Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 30 de abril de 2016

Domingo VI de Pascua, ciclo C.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 15,1-2.22-29; Salmo 67(66),2-3.5.6.8; Apocalipsis 21,10-14.22-23; Evangelio según San Juan 14,23-29.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que porque nos ama elige habitar en nosotros y traernos su paz.

Como digo muchas veces, ésto es algo tan grande, que es difícil comprenderlo en toda su profundidad. Jesús nos dice que, a pesar de nuestros defectos, Él viene a habitar en nosotros. No tenemos, entonces, ningún motivo racional para sentirnos solos, porque Él está siempre en nosotros; pero sabemos que asumirlo a nivel afectivo es un proceso mucho más largo. Pero esta frase obviamente aplica a nuestros hermanos, es decir, aunque algunas cosas de mis hermanos no me gusten, también en ellos habita Jesús, y por lo tanto deberíamos amarlos y respetarlos como lo hacemos con Jesús. Ciertamente que esto no es fácil, pero recordemos que Él nos sostiene con su amor, y es Él quien lo hace posible. Y este amor no es otro que el Espíritu Santo Paráclito, para cuya llegada en Pentecostés nos estamos preparando. Como dice Jesús, el Espíritu Santo nos ayuda a comprender su Palabra y a ponerla en práctica.

Por todo esto sabemos que Él nos da su paz, porque "Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rom 8,31). Si su amor nos sostiene, no temeremos aunque las preocupaciones nos cerquen. Porque la paz que nos deja no es ausencia de conflictos, sino paz que nos ayuda a atravesar los conflictos, confiados en que todo pasará, mas su amor por nosotros no pasará.

Con razón el salmo nos invita a cantar con alegría y dar gracias al Señor, por tanto bien que nos regala, sin que hagamos nada para merecerlo. Esta gratuidad de Dios no fue fácil de comprender para los primeros cristianos provenientes del judaísmo, para quienes aún era fuerte el pensamiento de querer agradar a Dios "haciendo cosas" que prescribía la ley de Moisés. Pero la voz del Espíritu Santo, presente en el discernimiento de la comunidad, corrigió el rumbo, y nos enseñó que no es lo que hagamos sino que "somos salvados por la gracia del Señor Jesús" (Hech 15,11).

A este Dios que nos regala su amor, le vamos a pedir que nos ayude a tomar real conciencia de su presencia en cada uno de nosotros; y a María, Madre de Misericordia, le vamos a pedir que nos ayude a ser misioneros de esa paz que Jesús nos regala, para tantos hermanos que viven en la desesperanza y desesperación.  

jueves, 28 de abril de 2016

Jueves de la semana V de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 15,7-21; Salmo 96(95) 1-2a.2b-3.10; Evangelio según San Juan 15,9-11.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, y quiere que seamos plenamente felices.

Hoy Jesús nos manifiesta cuánto nos ama, con el mismo Amor con que Padre e Hijo se aman, en el Espíritu Santo. Somos amados como Dios Padre ama a su Hijo, y como el Hijo ama al Padre; este amor no es otro que el mismo Espíritu Santo. Con este mismo Amor somos amados. Esta es nuestra más verdadera identidad, la de seres profundamente amados por Dios. Si fuésemos realmente conscientes de lo que  esto significa, toda nuestra vida cobraría un nuevo sentido, y todas nuestras heridas afectivas se verían sanadas.

Pero en lo cotidiano muchas situaciones nos llevan a pensar lo contrario: que somos un “accidente de la vida”; que somos inservibles; que no valemos; nos sentimos despreciados, rechazados, en definitiva, poco amados. Esto nos lleva a sentirnos angustiados, solos, y a enfermarnos de depresión. Finalmente, el no sentirnos amados nos lleva a preguntarnos qué sentido tiene existir. Jesús es el único que puede sanarnos definitivamente, si nos hacemos conscientes de su amor, si descubrimos esta verdad: somos profundamente amados. Pero el mensaje de Jesús no es un mensaje de autoayuda, donde lo que importa es la sanación personal, sino que, como el amor sano solo sabe vivir comunicándose, el sabernos amados nos debe llevar a amar más y mejor a nuestros hermanos. Sabemos lo difícil que puede resultar practicar esto con algunas personas, pero se hace posible si permanecemos en el Amor de Jesús, y nos alimentamos de Él. Sólo amando como Jesús ama vamos a alcanzar la más completa felicidad a la que todos estamos llamados.

A este Dios que es tan bueno vamos a pedirle que nos ayude a tomar cada vez más consciencia de su amor y a María, nuestra Madre, que nos ayude a permanecer en el amor de su Hijo y amar como Él ama.

miércoles, 27 de abril de 2016

Miércoles de la V semana de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 15,1-6; Salmo 122(121),1-2.3-4ab.4cd-5; Evangelio según San Juan 15,1-8.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, y nos acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes, y porque nos ama elige permanecer con nosotros.

Este verbo, permanecer, es el favorito en la Biblia para hablar de Dios, es el verbo que mejor lo describe. Dios es el que permanece: porque es eterno, porque existió, existe y existirá siempre; también porque es el Fiel por excelencia: permanece junto a nosotros, a pesar de nuestro pecado, nuestras infidelidades, nuestras traiciones, etc. Como dice el Señor en la profecía de Isaías: “aunque la madre se olvide de sus hijos, yo no me olvidaré de ti” (Is 49,15). Él no nos abandona. Somos nosotros lo que muchas veces nos alejamos de Él, y por eso experimentamos su lejanía.

Por esto Jesús nos propone, en el ejemplo de la vid, permanecer unidos a Él como las ramas al tronco, para recibir de Él la Gracia para tener una vida plena. Sólo unidos a Él podemos dar los frutos que Dios espera. No es al revés. No es que hay que hacer cosas que nos hagan merecer estar unidos a Jesús, sino que, hay que permanecer unidos a Jesús para que lo que hagamos sea de acuerdo a su Voluntad, para que lo que hagamos dé frutos de amor. 

Esto no era entendido por algunos de los primeros discípulos, como leímos en la lectura de Hechos. Algunos de ellos pensaban que era necesario cumplir la ley de la circuncisión para “ganar el derecho” de ser discípulos, como para “ganar” la adhesión a Jesús. Pero pronto los Apóstoles, reunidos en Jerusalén, comprendieron que la fe es un don gratuito de Dios, y que no era necesaria la circuncisión para recibir tal regalo. Fue necesario realizar una “poda” en la fe de los primeros cristianos, para retirar los resabios del legalismo, y ganar en gratuidad.

Aún hoy nuestra fe necesita una poda de vez en cuando. Muchas veces empezamos a acomodar a Dios, al Evangelio, a las enseñanzas de su Iglesia de acuerdo a nuestras ideas. De vez en cuando es bueno que nuestras ideas entren en crisis y volvamos a la fuente, a la fe verdadera que nos trasmite Jesús en el Evangelio a través de su Iglesia.

Sólo manteniéndonos unidos al tronco, que es Jesús, podremos recibir la savia, su Gracia, que nos permita tener una vida plena, y producir frutos de amor agradables al Padre.

A Él le pedimos que nos regale seguir creciendo en la fe; y a María, nuestra Madre, que nos ayude a permanecer unidos a su Hijo, como los sarmientos a la vid.

lunes, 25 de abril de 2016

Lunes de la semana V de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 14,5-18; Salmo 115(113B),1-2.3-4.15-16; Evangelio según San Juan 14,21-26.  

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, y eligió habitar entre nosotros.

Es esto lo que Jesús explica a sus discípulos. Quien ama a Dios y observa sus mandamientos -y recordemos que para Jesús el mandamiento más importante es el del amor, el de amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos- recibe la visita de Dios, quien además se queda a habitar en el corazón del creyente.

¡Qué bueno es Dios!, entonces, que aceptándonos tal como somos, con nuestros defectos y virtudes viene a habitar con nosotros. Aunque muchas veces nos sintamos lejos de Dios, no es Él el que se aleja: experimentamos la lejanía, o por el pecado que daña nuestra relación con Él y nuestros hermanos, o porque nos falta crecer en fe y confianza en Él, o porque el mal espíritu busca alejarnos de Dios. Pero lo verdadero es que Dios habita en medio de su pueblo y no nos abandona nunca. Y si alguien preguntara como le preguntaban al salmista, “¿dónde está tu Dios?”, la respuesta es “mira la Cruz”, Él eligió estar a nuestro lado, se hizo solidario con nuestros dolores y heridas, y amándonos hasta la muerte y muerte de Cruz, nos reconcilió con Dios. Y esta verdad es tan real, tan definitiva, que debe ser motivo de esperanza para todos: aunque por momentos veamos todo oscuro, aunque por momentos el sufrimiento nos doblegue, aunque parezca que el mal triunfa, es el Amor en Cruz madurado el que tiene la última palabra. La Resurrección de Jesús es el gran sello de esta Buena Noticia de esperanza. Al final, es el bien el que triunfa.

Sabemos que permanecer en su amor no es fácil. Sabemos cuán difícil se hace amar a nuestros hermanos; cuán difícil se hace aceptar las diferencias, cuán difícil es amar como Él amó. Pero también sabemos que no estamos solos. Dios nos envió su Espíritu Santo, para ayudarnos en nuestra misión, para comprender la profundidad del amor de Dios y seguir creciendo en la fe. Este mismo Espíritu Santo es el que permitió que Pablo y Bernabé hicieran milagros como hacía Jesús, y al mismo tiempo, los protegió de no confundirse con el aplauso de la gente y de creer que lo que producían era por su carisma personal.

A este Dios que es tan bueno con nosotros le vamos a pedir que nos ayude a ser cada vez más conscientes de su amor. Y a María, nuestra Madre, que nos ayude a amar a los demás al estilo de su Hijo.

domingo, 24 de abril de 2016

Domingo V de Pascua, ciclo C.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 14,21b-27; Salmo 145(144),8-9.10-11.12-13ab; Apocalipsis 21,1-5a; Evangelio según San Juan 13,31-33a.34-35.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ayuda a amar como Él nos ama.

Contemplamos un texto del evangelio de San Juan. Nos encontramos en el contexto de la Última Cena, donde Juan nos relata el episodio del lavatorio de los pies, con el que asocia a la Eucaristía con el servicio, el amor a Dios con el amor a los hermanos, y todo esto con la muerte y resurrección de Jesús.

El texto comienza con la partida de Judas. Siendo Jesús la Luz del mundo, Judas al apartarse de Él va a la noche, a la oscuridad. Comienza en este evangelio la "hora de la glorificación", comienza el ciclo de la Pasión de Jesús, y es el momento de la gloria porque, como dice San Ireneo de Lyon, "la gloria de Dios es que el hombre viva", y Jesús entrega su vida para salvar la nuestra.

En este contexto, en el que Jesús dirige su "discurso de despedida" a los discípulos, les encomienda el mandamiento nuevo. ¿En qué sentido es nuevo?, porque ya hemos encontrado esta formulación en un diálogo entre Jesús y un maestro de la ley, es decir, ya existía una conciencia de la importancia del mandamiento del amor. Es "nuevo", porque ya no depende solo de nuestras fuerzas. Me explico: La Ley, lo diez mandamientos, las normas de los judíos, parecen depender exclusivamente de la voluntad y decisión de la persona. En el caso del mandamiento nuevo, nos sostiene el amor de Dios. ¿Por qué digo esto? Porque en el textos original (griego) la palabra que se usa para decir "como" también significa "porque"; es decir, podríamos entender "ámense unos a otros como yo los he amado", o "ámense unos a otros porque yo los he amado". De todas formas lo que nos quiere trasmitir que podemos amar como Él ama, porque Él nos amó primero y nos llenó con su amor, y es sostenidos por ese amor que se nos hace posible amar a los demás. Si dependiera solo de nosotros sabemos lo difícil que sería, porque nos cuesta aceptar a los demás tal como son, con sus defectos y virtudes, etc. Sólo sostenidos por su amor es posible amar como Él ama.

Con razón el salmo nos invita a bendecir al Señor, porque "es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas". 

¿Por qué amar como nos pide Jesús? Porque sabemos que es el camino que Él nos regala hacia ese "cielo nuevo y una tierra nueva", donde "Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó". Hacia ese horizonte caminamos, y el camino es el amor.

A este Dios tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a seguir creciendo en la vivencia de este mandamiento del amor; y a María, Madre del Amor, le vamos a pedir que nos regale la capacidad de aceptar a nuestros hermanos tal como son, y amándolos, podamos llegar juntos un día a ese cielo nuevo y tierra nueva donde seremos plenamente felices.

sábado, 16 de abril de 2016

Domingo IV de Pascua, ciclo C.

1ª lectura:  Hechos de los Apóstoles 13,14.43-52; Salmo 100(99),2.3.5; Apocalipsis 7,9.14b-17; Evangelio según San Juan 10,27-30.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, al extremo de dar su vida por nosotros.

Obra del P. Ricardo Ramos.
Celebramos el cuarto domingo de Pascua, conocido como Domingo del Buen Pastor, siendo también la jornada mundial de oración por las vocaciones.

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús como Buen Pastor. Para quienes somos originarios de la ciudad, nos es difícil comprender esta imagen, y también para quien vive en el campo, ya que ser pastor hoy es muy diferente de lo que lo era en tiempos de Jesús. Pero para la gente de la época era una imagen por demás elocuente.

Sin embargo, no es difícil acceder al mensaje que transmite. El Buen Pastor conoce por su nombre a cada una de las ovejas de su rebaño, no permite que ni una se le pierda, y está dispuesto a dar la vida para protegerlas. Según el terreno, va adelante para guiar, o detrás para proteger a todas. No pasa lo mismo con el pastor asalariado, que no se compromete con el rebaño, que son para el un grupo de "cosas" ajenas, a las que no le interesa conocer, y por las cuales no estaría dispuesto a arriesgar nada; ante el primer peligro huye, dejando al rebaño expuesto a los peligros.

A nivel personal, la figura y experiencia del maestro es la que más me ha ayudado a comprender la imagen del Buen Pastor. El buen maestro conoce la vida de cada uno de sus alumnos, está atento a que ninguno se le quede por el camino, y cuida a sus alumnos como si fueran sus propios hijos. No pasa lo mismo con algunos asalariados de la enseñanza, a quienes les importa solo cumplir un horario y cobrar el sueldo. 

Todo esto viene a hacernos tomar conciencia de que Dios nos conoce personalmente, se preocupa por nuestro bienestar, y como Buen Pastor dio su vida para salvarnos del peligro. Sin merecimiento de nuestra parte, Él nos convirtió en sus hijos y nos llama a ser semejantes a Él. Éste es el destino de nuestra vida si lo aceptamos: llegar a ser semejantes a Él, ser plenos, ésta es la más absoluta felicidad.

También nos ha regalado la posibilidad de actuar como el Buen Pastor. No solo los sacerdotes, sino todos los bautizados estamos llamados a ayudar a nuestros hermanos a escuchar la voz del Señor, a no distraerse con otras voces, a no dejar que nadie se pierda. 

Con razón el salmista nos invita diciendo: "
Sirvan al Señor con alegría
... 
él nos hizo y a él pertenecemos; 
somos su pueblo y ovejas de su rebaño. 
¡Qué bueno es el Señor! 
Su misericordia permanece para siempre, 
y su fidelidad por todas las generaciones. 

A este Dios tan bueno le vamos a pedir que nos regale descubrir nuestra vocación, y les regale a todos aquellos que ya la han descubierto, sea en el matrimonio, sea en la vida consagrada, la gracia necesaria para ser felices; y a María, Madre del Buen Pastor, que nos ayude a estar atentos a la voz del Señor como las ovejas al Buen Pastor.

sábado, 9 de abril de 2016

Domingo III de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 5,27b-32.40b-41; Salmo 30(29),2.4.5-6.11.12a.13b; Apocalipsis 5,11-14; Evangelio según San Juan 21,1-19.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y nos acepta, con nuestros defectos y virtudes, y así, tal como somos, nos llama a ser sus misioneros/as.

Al contemplar este hermoso fragmento del Evangelio de Juan, es éste el punto que creo unifica ambas partes del relato, es decir, la pesca milagrosa, y el diálogo a solas con Pedro.

El episodio se desarrolla donde todo comenzó para los discípulos, en el mar de Galilea, entre las tareas cotidianas, la pesca. Es interesante la lista de discípulos que nos da Juan. Son los que más conocemos, en sus defectos y virtudes: Pedro, "piedra" sobre la que Jesús funda su Iglesia, pero también piedra de tropiezo (por ej: cuando "rezonga" a Jesús por su iniciativa de ir a Jerusalén donde lo esperan las autoridades para matarlo), piedra también por lo duro que se le hace comprender algunas enseñanzas de Jesús; Juan y Santiago, a quienes Jesús apodó "hijos del trueno": podemos imaginar cómo sería el carácter de éstos para que Jesús les pusiera ese apodo, y de hecho el Evangelio nos muestra su agresividad cuando le preguntan a Jesús si podían hacer caer fuego del cielo para que consumiera a un pueblo que no los recibió, aún cuando venían escuchando durante tres años de Jesús que Dios es un Padre misericordioso que lo envió no para condenar al mundo, sino para salvarlo; Tomás, a quién recordamos por su incredulidad después de la Resurrección; Natanael, que cuando le dijeron que habían encontrado al Mesías, Jesús de Nazareth, respondió "¿de Nazareth puede salir algo bueno?" Es decir, Jesús no eligió una élite de puros y santos para que lo siguieran; eligió personas comunes y corrientes como nosotros, con defectos y virtudes, y con su ayuda y amor, llegaron a ser los santos Apóstoles que conocemos. De todas formas quiero destacar la actitud de ellos de no romper la comunidad. Aunque es "de noche", aunque no ven nada, aunque están llenos de incertidumbre y confusión, se mantienen unidos. Y aparece Jesús en la orilla.

Este es un detalle hermoso del evangelista. Los discípulos están de noche, en la oscuridad. La sola presencia de Jesús, Luz del mundo, es un amanecer para ellos.

Luego sucede la pesca milagrosa, tal como aquella primera vez. Por los gestos y palabras, el discípulo amado reconoce a su Maestro, y lo anuncia a Pedro: "Es el Señor". Es otro hermoso detalle. Cuántas personas en nuestra vida nos han mostrado el paso de Dios, ayudándonos a darnos cuenta de que "Es el Señor"; y qué lindo si pudiésemos ser esa persona para los demás, si pudiésemos ayudar a los demás a acercarse a Jesús.

Nuestro querido Pedro, una vez más "se tira al agua", pero esta vez decidido y sin miedo, impulsado por el enorme deseo de encontrarse con su Señor, Aquél al que él había negado conocerlo. Por eso, después de comer juntos, Jesús invita a charlar aparte a Pedro, y le ofrece a través de un triple cuestionamiento, sanar su triple negación. En el texto original (escrito en griego) nos damos cuenta de cómo en este cuestionario Jesús va bajando el grado del amor hasta llegar al que Pedro puede reconocer como suyo. Es hermoso ver cómo la respuesta de Pedro está lejos de aquel fervor de "te seguiré adonde vayas" o "yo daré mi vida por Ti". Apenas puede contestar un tímido "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero", pero es ésta, la respuesta más auténtica de un Pedro que reconoce su debilidad, y que sin la ayuda de Jesús no puede llegar lejos. Más hermoso es que a este Pedro, el que lo negó tres veces, el que reconoce su debilidad y le responde tímidamente, a este Pedro Jesús lo llama igual que la primera vez: "sígueme".

Este hermoso texto es una invitación para tomar conciencia de que Dios nos ama y nos acepta tal como somos, y así, con nuestros defectos y virtudes nos llama a seguirlo.

A este Dios tan bueno, vamos a pedirle tomar conciencia de esto, y a María, Madre de Misericordia, vamos a pedirle que nos ayude a ser como el discípulo amado, que ayude a otras personas a descubrir en sus vidas "es el Señor". 

lunes, 4 de abril de 2016

Solemnidad trasladada: La Anunciación del Señor.

Esta Solemnidad fue trasladada este año, debido a que el 25 de marzo coincidió con el Viernes Santo. 

1ª lectura:  Isaías 7,10-14.8,10c; Salmo 40(39),7-8.9.10.11; Hebreos 10,4-10; Evangelio según San Lucas 1,26-38.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús se hizo uno de nosotros igual en todo, menos en el pecado.

Celebramos hoy la Anunciación del Señor, es decir, el momento en que el Ángel le anunció a María de que iba a ser la Madre de Dios y, gracias al Sí de María, es también el momento de la Encarnación del Salvador del mundo. Celebramos que Dios es fiel y cumple sus promesas.

Hoy se cumple la Promesa hecha a nuestros primeros padres, luego de que rompieran su relación con Dios por el pecado original, y dejaran a la humanidad herida en su naturaleza: la Promesa de que vendría un Salvador que sanaría a la humanidad herida.

Esta Promesa se transmitió de generación en generación, y profetas como Isaías comenzaron a anunciar la manera en que se iba a cumplir: "Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel. Porque Dios está con nosotros."

Ya que nosotros no fuimos capaces de reconciliarnos con Él, fue Él el que se hizo uno de nosotros, igual en todo menos en el pecado, para demostrarnos que la fidelidad es posible. Desde entonces el ser humano no puede decir que está solo, "Porque Dios está con nosotros."   

Es un misterio inmenso: el Creador y Rey del Universo, por amor se hizo el más pequeño e indefenso en un bebé. Él, que lo puede todo, eligió necesitar de nosotros, de una madre y un padre que lo cuidaran. Él, siendo el más rico, por amor, se hizo el más pobre.

Este misterio de la Encarnación está estrechamente unido al  de la Pasión que nos disponemos a celebrar la próxima semana. En la Cruz, Jesús se hace el último, y asume lo más profundo de nuestra humanidad. En la Cruz, Jesús asume nuestra oscuridad, nuestra falta de amor, nuestra culpa, nuestro pecado y nuestra muerte; y por su amor fiel, en la Resurrección lo cambia cor luz, perdón, sanación y vida, "porque no hay nada imposible para Dios". 

A este Dios que nos ama tanto, vamos a pedirle que nos ayude a abrazar y amar este misterio de su Encarnación; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos regale una disponibilidad al Espíritu como la suya, para que podamos decir como ella, "Yo soy la servidora/el servidor del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho".  

sábado, 2 de abril de 2016

Domingo II de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 5,12-16; Salmo Salmo 118(117),2-4.22-24.25-27a; 2ª lectura: Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19; Evangelio según San Juan 20,19-31.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que por su Espíritu nos trae la paz, y nos regala el don de la fe.

Celebramos el segundo domingo de Pascua, conocido desde la antigua Tradición cristiana como "Doménica in albis", y más recientemente como el domingo de la Misericordia. El primero hace referencia a las vestiduras blancas que utilizaban los recién bautizados; el segundo, a la visión que tuvo Santa Faustina. En uno u otro caso, celebramos que el amor de Dios transforma nuestras vidas.

A lo largo de esta octava de Pascua, contemplamos en las lecturas testimonios de los discípulos, y cómo sus encuentros con Jesús les transformó las vidas.

Hoy contemplamos a los discípulos encerrados "por miedo a los judíos", o mejor dicho, a las autoridades judías que condenaron a Jesús. Jesús irrumpe en ese encierro y regala su paz, capaz de sacar a sus discípulos de la parálisis que provoca el miedo, y de ponerlos en estado de misión. El encuentro con Jesús Resucitado transformó sus vidas de personas comunes y corrientes a misioneros del Evangelio de la Vida hasta los confines de la tierra.

Pero uno de los discípulos, Tomás, no estaba presente, y no cree al testimonio de sus hermanos. Por este motivo es llamado "el incrédulo". Sin embargo, me parece que hemos sido muy duros con Tomás. Parece que hemos olvidado que este mismo Tomás es el que, en el episodio de la Resurrección de Lázaro, mientras lo otros discípulos buscan evitar que Jesús vuelva a Judea -porque representa riesgo de muerte- dice de forma valiente"Vamos nosotros también a morir con Él".

Jesús es un Maestro Bueno que nos ama y acepta tal como somos. Él acepta que Tomás necesite signos concretos de su Resurrección, y por eso, al domingo siguiente, Jesús se les vuelve a aparecer, esta vez con la presencia de Tomás a quien llama personalmente a contemplar sus heridas. Tomás, llamado el incrédulo, es no obstante, el primero en llamar a Jesús "Dios mío". Esto nos da la esperanza de que nosotros también, con nuestros defectos y virtudes somos aceptados y amados tal como somos y, que con la ayuda de Dios, llegaremos a ser santos.

Jesús culmina expresando la bienaventuranza "¡Felices los que creen sin haber visto!". Sin duda, somos beneficiarios de esta expresión. Nosotros no tuvimos la gracia de verlo cara a cara. Sin embargo, como Buen Maestro, Jesús pensó en que nosotros también necesitamos signos visibles de su Presencia y, por esto, en la Iglesia que fundó con los Apóstoles dejó sus mismos gestos y palabras que llamamos sacramentos, a través de los cuales hoy es posible para nosotros encontrarnos con este Jesús que nos ama tanto. Hoy, para nosotros también es posible reconocerlo al partir el pan; hoy es posible que nuestro corazón arda con sus palabras. Con razón el salmista nos dice  "den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia". 

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a crecer en la fe, a salir de la parálisis que nos provocan nuestros miedos y a convertirnos en misioneros de su amor; y a María, Madre de la Resurrección, que nos ayude a ser dóciles al Espíritu, para dar testimonio de este Dios que nos ama y nos acepta tal como somos.