Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 26 de marzo de 2016

Domingo de Pascua

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43; Salmo 118(117),1-2.16ab-17.22-23; 2ª lectura: Colosenses 3,1-4; Evangelio según San Juan 20,1-9. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús se hizo uno de nosotros, y siendo fiel a proyecto de amor del Padre hasta la muerte de Cruz nos salvó, y por su Resurrección nos regaló el acceso a una vida plena en comunión con Dios y nuestros hermanos.

Es Pascua, es el día más feliz de la historia. El amor ha triunfado. Cuando parecía que el mal había vencido, cuando la oscuridad había llenado la tierra, cuando el mal había desplegado todos sus poderes y parecía que aplastaba al bien, el amor de Dios nos logra la victoria final y definitiva.

Hoy la comunidad siente que “le vuelve el alma al cuerpo”. El viernes habíamos contemplado a nuestro Señor y Maestro muerto en la Cruz, y con Él, también nuestras esperanzas habían muerto. El silencio del sábado y la oscuridad de la tumba nos llenaron de preguntas: ¿por qué?, ¿qué sentido tiene todo esto?, y ahora, ¿cómo seguimos? Hoy, al ver el sepulcro vacío, y al sentir la presencia del Señor Resucitado, todas nuestras preguntas encontraron su respuesta.

Lo que hasta ayer era la más absoluta oscuridad, hoy está lleno de la luz de Cristo; lo que ayer era un doloroso silencio hoy es un canto lleno de alegría; lo que ayer parecía ser un aplastante triunfo del mal y derrota del bien, hoy se ve invertido, es el bien el que ha triunfado definitivamente; lo que ayer era muerte, hoy es Vida.

Gracias a este día tan admirable toda nuestra vida cobra un nuevo sentido: ya sabemos hacia dónde vamos. Vamos a ser como Jesús Glorioso, a ser las personas más plenas, en plena comunión con Dios y nuestros hermanos, vamos a ser plenamente felices; y esta convicción nos llena de esperanza y alegría. 

Aunque muchas veces parezca que el mal en el mundo nos arrolla, aunque tantas veces escuchemos a las personas decir “esto no lo arregla nadie”, “esto se va al tacho”, nosotros sabemos que es falso. Jesús ya venció al mal y a la muerte. Entonces lo que ahora nos parece ser derrota, en Jesús sabemos que es victoria. Sabemos que al final de nuestros días Él nos hará plenamente felices, y esta convicción tendría que darnos nuevas fuerzas para seguir adelante aún en las dificultades, a seguir creyendo a pesar de tanta oscuridad, a permanecer firmes en la fe en medio de tantas preocupaciones.

Y para que seamos conscientes de todo esto, y para hacernos beneficiarios de la salvación que nos consiguió en la Pascua, dejó en su Iglesia gestos y palabras que llamamos sacramentos, gracias a los cuales nos encontramos con este mismo Jesús que transforma nuestras vidas. 

Hoy la comunidad está llena de alegría: hemos descubierto que Dios nos ama hasta dar su vida por nosotros. Hemos descubierto que por la Cruz y Resurrección del Señor tenemos acceso a una nueva vida plena. Ésta es una noticia demasiado grande e importante como para guardarla egoístamente. Hoy la comunidad siente que no puede callar lo que ha visto y oído. 

Hoy la comunidad se convierte en misionera, en portadores de luz para llevar a quienes viven en la oscuridad; en portadores de esperanza para quienes viven desolados; en portadores de alegría para quienes viven apenados; en misioneros de un Amor que vence al mal y la muerte, y nos llena de nueva vida.

Pidamos al Señor Resucitado que nos ayude a gustar de su Resurrección, resucitándonos de nuestras heridas, sanándonos de nuestras enfermedades, rescatándonos de nuestras tristezas. Y a María, la mujer más admirable de la historia, que conoció el dolor más profundo y la felicidad más completa, que nos ayude a tener una fe firme como ella, y a seguir tomando conciencia que Jesús nos salvó para vivir en comunidad.    

viernes, 25 de marzo de 2016

Viernes Santo.

1ª lectura: Isaías 52,13-15.53,1-12; Salmo 31(30),2.6.12-13.15-16.17.25; 2ª lectura: Hebreos 4,14-16.5,7-9; Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús asumió toda nuestra humanidad, hasta nuestros rincones más oscuros, y por su fidelidad hasta la muerte de cruz, nos salvó y reconcilió todas las cosas con Dios. ¡Qué bueno es Dios! que se hace solidario con nuestro dolor, nuestros sufrimientos y nuestras heridas.Creo que éstos son dos de los grandes mensajes que celebramos este día.

Obra del Pbro. Ricardo Ramos.
El relato de la Pasión según San Juan nos propone contemplar el escándalo del juicio y condena de Jesús. El Evangelista San Juan, un verdadero genio de la Escritura, nos muestra con ironía esta escena donde los romanos visten a Jesús como rey para burlarse de Él, sin saber que en realidad se están burlando del Rey del Universo, Aquél por Quién ellos mismos fueron creados, Aquél a quien deben su existencia. Lo mismo vale para las autoridades judías, que con la excusa de defender la ley de Moisés, condenan a muerte al Nuevo y Verdadero Moisés, al Verdadero Liberador, al que está por encima de toda ley. Es realmente escandaloso para nosotros que lo vemos tan claro; obviamente no lo era para ellos.

Por eso, es aún más admirable la humildad de Jesús, y su obediencia a la Voluntad del Padre, que consistía en ser fiel al Proyecto de Amor del Padre hasta el extremo de dar su vida por nosotros. Hoy, por su fidelidad e infinito amor nos salvó. Este día es el centro de la historia.

Pero dijimos que en esta semana santa acompañaríamos a la comunidad de los discípulos, porque su camino es el camino de nuestra comunidad. Pues bien, para la comunidad de discípulos hoy es el día de la crisis absoluta, la crisis de la fe, del sentido, del desconcierto. Este Jesús al que seguían no resultó ser lo que ellos esperaban, un ser superpoderoso que los libraría de la opresión extranjera y solucionaría todos los males del mundo (convengamos que si su sueño se hubiese cumplido, Jesús habría anulado nuestra libertad, no se hubiese hecho uno de nosotros y no nos habría salvado). Los discípulos aún no habían entendido con profundidad todas las enseñanzas de su Maestro. También nosotros como comunidad muchas veces no entendemos las enseñanzas de Jesús y de su Iglesia, muchas veces nos equivocamos y herimos al hermano, muchas veces tenemos dudas y crisis de fe, que nos llevan a decir ¿dónde está Dios? La Cruz es la crisis por excelencia. Es el acontecimiento más absurdo de la historia: no tiene sentido, matamos al que más nos ama; pero Jesús por su infinito amor y por su resurrección lleno este acontecimiento de sentido, y convirtió un supuesto fracaso en la victoria más arrolladora de la historia por la cual todos fuimos salvados. Gracias a la Cruz, todas nuestras crisis pueden tener un nuevo sentido. Jesús llena de sentido nuestra vida. Si cargamos solos con nuestras crisis, seguramente seremos aplastados por ellas. Si las ponemos en la Cruz, Jesús nos dará la fuerza que nos resucita y levanta de las crisis, y así, cada crisis se convierten, no en un evento negativo, sino en una oportunidad de crecer en la fe y acercarse más a Jesús.

Por esto, en cada crisis, cuando nos preguntemos ¿dónde está Dios?, los invito a mirar la Cruz: Él está ahí, solidarizándose con nuestro dolor, nuestras heridas son sus heridas, pero Él tiene el poder de resucitarlas. 

Y recordemos que en cada sacramento actualizamos ese inmenso gesto de amor de Jesús en la Cruz. En cada sacramento nos encontramos con su amor que nos sana y libera.

Y si decimos que Jesús nos salvó para vivir en comunidad, podemos decir también que la comunidad sana es la que sabe perseverar junto a la Cruz, aunque seamos pocos, aunque seamos los mismos de siempre, porque no es comunidad la que se reúne sólo cuando hay fiesta, sino aquélla que comparte la vida de cada día, con sus alegrías pero también con sus tristezas.

Pidámosle a Jesús que nos ayude a tomar conciencia de que Él nunca nos abandona, que nos ayude a tomar conciencia de su amor que persevera en Cruz, amor perfecto; y a María, nuestra Madre que supo llorar tanto viendo a su Hijo en la Cruz, pero firme en la esperanza en un Dios que nunca falta ni falla, que nos ayude a comprender junto a la Cruz, que Jesús nos salvó para vivir en comunidad. 

jueves, 24 de marzo de 2016

Jueves Santo. Hora Santa. Reflexión sobre Getsemaní.

Reflexión sobre la fidelidad de Jesús en Getsemaní.

Para entender qué significa Getsemaní en la vida de Jesús, tenemos que remitirnos al origen del mundo, a la Creación. Dios es Amor (1 Jn 4, 8), y “el amor no sabe vivir sino comunicándose” (Don Baltasar Pardal Vidal). Por amor, Dios nos creó, y toda la historia es historia de una relación de amor entre Dios y el ser humano; es un largo diálogo de amor entre un ser humano frágil, a quien le cuesta ser fiel, y que suele caer fácilmente; y un Dios que a pesar de las equivocaciones del ser humano se mantiene fiel a toda costa. 

Cuando pensábamos que la fidelidad es imposible, porque “la carne es débil” (Jn 14, 38), Dios, por amor, en Jesús, se hizo hombre y fue igual a nosotros, pero siempre fiel, sin caer. Jesús nos enseñó la verdad sobre este Dios que es Amor, y que nos acepta tal como somos. Lo enseñó con palabras y obras: ayudando, sanando y promoviendo a los que se les acercaban; en especial, a aquellos que habían sido dejados de lado, marginados, los más débiles de su sociedad. Esto fue visto como una “amenaza” al “statu quo” por las autoridades de la época, que por tener paz con el imperio romano habían “transado” con la mediocridad. Después de tres años de actividad, Jesús se les volvió insoportable, ya que cada vez más gente lo seguía; y decidieron matarlo.

Después de celebrar la Última Cena con sus discípulos, en la que nos regaló la Eucaristía, la Misa, la forma de hacerse realmente presente entre nosotros por siempre, se dirigió a Getsemaní para rezar. Pide que tres discípulos más íntimos se queden velando y rezando por Él, pero lo dejan solo.

Jesús vive la angustia de la soledad y del peso de sus opciones. Sabe que seguir adelante siendo fiel a lo vivido le puede costar la vida. Seguramente le costó entender por qué le devolvían tanto odio a una entrega de tanto amor. 

Podría retractarse, huir, ser un buen maestro de la ley, acomodarse al “statu quo”, “transar” con las autoridades. Es la tentación del “está bien”, “ya hiciste mucho bien”, “cumpliste, ahora retírate”, “¿te parece que vale la pena dar la vida por éstos, que no son capaces de entenderte, desde las autoridades hasta tus amigos más íntimos?” “¡No! ¡Salvate vos, y dejá que ellos hagan su camino!” “Podés hacer mucho bien en secreto, sin que te persigan como ahora”. “Pensá un poco en vos”. 

Jesús, representando a toda la humanidad, con toda la historia pesando sobre Él se enfrenta a la disyuntiva, ser fiel hasta el final y que esto le cueste la vida, o renunciar, “irse al mazo”, y “salvar” su vida. Resuena el grito angustiado de Jesús: “Padre, si puedes, que pase de mí este cáliz”, es decir, “si puedes, evitame pasar por tanto dolor”, “pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26, 39). Pero inmediatamente entendió que la fidelidad al amor implicaba ir hasta las últimas consecuencias.

Jesús fue fiel hasta el final, gracias a Él se sanó esta historia de amor de la que hablábamos al principio; el ser humano pudo responder a Dios como Él merecía; el ser humano aprendió que es posible ser fiel, con la ayuda de Dios. Gracias a Jesús recuperamos la amistad con Dios, podemos llamarle amigo. Habiendo resucitado, sigue estando vivo entre nosotros, y sigue siendo fiel.   

¿Qué significa en nuestra vida?
Todos vamos a tener “nuestro” Getsemaní, un momento en que nuestra fidelidad a un proyecto de amor será probada por las circunstancias que nos toquen vivir. Seguramente vamos a sentir la tentación de dejar todo, de huir del conflicto, de buscar sólo mi voluntad, mi capricho, mi aparente felicidad sin tener en cuenta al otro. O podemos ser fieles hasta el final a un proyecto de amor construido por dos, y sostenido por el amigo más fiel, Jesús. 

Podemos en esos momentos de prueba, recurrir como Jesús, a nuestros amigos más íntimos, en especial a Uno, que es Él mismo, Jesús, el único que no nos falla, el único que está siempre, el único capaz de comprenderme más que nadie.

Jueves Santo de la Cena del Señor.

1ª Exodo 12,1-8.11-14; Salmo 116(115),12-13.15-16bc.17-18; 2ª lectura: Carta I de San Pablo a los Corintios 11,23-26; Evangelio según San Juan 13,1-15.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que siendo el Creador Omnipotente del Universo, por amor se hace servidor de todos; Él, que es el primero, se hace el último.

Estamos celebrando la Cena del Señor, y contemplamos este texto magnífico del Evangelio de San Juan. Para comprenderlo hay que hacer algunas consideraciones previas.

El Evangelio de San Juan fue puesto por escrito sobre fines del siglo I, cuando ya los tres evangelios sinópticos (San Marcos, San Mateo, y San Lucas) estaban incorporados a la vida de la comunidad. Por eso, el evangelio de San Juan es en muchas cosas distinto, es que da por supuesta la fe de una comunidad, y entonces no quiere repetir relatos que la comunidad ya conoce, sino profundizar de forma teológica en varios hechos de la vida de Jesús. Por eso, al relatar la Última Cena, no nos relata la institución de la Eucaristía, relato que la comunidad ya conoce, sino el lavatorio de los pies, dejándonos una enseñanza de una profundidad que los próximos renglones no alcanzarán para describirla, pero por lo menos, para hacerla explícita.

Estamos en el contexto de la Última Cena, es decir, de la institución de la Eucaristía. Ella está en el trasfondo de este relato. Al presentar el lavatorio de los pies, de manera genial, Juan une la Eucaristía al servicio por tres grandes motivos: 1) la los gestos y palabras de Jesús en esta cena anticipan su entrega de amor en la Cruz: el pan que se parte y comparte anticipa su carne despedazada durante la Pasión, el cáliz que se comparte, anticipa su sangre derramada en la Cruz, y todo esto para nuestra salvación; la Eucaristía es memorial de la entrega de Jesús en la Cruz, Eucaristía y Cruz están indisolublemente unidas; 2) el lavatorio de los pies es un acto que anticipa el gran servicio que Jesús hará a la humanidad en la Cruz, el que ahora limpia los pies con agua, más tarde nos purificará de nuestros pecados por su sangre y nos alcanzará la Salvación; Servicio y Cruz, están indisolublemente unidos; de estos dos puntos, podemos deducir que 3) Eucaristía y Servicio están indisolublemente unidos, lo que traducido significa que no podemos amar a Dios sin amar a los hermanos, no podemos servir a Dios si no servimos a los hermanos, no podemos vivir de manera "espiritualista y egoísta pensando que "el Señor y yo nos arreglamos", o "con que vaya a Misa alcanza". Por eso la Eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana, porque nos nutrimos de ella para amar mejor a nuestros hermanos y volver con ellos a la misma mesa eucarística. "Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.

Con razón el salmista expresa "¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?" Y se responde "Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor", como diciendo "amor, con amor se paga", porque para nosotros "alzar la copa" nos remite a la Eucaristía, y ésta, al amor gratuito de Dios que nos sana y salva, y nos invita a comunicarlo gratuitamente a los demás.

A este Dios que es capaz de hacerse el último para salvarnos, le vamos a pedir que nos regale comprender cabalmente cuán grande es su amor por nosotros; y a María, Madre de Misericordia, le vamos a pedir que nos regale crecer en la vivencia del amor y el servicio que su Hijo nos enseñó, para que podamos decir con ella "He aquí la servidora/el servidor del Señor, hágase en mí según su Palabra". 

miércoles, 23 de marzo de 2016

Miércoles Santo.

1ª lectura: Isaías 50,4-9a; Salmo 69(68),8-10.21-22.31.33-34; Evangelio según San Mateo 26,14-25.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama a pesar de que tantas veces lo traicionamos, o nos alejamos de Él.

Estamos recorriendo el camino de Jesús y la comunidad de los discípulos hacia la Pascua. Hoy presenciamos cómo un integrante de la comunidad, uno de los Doce, planea entregar a Jesús a quienes querían matarlo. Otros preparan la Cena de Pascua, a pedido de Jesús. Así de heterogénea es la comunidad de los discípulos, así es nuestra comunidad. 

Jesús aceptaba conscientemente la presencia de Judas en su comunidad, porque si Dios no lo amaba, ¿quién lo iba a hacer?, si Dios no le daba una oportunidad, ¿quién se la iba a dar? Judas es un misterio, como lo somos nosotros. Él presenció los milagros, vio a Jesús amando a todos, vio en Jesús un líder formidable; ¿cómo se puede traicionar a un hombre así? Dicen algunos estudiosos, que para Judas, Jesús tenía un defecto; no mostraba intención alguna de levantarse en armas contra el poder extranjero que los oprimía. Algunos dicen que la traición de Judas fue un intento desesperado de éste para que Jesús revelara todo su poder. Pero los caminos de Dios no son nuestros caminos. Si el supuesto deseo de Judas se hubiese cumplido, Jesús habría anulado nuestra libertad, no hubiese sido igual a nosotros en todo menos en el pecado, y no nos habría salvado. El plan de Dios era otro, y lo escuchamos el domingo en el hermoso himno de los Filipenses: “Jesús, siendo de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”… Y siendo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, fue fiel al proyecto de amor del Padre hasta la muerte y muerte de cruz. “Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor"”. Y siendo fiel a este proyecto de amor del Padre, nos salvó.

Judas es un misterio, como lo somos nosotros. Estoy cansado de escuchar que me digan: “yo no voy a la Iglesia porque hay gente que va y después critica a los demás, o no es buena gente, etc.”. Además de que esta clase de personas no es capaz de reconocer sus propios defectos, parecen no saber nada de Jesús, que vino a buscar y salvar lo que estaba perdido, que vino a sanar a los enfermos, y rescatar a los pecadores. Sí, la Iglesia está llena de pecadores, porque las únicas dos personas que no pecaron jamás fueron Jesús y María; el resto somos todos pecadores. Y cierto que hay pecados más graves que otros, pero todos, hasta el más privado, hiere nuestra relación con Dios, con los hermanos, conmigo mismo y con la Creación; todo pecado está en contra del proyecto de amor y felicidad del Padre por nosotros; todo pecado es, en cierta medida, una traición a Jesús.

Pero luego de reconocer que somos pecadores debemos inmediatamente recordar que el amor y la misericordia de Dios son infinitos. Jesús seguía amando a Judas, a pesar de su traición, fue Judas quien no le dio la oportunidad a Jesús de perdonarlo. Así también, el Padre nos está esperando para abrazarnos después de cada caída, y para darnos fuerza para no caer. 

Jesús, por su fidelidad hasta la Cruz sanó todas nuestras heridas, y nos salvó. En los sacramentos nos hacemos beneficiarios de ese amor. En el sacramento de la Reconciliación, Jesús mismo nos espera para darnos su perdón, hacernos sentir su amor y darnos fuerza para seguir adelante. Aprovechar de celebrar este sacramento nos ayuda también a vivir en comunidad, porque el pecado la hiere, y el perdón la sana.

Pidamos al Señor que nos ayude a aceptarnos tal como somos y a no juzgar a los demás. Y a María, nuestra Madre, que nos ayude a seguir tomando conciencia que Jesús nos salvó para vivir en comunidad.

martes, 22 de marzo de 2016

Martes Santo.

1ª lectura: Isaías 49,1-6; Salmo 71(70),1-2.3-4a.5-6ab.15.17; Evangelio según San Juan 13,21-33.36-38.

¡Qué bueno es Dios!, que es fiel a su amor por nosotros hasta las últimas consecuencias.

Esta semana está cargada de claroscuros. Encontramos la oscuridad de quienes ansían detener y matar a Jesús; la oscuridad de la traición de uno de los discípulos, Judas Iscariote; la oscuridad de la soledad de Jesús porque sus discípulos no entienden nada. Pero esta oscuridad, como en las obras de arte, viene a destacar la luz del amor fiel de Jesús hasta la muerte. Él es la Luz, y las tinieblas no pudieron vencerla.

Contemplamos en el evangelio parte de la Última Cena. En ella Jesús instituye la Eucaristía y dirige a los discípulos sus últimas recomendaciones. Conmovido, Jesús anuncia la traición de uno de los suyos, lo que provoca la salida de Judas, que se va a la oscuridad de la noche. Los demás discípulos siguen sin enterarse de lo que está pasando, y de lo que va pasar Jesús en las próximas horas.

Ahora comienza, en San Juan, la hora de la glorificación de Jesús, que coincide con su Pasión. La gloria se manifiesta en un amor fiel que vence al odio, a la traición, a la negación, a la oscuridad y la muerte.

Una vez más Pedro no resiste su impulsividad. Frente al anuncio de Jesús de que todos lo abandonarían, responde que él jamás lo hará, y de que daría su vida por Jesús. Pedro aún no ha tomado contacto con su fragilidad, aún se cree invencible. Jesús anuncia su triple negación.

Odio, traición, negación, oscuridad y amenaza de muerte: sólo un amor infinito puede justificar la entrega fiel de Jesús. Es que, como dice Isaías, somos valiosos a los ojos de Dios. Él nos ama tanto, al punto de tolerar nuestros desprecios. Aunque nosotros nos alejemos de Él, Él no se aleja; aunque nosotros fallemos, Él no falla; por eso podemos decir que es nuestra fortaleza, nuestro refugio, nuestra Roca salvadora y nuestra seguridad. Pero como he dicho varias veces. 

Un amor así no resiste ser encerrado egoístamente en nuestro corazón, pide salir, comunicarse a los demás. Por esto, Dios nos dice a través de Isaías:  "Es demasiado poco que seas mi Servidor... yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra". 

A este Dios que es tan bueno, le vamos a dar gracias por amarnos tanto, y le vamos a pedir que nos ayude a tomar conciencia de su amor; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, Madre de la Luz y el Amor, le vamos a pedir que podamos ser como ella misioneros que lleven la luz a los demás y el anuncio de que Dios nos ama, y nos regala su salvación.

lunes, 21 de marzo de 2016

Lunes Santo.

1ª lectura: Isaías 42,1-7; Salmo 27(26),1.2.3.13-14; Evangelio según San Juan 12,1-11.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que por amarnos tanto, acepta nuestras muestras de amor, aunque sean irracionales, o alocadas a los ojos de los demás.

La Iglesia nos propone meditar hoy una escena del evangelio hermosa por demás, la cena de Jesús con sus queridos amigos de Betania. Si recordamos, el domingo anterior a Ramos meditamos la resurrección de Lázaro. Hoy los tres hermanos celebran este hecho y ofrecen a Jesús en agradecimiento esta cena. Lázaro no habla, pero su sola presencia dice tanto como para que las autoridades judías planeen matarlo, ya que, muchos al ver a Lázaro vivo comenzaban a creer en Jesús. Marta está sirviendo, pero no como aquella vez en que pidió a Jesús que rezongara a su hermana por no ayudarla en los quehaceres de la casa. Y María… merece un capítulo aparte.

María hace un gesto que incomoda a todos, menos a Jesús. Ella derrama a los pies de Jesús este perfume de nardo puro, que en la época costaba el sueldo de todo un año, y luego los seca con sus propios cabellos. Es un gesto de amor y gratitud fuera de serie. Imagino a Jesús apreciar este gesto con una actitud orante, este gesto lo habrá hecho orar a su Padre, y a su vez contemplar con sagrado respeto el misterio de la libertad humana. Judas se escandaliza, poniendo como excusa la ayuda a los pobres, pero Jesús rescata este gesto y a esta mujer, y anticipa lo que pronto sucederá, su Pasión y muerte.

Hoy la comunidad está reunida en torno a Jesús. En ella hay personas a las que Jesús les cambió la vida: Lázaro, Marta, y María; y otras que se resisten a ello como Judas. Hoy se mezclan la alegría y gratitud de los amigos de Jesús por la vida, y la incomprensión, el odio y los deseos de muerte de quienes rechazan a Jesús. Pero Jesús admitía conscientemente en su comunidad a Judas, porque si Dios no le mostraba su amor, ¿quién lo iba a hacer? Esto para decir que la comunidad nunca es perfecta, y que los que la integramos somos muy diferentes -gracias a Dios- con nuestros defectos y virtudes; pero en definitiva es Dios quien nos ama, y porque nos ama nos llama a vivir en comunidad aceptándonos tal como somos. Por esto, estamos invitados/as a aceptarnos de la misma manera, a respetar nuestras diferencias y relacionarnos con su amor.

De esta manera se cumplirá en nosotros las palabras del profeta Isaías, que si bien están dedicadas a Jesús, perfectamente se aplicarían a nosotros como comunidad-Cuerpo de Cristo: “Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él… Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas”. Por esto podemos decir con el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, a quién temeré”.  

Es cierto que vivir en comunidad no es fácil, que no es fácil amar como Jesús ama, pero Él nos da la fuerza. Como también dice el salmista: “Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor”.

Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a amar a nuestros/as hermanos/as de comunidad como Él nos ama, y a María, Madre del amor, que nos ayude a tomar conciencia que “Jesús nos salvó para vivir en comunidad”. 

domingo, 20 de marzo de 2016

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, ciclo C.

1ª lectura: Isaías 50,4-7; Salmo 22(21),8-9.17-18a.19-20.23-24; 2ª lectura: Filipenses 2,6-11; Evangelio según San Lucas 22,14-71.23,1-56.


Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que por su gran amor envió a Jesús que nos salvó para vivir en comunidad. 

Pido disculpas a quienes ya me han escuchado decir cosas parecidas. Dios nos creó por amor, para ser felices, viviendo en comunidad con Él. Nos creó para vivir en comunidad. Este era su proyecto. Pero en los inicios de la historia el ser humano quiso sacar a Dios mismo de la comunidad, y hacerse una a su antojo. Así rompió la relación de amistad con Dios, y en consecuencia, si con Dios tenía todo, al romper la relación con Él perdió todo, y se rompieron las demás relaciones: consigo mismo, el ser humano empezó a sentir vergüenza, culpa; con los demás, echó la culpa a los otros; con la Creación, le echó la culpa a la Creación. Esto lo conocemos con el nombre de pecado original, y sus heridas permanecieron en la naturaleza humana. Pero inmediatamente Dios, por su gran amor, prometió que vendría un Salvador que sanaría todas las heridas y reconciliaría al ser humano con Dios.

En la Plenitud de los Tiempos, como dice San Pablo, “Jesús, siendo de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”… Y siendo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, fue fiel al proyecto de amor del Padre hasta la muerte y muerte de cruz. “Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor"”. Lo que celebramos en esta semana santa es que Jesús, siendo fiel, nos salvó, sanó todas las heridas del pecado original, reconcilió todas las cosas con Dios por su Cruz, permitiéndonos vivir en comunidad con Él y con nuestros hermanos. Porque la salvación no es egoísta, ni individualista; la salvación es comunión con Dios y con nuestros hermanos; la salvación es vivir en comunidad con Dios, y con nuestros hermanos, por eso es que decimos: “Jesucristo nos salvó para vivir en comunidad”, y de esta manera ser felices.

Pero la semana santa es también un itinerario para llegar a comprender esta verdad tan profunda. Queremos proponerles descubrir el camino de la comunidad de los discípulos, y el de nuestra propia comunidad en este itinerario de salvación.

Hoy celebramos el Domingo de Ramos. Hoy la comunidad celebra la entrada de Jesús en Jerusalén como el Rey que llega. Pero existe confusión en la comunidad. Ven a este Rey como un líder político, que resolverá la situación del pueblo. Sería bueno preguntarnos como comunidad, si la imagen que nos formamos de Jesús muchas veces es alejada de lo que nos muestra el Evangelio, si pretendemos que Él resuelva nuestra vida como si fuese arte de magia, aún a costa de suspender nuestra libertad. A veces parte de la comunidad, generalmente los que sólo vienen hoy, se confunde con el ramo que se llevan, creyendo casi en sus poderes mágicos, olvidándose que en realidad el ramo nos recuerda el comienzo de una semana, en la que Jesús, por amor a nosotros entregó su vida y nos salvó para vivir en comunidad.

Pero la comunidad de discípulos, confundida ahora por el fervor de la multitud que aclama a Jesús como Rey, siente en su interior que no todo está bien. Jesús anunció tres veces su muerte en Jerusalén, así que frente a los tonos alegres de la fiesta se contraponen los tonos graves de la amenaza del mal y la muerte.

Esta semana no puede ser una semana más. En ella celebramos el centro de nuestra historia y de nuestra vida, en ella celebramos la verdad más real de la historia: Dios nos ama a cada uno/a tanto, que es capaz de dar su vida por cada uno/a; no existe ni existirá nadie que nos ame tanto; su amor es capaz de llenar nuestro corazón; si somos conscientes de esto nunca más nos sentiremos solos, ni poco amados. Celebramos que “me amó y se entregó por mí”, que nos salvó para vivir en comunidad y así ser felices.

Vamos a pedirle a Él que abra nuestro corazón a esta Verdad; y a María, que vivió como nadie este camino mezclado de dolor y alegría, que nos ayude a sentirnos muy amados de Dios, y a comprender que “Jesús nos salvó para vivir en comunidad”.  

sábado, 12 de marzo de 2016

Domingo V de cuaresma, ciclo C.

1ª lectura: Isaías 43,16-21; Salmo 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6; Filipenses 3,8-14; Evangelio según San Juan 8,1-11. 

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que gracias al amor fiel de Jesús nos salva de nuestros pecados y nos regala una nueva vida.

Contemplamos hoy otra escena formidable del evangelio, que merece una meditación mucho más extensa de la que ahora podemos hacer. Pero veamos algunos puntos.

Jesús ha venido predicando sobre la misericordia del Padre, con palabras y obras, y ha anunciado la salvación a los pobres de Dios, a todos aquellos que el fariseísmo había excluido. Esto fue visto por ellos como una amenaza, y comenzaron a buscar la forma de deshacerse de Jesús. Como no encuentran motivos reales de qué acusarlo, comienzan a tenderle trampas.

La trampa que hoy le tienden a Jesús está muy bien pensada. Responda lo que responda Jesús, estará en problemas. Veamos:

Le presentan a Jesús a una mujer hallada en flagrante adulterio. La ley de Moisés era clara, y la sentencia para esta mujer es muerte por lapidación. ¿Y Jesús? ¿Qué dirá al respecto? Si dice que no hay que ejecutarla, como imaginamos, lo acusarán de estar en contra de la ley de Moisés, y por lo tanto, no sería el Enviado de Dios, porque niega la ley que es palabra de Dios para ellos; el Mesías no puede negar a Moisés. Si responde que sí, tiene dos problemas: por un lado, se niega a sí mismo, y toda su predicación, quedando por un farsante; y por otro, tendría problemas con los romanos, que en el tiempo de Jesús se reservaban la sentencia a muerte. Como vemos, parece una trampa sin escapatoria. Por eso, más admiración nos despierta la respuesta de Jesús: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". "Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos". Y de esta manera, Jesús nos enseña que nuestra justicia es limitada. Nosotros juzgamos a partir de los que vemos, es decir, a partir de las evidencias; pero hay elementos que se nos escapan, esto es, qué es lo que pasa por la mente y el corazón de la persona, elementos que Dios sí conoce, y por eso, su justicia es perfecta. Por este motivo, una y otra vez, Jesús nos enseña de palabra y de obra, que no debemos juzgar a nuestros hermanos, que sólo Dios lo puede hacer. Es cierto, la mujer fue encontrada en flagrante adulterio, las evidencias la condenan, pero ¿qué llevó a esa mujer a esa situación?, ¿qué estaba en la mente de la mujer?, cómo se sentía?, ninguno de estos elemento están en el juicio de escribas y fariseos.

El diálogo posterior que Jesús mantiene con la mujer es sanador en todo sentido: primero, al dialogar con ella, le reconoce su dignidad de persona, la admite como a un interlocutor válido, la que no tenía voz por el juicio de fariseos y escribas, la recupera gracias al Maestro; segundo, Jesús rompe la barrera machista que impedía a un hombre a hablar con una mujer extraña; y tercero, la invita a una vida nueva, le ofrece el perdón, pero la invita a cambiar de vida.   

Así, una vez más, Jesús cumple las escrituras: "abrió un camino a través del mar y un sendero entre las aguas impetuosas", "hizo algo nuevo", puso un camino "en el desierto y ríos en la estepa", lo hizo para salvar a esta mujer, y a todos nosotros. Por eso, el salmista nos invita a decir, "El Señor hizo grandes cosas por nosotros".

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos regale ser misericordiosos como lo es Él; y a María, Madre de Misericordia, que nos ayude a no juzgar, a entender que hay elementos que se nos escapan, y que sólo Dios conoce.

sábado, 5 de marzo de 2016

Domingo IV de cuaresma, ciclo C.

1ª lectura: Josue 5,9a.10-12; Salmo 34(33),2-3.4-5.6-7; 2ª lectura: Carta II de San Pablo a los Corintios 5,17-21; Evangelio según San Lucas 15,1-3.11-32.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que en su infinita misericordia, como Padre bueno, nos espera con los brazos abiertos para recibirnos cada vez que nos alejamos.

El texto del evangelio que hoy meditamos, es la llamada "Parábola del Hijo Pródigo", y es un texto que nos daría para hacer un retiro espiritual, dada la profundidad de su simbología; pero intentaré no extenderme mucho.

Recordemos que en la parábola lo que importa es el mensaje que quiere transmitir, a diferencia de la alegoría donde cada elemento tiene su propio significado. Por esto, no tenemos que dejarnos distraer por la "escenografía". 

Nuestra primera reacción a la parábola, seguramente será ponernos del lugar del hijo mayor, y reclamar ante la "injusticia" que significa el festejo del regreso del irresponsable del hijo menor. Pero ésta, es la reacción normal ante una lectura superficial del texto; cuando uno profundiza en él, descubre una historia muy distinta.

Es cierto que las actitudes del hijo menor son muy reprochables: pide su parte de la herencia, que iba a recibir luego de fallecido el padre, es como si dijera que para él, ya está muerto; se va a un país lejano, rompe la comunión con su familia, es como si renegara de ella, y de la vida compartida con ella; gastó todos sus bienes en una vida que lo deshumanizó; y en el fondo de la crisis, en vez de pensar en pedir perdón al padre, piensa en que éste lo trate como a uno de sus trabajadores.

Pero miremos el texto como Jesús quiere que lo miremos. El padre de la parábola es Dios Padre, que nos regala la vida en herencia, sin merecerlo de nuestra parte. ¿Quién es el hijo menor? ¿Quién es el mayor?

El hijo menor representa al hijo que rompe la relación con el Padre, es decir, peca. Ahora bien, los únicos dos que nunca rompieron su relación con Dios son Jesús y María; por lo tanto, el hijo menor nos representa a nosotros. Tenemos que admitirlo, para poder estar dispuestos a recibir el abrazo del perdón del Padre. En caso contrario, nos creeremos perfectos, como el hijo mayor, que aparentemente nunca se alejó del Padre, pero por su reproche demuestra que todo este tiempo que permaneció junto a él, estaba a disgusto, esperando cobrar una recompensa. Sin saberlo, afectivamente, el hijo mayor también se había ido lejos.

Todo esto nos enseña dos etapas de un proceso: primero, estamos llamados a reconocer con sinceridad nuestra debilidad y pecado para; segundo, abrirnos al perdón que Dios nos quiere ofrecer. Por esto, San Pablo nos dice que "El que vive en Cristo es una nueva criatura"... porque Dios "nos reconcilió con él por intermedio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación"... "somos, entonces, embajadores de Cristo"... para aconsejar a nuestros hermanos: "Déjense reconciliar con Dios".

El amor misericordioso de Dios es un regalo tan grande que nada que hagamos nos hace merecedores de él: pero es un regalo, es gratuito. Por eso, el salmista nos invita a decir: "Bendeciré al Señor en todo tiempo... Busqué al Señor: El me respondió y me libró de todos mis temores, que lo oigan los humildes y se alegren... Miren hacia Él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán. Este pobre hombre invocó al Señor: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias". Pero como digo siempre: es un regalo y una tarea. Estamos llamados a ser misioneros de este amor, que es el único que nos sana y salva.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos regale reconocer nuestra debilidad y pecado, para abrirnos a su abrazo misericordioso; y a María, Madre de misericordia, que nos ayude a ser como ella, misioneros de este amor, para tantos hermanos y hermanas que tanto lo necesitan.