Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Domingo XXV durante el año, ciclo A.

1ª lectura: Isaías 55,6-9; Salmo 145(144),2-3.8-9.17-18; Filipenses 1,20b-26; Evangelio según San Mateo 19,30.20,1-16.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama gratuitamente, que respeta nuestros tiempos, y con infinita paciencia nos espera hasta el último momento.

Hace casi dos meses compartí con ustedes la diferencia que existe entre una parábola y una alegoría. Comprender esta diferencia nos ayuda a acercarnos al mensaje que Jesús quiso trasmitir. Recordemos: En una alegoría, cada elemento que la integra tiene un significado propio que viene a hacer su aporte al concepto general que se quiere trasmitir. Al leer una parábola, en cambio, debemos centrarnos en el mensaje que quiere trasmitir, y no dejarnos distraer por los elementos "escenográficos" que envuelven el mensaje.

Si leemos el evangelio de hoy en clave de alegoría, nos enojamos al ver cómo se le paga lo mismo al que trabajó una hora que al que trabajó todo el día. Vemos esta situación como claramente injusta, y al propietario de la viña como a alguien que actúa según su capricho. Pero Jesús no nos propone la alegoría de los trabajadores, sino, una parábola.

Entonces debemos preguntarnos: ¿qué pretende enseñar Jesús con esta parábola? ¿Acaso Jesús quiere hablarnos de la justicia laboral?; ¿acaso quiere denunciar a los patrones caprichosos? La respuesta la encontramos al comienzo del texto: "el Reino de los Cielos se parece..." El mensaje que quiere trasmitir Jesús es sobre el Reino de los Cielos, es decir, en sencillo, sobre el proyecto de amor que el Padre tiene para que seamos plenamente felices en comunión con Él y nuestros/as hermanos/as. Y, ¿cuál es este mensaje? 

Creo que Jesús nos quiere hablar del amor gratuito de Dios, que nos acepta tal como somos, y nos espera con paciencia infinita hasta nuestro último momento. Entonces, "la paga" para un cristiano de toda la vida, como a alguien que se abre a la fe en el último segundo de su vida, es la misma: el Reino de los Cielos, el proyecto de amor del Padre.

Si esto nos parece injusto, es porque como dice el profeta Isaías: "los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes.". Porque como dice el salmista: "El Señor es justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus acciones", no como nosotros, que somos frágiles, que muchas veces nos equivocamos, que muchas veces no sabemos ver con los ojos de Dios. 

Son muchas, entonces, las razones que tenemos para decir ¡qué bueno es Dios!
A este Dios que es cariñoso con todas sus creaturas, le vamos a pedir que nos ayude a seguir tomando conciencia de su gran amor por nosotros; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, le vamos a pedir que interceda para que nos dejemos guiar como ella por el Espíritu, de modo que vivamos de tal manera, que como dice San Pablo, que Cristo sea glorificado por nuestras acciones.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Domingo XXII durante el año, ciclo A.

1ª lectura: Jeremías 20,7-9; Salmo 63(62),2.3-4.5-6.8-9; 2ª lectura: Romanos 12,1-2; Evangelio según San Mateo 16,21-27.

 ¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y nos acepta tal como somos. Esto es lo que, una vez más, nos enseña este encuentro entre Jesús y Pedro.

El domingo pasado, el evangelio nos mostraba a nuestro querido Pedro, reconociendo en Jesús al Mesías, al Hijo de Dios; y recibiendo la felicitación del Maestro: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Celebramos una de las mejores facetas de Pedro; pero igual que nosotros, da dos pasos y parece echar por tierra el elogio de Jesús. Hoy vemos a Jesús anunciando su Pasión, y nuestro Pedro se "desubica", sale de su lugar de discípulo, se pone en lugar de maestro para corregir al MaestroPor este motivo Jesús, el mismo que lo elogió, le hace una dura corrección: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí una piedra de tropiezo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Lo llama como al Adversario, como al que se opone a los planes de Dios. Muy bien reflexionaba mucho tiempo después San Ignacio de Loyola: "el mal espíritu muchas veces se disfraza de bien". Detrás de una "buena" intención de querer "cuidar" a Jesús, de querer evitarle un "mal", está la sombría intención del mal espíritu de que Jesús no sea fiel al proyecto del Padre (que sea fiel hasta las últimas consecuencias). Por eso, Jesús enseña a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga"; el que quiera ser discípulo debe estar dispuesto a asumir las consecuencias que trae consigo ser fieles a la Voluntad del Padre. Porque, añade: ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? Este mismo lema inspirará al mismo San Ignacio a dejar una vida "exitosa", para entregarse por completo al Señor.

San Pablo refuerza esta última idea al invitarnos a no tomar como modelo a este mundo, es decir, a no ser seducidos en la búsqueda del prestigio, del poder y del poseer, sino que, nos dediquemos a discernir cuál es la Voluntad de Dios, o sea, buscar lo que es bueno, agradable y perfecto a sus ojos.

El profeta Jeremías nos invita a dejarnos seducir por el Señor, con la experiencia de que cuando lo hacemos, el amor de Dios es en nuestro corazón como un fuego encerrado, y que mueve a San Pablo a decir ¡Ay de mí si no evangelizo!

El salmista nos comparte su experiencia, que lo es nuestra, de la necesidad de Dios. Lo buscamos ardientemente, como busca el sediento al agua; por Él suspiramos como tierra reseca; porque experimentamos su amor, y sabemos que vale más que la vida, que sólo Él puede saciar nuestra alma, que siempre ha sido nuestra ayuda, que somos felices cuando experimentamos que nuestra alma está unida a Él y que su mano nos sostiene.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a seguir tomando conciencia de su amor que nos acepta tal como somos; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, Madre del buen discernimiento, que nos ayude a abrir nuestro corazón a la inspiración del Espíritu para elegir lo que es bueno, agradable y perfecto a sus ojos.