Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 31 de enero de 2016

Domingo IV del tiempo Ordinario, ciclo C.

Primera lectura: Jeremías 1,4-5.17-19; salmo: 70,1-4a. 5-6ab. 15ab .17; Segunda lectura: 1 Corintios 12,31-13,13; Evangelio: Lucas 4,21-30.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que ya antes de nacer nos eligió y consagró, para ser sus hijos y misioneros en el amor.

Este misterio grandioso es lo que nos enseña el profeta Jeremías en la primera lectura de hoy. Una vez más, si tomásemos real conciencia de lo que significa, muchas cosas en nuestra vida cambiarían.
Conozco una niña de cinco años que ya lo tiene claro. Se llama Catalina. Al ver fotos de su familia anteriores a su nacimiento se preguntaba dónde estaba ella, y le angustiaba no verse con sus padres y hermanos. La solución que encontró, sin duda inspirada por el Espíritu Santo que desde el bautismo habita en ella, fue una versión propia de esta profecía de Jeremías. "Cuando sacaron esta foto, yo estaba en la mente de Dios", una respuesta brillante, que a mí, por ejemplo, después de estudiar cinco años teología, no se me había ocurrido; porque ella no repite la profecía, sino que la vive como realidad que es. A otros como yo, entenderlo intelectualmente se nos hace fácil, pero vivirlo afectivamente como Catalina, se nos hace muy difícil. Pero es nuestra más profunda identidad: antes de nacer fuimos soñados por Dios; Él soñó, deseó, amó nuestra existencia. Existimos porque Él nos ama. No existe lo que algunas personas dicen: "soy un accidente de la naturaleza"; "soy el producto de una borrachera"; ¡no!: existo porque Dios me ama y me llamó a existir. Si se tomara conciencia de esto, ya no habrían personas que se preguntasen cuál es el sentido de la vida; tampoco habría gente que sintiera que no le importa a nadie; ni nos sentiríamos un número en una cultura que cosifica. Nuestra más profunda identidad es la de ser hijos amados de Dios.

Como digo siempre: éste es un regalo que no hemos hecho nada para merecerlo; pero es también una tarea, porque Dios nos creó por amor, para amar como Él ama y ser felices.

Nosotros hemos tergiversado y diluido el concepto de amor, y lo utilizamos indebidamente cuando decimos "amo mi computadora, mi auto, mi trabajo, mi equipo de fútbol", etc. Pero el verdadero amor al que Dios nos llama es el que nos enseña el Apóstol San Pablo en su hermoso himno al amor: un amor que se entrega, un amor que promueve al otro. Éste es un amor que va contracorriente, como vemos reflejado en el texto del evangelio que hoy compartimos. El amor que muestra Jesús, amor que no discrimina, amor que promueve y salva, encuentra resistencia en quienes debían ser sus primeros destinatarios, y su vida corre riesgo por amar así. Pero su amor es fiel hasta las últimas consecuencias, y por eso, es el amor que nos sana y salva.

Con razón el salmista nos invita a decir: "Mi boca, Señor, anunciará tu salvación... Él es nuestra Roca y nuestra Fortaleza... Él es nuestra esperanza y seguridad... Desde el vientre materno fue nuestro Protector".

A este Dios que nos ama tanto, le pedimos una vez más tomar real conciencia de su amor por nosotros ya antes de nacer; y a María, Madre del amor, que nos ayude a ser como ella, misioneros de este amor, el único que nos sana y salva.

domingo, 10 de enero de 2016

Bautismo del Señor, ciclo C.

1ª lectura: Isaías 40,1-5.9-11; Salmo 104(103),1b-2.3-4.24-25.27-28.29-30; 2ª lectura: Carta de San Pablo a Tito 2,11-14.3,4-7; Evangelio según San Lucas 3,15-16.21-22.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que hoy nos dice a cada uno, "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".

Varias veces lo he dicho, y lo seguiré repitiendo, ya que ésta es una de las verdades que es más difícil integrar a nuestra vida. Otras cosas se nos hacen más fáciles: reconocer nuestra debilidad y nuestro pecado, por ejemplo, ya que los tenemos ante nuestros ojos todos los días. Comprender intelectualmente que somos hijos amados de Dios es relativamente fácil, pero asumirlo afectiva y existencialmente es un proceso más largo. Y debe quedar claro que no es sólo una idea bonita para reconfortarnos; es una verdad que la Iglesia a trasmitido desde los primeros tiempos, ya que, gracias al Bautismo pasamos a formar parte del Cuerpo de Cristo, y a partir de allí, todo lo que se diga de Cristo de puede decir de nosotros, miembros de su Cuerpo. Es ñesta nuestra más profunda identidad: somos hijos muy amados de Dios.

En Jesús se cumplen todas las promesas que los profetas nos trasmitieron, como la que leímos hoy. Isaías nos dice que Jesús es quien viene a consolar a su pueblo, a revelar la gloria de Señor, a apacentarnos como Buen Pastor. Él es la gracia que se nos ha manifestado, como dice San Pablo. Él se entregó por nosotros para liberarnos de toda la iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo de elegidos, un Pueblo de hijos amados. Él nos hizo renacer por el Bautismo y derramó abundantemente el Espíritu Santo. Y todo esto, no porque lo merezcamos; no podemos hacer nada para merecerlo. Es Dios, en su infinita misericordia, que nos regala tanto amor. Es gratuito, pero no obligatorio, es decir, se regala gratuitamente a todos, pero no obliga a nadie a recibirlo. Por esto, estamos llamados a responder con decisión a este amor, aceptarlo.

Pero como he dicho otras veces, es un regalo, a la vez que una tarea. Es que el amor de Dios "no sabe vivir sino comunicándose" (Venerable Baltasar Pardal), desde la Creación, gran acto de amor de Dios, hasta la entrega de amor en la Cruz, hasta nuestra propia existencia, son actos de comunicación del amor de Dios. Es un amor que no resiste ser guardado egoístamente, sino que pide salir, comunicarse.

Por esto, hay otras palabras de hoy que también están dirigidas a cada uno de nosotros: "¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice el Señor! Hablen al corazón del hombre", díganle "¡Aquí está tu Dios!", a tantas personas que viven sin sentido, sin rumbo, que andan como ovejas sin pastor; para anunciarles que sólo Dios llena de sentido nuestra vida, sólo Él nos puede hacer plenamente felices.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a tomar cada vez más conciencia de su amor; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que fue la primera misionera de Jesús, que nos ayude a ser dignos misioneros de este amor que es el único que nos sana y salva.