Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

viernes, 24 de abril de 2015

Domingo IV de Pascua.

1ª lectura:  Hechos de los Apóstoles 4,8-12; Salmo 118(117),1.8-9.21-23.26.28.29; Epístola I de San Juan 3,1-2; Evangelio según San Juan 10,11-18.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, al extremo de dar su vida por nosotros.

Obra del P. Ricardo Ramos.
Celebramos el cuarto domingo de Pascua, conocido como Domingo del Buen Pastor, siendo también la jornada mundial de oración por las vocaciones.

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús como Buen Pastor. Para quienes somos originarios de la ciudad, nos es difícil comprender esta imagen, y también para quien vive en el campo, ya que ser pastor hoy es muy diferente de lo que lo era en tiempos de Jesús. Pero para la gente de la época era una imagen por demás elocuente.

Sin embargo, no es difícil acceder al mensaje que transmite. El Buen Pastor conoce por su nombre a cada una de las ovejas de su rebaño, no permite que ni una se le pierda, y está dispuesto a dar la vida para protegerlas. Según el terreno, va adelante para guiar, o detrás para proteger a todas. No pasa lo mismo con el pastor asalariado, que no se compromete con el rebaño, que son para el un grupo de "cosas" ajenas, a las que no le interesa conocer, y por las cuales no estaría dispuesto a arriesgar nada; ante el primer peligro huye, dejando al rebaño expuesto a los peligros.

A nivel personal, la figura y experiencia del maestro es la que más me ha ayudado a comprender la imagen del Buen Pastor. El buen maestro conoce la vida de cada uno de sus alumnos, está atento a que ninguno se le quede por el camino, y cuida a sus alumnos como si fueran sus propios hijos. No pasa lo mismo con algunos asalariados de la enseñanza, a quienes les importa solo cumplir un horario y cobrar el sueldo. 

Todo esto viene a hacernos tomar conciencia de que Dios nos conoce personalmente, se preocupa por nuestro bienestar, y como Buen Pastor dio su vida para salvarnos del peligro. Sin merecimiento de nuestra parte, Él nos convirtió en sus hijos y nos llama a ser semejantes a Él. Éste es el destino de nuestra vida si lo aceptamos: llegar a ser semejantes a Él, ser plenos, ésta es la más absoluta felicidad.

También nos ha regalado la posibilidad de actuar como el Buen Pastor. No solo los sacerdotes, sino todos los bautizados estamos llamados a ayudar a nuestros hermanos a escuchar la voz del Señor, a no distraerse con otras voces, a no dejar que nadie se pierda. 

Con razón el salmista nos invita a decir "¡Den gracias al Señor, porque es bueno,  porque es eterno su amor!... Yo te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación... Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos.

A este Dios tan bueno le vamos a pedir que nos regale descubrir nuestra vocación, y les regale a todos aquellos que ya la han descubierto, sea en el matrimonio, sea en la vida consagrada, la gracia necesaria para ser felices; y a María, Madre del Buen Pastor, que nos ayude a estar atentos a la voz del Señor como las ovejas al Buen Pastor.

viernes, 10 de abril de 2015

Segundo Domingo de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 4,32-35; Salmo 118(117),2-4.16ab-18.22-24; Epístola I de San Juan 5,1-6; Evangelio según San Juan 20,19-31. 

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que por su Espíritu nos trae la paz, y nos regala el don de la fe.

Celebramos el segundo domingo de Pascua, conocido desde la antigua Tradición cristiana como "Doménica in albis", y más recientemente como el domingo de la Misericordia. El primero hace referencia a las vestiduras blancas que utilizaban los recién bautizados; el segundo, a la visión que tuvo Santa Faustina. En uno u otro caso, celebramos que el amor de Dios transforma nuestras vidas.

A lo largo de esta octava de Pascua, contemplamos en las lecturas testimonios de los discípulos, y cómo sus encuentros con Jesús les transformó las vidas.

Hoy contemplamos a los discípulos encerrados "por miedo a los judíos", o mejor dicho, a las autoridades judías que condenaron a Jesús. Jesús irrumpe en ese encierro y regala su paz, capaz de sacar a sus discípulos de la parálisis que provoca el miedo, y de ponerlos en estado de misión. El encuentro con Jesús Resucitado transformó sus vidas de personas comunes y corrientes a misioneros del Evangelio de la Vida hasta los confines de la tierra.

Pero uno de los discípulos, Tomás, no estaba presente, y no cree al testimonio de sus hermanos. Por este motivo es llamado "el incrédulo". Sin embargo, me parece que hemos sido muy duros con Tomás. Parece que hemos olvidado que este mismo Tomás es el que, en el episodio de la Resurrección de Lázaro, mientras lo otros discípulos buscan evitar que Jesús vuelva a Judea -porque representa riesgo de muerte- dice de forma valiente"Vamos nosotros también a morir con Él".

Jesús es un Maestro Bueno que nos ama y acepta tal como somos. Él acepta que Tomás necesite signos concretos de su Resurrección, y por eso, al domingo siguiente, Jesús se les vuelve a aparecer, esta vez con la presencia de Tomás a quien llama personalmente a contemplar sus heridas. Tomás, llamado el incrédulo, es no obstante, el primero en llamar a Jesús "Dios mío". Esto nos da la esperanza de que nosotros también, con nuestros defectos y virtudes somos aceptados y amados tal como somos y, que con la ayuda de Dios, llegaremos a ser santos.

Jesús culmina expresando la bienaventuranza "¡Felices los que creen sin haber visto!". Sin duda, somos beneficiarios de esta expresión. Nosotros no tuvimos la gracia de verlo cara a cara. Sin embargo, como Buen Maestro, Jesús pensó en que nosotros también necesitamos signos visibles de su Presencia y, por esto, en la Iglesia que fundó con los Apóstoles dejó sus mismos gestos y palabras que llamamos sacramentos, a través de los cuales hoy es posible para nosotros encontrarnos con este Jesús que nos ama tanto. Hoy, para nosotros también es posible reconocerlo al partir el pan; hoy es posible que nuestro corazón arda con sus palabras. Con razón el salmista nos dice  "den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia". 

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a crecer en la fe, a salir de la parálisis que nos provocan nuestros miedos y a convertirnos en misioneros de su amor; y a María, Madre de la Resurrección, que nos ayude a ser dóciles al Espíritu, para dar testimonio de este Dios que nos ama y nos acepta tal como somos.    

domingo, 5 de abril de 2015

Domingo de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43; Salmo 118(117),1-2.16ab-17.22-23; 2ª lectura: Colosenses 3,1-4; Evangelio según San Juan 20,1-9. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús se hizo uno de nosotros, y siendo fiel a proyecto de amor del Padre hasta la muerte de Cruz nos salvó, y por su Resurrección nos regaló el acceso a una vida plena en comunión con Dios y nuestros hermanos.

Es Pascua, es el día más feliz de la historia. El amor ha triunfado. Cuando parecía que el mal había vencido, cuando la oscuridad había llenado la tierra, cuando el mal había desplegado todos sus poderes y parecía que aplastaba al bien, el amor de Dios nos logra la victoria final y definitiva.

Hoy la comunidad siente que “le vuelve el alma al cuerpo”. El viernes habíamos contemplado a nuestro Señor y Maestro muerto en la Cruz, y con Él, también nuestras esperanzas habían muerto. El silencio del sábado y la oscuridad de la tumba nos llenaron de preguntas: ¿por qué?, ¿qué sentido tiene todo esto?, y ahora, ¿cómo seguimos? Hoy, al ver el sepulcro vacío, y al sentir la presencia del Señor Resucitado, todas nuestras preguntas encontraron su respuesta.

Lo que hasta ayer era la más absoluta oscuridad, hoy está lleno de la luz de Cristo; lo que ayer era un doloroso silencio hoy es un canto lleno de alegría; lo que ayer parecía ser un aplastante triunfo del mal y derrota del bien, hoy se ve invertido, es el bien el que ha triunfado definitivamente; lo que ayer era muerte, hoy es Vida.

Gracias a este día tan admirable toda nuestra vida cobra un nuevo sentido: ya sabemos hacia dónde vamos. Vamos a ser como Jesús Glorioso, a ser las personas más plenas, en plena comunión con Dios y nuestros hermanos, vamos a ser plenamente felices; y esta convicción nos llena de esperanza y alegría. 

Aunque muchas veces parezca que el mal en el mundo nos arrolla, aunque tantas veces escuchemos a las personas decir “esto no lo arregla nadie”, “esto se va al tacho”, nosotros sabemos que es falso. Jesús ya venció al mal y a la muerte. Entonces lo que ahora nos parece ser derrota, en Jesús sabemos que es victoria. Sabemos que al final de nuestros días Él nos hará plenamente felices, y esta convicción tendría que darnos nuevas fuerzas para seguir adelante aún en las dificultades, a seguir creyendo a pesar de tanta oscuridad, a permanecer firmes en la fe en medio de tantas preocupaciones.

Y para que seamos conscientes de todo esto, y para hacernos beneficiarios de la salvación que nos consiguió en la Pascua, dejó en su Iglesia gestos y palabras que llamamos sacramentos, gracias a los cuales nos encontramos con este mismo Jesús que transforma nuestras vidas. 

Hoy la comunidad está llena de alegría: hemos descubierto que Dios nos ama hasta dar su vida por nosotros. Hemos descubierto que por la Cruz y Resurrección del Señor tenemos acceso a una nueva vida plena. Ésta es una noticia demasiado grande e importante como para guardarla egoístamente. Hoy la comunidad siente que no puede callar lo que ha visto y oído. 

Hoy la comunidad se convierte en misionera, en portadores de luz para llevar a quienes viven en la oscuridad; en portadores de esperanza para quienes viven desolados; en portadores de alegría para quienes viven apenados; en misioneros de un Amor que vence al mal y la muerte, y nos llena de nueva vida.

Pidamos al Señor Resucitado que nos ayude a gustar de su Resurrección, resucitándonos de nuestras heridas, sanándonos de nuestras enfermedades, rescatándonos de nuestras tristezas. Y a María, la mujer más admirable de la historia, que conoció el dolor más profundo y la felicidad más completa, que nos ayude a tener una fe firme como ella, y a seguir tomando conciencia que Jesús nos salvó para vivir en comunidad.    

viernes, 3 de abril de 2015

Viernes Santo.

1ª lectura: Isaías 52,13-15.53,1-12; Salmo 31(30),2.6.12-13.15-16.17.25; 2ª lectura: Hebreos 4,14-16.5,7-9; Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús asumió toda nuestra humanidad, hasta nuestros rincones más oscuros, y por su fidelidad hasta la muerte de cruz, nos salvó y reconcilió todas las cosas con Dios. ¡Qué bueno es Dios! que se hace solidario con nuestro dolor, nuestros sufrimientos y nuestras heridas.Creo que éstos son dos de los grandes mensajes que celebramos este día.

Obra del Pbro. Ricardo Ramos.
El relato de la Pasión según San Juan nos propone contemplar el escándalo del juicio y condena de Jesús. El Evangelista San Juan, un verdadero genio de la Escritura, nos muestra con ironía esta escena donde los romanos visten a Jesús como rey para burlarse de Él, sin saber que en realidad se están burlando del Rey del Universo, Aquél por Quién ellos mismos fueron creados, Aquél a quien deben su existencia. Lo mismo vale para las autoridades judías, que con la excusa de defender la ley de Moisés, condenan a muerte al Nuevo y Verdadero Moisés, al Verdadero Liberador, al que está por encima de toda ley. Es realmente escandaloso para nosotros que lo vemos tan claro; obviamente no lo era para ellos.

Por eso, es aún más admirable la humildad de Jesús, y su obediencia a la Voluntad del Padre, que consistía en ser fiel al Proyecto de Amor del Padre hasta el extremo de dar su vida por nosotros. Hoy, por su fidelidad e infinito amor nos salvó. Este día es el centro de la historia.

Pero dijimos que en esta semana santa acompañaríamos a la comunidad de los discípulos, porque su camino es el camino de nuestra comunidad. Pues bien, para la comunidad de discípulos hoy es el día de la crisis absoluta, la crisis de la fe, del sentido, del desconcierto. Este Jesús al que seguían no resultó ser lo que ellos esperaban, un ser superpoderoso que los libraría de la opresión extranjera y solucionaría todos los males del mundo (convengamos que si su sueño se hubiese cumplido, Jesús habría anulado nuestra libertad, no se hubiese hecho uno de nosotros y no nos habría salvado). Los discípulos aún no habían entendido con profundidad todas las enseñanzas de su Maestro. También nosotros como comunidad muchas veces no entendemos las enseñanzas de Jesús y de su Iglesia, muchas veces nos equivocamos y herimos al hermano, muchas veces tenemos dudas y crisis de fe, que nos llevan a decir ¿dónde está Dios? La Cruz es la crisis por excelencia. Es el acontecimiento más absurdo de la historia: no tiene sentido, matamos al que más nos ama; pero Jesús por su infinito amor y por su resurrección lleno este acontecimiento de sentido, y convirtió un supuesto fracaso en la victoria más arrolladora de la historia por la cual todos fuimos salvados. Gracias a la Cruz, todas nuestras crisis pueden tener un nuevo sentido. Jesús llena de sentido nuestra vida. Si cargamos solos con nuestras crisis, seguramente seremos aplastados por ellas. Si las ponemos en la Cruz, Jesús nos dará la fuerza que nos resucita y levanta de las crisis, y así, cada crisis se convierten, no en un evento negativo, sino en una oportunidad de crecer en la fe y acercarse más a Jesús.

Por esto, en cada crisis, cuando nos preguntemos ¿dónde está Dios?, los invito a mirar la Cruz: Él está ahí, solidarizándose con nuestro dolor, nuestras heridas son sus heridas, pero Él tiene el poder de resucitarlas. 

Y recordemos que en cada sacramento actualizamos ese inmenso gesto de amor de Jesús en la Cruz. En cada sacramento nos encontramos con su amor que nos sana y libera.

Y si decimos que Jesús nos salvó para vivir en comunidad, podemos decir también que la comunidad sana es la que sabe perseverar junto a la Cruz, aunque seamos pocos, aunque seamos los mismos de siempre, porque no es comunidad la que se reúne sólo cuando hay fiesta, sino aquélla que comparte la vida de cada día, con sus alegrías pero también con sus tristezas.

Pidámosle a Jesús que nos ayude a tomar conciencia de que Él nunca nos abandona, que nos ayude a tomar conciencia de su amor que persevera en Cruz, amor perfecto; y a María, nuestra Madre que supo llorar tanto viendo a su Hijo en la Cruz, pero firme en la esperanza en un Dios que nunca falta ni falla, que nos ayude a comprender junto a la Cruz, que Jesús nos salvó para vivir en comunidad. 

jueves, 2 de abril de 2015

Jueves Santo: La Cena del Señor.

1ª lectura: Exodo 12,1-8.11-14; Salmo 116(115),12-13.15-16.17-18; Carta I de San Pablo a los Corintios 11,23-26; Evangelio según San Juan 13,1-15.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que siendo el Creador del Universo se hizo servidor de todos; que siendo el Omnipotente, eligió hacerse pequeño como un pan.

Celebramos hoy la Cena del Señor, el momento en que Jesús instituye la Eucaristía, y establece una "Alianza Nueva y Eterna".

Esta comida fue celebrada en un contexto de cena pascual judía, cumpliendo con las prescripciones dadas por Moisés, y que leímos en la primera lectura. Esta Pascua judía recuerda el paso de la esclavitud en Egipto a la libertad del Pueblo de Israel, gracias a la acción poderosa de Dios. Celebrando este acontecimiento, todos los judíos peregrinaban al templo de Jerusalén para celebrar la Pascua. Como uno igual a nosotros en todo, menos en el pecado, Jesús también peregrinó, y celebró con los discípulos esta cena, pero cambió completamente el significado de la misma por sus gestos y palabras.

Tanto en los evangelios sinópticos como en el fragmento de la carta a los Corintios que leímos, se nos relata la institución de la Eucaristía, este misterio por el cual el Creador del Universo, el Todopoderoso, por amor a nosotros se hizo pequeño como un pan y un poco de vino. Es un misterio que se resiste a ser comprendido en nuestras categorías racionales. Pero existen algunos elementos que nos ayudan a aproximarnos. Para los judíos, compartir la mesa, la comida, la copa, es compartir la "suerte", no entendida como azar, sino como compartir la vida de cada uno. De ahí el escándalo que produce Jesús cuando come con pecadores: para los judíos, Jesús compartía el pecado de ellos. En la Última Cena, Jesús está anticipando su Pasión. El pan despedazado anuncia su carne despedazada en la Cruz; el vino compartido, anuncia su sangre derramada en la Cruz. Así, esta Cena adquiere un carácter sacramental (gestos y palabras que remiten a una realidad más profunda). En esta Cena, Jesús está compartiendo la entrega de su vida por nuestra salvación, una entrega por amor, que establece una Nueva Alianza, sellada con su propia sangre, una Alianza que no caduca, que es eterna, que aunque nosotros fallemos no se rompe, porque fue lograda con la fidelidad de Jesús. 

Es interesante que el Evangelista San Juan al escribir sobre la Última Cena no escribe la institución de la Eucaristía. Los biblistas aseguran que, como es el último de los evangelios en ser escrito, ya existía una comprensión clara de la institución de la Eucaristía en la comunidad. Por esto, a la multiplicación de panes que narra en el capítulo 6, le añade un discurso sobre el Pan de Vida, que es netamente eucarístico; y en la Última Cena, prefiere narrar el lavatorio de los pies, un acontecimiento que también anticipa la Pasión. Dios, siendo el Todopoderoso, se convierte en el servidor de todos. La Cruz es el máximo servicio que hizo por nosotros. De esta manera, el servicio queda íntimamente unido a la Eucaristía, como para decirnos que ésta es fuente y culmen de la misión, y alejarnos de cualquier intento espiritualista de olvidarnos de nuestros hermanos.

La Pasión de Jesús es una demostración de cuánto nos ama Dios. Con razón el salmista dice "¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?"  

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos regale amar la Eucaristía, presencia real de Cristo; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que es la servidora del Señor, que nos regale cumplir con el servicio que nos encargó Jesús al decir: "Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros". 
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."  

Jueves Santo. Hora Santa. Reflexión sobre Getsemaní.



Reflexión sobre la fidelidad de Jesús en Getsemaní.

Para entender qué significa Getsemaní en la vida de Jesús, tenemos que remitirnos al origen del mundo, a la Creación. Dios es Amor (1 Jn 4, 8), y “el amor no sabe vivir sino comunicándose” (Don Baltasar Pardal Vidal). Por amor, Dios nos creó, y toda la historia es historia de una relación de amor entre Dios y el ser humano; es un largo diálogo de amor entre un ser humano frágil, a quien le cuesta ser fiel, y que suele caer fácilmente; y un Dios que a pesar de las equivocaciones del ser humano se mantiene fiel a toda costa. 

Cuando pensábamos que la fidelidad es imposible, porque “la carne es débil” (Jn 14, 38), Dios, por amor, en Jesús, se hizo hombre y fue igual a nosotros, pero siempre fiel, sin caer. Jesús nos enseñó la verdad sobre este Dios que es Amor, y que nos acepta tal como somos. Lo enseñó con palabras y obras: ayudando, sanando y promoviendo a los que se les acercaban; en especial, a aquellos que habían sido dejados de lado, marginados, los más débiles de su sociedad. Esto fue visto como una “amenaza” al “statu quo” por las autoridades de la época, que por tener paz con el imperio romano habían “transado” con la mediocridad. Después de tres años de actividad, Jesús se les volvió insoportable, ya que cada vez más gente lo seguía; y decidieron matarlo.

Después de celebrar la Última Cena con sus discípulos, en la que nos regaló la Eucaristía, la Misa, la forma de hacerse realmente presente entre nosotros por siempre, se dirigió a Getsemaní para rezar. Pide que tres discípulos más íntimos se queden velando y rezando por Él, pero lo dejan solo.

Jesús vive la angustia de la soledad y del peso de sus opciones. Sabe que seguir adelante siendo fiel a lo vivido le puede costar la vida. Seguramente le costó entender por qué le devolvían tanto odio a una entrega de tanto amor. 

Podría retractarse, huir, ser un buen maestro de la ley, acomodarse al “statu quo”, “transar” con las autoridades. Es la tentación del “está bien”, “ya hiciste mucho bien”, “cumpliste, ahora retírate”, “¿te parece que vale la pena dar la vida por éstos, que no son capaces de entenderte, desde las autoridades hasta tus amigos más íntimos?” “¡No! ¡Salvate vos, y dejá que ellos hagan su camino!” “Podés hacer mucho bien en secreto, sin que te persigan como ahora”. “Pensá un poco en vos”. 

Jesús, representando a toda la humanidad, con toda la historia pesando sobre Él se enfrenta a la disyuntiva, ser fiel hasta el final y que esto le cueste la vida, o renunciar, “irse al mazo”, y “salvar” su vida. Resuena el grito angustiado de Jesús: “Padre, si puedes, que pase de mí este cáliz”, es decir, “si puedes, evitame pasar por tanto dolor”, “pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26, 39). Pero inmediatamente entendió que la fidelidad al amor implicaba ir hasta las últimas consecuencias.

Jesús fue fiel hasta el final, gracias a Él se sanó esta historia de amor de la que hablábamos al principio; el ser humano pudo responder a Dios como Él merecía; el ser humano aprendió que es posible ser fiel, con la ayuda de Dios. Gracias a Jesús recuperamos la amistad con Dios, podemos llamarle amigo. Habiendo resucitado, sigue estando vivo entre nosotros, y sigue siendo fiel.   

¿Qué significa en nuestra vida?
Todos vamos a tener “nuestro” Getsemaní, un momento en que nuestra fidelidad a un proyecto de amor será probada por las circunstancias que nos toquen vivir. Seguramente vamos a sentir la tentación de dejar todo, de huir del conflicto, de buscar sólo mi voluntad, mi capricho, mi aparente felicidad sin tener en cuenta al otro. O podemos ser fieles hasta el final a un proyecto de amor construido por dos, y sostenido por el amigo más fiel, Jesús. 

Podemos en esos momentos de prueba, recurrir como Jesús, a nuestros amigos más íntimos, en especial a Uno, que es Él mismo, Jesús, el único que no nos falla, el único que está siempre, el único capaz de comprenderme más que nadie.

miércoles, 1 de abril de 2015

Miércoles Santo.

1ª lectura: Isaías 50,4-9a; Salmo 69(68),8-10.21-22.31.33-34; Evangelio según San Mateo 26,14-25.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama a pesar de que tantas veces lo traicionamos, o nos alejamos de Él.

Estamos recorriendo el camino de Jesús y la comunidad de los discípulos hacia la Pascua. Hoy presenciamos cómo un integrante de la comunidad, uno de los Doce, planea entregar a Jesús a quienes querían matarlo. Otros preparan la Cena de Pascua, a pedido de Jesús. Así de heterogénea es la comunidad de los discípulos, así es nuestra comunidad. 

Jesús aceptaba conscientemente la presencia de Judas en su comunidad, porque si Dios no lo amaba, ¿quién lo iba a hacer?, si Dios no le daba una oportunidad, ¿quién se la iba a dar? Judas es un misterio, como lo somos nosotros. Él presenció los milagros, vio a Jesús amando a todos, vio en Jesús un líder formidable; ¿cómo se puede traicionar a un hombre así? Dicen algunos estudiosos, que para Judas, Jesús tenía un defecto; no mostraba intención alguna de levantarse en armas contra el poder extranjero que los oprimía. Algunos dicen que la traición de Judas fue un intento desesperado de éste para que Jesús revelara todo su poder. Pero los caminos de Dios no son nuestros caminos. Si el supuesto deseo de Judas se hubiese cumplido, Jesús habría anulado nuestra libertad, no hubiese sido igual a nosotros en todo menos en el pecado, y no nos habría salvado. El plan de Dios era otro, y lo escuchamos el domingo en el hermoso himno de los Filipenses: “Jesús, siendo de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”… Y siendo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, fue fiel al proyecto de amor del Padre hasta la muerte y muerte de cruz. “Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor"”. Y siendo fiel a este proyecto de amor del Padre, nos salvó.

Judas es un misterio, como lo somos nosotros. Estoy cansado de escuchar que me digan: “yo no voy a la Iglesia porque hay gente que va y después critica a los demás, o no es buena gente, etc.”. Además de que esta clase de personas no es capaz de reconocer sus propios defectos, parecen no saber nada de Jesús, que vino a buscar y salvar lo que estaba perdido, que vino a sanar a los enfermos, y rescatar a los pecadores. Sí, la Iglesia está llena de pecadores, porque las únicas dos personas que no pecaron jamás fueron Jesús y María; el resto somos todos pecadores. Y cierto que hay pecados más graves que otros, pero todos, hasta el más privado, hiere nuestra relación con Dios, con los hermanos, conmigo mismo y con la Creación; todo pecado está en contra del proyecto de amor y felicidad del Padre por nosotros; todo pecado es, en cierta medida, una traición a Jesús.

Pero luego de reconocer que somos pecadores debemos inmediatamente recordar que el amor y la misericordia de Dios son infinitos. Jesús seguía amando a Judas, a pesar de su traición, fue Judas quien no le dio la oportunidad a Jesús de perdonarlo. Así también, el Padre nos está esperando para abrazarnos después de cada caída, y para darnos fuerza para no caer. 

Jesús, por su fidelidad hasta la Cruz sanó todas nuestras heridas, y nos salvó. En los sacramentos nos hacemos beneficiarios de ese amor. En el sacramento de la Reconciliación, Jesús mismo nos espera para darnos su perdón, hacernos sentir su amor y darnos fuerza para seguir adelante. Aprovechar de celebrar este sacramento nos ayuda también a vivir en comunidad, porque el pecado la hiere, y el perdón la sana.

Pidamos al Señor que nos ayude a aceptarnos tal como somos y a no juzgar a los demás. Y a María, nuestra Madre, que nos ayude a seguir tomando conciencia que Jesús nos salvó para vivir en comunidad.