Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 30 de agosto de 2015

Domingo XXII del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Deuteronomio 4,1-2.6-8; Salmo 15(14),2-3.4.5; 2ª lectura: Epístola de Santiago 1,17-18.21b-22.27; Evangelio según San Marcos 7,1-8.14-15.21-23.

¡Qué bueno es Dios! que, en Jesús, nos enseña a ser auténticos y coherentes de palabra y obra.

Luego del hermoso recorrido que hicimos por el capítulo seis del Evangelio de San Juan, hoy volvemos a Marcos, y nos encontramos una vez más  a los fariseos y escribas importunando a Jesús. ¿Cuál es la razón? Los discípulos no cumplen con los ritos de purificación. Es bueno distinguir que no se trata aquí de temas de higiene, sino de pureza ritual, lo que desencadena la corrección de Jesús y el llamado de atención sobre lo que hace impuro al hombre, que es lo que sale de él.

Varias veces Jesús corrige a los fariseos y maestros de la ley, por atar pesadas cargas al pueblo, y no ser capaces de empujarlas con un dedo. De la ley de Moisés habían hecho derivar más de seiscientos preceptos, convirtiendo a la ley de un instrumento a un obstáculo para la relación con Dios. De esta manera violaron el mandato de Moisés que leímos en el libro del Deuteronomio: "No añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno"Son los malos pastores que la profecía denuncia por haber dispersado al rebaño, porque dejaron fuera de la relación con Dios a los pobres, los enfermos, los extranjeros, los marginados de la época. Y es más duro aún. En el evangelio de Mateo, Jesús los llama "sepulcros blanqueados", impecables por fuera pero llenos de podredumbre por dentro. Se presentan frente al pueblo como los "perfectos", pero en realidad no viven de acuerdo a lo que predicaban. Representan lo que Jesús recuerda de la profecía de Isaías: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos"

Jesús, en cambio, le enseña al pueblo, y a nosotros, a ser coherentes y a cuidar el corazón, o mejor dicho nuestra espiritualidad. Debemos estar vigilantes para mantener limpio el corazón, y no lo vamos a hacer mediante ritos externos, sino mediante la oración, la escucha de la Palabra, la participación en los sacramentos, el compartir nuestra fe en comunidad. De esta manera podremos, como dice el salmo, habitar la casa del Señor, habitar en su amor, que es el único que nos puede hacer plenamente felices.

A Dios le vamos a pedir que nos regale la gracia para ser coherentes como Jesús; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que proteja nuestro corazón de todo aquello que nos aleja de Dios.

domingo, 23 de agosto de 2015

Domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Josue 24,1-2a.15-17.18b; Salmo 34(33),2-3.16-17.18-19.20-21.22-23; Efesios 5,21-32;  Evangelio según San Juan 6,60-69.

Queridos/as hermano/as:

¡Qué bueno es Dios!, que es siempre fiel a su Palabra.

Este es el testimonio que encontramos en todas las lecturas de hoy: en el libro de Josué, donde encontramos que tanto Josué como el pueblo recuerdan las maravillas que Dios obró por su pueblo, aunque éste último le haya fallado tantas veces, Dios no falla. De esta fidelidad nos habla también el salmo, que nos invita a gustar y ver qué bueno es Dios con aquellos que lo invocan, en especial con los humildes. También el fragmento de la carta a los efesios nos habla del amor fiel de Cristo por su Iglesia, del cual los esposos deben dar testimonio en sus propias vidas. Del mismo modo, el fragmento del evangelio que leemos hoy habla de la fidelidad de Jesús a la Verdad y al Proyecto del Padre hasta las últimas consecuencias, aunque le cueste perder la popularidad.

De esta manera concluimos el itinerario que recorrimos a través del capítulo seis del Evangelio de San Juan. Hace cinco domingos (contando éste) contemplamos a Jesús dando de comer a cinco mil personas a partir de cinco panes y dos pescados. Utilizando la metáfora del tiempo, dijimos que ese día fue un día de sol, con un Jesús radiante, aclamado por esa multitud que quería hacerlo rey a la fuerza, y por eso, Jesús se retira solo a rezar, porque su misión no es ser el mesías político de Israel, sino quien nos reconcilie con Dios. El domingo siguiente se avizoraban nubarrones, ya que, luego que la gente busca y encuentra a Jesús, recibe de Él una corrección: "ustedes no me buscan por los signos que hice, sino porque comieron hasta saciarse; preocúpense por buscar el Pan que da Vida". Así se genera una discusión, donde la gente le pide signos para creer, hablan del Maná que Moisés dio al pueblo, suscitando que Jesús exprese que es el Pan Vivo bajado del Cielo. El tercer domingo se escucharon truenos que anunciaban la llegada de la tormenta, en la murmuración de la multitud, que nos hizo recordar la murmuración de Israel en el desierto. Se preguntaban cómo Jesús podía afirmar ser el Pan bajado del Cielo, siendo hijo de José, el carpintero a quien todos conocían. La respuesta de Jesús profundiza la crisis cuando dice que el Pan que da es su propia carne. El domingo pasado vimos la respuesta de los judíos que se cuestionaban cómo Jesús podía darles a comer su carne. La tormenta se desata por completo cuando Jesús les dice que para alcanzar la vida eterna es necesario comer su carne y beber su sangre.

Hoy algunos discípulos le dicen "¡son muy duras estas palabras!, ¿quién las puede aceptar?" Es que mientras Jesús hablaba del pan, no había mayor problema, pero cuando habla de comer su carne utiliza expresiones muy explícitas, que hieren la sensibilidad de los judíos que lo escuchan. Jesús incrementa el escándalo cuando habla de su regreso al Padre, y del hecho de que si ellos no creen, es porque el Padre no se los ha concedido. Y desde este momento, muchos de sus discípulos se dan vuelta y dejan de seguir a Jesús. Sin embargo, Él permanece fiel a la verdad, y no se vende por mantener la popularidad y retener así a los cinco mil. Como quien hace "control de daños" luego del temporal, Jesús pregunta a los doce si ellos también desean abandonarlo. Pedro, como portavoz del resto, le responde: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios", siendo en ese momento, como el "resto fiel" que onfía y espera en el verdadero Dios.

Comenzamos el capítulo seis viendo a Jesús rodeado de cinco mil personas. Lo finalizamos contemplándolo solo con los Doce, que ni siquiera son doce, porque uno de ellos lo traicionará. Pero Jesús seguirá permaneciendo fiel hasta el final. Aunque nosotros también le fallemos, Él nunca nos fallará.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a crecer en el amor a la Eucaristía, Único Pan de Vida que nos hace plenos; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos proteja para elegir siempre a su Hijo, el Único que tiene palabras de vida eterna, el Único que puede hacernos plenamente felices.

domingo, 16 de agosto de 2015

Domingo XX del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Proverbios 9,1-6; Salmo 34(33),2-3.10-11.12-13.14-15; 2ª lectura: Efesios 5,15-20; Evangelio según San Juan 6,51-58.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios! que, en Jesús, se nos ofrece como Pan que da la Vida Eterna.

Continuamos avanzando en el discurso sobre el Pan de Vida, que nos ofrece el Evangelio de San Juan en su capítulo seis, luego de la multiplicación de los panes. Recordemos que es en este capítulo en el que San Juan nos hace reflexionar sobre la Eucaristía, ya que, en la Última Cena nos presenta la escena del lavatorio de los pies, dejando a la Eucaristía íntimamente unida al servicio.

Recordemos que luego de la multiplicación de los panes la gente estaba maravillada, aunque también confundida, ya que, buscaron hacer rey a Jesús por la fuerza. Jesús se había retirado solo a rezar luego de enviar a sus discípulos a cruzar el lago. En el medio de la noche, en el medio de la tormenta, Jesús los alcanza, caminando por las aguas. Al desembarcar la gente lo busca, y Jesús los enfrenta a la realidad de que lo siguen no por los signos que hacen sino por haberles dado de comer hasta la saciedad, lo que origina una discusión con estas personas.

Metafóricamente hablando, la multiplicación de los panes se nos presenta como una escena radiante de sol, con un Jesús aclamado por el pueblo, Hace dos domingo se avizoraban nubarrones, a partir de la corrección que Jesús hace a la gente. El domingo pasado se comenzaron a oír truenos, en la murmuración de la gente contra Jesús. Hoy vamos a contemplar como se desata la tormenta.

Si bien ya se habían sentido murmuraciones, mientras Jesús hablaba del pan, no generaba tanto rechazo como el que va a generar con el siguiente discurso. La imagen del pan puede tomarse en forma metafórica. Pero hoy Jesús habla de carne y sangre, y utiliza verbos muy explícitos que hieren la sensibilidad de los judíos que lo escuchaban, y tanto los va a escandalizar que los escucharemos decir el próximo domingo: "¡estas palabras son muy duras!" ¿quién las puede aceptar?" 

Quienes hemos recibido el don de la fe en Jesús, sabemos que se está refiriendo a la Eucaristía, y por debajo, al hecho que conmemora: la entrega de amor de Jesús en la Cruz. Es en la Cruz donde la carne de Jesús es despedazada, y su sangre derramada por amor a nosotros. Para que nosotros -que no estuvimos presentes en su Pasión- pudiésemos beneficiarnos de ese amor, con los Apóstoles fundó la Iglesia, y en ella dejó estos gestos y palabras (que son los que Él hizo) que llamamos sacramentos, en especial la Eucaristía, donde comemos su Carne y bebemos su Sangre. Éste es el Pan de la Sabiduría del que nos hablaba el Libro de los Proverbios. Es el Pan que nos llena del Espíritu Santo como dice San Pablo. Es el Pan que nos hace gustar cuán bueno es el Señor, como nos invita a cantar el salmo.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a crecer en amor hacia la Eucaristía; y a María, nuestra Madre, que nos ayuda, que  nos guíe para elegir siempre el Pan de Vida que es su Hijo, y nos ayude a evitar buscarlo en otros panes, porque solo su Hijo es capaz de hacernos plenamente felices.

domingo, 9 de agosto de 2015

Domingo XIX del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Primer Libro de los Reyes 19,4-8; Salmo 34(33),2-3.4-5.6-7.8-9;  Efesios 4,30-32.5,1-2; Evangelio según San Juan 6,41-51.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que se nos ofrece como verdadero Pan de Vida.

Para comprender el texto del evangelio que hoy leemos es necesario, una vez más, recordar lo que hemos leído en los domingos anteriores.

Hace dos domingos contemplamos a Jesús dando de comer a cinco mil personas a partir de cinco panes y dos pescados. La gente quedó maravillada y lo aclamaba como "Aquél que debía venir", pero también se confundieron, y pretendían hacerlo rey a la fuerza. Por esto, Jesús se retira solo al monte. Sus discípulos cruzan el lago en medio de una tormenta que calma Jesús con su presencia.

El domingo pasado contemplamos cómo la gente buscó a Jesús hasta encontrarlo. Jesús los increpa diciendo que no lo buscan por los signos que realizó, sino porque les dio de comer hasta la saciedad. La gente insólitamente le pregunta cuál es el signo milagroso que hace para que crean, y Jesús les dice que Él es el Pan de Vida, el único que nos hace sentir plenos.

Al principio del capítulo seis contemplábamos, metafóricamente hablando, una escena de sol radiante: cinco mil personas aclaman a Jesús. El domingo pasado se avizoraban nubarrones en el horizonte, por el llamado de atención de Jesús y la actitud incrédula de la gente. En el texto de hoy, vemos a la gente murmurar contra Jesús, como los israelitas murmuraban en el desierto: son como los truenos que anuncian la llegada de la tormenta. Sin embargo, Jesús no se asusta ni se retracta de lo dicho para conservar la benevolencia de la gente; antes bien, profundiza subrayando su origen divino. A la expresión "Pan de Vida" le suma "es mi carne", lo que terminará por desatar la crisis, como veremos en el próximo domingo.

Jesús es el Pan de Vida, el único que nos hace plenos, el único capaz de levantar a los abatidos y de fortalecernos para el camino, como a Elías cuya experiencia leímos en la primera lectura. Es el Pan que nos regala la comunión con Dios y nuestros hermanos, pero que implica nuestra decisión, como dice San Pablo, de no "entristecer" al Espíritu Santo con nuestras actitudes; de evitar " la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad"; de ser buenos y compasivos, perdonando como Dios nos perdonó; amando como Jesús  "que nos amó y se entregó por nosotros".

Jesús es el Pan que nos hace gustar cuán bueno es el Señor, como dice el salmo, y por esto nos invita a bendecirlo en todo momento, porque Él responde cuando lo invocamos, nos libra de nuestros temores y nos salva de nuestras angustias. Haciéndose Pan, Jesús viene a acampar en medio de su pueblo.

A esta Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a crecer en el amor a la Eucaristía, Pan de Vida que nos hace plenos; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, le vamos a pedir que nos proteja de todo lo que nos aparta de su Hijo, que siempre miremos al Señor, y así quedaremos resplandecientes.

lunes, 3 de agosto de 2015

Otras veinte razones...

¡Qué bueno es Dios!,


domingo, 2 de agosto de 2015

Domingo XVIII del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Éxodo 16,2-4.12-15; Salmo 78(77),3.4bc.23-24.25.54; Efesios 4,17.20-24; Evangelio según San Juan 6,24-35.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que por amor a nosotros se hizo pan, para que nos alimentemos de Él, y así lleguemos a ser plenos.

Una vez más quiero invitarlos a recordar las lecturas del domingo pasado. 

Luego de que Jesús multiplicó los panes y dio de comer a cinco mil personas, se retiró solo a la montaña, porque la gente lo quería hacer rey a la fuerza. A este hecho sigue un episodio que no leímos, pero permítanme relatarles brevemente, que nos ofrece algunos datos de contexto. Jesús mandó que sus discípulos embarcaran y cruzaran el lago. La gente vio cómo embarcaron sin Jesús. En la noche, en el medio del lago, se desató una tormenta que estremeció a los discípulos. De repente vieron a alguien acercarse caminando sobre el agua, y gritaron de miedo porque pensaban que era un fantasma. Jesús les dijo: "Soy Yo, no teman", subió al barco, se calmó la tempestad y llegaron a la orilla. Así llegamos al episodio de hoy.

La gente al no encontrar a Jesús ni a sus discípulos también se embarcaron y cruzaron el lago. Al encontrar a Jesús al otro lado le hacen una pregunta obvia: "Maestro, cómo hiciste para llegar acá?" Cualquiera de nosotros se hubiese sentido halagado: la gente nos aclama por lo que hicimos; cruza el lago; nos sigue; y muchos haríamos algo para recoger nuevos aplausos. Sin embargo, Jesús no se distrae de su Misión, su amor por la Voluntad de Dios lo urge, y como buen Maestro los "baja a tierra": "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse". Es un recibimiento duro, pero necesario. "Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna", porque ese pan perecedero nos sacará hambre solo por un rato. 

La gente, al escuchar esta exhortación, acepta la corrección, pero erra la pregunta: ¿qué obras nos encomienda Dios que hagamos?, ¿qué debemos hacer? Digo que erra la pregunta, porque me suena a ¿qué tenemos que hacer para tener contento a Dios y comprarnos el Cielo? Jesús les da una respuesta que los incomoda: "que crean en Aquél al que Él envió", es decir, que crean en Jesús. A continuación le hacen una pregunta que me desconcierta por completo:  "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?" Acaban de verlo dar de comer a cinco mil personas con cinco panes y dos pescados; ¿qué otro signo milagroso quieren? Y agregan la referencia al maná, el pan del cielo que comieron los israelitas en el Éxodo y que contemplamos en la primera lectura. Jesús responde: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo". La respuesta de la gente, más que aceptación me suena a burla: como diciendo si el pan que nos ofrecés da vida, "danos siempre de ese pan". Sin embargo, Jesús cierra el diálogo con una nueva manifestación de su identidad:  "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed". Esta respuesta provoca, como lo veremos el próximo domingo, que la gente murmure contra Jesús, como los israelitas murmuraban contra Dios en el desierto. Asoman en el horizonte de este capítulo seis de Juan unos nubarrones de tormenta. El capítulo comenzó radiante con la multiplicación de los panes. Hoy se avizoran nubes.

Jesús es el Pan de Vida que nos hace plenos. Como dice Paul Ricoeur, "somos carencia infinita", es decir, siempre necesitamos más. El sistema consumista se aprovecha de esta debilidad: compramos algo que creemos necesitar; cuando lo tenemos en nuestras manos nos sentimos contentos; pero pronto nos sentiremos necesitados de algo mayor, y esta cadena no termina en otra cosa más que en la frustración, porque es imposible que tengamos todo lo que se nos antoja. Solo Dios es capaz de colmar nuestro ser. La Eucaristía que celebramos nos da la oportunidad de recibir este Pan de Vida que nos hace plenos.

A este Dios tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a crecer en amor a la Eucaristía; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos proteja y nos ayude a optar siempre por el Único que puede llevarnos a la plenitud, su amadísimo Hijo Jesús.