la condición de Jesús de ser Sacerdote, Rey y Profeta. Todos somos responsables de la comunidad.

A Dios, Padre Bueno, le vamos a pedir que nos sane de todo aquello que nos aísla de los demás y de su amor; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, le vamos a pedir que nos proteja y ayude a asumir el compromiso que cada uno tiene para que la comunidad sea cada vez más como la Sagrada Familia, una familia donde reina el amor de Dios.

Domingo XXIII del tiempo Ordinario, ciclo B.

1ª  lectura: Isaías 35,4-7a; Salmo 146(145),7.8-9a.9bc-10; Epístola de Santiago 2,1-5; Evangelio según San Marcos 7,31-37.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que sana nuestras sorderas y nos devuelve la voz.

Contemplamos otro episodio donde a una persona, el encuentro con Jesús le cambia la vida. 

Un sordomudo es curado mediante gestos y palabras de Jesús. Pero esta sanación es mucho más que física. Sabemos que en el tiempo de Jesús, personas con enfermedades o discapacidades eran considerados responsables de su dolencia, es decir, consideraban que sus dificultades se debían a su pecado o el de sus padres. Esta mentalidad dejaba a este tipo de personas aisladas de la comunidad, y también de la relación con Dios, cargándolas de sufrimiento. La sanación física que le regala Jesús tiene como consecuencias otras sanaciones: la persona es reintegrada a la comunidad, es como una "sanación social"; con su acción Jesús demuestra que Dios no abandonó al sordomudo, que, como dice la carta de Santiago, "Dios no hace acepción de personas", y que la no es responsable de su dolencia. Jesús sana a la persona integralmente, liberándola de un sufrimiento que llamaría existencial, es decir, de una dolorosa existencia; es como si esta persona naciese de nuevo. No creo que Jesús necesitara hacer los gestos que hizo para sanar al sordomudo, y ¿por qué los hizo? Porque respeta y asume nuestra naturaleza, y sabe que necesitamos signos concretos, palpables, de su presencia y su amor. Estos mismos gestos y palabras, Jesús los dejó en la Iglesia, en lo que llamamos sacramentos, para que hoy nosotros nos encontremos realmente con Él.

De esta forma se cumple en Jesús la profecía de Isaías: "Dios mismo viene a salvarlos!".  Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos;  el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Porque brotarán aguas en el desierto y torrentes en la estepa; el páramo se convertirá en un estanque y la tierra sedienta en manantiales... Porque, como dice el salmo: "El Señor hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos, libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos, y endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos, protege a los extranjeros, y sustenta al huérfano y a la viuda".

Con razón la gente decía admirada: "Todo lo ha hecho bien"

A veces, también nosotros parecemos ciegos y no sabemos descubrir la presencia de Dios en nuestra vida; otras veces parecemos sordos, y no escuchamos su Palabra ni la de nuestros hermanos; y muchas veces somos mudos, que no hablamos del amor de Dios a otros. También como comunidad a veces nos portamos así. A veces siento que la comunidad está como muda, y eso no es sano, porque deja toda la responsabilidad en la mano de los sacerdotes, olvidándose que éstos están "de paso" (la comunidad es la que permanece), y que la misión del sacerdote no es ser jefe de un ejército, sino servidor de la comunidad, siguiendo el ejemplo de Jesús, que no vino a ser servido sino a servir. Es necesario que la comunidad haga oír su voz, que participe más en las decisiones, porque por el bautismo todos participamos de la condición de Jesús de ser Sacerdote, Rey y Profeta. Todos somos responsables de la comunidad.

A Dios, Padre Bueno, le vamos a pedir que nos sane de todo aquello que nos aísla de los demás y de su amor; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, le vamos a pedir que nos proteja y ayude a asumir el compromiso que cada uno tiene para que la comunidad sea cada vez más como la Sagrada Familia, una familia donde reina el amor de Dios.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Domingo XXII del Tiempo Ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Deuteronomio 4,1-2.6-8; Salmo 15(14),2-3.4.5; 2ª lectura: Epístola de Santiago 1,17-18.21b-22.27; Evangelio según San Marcos 7,1-8.14-15.21-23.

¡Qué bueno es Dios! que, en Jesús, nos enseña a ser auténticos y coherentes de palabra y obra.

Luego del hermoso recorrido que hicimos por el capítulo seis del Evangelio de San Juan, hoy volvemos a Marcos, y nos encontramos una vez más  a los fariseos y escribas importunando a Jesús. ¿Cuál es la razón? Los discípulos no cumplen con los ritos de purificación. Es bueno distinguir que no se trata aquí de temas de higiene, sino de pureza ritual, lo que desencadena la corrección de Jesús y el llamado de atención sobre lo que hace impuro al hombre, que es lo que sale de él.

Varias veces Jesús corrige a los fariseos y maestros de la ley, por atar pesadas cargas al pueblo, y no ser capaces de empujarlas con un dedo. De la ley de Moisés habían hecho derivar más de seiscientos preceptos, convirtiendo a la ley de un instrumento a un obstáculo para la relación con Dios. De esta manera violaron el mandato de Moisés que leímos en el libro del Deuteronomio: "No añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno"Son los malos pastores que la profecía denuncia por haber dispersado al rebaño, porque dejaron fuera de la relación con Dios a los pobres, los enfermos, los extranjeros, los marginados de la época. Y es más duro aún. En el evangelio de Mateo, Jesús los llama "sepulcros blanqueados", impecables por fuera pero llenos de podredumbre por dentro. Se presentan frente al pueblo como los "perfectos", pero en realidad no viven de acuerdo a lo que predicaban. Representan lo que Jesús recuerda de la profecía de Isaías: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos"

Jesús, en cambio, le enseña al pueblo, y a nosotros, a ser coherentes y a cuidar el corazón, o mejor dicho nuestra espiritualidad. Debemos estar vigilantes para mantener limpio el corazón, y no lo vamos a hacer mediante ritos externos, sino mediante la oración, la escucha de la Palabra, la participación en los sacramentos, el compartir nuestra fe en comunidad. De esta manera podremos, como dice el salmo, habitar la casa del Señor, habitar en su amor, que es el único que nos puede hacer plenamente felices.

A Dios le vamos a pedir que nos regale la gracia para ser coherentes como Jesús; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que proteja nuestro corazón de todo aquello que nos aleja de Dios.

Domingo XXII del Tiempo Ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Deuteronomio 4,1-2.6-8; Salmo 15(14),2-3.4.5; 2ª lectura: Epístola de Santiago 1,17-18.21b-22.27; Evangelio según San Marcos 7,1-8.14-15.21-23.

¡Qué bueno es Dios! que, en Jesús, nos enseña a ser auténticos y coherentes de palabra y obra.

Luego del hermoso recorrido que hicimos por el capítulo seis del Evangelio de San Juan, hoy volvemos a Marcos, y nos encontramos una vez más  a los fariseos y escribas importunando a Jesús. ¿Cuál es la razón? Los discípulos no cumplen con los ritos de purificación. Es bueno distinguir que no se trata aquí de temas de higiene, sino de pureza ritual, lo que desencadena la corrección de Jesús y el llamado de atención sobre lo que hace impuro al hombre, que es lo que sale de él.

Varias veces Jesús corrige a los fariseos y maestros de la ley, por atar pesadas cargas al pueblo, y no ser capaces de empujarlas con un dedo. De la ley de Moisés habían hecho derivar más de seiscientos preceptos, convirtiendo a la ley de un instrumento a un obstáculo para la relación con Dios. De esta manera violaron el mandato de Moisés que leímos en el libro del Deuteronomio: "No añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno"Son los malos pastores que la profecía denuncia por haber dispersado al rebaño, porque dejaron fuera de la relación con Dios a los pobres, los enfermos, los extranjeros, los marginados de la época. Y es más duro aún. En el evangelio de Mateo, Jesús los llama "sepulcros blanqueados", impecables por fuera pero llenos de podredumbre por dentro. Se presentan frente al pueblo como los "perfectos", pero en realidad no viven de acuerdo a lo que predicaban. Representan lo que Jesús recuerda de la profecía de Isaías: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos"

Jesús, en cambio, le enseña al pueblo, y a nosotros, a ser coherentes y a cuidar el corazón, o mejor dicho nuestra espiritualidad. Debemos estar vigilantes para mantener limpio el corazón, y no lo vamos a hacer mediante ritos externos, sino mediante la oración, la escucha de la Palabra, la participación en los sacramentos, el compartir nuestra fe en comunidad. De esta manera podremos, como dice el salmo, habitar la casa del Señor, habitar en su amor, que es el único que nos puede hacer plenamente felices.

A Dios le vamos a pedir que nos regale la gracia para ser coherentes como Jesús; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que proteja nuestro corazón de todo aquello que nos aleja de Dios.

sábado, 25 de agosto de 2018

Domingo XXI del Tiempo Ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Josue 24,1-2a.15-17.18b; Salmo 34(33),2-3.16-17.18-19.20-21.22-23; Efesios 5,21-32;  Evangelio según San Juan 6,60-69.

Queridos/as hermano/as:

¡Qué bueno es Dios!, que es siempre fiel a su Palabra.

Este es el testimonio que encontramos en todas las lecturas de hoy: en el libro de Josué, donde encontramos que tanto Josué como el pueblo recuerdan las maravillas que Dios obró por su pueblo, aunque éste último le haya fallado tantas veces, Dios no falla. De esta fidelidad nos habla también el salmo, que nos invita a gustar y ver qué bueno es Dios con aquellos que lo invocan, en especial con los humildes. También el fragmento de la carta a los efesios nos habla del amor fiel de Cristo por su Iglesia, del cual los esposos deben dar testimonio en sus propias vidas. Del mismo modo, el fragmento del evangelio que leemos hoy habla de la fidelidad de Jesús a la Verdad y al Proyecto del Padre hasta las últimas consecuencias, aunque le cueste perder la popularidad.

De esta manera concluimos el itinerario que recorrimos a través del capítulo seis del Evangelio de San Juan. Hace cinco domingos (contando éste) contemplamos a Jesús dando de comer a cinco mil personas a partir de cinco panes y dos pescados. Utilizando la metáfora del tiempo, dijimos que ese día fue un día de sol, con un Jesús radiante, aclamado por esa multitud que quería hacerlo rey a la fuerza, y por eso, Jesús se retira solo a rezar, porque su misión no es ser el mesías político de Israel, sino quien nos reconcilie con Dios. El domingo siguiente se avizoraban nubarrones, ya que, luego que la gente busca y encuentra a Jesús, recibe de Él una corrección: "ustedes no me buscan por los signos que hice, sino porque comieron hasta saciarse; preocúpense por buscar el Pan que da Vida". Así se genera una discusión, donde la gente le pide signos para creer, hablan del Maná que Moisés dio al pueblo, suscitando que Jesús exprese que es el Pan Vivo bajado del Cielo. El tercer domingo se escucharon truenos que anunciaban la llegada de la tormenta, en la murmuración de la multitud, que nos hizo recordar la murmuración de Israel en el desierto. Se preguntaban cómo Jesús podía afirmar ser el Pan bajado del Cielo, siendo hijo de José, el carpintero a quien todos conocían. La respuesta de Jesús profundiza la crisis cuando dice que el Pan que da es su propia carne. El domingo pasado vimos la respuesta de los judíos que se cuestionaban cómo Jesús podía darles a comer su carne. La tormenta se desata por completo cuando Jesús les dice que para alcanzar la vida eterna es necesario comer su carne y beber su sangre.

Hoy algunos discípulos le dicen "¡son muy duras estas palabras!, ¿quién las puede aceptar?" Es que mientras Jesús hablaba del pan, no había mayor problema, pero cuando habla de comer su carne utiliza expresiones muy explícitas, que hieren la sensibilidad de los judíos que lo escuchan. Jesús incrementa el escándalo cuando habla de su regreso al Padre, y del hecho de que si ellos no creen, es porque el Padre no se los ha concedido. Y desde este momento, muchos de sus discípulos se dan vuelta y dejan de seguir a Jesús. Sin embargo, Él permanece fiel a la verdad, y no se vende por mantener la popularidad y retener así a los cinco mil. Como quien hace "control de daños" luego del temporal, Jesús pregunta a los doce si ellos también desean abandonarlo. Pedro, como portavoz del resto, le responde: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios", siendo en ese momento, como el "resto fiel" que onfía y espera en el verdadero Dios.

Comenzamos el capítulo seis viendo a Jesús rodeado de cinco mil personas. Lo finalizamos contemplándolo solo con los Doce, que ni siquiera son doce, porque uno de ellos lo traicionará. Pero Jesús seguirá permaneciendo fiel hasta el final. Aunque nosotros también le fallemos, Él nunca nos fallará.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a crecer en el amor a la Eucaristía, Único Pan de Vida que nos hace plenos; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos proteja para elegir siempre a su Hijo, el Único que tiene palabras de vida eterna, el Único que puede hacernos plenamente felices.

domingo, 19 de agosto de 2018

Domingo XX del tiempo Ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Proverbios 9,1-6; Salmo 34(33),2-3.10-11.12-13.14-15; 2ª lectura: Efesios 5,15-20; Evangelio según San Juan 6,51-58.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios! que, en Jesús, se nos ofrece como Pan que da la Vida Eterna.

Continuamos avanzando en el discurso sobre el Pan de Vida, que nos ofrece el Evangelio de San Juan en su capítulo seis, luego de la multiplicación de los panes. Recordemos que es en este capítulo en el que San Juan nos hace reflexionar sobre la Eucaristía, ya que, en la Última Cena nos presenta la escena del lavatorio de los pies, dejando a la Eucaristía íntimamente unida al servicio.

Recordemos que luego de la multiplicación de los panes la gente estaba maravillada, aunque también confundida, ya que, buscaron hacer rey a Jesús por la fuerza. Jesús se había retirado solo a rezar luego de enviar a sus discípulos a cruzar el lago. En el medio de la noche, en el medio de la tormenta, Jesús los alcanza, caminando por las aguas. Al desembarcar la gente lo busca, y Jesús los enfrenta a la realidad de que lo siguen no por los signos que hacen sino por haberles dado de comer hasta la saciedad, lo que origina una discusión con estas personas.

Metafóricamente hablando, la multiplicación de los panes se nos presenta como una escena radiante de sol, con un Jesús aclamado por el pueblo, Hace dos domingo se avizoraban nubarrones, a partir de la corrección que Jesús hace a la gente. El domingo pasado se comenzaron a oír truenos, en la murmuración de la gente contra Jesús. Hoy vamos a contemplar como se desata la tormenta.

Si bien ya se habían sentido murmuraciones, mientras Jesús hablaba del pan, no generaba tanto rechazo como el que va a generar con el siguiente discurso. La imagen del pan puede tomarse en forma metafórica. Pero hoy Jesús habla de carne y sangre, y utiliza verbos muy explícitos que hieren la sensibilidad de los judíos que lo escuchaban, y tanto los va a escandalizar que los escucharemos decir el próximo domingo: "¡estas palabras son muy duras!" ¿quién las puede aceptar?" 

Quienes hemos recibido el don de la fe en Jesús, sabemos que se está refiriendo a la Eucaristía, y por debajo, al hecho que conmemora: la entrega de amor de Jesús en la Cruz. Es en la Cruz donde la carne de Jesús es despedazada, y su sangre derramada por amor a nosotros. Para que nosotros -que no estuvimos presentes en su Pasión- pudiésemos beneficiarnos de ese amor, con los Apóstoles fundó la Iglesia, y en ella dejó estos gestos y palabras (que son los que Él hizo) que llamamos sacramentos, en especial la Eucaristía, donde comemos su Carne y bebemos su Sangre. Éste es el Pan de la Sabiduría del que nos hablaba el Libro de los Proverbios. Es el Pan que nos llena del Espíritu Santo como dice San Pablo. Es el Pan que nos hace gustar cuán bueno es el Señor, como nos invita a cantar el salmo.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a crecer en amor hacia la Eucaristía; y a María, nuestra Madre, que nos ayuda, que  nos guíe para elegir siempre el Pan de Vida que es su Hijo, y nos ayude a evitar buscarlo en otros panes, porque solo su Hijo es capaz de hacernos plenamente felices.