Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 27 de febrero de 2016

Domingo III de cuaresma, ciclo C.

1ª lectura: Éxodo 3,1-8a.13-15; Salmo 103(102),1-2.3-4.6-7.8.11; 2ª lectura: Carta I de San Pablo a los Corintios 10,1-6.10-12; Evangelio según San Lucas 13,1-9.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que es misericordioso y nos tiene una paciencia infinita.

Seguimos avanzando en este Tiempo de Cuaresma, y el texto de hoy nos invita a meditar sobre la paciencia y misericordia que Dios nos tiene.

La mentalidad de los judíos de la época de Jesús era muy concreta, y consideraba que cada uno tenía la vida que merecía; por lo tanto, a los que le iba bien eran bendecidos por Dios, y a los que le iba mal era debido a su pecado o el de sus padres. Es un razonamiento simplista, completamente falso, como lo demuestra la experiencia cotidiana, o como ya lo había hecho la Sagrada Escritura en el libro de Job, tratando el sufrimiento del inocente. Pero no nos escandalicemos de aquellos judíos, porque aún hoy mucha gente, y mucha cristiana, sigue sosteniendo esto, y cuando algún hecho negativo nos sorprende, muchas veces es nuestra primera reacción "algo habrá hecho", "se lo merecía", etc. Insisto en que la realidad nos muestra día a día la falsedad de este razonamiento, cuando vemos tantos inocentes sufrir y tantos culpables teniendo éxito; y ésto sin que Dios tenga responsabilidad, ya que , Él respeta nuestra libertad, y permite que estas cosas ocurran.

Zanjada esta cuestión, Jesús nos invita a reflexionar sobre la misericordia de Dios. Él es un Padre bueno, que espera hasta el último momento nuestra conversión, y aunque caemos, una y otra vez, nos regala una nueva oportunidad. Sin embargo, como he dicho muchas veces, esto no es una "vía libre" al pecado, es decir, es falso pensar "pequemos, igual Dios nos perdona". San Pablo una y otra vez nos exhorta, como hoy: " no nos dejemos arrastrar por los malos deseos... No nos rebelemos contra Dios"... "somos hijos de la Luz", comportémonos como tales.

En este año estamos llamados especialmente a ser misioneros de la misericordia. Recibimos este llamado como lo recibió Moisés. Dios ha visto la opresión de nuestro pueblo, y nos pide anunciarles su amor y misericordia, la única que nos libera y salva. Porque, como dice el salmo: "El Señor hace obras de justicia y otorga el derecho a los oprimidos;... El Señor es bondadoso y compasivo,  lento para enojarse y de gran misericordia; Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por nosotros".

A este Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a comprender su amor y misericordia por nosotros, y a ser misericordiosos como lo es Él; y a María, Madre de Misericordia, que nos ayude a ser como ella, misioneros de este amor para tantos hermanos que aún no lo conocen.

domingo, 21 de febrero de 2016

Domingo II de Cuaresma, ciclo C.

1ª lectura: Génesis 15,5-12.17-18; Salmo 27(26),1.7-8.9abc.13-14; Filipenses 3,17-21.4,1; Evangelio según San Lucas 9,28b-36.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que hoy nos dice a cada uno "Tú eres mi Hijo, mi elegido".

Ésta no es sólo una hermosa frase para sentirnos bien; es nuestra más profunda identidad. Lo sabemos gracias a San Pablo, que nos enseñó que por el Bautismo pasamos a formar parte del Cuerpo de Cristo, y a partir de este hecho, todo lo que se diga de Jesús se puede decir de nosotros, en cuanto miembros de Cristo. Por esto, con toda propiedad podemos decir que estas palabras del Padre están también dirigidas a cada uno de nosotros: "Tú eres mi Hijo, mi elegido". 

Meditamos en el texto del evangelio de hoy el misterio de la Transfiguración, en el cual, Jesús deja entrever su naturaleza divina a Pedro, Santiago y Juan. Los especialistas dicen que éste fue un gesto de Jesús para prepararlos al difícil momento de la Pasión. Nuestro querido San Pedro, una vez más hace gala de su impulsividad, y le pide a Jesús hacer tres carpas para quedarse en esa situación. Es perfectamente comprensible. Está con Jesús, se siente en el Cielo; ¿qué hay de malo en su planteo? Que sin saberlo él (Lucas dice que Pedro no sabía lo que decía, es decir, no había pensado en el alcance de su afirmación), es una actitud egoísta. Me explico. Quedarse en esa situación, soñada para Pedro, implicaba que Jesús no cumpliera su misión, no nos amara hasta la muerte y muerte de Cruz, y no nos habría salvado. Evidentemente, Pedro no tenía ni idea de estas consecuencias. Pero Jesús sí tenía clara su misión, por eso los invitó a bajar del monte y continuar cumpliendo la Voluntad del Padre.

En este segundo domingo de cuaresma, meditar este texto es una invitación para que nosotros también nos preparemos, que teniendo en el horizonte la Resurrección asumamos con toda su profundidad la Pasión y Muerte de Jesús.

Este episodio, entonces, en la vida de los discípulos es una oportunidad para hacer lo que más tarde nos enseñaría San Ignacio de Loyola: en tiempos de satisfacción espiritual (consolación) reservar fuerzas para los momentos de crisis (desolación). Es un excelente consejo para vivirlo nosotros.

Pero las lecturas de hoy nos aportan otros hermosos consejos para nuestros tiempos de crisis. En la primera lectura contemplamos a Abram , un anciano que no esperaba nada nuevo de la vida, al que Dios sorprende con su llamado y una nueva misión. Obviamente Abram se debe haber sentido desconcertado, como nos desconcertamos nosotros en las crisis. En esos momentos, recordemos las palabras de nuestro Dios: "Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas"; como para decirnos "levanta la mirada, sal del encierro de tus preocupaciones, contempla la inmensidad y belleza de la Creación, y aún así, nosotros somos su creación más amada". Por eso, el salmista nos invita a decir "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?... El Señor es el baluarte de mi vida... tú, eres mi ayuda". Y cuando la angustia parezca oscurecer nuestra mirada, recordemos el consejo del salmista: "Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor". Espera en el Señor porque Él no nos abandona nunca, porque Él es fiel a sus promesas..

San Pablo nos recuerda que "El transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso", como en las Bodas de Caná, tomará nuestra pobre agua y la transformará en el vino mejor. Pero para hacernos beneficiarios de esta promesa, San Pablo nos exhorta "hermanos míos muy queridos,... perseveren firmemente en el Señor"

A este Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a tomar conciencia de su amor; y a María, Madre de la Luz, le vamos a pedir que nos ayude a perseverar como ella, firmes en la fe.
  

domingo, 14 de febrero de 2016

Domingo I de Cuaresma, ciclo C.

1ª lectura: Deuteronomio 26,4-10; Salmo 91(90),1-2.10-11.12-13.14-15; 2ª lectura: Romanos 10,8-13; Evangelio según San Lucas 4,1-13.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que por amor a se hizo igual a nosotros en todo menos en el pecado, y vivió todo lo que nosotros vivimos, incluso las tentaciones.

Estamos en el inicio del tiempo de Cuaresma, tiempo de preparar el corazón para celebrar el acontecimiento más importante de nuestra vida: la entrega del Amor que nos salvó, la Pascua.
Queremos acercarnos a Dios, pero el mal espíritu nos quiere alejar y nos tienta.

Meditamos en el evangelio las tentaciones de Jesús, que los estudiosos dicen no constituir un hecho puntual, sino que estas tentaciones estuvieron presentes a lo largo de toda su vida. Veamos:

1) "Convertir las piedras en pan". La tentación de utilizar su poder de manera mágica para resolver los problemas. Leído así parece muy burda, pero en el fondo está la pregunta que se hacen tantos: si existe Dios, ¿por qué hay hambre en el mundo? Luego de la multiplicación de los panes, Jesús reprende a quienes lo siguen solo porque les dio pan hasta saciarse y no por sus palabras de vida. Es que su misión no era erradicar el hambre del mundo; ésa es nuestra misión, porque Él creó alimentos para todos, pero que existan personas al borde de la muerte por la hambruna es fruto del egoísmo del ser humano, y Dios lo permite por un misterio difícil de comprender: la libertad humana. Es que si Dios resolviera nuestros problemas de manera "mágica" (como "Deus ex machina") anularía nuestra libertad, y perderíamos la dignidad de personas que Él nos regaló, porque sólo puede amar quien es libre. Por esto, "no solo de pan vive el hombre".

2)  "Te daré todo este poder". La tentación de dominar y oprimir, de utilizar el poder para beneficio personal. Luego de la multiplicación de los panes quisieron tomar a la fuerza a Jesús para proclamarlo rey. Muchos esperaban que Jesús fuese el libertador de Israel a fuerza de persuasión y espada. Pero como dice San Pablo: "Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres". "Él, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza". El poder de Jesús, es un poder que se hace servicio, por amor, para salvarnos. Todos poseemos cierta porción de poder: ¿cómo lo ejercemos?

3)  "Si tú eres Hijo de Dios, tírate..." El mal espíritu es astuto, y utiliza la Palabra de Dios para tentarnos, como diciéndonos, "si es cierto que Dios te ama, entonces no puede permitir que te pase nada malo". Es una tentación muy presente en nuestra vida. Dijimos que Dios nos creó libres para amar; por esto, no nos guarda en una "cajita de cristal" para que no nos pase nada. Pero cuando sufrimos algún accidente, o pasamos por alguna experiencia que consideramos negativa, experiencias propias de la vida, nos surge esa pregunta fruto de nuestra emoción afectada "¿por qué Dios permitió esto?, ¿por qué no me protegió? Esto hace que nos enojemos y nos alejemos de Dios, dejando satisfecho al mal espíritu. Jesús nos invita a apoyarnos en su Palabra. Su amor sostiene nuestra existencia.

Jesús venció las tentaciones siendo uno de nosotros, enseñándonos que también nosotros podemos vencerlas con su ayuda. Porque, como dice San Pablo, "La Palabra está en tu boca y en tu corazón... El que cree en él, no quedará confundido... todo el que invoque el nombre del Señor se salvará"

Por esto, cuando sintamos que nos acecha el peligro recordemos las palabras del salmista: "En el peligro, Señor, Tú estás conmigo"; Él es nuestro refugio, nos cuida en todos nuestros caminos, nos defiende y protege.

A Dios, le pedimos Gracia para mantenernos firmes en la fe; a María, le pedimos que nos ayude a tener un corazón dispuesto para recibir su Palabra, la única que nos sana y salva.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Miércoles de ceniza.

1ª lectura: Joel 2,12-18; Salmo 51(50),3-4.5-6a.12-13.14.17; 2ª lectura: Carta II de San Pablo a los Corintios 5,20-21.6,1-2; Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos regala un tiempo propicio para la reconciliación.

Comenzamos hoy el tiempo de Cuaresma, estos cuarenta días de preparación antes de la Pascua, un tiempo propicio para revisar nuestra vida y buscar la reconciliación con Dios y nuestros hermanos. Es un tiempo de preparación, de reflexión y de aprendizaje. La Iglesia nos ofrece no sólo la escucha de la Palabra de Dios, sino también tres gestos concretos, que nos ayuden a externalizar nuestro proceso: el ayuno, la limosna y la oración. Como leímos en el Evangelio, son los tres gestos de los que habla Jesús; pero también escuchamos de Él la recomendación de que estos gestos sean para ofrecércelos a Dios, y no para que los demás digan "¡qué santo es!". Nuestro Padre, que ve en lo secreto conoce nuestras intenciones, y como dice el libro de Joel, quiere que cambiemos el corazón y no las vestiduras.

Es un tiempo para identificar aquellas prácticas que van en contra del Proyecto de Dios (la felicidad plena o salvación), es decir, para descubrir el pecado en nuestra vida. El pecado es aquello que hacemos intencionalmente, con plena conciencia, de que estamos rompiendo nuestra relación con Dios, con nuestros hermanos, con la Creación o con nosotros mismos. Como ya dije, si bien el pecado muchas veces nos reporta pequeñas gratificaciones inmediatas, nos aleja de la verdadera felicidad, y nos paraliza en el camino de conseguirla. Hacer un examen de conciencia, y reflexionar sobre nuestro pecado, lejos de ser una práctica masoquista, es ya el inicio de la sanación, ya que, identificar nuestros problemas es ya "medio camino" para la sanación. Una vez identificados, pedimos perdón por ellos, tratamos de identificar qué cosas están "en la raíz"y nos llevan al pecado, y pedimos la gracia necesaria para sanar y no volver a caer en ellos. Aún, esto no alcanza.

La naturaleza humana pide signos concretos y visibles del perdón. Nuestro Dios, conociéndonos a fondo, en su infinito amor, y de acuerdo a la pedagogía de la Encarnación, nos dejó en la Iglesia signos concretos y visibles de su amor y perdón: los sacramentos. El sacramento de la Reconciliación responde a nuestra necesidad y a la pedagogía de Dios. Además, no existe pecado que no dañe a la comunidad, ya que, por el Bautismo, formamos un Cuerpo. La frase "yo le confieso mis pecados solo a Dios", refleja una actitud que no nos sana, sino que al contrario, muchas veces se convierte en "una vía libre" para seguir haciendo aquello que rompe nuestra relación con Dios, lastima a la comunidad y nos aleja de la felicidad. También se dice no querer confesar los pecados a un hombre tan pecador como uno; pero es Dios, el que, teniendo en cuenta nuestra naturaleza y por la pedagogía de la Encarnación estableció el Sacerdocio, para que, hombres comunes y pecadores actúen en la Persona de Cristo. Es la Persona de Cristo quien escucha nuestra confesión y nos otorga el perdón, a través de la voz humana y concreta del hombre sacerdote, y por el Sacramento de la Reconciliación, actualizamos en nosotros los efectos de la Cruz, es decir, de ese amor hasta el extremo de Jesús que reconcilió todas las cosas consigo.

La Cuaresma es, en palabras de San Pablo, un tiempo favorable, para "dejarnos reconciliar con Dios", Él que, en palabras de Joel, "es bondadoso y compasivo, lento para la ira y rico en fidelidad".

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos regale la gracia necesaria para buscar la reconciliación; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, le vamos a pedir que tengamos un corazón atento a la Palabra del Señor, la única Palabra que sana y salva.