Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 31 de diciembre de 2017

Fiesta de la Sagrada Familia.

1ª lectura: Génesis 15,1-6.21,1-3; Salmo 105(104),1-6.8-9; 2ª lectura: Carta a los Hebreos 11,8.11-12.17-19; Evangelio según San Lucas 2,22-40.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que eligió vivir en familia con nosotros.

Celebramos hoy la Fiesta de la Sagrada Familia esta hermosa escena llena de amor, pero, como toda situación humana, con un trasfondo de cierta oscuridad. Este niño trae la alegría de la Salvación esperada con tanta ansia por el pueblo de Israel, representado en Simeón. Él es la Luz que llega a iluminar a las naciones. Él es la gloria de Israel. Pero este niño también será signo de contradicción: no se podrá permanecer indiferente ante Él. Muchos lo amarán y respetarán, pero otros lo rechazarán y lo odiarán a muerte, y muerte de cruz. Por eso, "una espada" atravesará el corazón de María, espada no en sentido literal, sino en el sentido del extremo dolor de ver a su Hijo clavado en cruz. El tono grave que le pone a esta fiesta este anuncio, viene a destacar la fidelidad de Jesús, y la fe de María y José.

Fe como la que preanunciaba la figura de Abraham, un hombre que, entrado en años, no teme abandonar la seguridad y comodidad que había logrado, y da un salto de fe para abandonarlo todo y aferrarse a la Promesa, resumida en esta hermosa frase: "Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas". Es una frase que nos puede ayudar mucho, cuando frente a los problemas y las dificultades, bajamos la cabeza y nos sumimos en la tristeza. En ese momento es crucial recordar estas palabras, levanta la mirada, "mira hacia el cielo... cuenta las estrellas", como para decirnos, "no te dejes encerrar por los problemas, mira el cielo, tenemos un Dios que todo lo puede, que nos ama mucho y nunca nos abandona".

Por estos motivos, con razón el salmista nos invita a dar gracias al Señor, a invocar su nombre, y pregonar sus maravillas, maravillas como la de renunciar a su omnipotencia y, por amor, hacerse frágil y dependiente como un bebé; maravillas como las que hace cada día en nuestra vida aunque no nos demos cuenta. En estos días en que solemos hacer balance, sería muy bueno dedicar unos minutos para revisar por dónde ha pasado Dios por mi vida este año, para ver qué maravillas ha hecho. Y si no logramos verlo, estamos invitados a purificar la mirada, a profundizar, salir de la superficie, o "levantar los ojos al cielo", porque el Señor siempre se acuerda de su Alianza y de su amor hacia nosotros.

A este Dios tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a nunca separarnos de esta Sagrada Familia, para que su testimonio de fe y fidelidad nos ayude a superar las dificultades; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que como nadie supo permanecer firme en la fe, que nos ayude a crecer espiritualmente, a mantenernos firmes en la fe a pesar de las dificultades, y ser misioneros/as de esta luz y amor de la Sagrada Familia a aquellos/as hermanos/as que más lo necesitan.

lunes, 25 de diciembre de 2017

Solemnidad de la Natividad del Señor. Misa del día.

1ª lectura: Isaías 52,7-10; Salmo 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6; 2ª lectura: Hebreos 1,1-6; Evangelio según San Juan 1,1-18.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que siendo el Creador Todopoderoso de todo lo que existe, y porque nos ama mucho, en Jesús eligió hacerse un ser tan débil y dependiente como un bebé para, siendo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, reconciliarnos con Él.

Terminó la espera. Dios cumplió su Promesa. Hoy nació el Enviado a sanarnos y salvarnos. Él, que existe desde el principio, y por quien todas las cosas fueron creadas; Él, que es la Vida y la Luz, que llena de sentido y de luz nuestra vida; Él, por Quien fuimos hechos hijos de Dios; Él, el Rey del Universo, que no eligió para nacer un palacio repleto de oro, sino, nacer pobre entre los pobres, en un humilde pesebre, rodeado de animales, pero sobre todo, rodeado del amor y cuidado de su Madre, que lo es también nuestra, María, y su esposo San José; de la compañía de los marginados de su tiempo, representados por los pastores pobres, y por los extranjeros magos venidos de Oriente; Él, que desde su nacimiento vivió el rechazo de tantas puertas que se le cierran; Él, que como dice San Pablo, siendo rico se hizo pobre para enriquecernos.

Con razón exclama de alegría Isaías: "Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación". Porque Jesús establece la paz, sanando todas las heridas provocadas por el pecado original y reconciliando todas las cosas con Dios, y por eso, al restablecer el Proyecto de amor de Padre, viene a anunciarnos la felicidad y la salvación. Por esto, también Isaías nos invita a gritar de alegría, "porque el Señor consuela a su Pueblo, Él viene a redimirnos... y todas las naciones, verán la salvación de nuestro Dios".

La misma invitación nos la hace el salmista, admirado de las maravillas que hace Dios, un Dios lleno de amor y que es fiel a las promesas realizadas a nuestros primeros padres; un Dios, que como dice la Carta a los Hebreos, luego de hablar a nuestros antepasados en muchas ocasiones y de varias maneras, en Jesús se nos revela por completo.
  
Él, que es la Luz, viene a iluminar nuestras oscuridades, y a llenar de sentido cada rincón de nuestra vida.
A este Dios, que siendo omnipotente, por amor se hace frágil y dependiente como un bebé, le vamos a pedir que la celebración de esta Navidad nos renueve en la fe y la alegría de sabernos amados por Él; y a María, la fiel custodia de ese frágil bebé Dios, nos ayude a custodiar nuestra fe, para que en esta Navidad sintamos de verdad cómo el amor de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Domingo IV de Adviento, ciclo B.

1ª lectura: Segundo Libro de Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Salmo 89(88),2-3.4-5.27.29; 2ª lectura: Romanos 16,25-27; Evangelio según San Lucas 1,26-38.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que es fiel a sus promesas, y en Jesús viene a salvarnos.


Celebramos el cuarto domingo de Adviento. Estamos terminando este camino de preparación a la Navidad; un camino que comenzó con la llamada a estar prevenidos y atentos (domingo 1º)a preparar el camino y el corazón para la llegada del Señor (domingo 2º)a estar alegres en el Señor que porque cumple sus promesas (domingo 3º), y que en este cuarto domingo nos invita a decir como María: "hágase en mí según su Palabra".

¡Qué bueno es Dios!, que como vimos en la primera lectura, no quiere un edificio para habitar, sino que prefiere habitar nuestro corazón, nuestro ser. Y esto no es una frase bonita sacada de una estampita; recordemos que por el Bautismo fuimos hechos templos del Espíritu Santo.

¡Qué bueno es Dios!, cuya misericordia es eterna, como nos dice el salmista. Él nos tiene una paciencia infinita, nos ama como Padre, y nos sostiene como la Roca al edificio, como cimiento estable donde podemos apoyar nuestra vida.

¡Qué bueno es Dios!, que, como nos dice San Pablo, nos reveló su misterio de amor, oculto desde los inicios de la historia y, como dice Jesús, lo ha mantenido oculto a los sabios y poderosos, y lo manifestó a los humildes.

¡Qué bueno es Dios!, que siempre elige actuar en lo sencillo, en lo humilde, en lo pobre, en lo débil, y por eso eligió a María, una humilde muchacha de un pueblito sin mucha importancia llamado Nazareth; una perfecta representante de lo que en la Biblia es el "Resto fiel"; alguien capaz de ofrecer su más absoluta disponibilidad a la acción del Espíritu, y con su "hágase", permitió que Dios, en Jesús, se hiciera uno de nosotros, y así nos sanara y salvara.

Estamos a horas de celebrar la Navidad. Estamos invitados a centrar nuestra atención en el pesebre y no dejarnos distraer por el consumismo. Estamos invitados a sacar de nuestro corazón todo lo que ocupa un lugar que no le corresponde, y hacerle lugar a nuestro Salvador, para que el "hágase" de María se cumpla en nosotros.

A este Dios tan bueno, vamos a darle gracias por regalarnos tanto amor y a pedirle que nos ayude a ser cada vez más conscientes de ello; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que con su disponibilidad permitió que naciera nuestro Salvador, vamos a pedirle que nos ayude a preparar nuestro corazón, y a crecer en disponibilidad para que podamos llegar a decir, como ella, "hágase en mí según su Palabra". 

sábado, 16 de diciembre de 2017

Domingo III de adviento, ciclo B.


1ª lectura: Isaías 61,1-2a.10-11; "Salmo": San Lucas 1,46-48.49-50.53-54 ; 2ª lectura: 1 Tesalonicenses 5,16-24; Evangelio: Juan 1,6-8.19-28. 

Queridos/as hermanos/as: 

¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús viene a sanar los corazones desgarrados, a dar la buena noticia a los pobres, y a anunciar nuestra liberación de todo aquello que nos oprime. 


Estamos celebrando el tercer domingo de Adviento, conocido tradicionalmente como “Gaudete”, ya que la Iglesia nos invita a alegrarnos por la proximidad de la celebración de la Navidad. Resuena en este día las palabras del Apóstol San Pablo: “estén siempre alegres, oren en todo momento; den gracias a Dios por todo; porque Él es fiel y cumplirá su palabra. 

Repasemos el camino que hemos hecho en estos domingos de Adviento. En el primer domingo se nos invitó a estar prevenidos y atentos; en el segundo, a preparar los caminos para la llegada del Salvador; y hoy, a alegrarnos, porque Dios es fiel y cumplirá su palabra. 

Pero, ¿cuál es esta palabra de la que esperamos el cumplimiento? Es la de la Promesa de un Salvador, que como dice Isaías, posee el Espíritu del Señor porque es “el ungido”, “el Mesías”, “el Enviado” “a sanar los corazones desgarrados; a anunciar la liberación a los cautivos y a los prisioneros la libertad; a anunciar el año de gracia del Señor; a hacer germinar la salvación”. Y como sabemos que lo que Dios dice lo hace, esta Promesa es un motivo que nos colma y hace desbordar de alegría. 

Por este motivo, muy acertadamente la Iglesia eligió como salmo para este día el Magníficat de María. Nadie como ella supo expresar y vivir esta realidad de la grandeza de Dios, que nos llena de alegría porque mira la humildad de sus hijos/as; que hace obras grandes por nosotros; porque su misericordia es infinita que derriba a los poderosos de sus tronos y enaltece a los humildes, que despide vacíos a los autosuficientes y colma de bienes a los hambrientos; que cumple todas sus promesas. 

El cumplimiento de las promesas es un regalo de Dios, no hemos hecho nada para merecerlo, y es un regalo para todos. Sin embargo, como Dios respeta nuestra libertad, existe la posibilidad de que con nuestras decisiones y actitudes rechacemos la Salvación que dios nos promete. Por eso, San Pablo nos invita a tener cuidado en “no apagar la fuerza del Espíritu, de examinarlo todo y quedarse con lo bueno, y de apartarse de todo tipo de mal. También por este motivo fue elegido San Juan Bautista, para “preparar el camino del Señor”, para preparar el corazón del pueblo a su llegada; para dar testimonio de esta Luz que amanece. Él nos deja una lección de oro a todos los que tenemos el privilegio de ser anunciadores del amor de Dios. No somos la Luz, sino testigos de la luz. Hay ocasiones en que nos confundimos, y buscamos el reconocimiento, y nos llenamos de orgullo porque nos felicitan por nuestras palabras, porque nos dicen que hacemos bien, y llegamos a sentirnos casi “imprescindibles” en la obra salvífica de Dios. En estos momentos dejamos de anunciar a Jesús, que es la Luz verdadera, y ofrecemos a las personas un ídolo con pies de barro. Una y otra vez debemos recordar que “no somos dignos siquiera de desatarle las sandalias” a Nuestro Señor; y como dice San Pablo en el lema que elegí para mi ordenación, “Dios me libre gloriarme si no es en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gál 6,14). 

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a creer y confiar más en Él; y a María, nuestra Madre de la Alegría, a que nos ayude a seguir preparando el corazón a la llegada de su Hijo.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Domingo II de Adviento, ciclo B.

1ª lectura: Is 40, 1-5. 9-20; Sal 84; 2ª lectura: 2 Pe 3, 8-14; Evangelio: Marcos 1, 1-8.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que es fiel a su Palabra y cumple su Promesa.


¿Qué Promesa? Permítanme que lo repita una vez más. El proyecto de Dios fue crearnos por amor, para amar y ser felices, en plena unión con Él y nuestros hermanos. Pero nuestros primeros antepasados rompieron la relación con Dios, hecho que conocemos con el nombre de Pecado Original, provocando que nuestra naturaleza humana quedase herida y nu pudiese acceder a la felicidad. Pero inmediatamente, Dios prometió un Salvador que reconciliaría todas las cosas consigo. Desde ese momento comenzó el tiempo de la espera, marcado por la fidelidad de Dios, y la fragilidad e infidelidad del ser humano. Esta Promesa se cumplió en Jesús, a cuya venida en Navidad nos estamos preparando en este Adviento.

El domingo pasado las lecturas nos invitaban a estar prevenidos y atentos. Hoy nos invitan a preparar el camino y el corazón a la llegada del Señor.

Preparemos el camino. Que, como dice la carta de San Pedro, su Venida nos encuentre en paz con Él.

Es ésto, lo que hacía San Juan Bautista, predicando un bautismo para el perdón de los pecados y el cambio de vida, para que el pueblo se hallase en paz con Dios. Pero a este bautismo le faltaba algo fundamental. En este bautismo sólo se perdonaban los pecados, y permanecer en ese estado de pureza dependía en exclusivo de las personas, y... conocemos cuán débil es el ser humano.

Juan anunciaba la llegada de Aquél que bautizará con Espíritu Santo, no sólo para el perdón de los pecados, sino para que su Espíritu habite en nosotros y  nos ayude a permanecer fieles.

Estén prevenidos... preparen el camino... está cerca nuestra salvación.

A este Dios bueno y fiel, vamos a pedirle que nos regale su gracia para prepararnos y permanecer fieles a su voluntad; y a María, nuestra Madre Inmaculada, que nos cuide con su ternura para que sepamos evitar las tentaciones, y así, la Navidad nos encuentre en paz con Dios.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Domingo I de Adviento, ciclo B.

1ª lectura: Isaías 63,16b-17.19b.64,2b-7; Salmo 80(79),2ac.3b.15-16.18-19; 2ª lectura: Carta I de San Pablo a los Corintios 1,3-9; Evangelio según San Marcos 13,33-37. 

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que, como dice San Pablo, es fiel y nos llama a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo.


Iniciamos el Adviento y, con él, un nuevo año litúrgico. Nos acompañará el Evangelista San Marcos, y la Iglesia nos invita a rezar especialmente por los jóvenes.

Como ya saben, el Adviento es el tiempo de preparación y espera de Jesús que viene en un doble sentido: la Navidad; y su Venida al final de los tiempos. 

Por este motivo el Evangelio de hoy nos invita a estar prevenidos, a estar atentos a nuestro camino de fe, a no dejarnos llevar por la rutina, ni distraernos con el consumismo navideño; nos invita a permanecer fieles y atentos, como si su Venida fuese a suceder de un momento a otro.

Nos invita a estar prevenidos y atentos porque, como dice Isaías, Él es nuestro Padre, nuestro Redentor, Él es fiel: aunque nosotros nos alejemos, Él no nos abandona. Él nos trata con amor y cuidado como el alfarero trata la arcilla no dejando que nada se pierda y haciendo cosas admirables a partir de una masa sin forma.

Él es el Buen Pastor, como nos recuerda el salmista. Él nos protege, nos sale al encuentro, porque Él quiere que seamos plenamente felices en unión con Él y nuestros hermanos.

Él nos colmó de toda clase de riquezas, como dice San Pablo: su Palabra, la fe, el conocimiento de su Hijo Jesús. Él no deja que nos falte su Gracia, que es como una lluvia que empapa (donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia). Él nos mantiene firmes hasta el fin, porque es el Fiel por excelencia. Éste es un regalo gratuito: no hicimos nada para merecerlo; pero es también una tarea porque Él respeta nuestra libertad, y con nuestras acciones podemos romper la Comunión a la que nos llamó, Comunión que es la única capaz de hacernos plenamente felices.

A este Dios, Padre Fiel y Bueno, vamos a pedirle que nos ayude a tomar conciencia de la Gracia y Amor que nos regala, para ser fieles como lo es Él; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, Madre Fiel, que nos ayude a mantenernos atentos y firmes en la fe, para mantenernos en comunión con Jesús.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Jesucristo, Rey del Universo, ciclo A.

1ª lectura: Ezequiel 34,11-12.15-17.; Salmo 23(22),1-2a.2b-3.5.6; 2ª lectura: Carta I de San Pablo a los Corintios 15,20-26.28; Evangelio según San Mateo 25,31-46.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que eligió identificarse con  nuestros hermanos y hermanas, para poder amarlo y servirlo en ellos.


Celebramos hoy la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, dando cierre a nuestro año litúrgico. La próxima semana estaremos comenzando el Adviento.
Jesús es el Rey del Universo, pero no es como los reyes a los que estamos acostumbrados . Es un "Rey-Pastor", como escuchábamos tanto en la lectura de Ezequiel como en el salmo: un Rey-Pastor que nos conoce a cada uno/a por nuestro nombre; que nos busca cuando no; alejamos; nos protege; nos sana; nos apacienta con justicia; nos acompaña en medio de las dificultades y repara nuestras fuerzas.

Jesús es un Rey distinto. A lo largo de este año litúrgico lo vimos acercarse a los más desamparados, enfrentarse a las autoridades, enseñar con paciencia a sus discípulos y lo vimos llorar, por lo menos cuatro veces; es un Rey que comparte en todo nuestra condición menos en el pecado.

Es un Rey distinto. En el Evangelio escuchamos como eligió identificarse con nuestros/as hermanos/as, y así, el Rey del Universo, eligió necesitar que le demos de comer, de beber, de vestir, y espera nuestra visita en los enfermos y encarcelados.

Es un Rey distinto. Su Gran Triunfo es un gran fracaso a los ojos de los demás. Su Gran Triunfo es la Cruz, porque en ella demuestra que el Amor de Dios triunfa sobre el mal, el odio y la muerte.

Es un Rey distinto, que gracias al Bautismo nos deja formar parte de su Cuerpo, y que elige hacerse Pan para que nos alimentemos de Él.

A este Rey tan distinto y tan bueno, vamos a pedirle que gobierne siempre en nuestras vidas; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, la Reina de Cielo y Tierra, que nos ayude a amarlo y servirlo cada vez más en nuestros/as hermanos/as.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Domingo XXXIII durante el año, ciclo A.

1ª lectura: Proverbios 31,10-13.19-20.30-31; Salmo 128(127),1-2.3.4-5; Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 5,1-6; Evangelio según San Mateo 25,14-30.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que es fiel, y nos invita a participar de su gozo. 

Estamos terminando el año litúrgico. En un par de semanas comenzaremos el adviento, y los textos que leemos toman un matiz escatológico, es decir, nos ayudan a elevar la mirada hacia el final de los tiempos, y por eso, San Pablo nos exhorta a ser fieles, a mantenernos firmes en la fe, como si la Segunda Venida del Señor fuese inminente. Es una invitación a no dejar que la rutina enfríe nuestra fe, y a no negociar con el mal espíritu y la oscuridad haciendo, como dice San Pablo, obras de las tinieblas. Somos hijos de la Luz.

Somos hijos de la Luz. ¡Qué lindo es meditar esta frase!, sobre todo, cuando tan a menudo utilizamos otras frases con la expresión "hijos de...", tanto para insultar, así como para dialogar informalmente. Cuántas veces nos dicen frases que atentan contra nuestra dignidad: "sos un inútil", "no servís para nada", "sos un amargado", etc.; todo esto es mentira: nuestra verdadera identidad es que somos hijos de la Luz. Y si no, recuerden cuando en el bautismo nuestro padrino encendió su vela en el Cirio Pascual, para indicar que por el bautismo recibimos la Vida y Luz de Jesús. Somos hijos de la Luz.

No hemos hecho nada para merecer esto; es un regalo gratuito de Dios, pero también es una tarea. Esto es lo que nos enseña Jesús con la parábola de los talentos. Nuestros talentos no son de nuestra propiedad, son sus bienes que nos son confiados gratuitamente, pero no para retenerlos egoístamente, no para encerrarlos y enterrarlos para nuestro provecho. Son dones que nos confió para servir a nuestros/as hermanos/as, para ser felices, haciendo a los demás felices en plena unión con Dios y los hermanos.

A este Dios que nos ama tanto, vamos a pedirle que nos ayude a ser generosos, poniendo los talentos que nos regaló al servicio de los demás; y a María, Madre de la Luz, que nos ayude a ser fieles, viviendo de acuerdo a lo que somos: hijos de la Luz.

sábado, 28 de octubre de 2017

Domingo XXX del tiempo Ordinario, ciclo A.

1ª lectura: Éxodo 22,20-26; Salmo 18(17),2-3a.3bc-4.47.51a-51b; 2ª lectura: Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 1,5c-10; Evangelio según San Mateo 22,34-40.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos creó por amor para amar y ser felices, en comunión con Él y nuestros/as hermanos/as.
Una vez más los fariseos se acercan para hacer preguntas a Jesús, no para saber más, sino para tenderle trampas.

Hoy la pregunta es por el mandamiento más importante, y le da la oportunidad a Jesús de enseñar una vez más el mandamiento del amor; en él se cumple toda la ley; él es la regla fundamental del cristiano. Porque como hemos dicho varias veces, nuestra identidad más real es la de seres profundamente amados por Dios, con un amor que no sabe vivir sino comunicándose; no resiste ser encerrado en nosotros de forma egoísta, porque como dice San Juan, quien dice amar a Dios y no ama a sus hermanos es un mentiroso.

Pero sabemos que amar de esta manera es exigente, y no siempre fácil, sobre todo cuando alguien nos hiere y traiciona. Por esto, el salmista nos recuerda que Dios es nuestra Roca, nuestra Fortaleza, Alguien que nos sostiene con su amor fiel, que a pesar de que nosotros fallemos, Él no falla; su amor nos libera.

A este Dios tan bueno, vamos a pedirle que nos regale experimentar su amor, y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos guíe para cimentar nuestra vida en su Hijo Jesús, para que aprendamos a decir: "Yo te amo, Señor, mi Fortaleza".

sábado, 21 de octubre de 2017

Domingo XXIX durante el año, ciclo A.

1ª lectura: Libro de Isaías 45,1.4-6; Salmo 96(95),1.3.4-5.7-8.9-10a.10c; 2ª lectura: Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 1,1-5b; Evangelio según San Mateo 22,15-21.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y nos llama, tal como somos, a ser misioneros/as de su amor.

Celebramos hoy el Domingo Mundial de las Misiones, y es una buena oportunidad para reflexionar sobre nuestra vocación misionera.

¡Qué lindo es leer en la profecía de Isaías “Yo te llamé por tu nombre”! Si bien Dios llama a toda la humanidad a una existencia en el amor, este llamado es personalizado, es decir, no llama a una masa de individuos; llama a cada uno/a, con sus defectos y virtudes, por su nombre, como hijos/as amados/as que somos de Él.

¿A qué nos llama? A ser misioneros/as de su Amor, un amor hasta el extremo, un amor que “se la juega”, como vemos en el texto del Evangelio que meditamos hoy.

En este texto encontramos una vez más a los fariseos y sus secuaces tratando de atrapar a Jesús. Su forma de actuar es extremadamente hipócrita. Se acercan a Jesús halagándolo, diciéndolo todo lo bueno que es, tratando de hacerlo entrar en su juego. Jesús, descubriendo su malicia, no se deja enredar en ese mar de palabras azucaradas, sino que va al meollo, denunciando su hipocresía y la trampa que le estaban tendiendo. ¿Cuál es la trampa?: la pregunta que le hacen, es decir: ¿es lícito pagar los impuestos al César o no? Cualquier respuesta por sí o por no dejaba a Jesús en problemas. Si Jesús contestaba que sí, sería acusado de traidor a la causa judía, y de idólatra, al permitir que se “rindiera culto” al César al validar el pago de impuestos con monedas que llevaban su figura. Si contestaba que no, sería acusado de subversivo, de traidor a la causa del Imperio Romano, falta que sería castigada con la muerte; es como un callejón sin salida. Sin embargo, la respuesta de Jesús los pone en un aprieto. Parece simple, pero tiene unas connotaciones muy profundas: “al César lo que es del César; a Dios lo que es de Dios”. Pero, ¿qué es de Dios? La respuesta, una vez más, parece simple pero tiene connotaciones fundamentales: todo es de Dios y, en especial, nuestra vida es de Dios. Por eso, creo que esta respuesta tiene connotaciones que nos permiten reflexionar sobre nuestra relación con Dios, y las “idolatrías” que nos alejan de Él. Por ejemplo: todos tenemos una opción política, o nos sentimos simpatizantes de algún equipo de fútbol; esto es normal, pero estar dispuestos/as a dar la vida por un partido político o un cuadro de fútbol, es otra cosa. Recordemos que sólo Dios no nos falla ni nos falta, en cambio los políticos… Es válido dar la vida por aquello que nos construye como persona, o mejor, por Aquél que quiere que seamos realmente felices; es válido dar la vida por la salvación de nuestros/as hermanos/as, es decir, por su plena felicidad en comunión con Dios y nuestros/as hermanos/as.

A quienes son conscientes de este regalo de amor que es la fe, San Pablo dirige su felicitación, “por haber manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia”; por ser amados por Dios, que ustedes y elegidos/as a ser misioneros/as de su amor, porque éste no sabe vivir sino comunicándose, no resiste ser encerrado de forma egoísta. Por esto el salmista nos invita a anunciar “su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos. Porque el Señor es grande y muy digno de alabanza”.

 A este Dios que es tan bueno vamos a pedirle que nos ayude a seguir tomando conciencia de su amor; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que fue la primera misionera, que nos regale el coraje necesario para ser misioneros/as de este amor que sana, salva y nos hace realmente felices.

domingo, 15 de octubre de 2017

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario Ciclo A.

1ª lectura: Isaías 25,6-10a; Salmo 23(22),1-6; Filipenses 4,12-14.19-20; Evangelio según San Mateo 22,1-14. 

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama gratuitamente e invita a todos a la comunión en el Banquete de Bodas del Reino.

Recordemos una vez más lo que hemos dicho en cuanto a las diferencias entre una alegoría y una parábola: en la alegoría cada elemento tiene un significado que aporta al sentido del mensaje que se quiere trasmitir; esto no es así en la parábola, donde lo que importa es el mensaje y no los elementos que la integran. Digo esto para no asustarnos con algunas expresiones muy duras que aparecen en el relato.

¿Cuál es, entonces, el mensaje que quiere trasmitir Jesús en esta parábola? 

Jesús denuncia, una vez más, cómo el Pueblo Elegido de Israel se niega a reconocerlo como su Salvador; eligen apegarse ciegamente a la Ley y a las múltiples prescripciones que se habían inventado, dejando de lado la vivencia del amor, y la atenta escucha de la Palabra de Dios. Aún viendo a Jesús hacer cosas que sólo el Enviado del Padre puede hacer, aún así, persisten en su rechazo. Por eso, se autoexcluyen del Banquete de Bodas, y éste es ofrecido a quienes se encuentran en los cruces de camino. Aquí es importante resaltar que todos son invitados, "buenos y malos", es una invitación gratuita, pero que respeta la libertad personal. Sin embargo, para formar parte del Banquete se requiere estar en comunión. Creo que a esto se refiere la expulsión del que no traía traje de fiesta; es alguien que no está en comunión con lo que se celebra, y por esto, se autoexcluye.

Pero a quienes aceptan la invitación, como nos dice Isaías, Dios ofrece "un banquete de manjares suculentos, de vinos añejados, decantados"; porque Él "Destruirá la Muerte para siempre; el Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros, y borrará sobre toda la tierra el oprobio de su pueblo". Ésta es la manera como en la Biblia se habla varias veces de la salvación que Dios nos ofrece, una fiesta en la que seremos plenamente felices en comunión con Él y nuestros hermanos.

Por este motivo, con mucha razón el salmista dice que nuestro Dios es nuestro "pastor... que nos hace descansar en verdes praderas, nos conduce a aguas tranquilas, repara nuestras fuerzas, y nos guía por el camino recto, por amor a su nombre... Su bondad y su gracia nos acompañan a lo largo de nuestras vidas". Es que, como dice San Pablo, sólo Él puede "colmar con magnificencia todas nuestras necesidades".

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a reconocer que sólo Él puede hacernos sentir realmente plenos; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos regale sentir su ternura que nos preserve de buscar nuestra satisfacción fuera de Dios, para que al final habitemos en la casa del Señor por años sin término.

domingo, 8 de octubre de 2017

Domingo XXVII durante el año, ciclo A.

1ª lectura: Isaías 5,1-7; Salmo 80 (79),9.12.13-14.15-16.19-20; 2ª lectura: Filipenses 4,6-9; Evangelio según San Mateo 21,33-46.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos amó tanto, que envió a su único Hijo para salvarnos por ser fiel al Proyecto de amor del Padre hasta la muerte, y muerte de Cruz.

¿Cuál es ése proyecto? La profecía de Isaías nos lo muestra con la imagen de la viña, que el dueño del campo sembró, regó y cuidó con tanto cariño. Él nos creó por amor para amar y ser felices; ésta era la buena viña que Él plantó. Pero, como hemos dicho varias veces, nuestros primeros antepasados rompieron su relación con Dios, y por eso, “produjeron frutos amargos” en vez de uvas.

Jesús retoma esta imagen de la viña, y la utiliza para denunciar la actitud de las autoridades religiosas, que debían ayudar a llevar al pueblo a Dios, y en vez de eso, rechazó a los enviados de Dios, y hasta llegó a asesinar profetas. Y prosigue anunciando lo que le sucederá a Él mismo: “Por último envió a su hijo, pensando: "A mi hijo lo respetarán". Pero los trabajadores, al ver al hijo, se dijeron: "Ese es el heredero. Lo matamos y así nos quedamos con su herencia". Lo tomaron, pues, lo echaron fuera de la viña y lo mataron”.  Y así, al Hijo lo tomaron, lo sacaron fuera de Jerusalén, y lo mataron colgándolo de la Cruz. Pero gracias a esta fidelidad de Jesús hasta el extremo, nos reconcilió con Dios, y sanó todas nuestras heridas, convirtiéndonos en el pueblo de su heredad, en la nueva viña del Señor. Por esto Jesús se convierte en la piedra angular que los constructores desecharon. Tenemos dos explicaciones de la función de la piedra angular, ambas válidas para representar a Jesús. En primer lugar se deriva de la primera piedra en la construcción de una base de una cimentación de albañilería, importante, ya que todas las otras piedras se establecerán en referencia a esta piedra, lo que determina la posición de toda la estructura. En segundo lugar, podría referirse a la piedra "clave", que es la del medio más alto de un arco, que con su peso y posición sostiene el arco y el techo. En cualquiera de los dos casos, esta piedra es fundamental, tanto como base así como sostén de la estructura. Jesús, "desechado" por las autoridades de los judíos terminó siendo el Principio y Fin de todas las cosas; quién nos dio la vida y por Quien recibimos el acceso a la Resurrección. Al rechazar a Jesús se cumplió lo que Él anunció a los fariseos y otras autoridades de los judíos: "el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos" . El nuevo Pueblo de Dios está ahora formado por una multitud venida de los cuatro puntos cardinales, y quienes habían sido elegidos, decidieron autoexcluirse del Reino inaugurado por Jesús. Pero la dureza de corazón y entendimiento de fariseos y demás autoridades los llevaron a empezar a conspirar contra Jesús, para llevarlo a la muerte.

A nosotros, la fidelidad y el amor de Dios nos sostiene, de manera que podemos decir con San Pablo: "No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. 
Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús"; porque la última palabra no la tiene el mal y la muerte, la última palabra la tiene el amor y la vida gracias a la Cruz y Resurrección de Jesús.



A este Dios que nos ama tanto, vamos a pedirle que habite en nosotros su Espíritu, que custodie nuestros corazones y pensamientos, y nos llene con su paz. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos regale sentir su ternura de Madre, y así, como dice San Pablo, que podamos poner en práctica lo que hemos aprendido y recibido, para que la paz de Dios habite en nosotros.

domingo, 1 de octubre de 2017

Domingo XXVI durante el año, ciclo A

1ª lectura: Ezequiel 18,24-28; Salmo 25(24),4-5.6-7.8-9; 2ª lectura: Filipenses 2,1-11; Evangelio según San Mateo 21,28-32. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y acepta tal como somosSiento que éste es el mensaje principal del Evangelio que leemos hoy.

Para comprenderlo mejor, situémonos en el contexto. Jesús está hablando con las autoridades de los judíos, con los fariseos y maestros de la ley. Estas personas aparecen en el evangelio discutiendo a cada paso con Jesús, porque a pesar de verlo predicando y haciendo milagros, no lo aceptan como el Enviado por Dios. Estas discusiones “van subiendo de tono”, como en el texto que meditamos hoy.

Repasemos la parábola: un hombre tenía dos hijos a los que pide que vayan a trabajar a su viña. El primero dice no quiero, pero luego va; el segundo dice voy, pero no va. Jesús pregunta quién de ellos habrá cumplido la voluntad del padre. Ellos responden sin dudarlo: el primero; pero con esto entraron en un callejón sin salida. Jesús compara al primer hijo –el que dijo que no, pero después fue- con los publicanos y las prostitutas: éstos, con su vida de pecado dijeron no al Dios predicado por las autoridades, pero aceptan a Jesús y se convierten en sus discípulos; por consiguiente, las autoridades representan a los que dijeron voy, y no fueron: ellos vivieron toda la vida de acuerdo a la ley de Moisés, pero cuando llegó el Enviado de Dios, no lo aceptaron. Lo importante es cumplir la voluntad del Padre, que en San Juan es conocer y creer en Jesús; en Marcos, en seguir a Jesús como discípulos. Son, entonces, los publicanos y prostitutas que aceptaron a Jesús los que cumplen la Voluntad del Padre. Por esto Jesús les dice que los precederán en el Reino de Dios. 

Esto debe haber sido percibido por las autoridades como algo escandaloso, casi como un insulto, pero afirmaciones como éstas son las que hicieron que las autoridades empezaran a conspirar contra Jesús. Es interesante notar que Jesús no dice que estas autoridades serán excluidas del Reino, sino que publicanos y prostitutas entrarán antes que ellos. Jesús no los excluye; son ellos los que deciden autoexcluirse.

Este texto nos deja varias enseñanzas. Por un lado, que Jesús nos ama y acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes, y aunque seamos muy pecadores, Él nos hace merecedores del Reino. Por otro lado, el ser amados de esta manera es una invitación a amar de la misma forma, como dice San Pablo: “tengan los mismos sentimientos de Cristo”, que siendo rico se hizo pobre para salvarnos, y por su muerte y resurrección reconcilió todas las cosas consigo. Él ya nos ha enseñado: “no juzguen y no serán juzgados, porque la misma medida que usen para medir será usada con ustedes”; porque como dice Isaías ni nuestros pensamientos ni nuestros caminos son los de Dios; los suyos nos superan como el cielo supera a la tierra; y como dice Eclesiastés: “se ven caras y no corazones”, es decir, juzgamos en base a lo que vemos, pero no conocemos las intenciones que hay detrás de cada hecho, o dicho de otra forma, no tenemos todos los elementos para juzgar; Dios sí los tiene.

Además, el salmista nos recuerda que su amor y compasión son eternos; porque Él es fiel, bondadoso y recto; Él muestra el camino a los extraviados y guía a los humildes; enseña su camino a los pobres, porque es nuestro Dios y Salvador.

A este Dios que es tan bueno, le pedimos que nos muestre sus caminos, que nos guíe por las sendas de la fidelidad. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos proteja para no errar el camino, y si nos caemos, para que nos ayude a levantarnos.  

domingo, 24 de septiembre de 2017

Domingo XXV durante el año, ciclo A.

1ª lectura: Isaías 55,6-9; Salmo 145(144),2-3.8-9.17-18; Filipenses 1,20b-26; Evangelio según San Mateo 19,30.20,1-16.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama gratuitamente, que respeta nuestros tiempos, y con infinita paciencia nos espera hasta el último momento.

Hace casi dos meses compartí con ustedes la diferencia que existe entre una parábola y una alegoría. Comprender esta diferencia nos ayuda a acercarnos al mensaje que Jesús quiso trasmitir. Recordemos: En una alegoría, cada elemento que la integra tiene un significado propio que viene a hacer su aporte al concepto general que se quiere trasmitir. Al leer una parábola, en cambio, debemos centrarnos en el mensaje que quiere trasmitir, y no dejarnos distraer por los elementos "escenográficos" que envuelven el mensaje.

Si leemos el evangelio de hoy en clave de alegoría, nos enojamos al ver cómo se le paga lo mismo al que trabajó una hora que al que trabajó todo el día. Vemos esta situación como claramente injusta, y al propietario de la viña como a alguien que actúa según su capricho. Pero Jesús no nos propone la alegoría de los trabajadores, sino, una parábola.

Entonces debemos preguntarnos: ¿qué pretende enseñar Jesús con esta parábola? ¿Acaso Jesús quiere hablarnos de la justicia laboral?; ¿acaso quiere denunciar a los patrones caprichosos? La respuesta la encontramos al comienzo del texto: "el Reino de los Cielos se parece..." El mensaje que quiere trasmitir Jesús es sobre el Reino de los Cielos, es decir, en sencillo, sobre el proyecto de amor que el Padre tiene para que seamos plenamente felices en comunión con Él y nuestros/as hermanos/as. Y, ¿cuál es este mensaje? 

Creo que Jesús nos quiere hablar del amor gratuito de Dios, que nos acepta tal como somos, y nos espera con paciencia infinita hasta nuestro último momento. Entonces, "la paga" para un cristiano de toda la vida, como a alguien que se abre a la fe en el último segundo de su vida, es la misma: el Reino de los Cielos, el proyecto de amor del Padre.

Si esto nos parece injusto, es porque como dice el profeta Isaías: "los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes.". Porque como dice el salmista: "El Señor es justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus acciones", no como nosotros, que somos frágiles, que muchas veces nos equivocamos, que muchas veces no sabemos ver con los ojos de Dios. 

Son muchas, entonces, las razones que tenemos para decir ¡qué bueno es Dios!
A este Dios que es cariñoso con todas sus creaturas, le vamos a pedir que nos ayude a seguir tomando conciencia de su gran amor por nosotros; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, le vamos a pedir que interceda para que nos dejemos guiar como ella por el Espíritu, de modo que vivamos de tal manera, que como dice San Pablo, que Cristo sea glorificado por nuestras acciones.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Domingo XXII durante el año, ciclo A.

1ª lectura: Jeremías 20,7-9; Salmo 63(62),2.3-4.5-6.8-9; 2ª lectura: Romanos 12,1-2; Evangelio según San Mateo 16,21-27.

 ¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y nos acepta tal como somos. Esto es lo que, una vez más, nos enseña este encuentro entre Jesús y Pedro.

El domingo pasado, el evangelio nos mostraba a nuestro querido Pedro, reconociendo en Jesús al Mesías, al Hijo de Dios; y recibiendo la felicitación del Maestro: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Celebramos una de las mejores facetas de Pedro; pero igual que nosotros, da dos pasos y parece echar por tierra el elogio de Jesús. Hoy vemos a Jesús anunciando su Pasión, y nuestro Pedro se "desubica", sale de su lugar de discípulo, se pone en lugar de maestro para corregir al MaestroPor este motivo Jesús, el mismo que lo elogió, le hace una dura corrección: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí una piedra de tropiezo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Lo llama como al Adversario, como al que se opone a los planes de Dios. Muy bien reflexionaba mucho tiempo después San Ignacio de Loyola: "el mal espíritu muchas veces se disfraza de bien". Detrás de una "buena" intención de querer "cuidar" a Jesús, de querer evitarle un "mal", está la sombría intención del mal espíritu de que Jesús no sea fiel al proyecto del Padre (que sea fiel hasta las últimas consecuencias). Por eso, Jesús enseña a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga"; el que quiera ser discípulo debe estar dispuesto a asumir las consecuencias que trae consigo ser fieles a la Voluntad del Padre. Porque, añade: ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? Este mismo lema inspirará al mismo San Ignacio a dejar una vida "exitosa", para entregarse por completo al Señor.

San Pablo refuerza esta última idea al invitarnos a no tomar como modelo a este mundo, es decir, a no ser seducidos en la búsqueda del prestigio, del poder y del poseer, sino que, nos dediquemos a discernir cuál es la Voluntad de Dios, o sea, buscar lo que es bueno, agradable y perfecto a sus ojos.

El profeta Jeremías nos invita a dejarnos seducir por el Señor, con la experiencia de que cuando lo hacemos, el amor de Dios es en nuestro corazón como un fuego encerrado, y que mueve a San Pablo a decir ¡Ay de mí si no evangelizo!

El salmista nos comparte su experiencia, que lo es nuestra, de la necesidad de Dios. Lo buscamos ardientemente, como busca el sediento al agua; por Él suspiramos como tierra reseca; porque experimentamos su amor, y sabemos que vale más que la vida, que sólo Él puede saciar nuestra alma, que siempre ha sido nuestra ayuda, que somos felices cuando experimentamos que nuestra alma está unida a Él y que su mano nos sostiene.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a seguir tomando conciencia de su amor que nos acepta tal como somos; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, Madre del buen discernimiento, que nos ayude a abrir nuestro corazón a la inspiración del Espíritu para elegir lo que es bueno, agradable y perfecto a sus ojos.

sábado, 12 de agosto de 2017

Domingo XIX del tiempo ordinario, ciclo A

1ª lectura: Primer Libro de los Reyes 19,9a.11-13a; Salmo 85(84),9ab-10.11-12.13-14; Romanos 9,1-5; Evangelio según San Mateo 14,22-33.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos rescata de nuestras tormentas, de nuestras situaciones difíciles y crisis.  

Una vez más meditamos un evangelio cargado de imágenes y conceptos para reflexionar. Veamos:

Inmediatamente antes de este episodio del evangelio sucedieron dos hechos importantes: la muerte de Juan Bautista y la multiplicación de los panes.

La muerte de Juan Bautista fue para Jesús un episodio que suscitó varios sentimientos, el dolor de perder a su primo y precursor, y que fuera de una manera que no le hacía honor a la vida que llevó (recordemos que estaba preso por denunciar la corrupción de Herodes, y éste lo decapitó a pedido de su hija, luego que ésta lo cautivo con su baile). Jesús quería retirarse pero la gente no lo dejó; y Él, al verlos como ovejas sin pastor (según San Juan), sintió compasión, dejó de lado sus necesidades, les predicó, y obró el milagro de la multiplicación de los panes. 
Luego de este episodio, Jesús obliga a los discípulos a cruzar el lago mientras Él se retira al monte a orar. Jesús nos enseña a confiar en manos de Dios nuestras necesidades, preocupaciones, problemas, como un hijo confía en su padre.

Los discípulos comienzan a vivir una serie de situaciones que sabemos bien qué significan: mar, barco, noche, viento en contra = crisis. Los discípulos que a la luz del día ven a Jesús multiplicar los panes y saciar a más de cinco mil personas, ahora, solos en el barco, en el medio de la noche, y con el viento en contra, entran en crisis. Pero Jesús les sale al encuentro: -"Ánimo, no teman, Soy Yo". Jesús sale a nuestro encuentro en las crisis, nos anima y fortalece.
Pedro pide ir caminando sobre el agua hacia Jesús, Éste se lo concede. Y hay aquí una imagen que invito a meditar con profundidad: mientras Pedro tiene los ojos fijos en Jesús, puede superar las adversidades; cuando se distrae con la fuerza del viento, las olas, las dificultades, se hunde. Pedro nos enseña que en nuestras dificultades y crisis debemos mantener los ojos fijos en Jesús y permanecer firmes en la fe; porque cuando nos distraemos de Él y nos centramos en nosotros mismos, en nuestras dificultades, nuestros sufrimientos, etc., nos hundimos, y este hecho está probado por la psicología.
Cuando Jesús sube a la barca el viento se calma. Cuando atravesemos nuestras "tormentas" debemos estar seguros de que Jesús está con nosotros en el barco; si nos damos cuenta de esto, nuestras tormentas se calman.

Pero, muchas veces no nos damos cuenta de su Presencia, porque esperamos alguna manifestación extraordinaria. Elías, en la primera lectura, nos enseña que Dios no elige manifestarse en los grandes cataclismos, sino en la brisa suave, en una brisa respetuosa; como para decirnos que su Presencia en nuestra vida es una brisa suave, respetuosa de nuestra libertad, y que nos exige tener nuestros "sentidos espirituales" atentos a ella.
Por todo esto, pidamos al Señor como el salmista: "Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación"; ayúdanos a darnos cuenta de tu presencia en nuestra cotidianidad. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que supo perseverar firme en la fe a pesar de las dificultades, que nos ayude también a nosotros a crecer en la fe, para que aún en medio de las dificultades podamos decir: "verdaderamente, Éste es Hijo de Dios".

sábado, 29 de julio de 2017

Domingo XVII del tiempo ordinario, ciclo A.

1ª lectura: Primer Libro de los Reyes 3,5-6a.7-12; Salmo 119(118),57.72.76-77.127-128.129-130; 2ª lectura: Carta de San Pablo a los Romanos 8,28-30; Evangelio según San Mateo 13,44-52.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que se nos regala como tesoro escondido en el campo; se nos regala pero de una manera que respeta nuestra libertad, de una manera que implica que decidamos si aceptarlo o no. ¡Qué bueno es Dios!, que siendo el Creador y Rey del universo, es capaz de abajarse de ser aceptado o no por nosotros.

Hemos leído en estos domingos, diversas parábolas de Jesús acerca del Reino de los Cielos. Es necesario en este momento hacer una distinción entre el género de parábolas y el de las alegorías, para tratar de comprender mejor qué quiere enseñar Jesús.
Muchas veces leemos las parábolas como si fueran alegorías, llegando a conclusiones que nos desconciertan. En una alegoría, cada elemento que la integra tiene un significado propio que viene a hacer su aporte al concepto general que se quiere trasmitir. Al analizar las parábolas con esta mentalidad, llegamos a pensar, por ejemplo, en que el dueño de la viña que paga lo mismo al que trabajó todo el día como al que trabajó una sola hora es muy injusto; sin embargo, la parábola quiere enseñar que Dios es gratuito con nosotros, y nos espera hasta último momento. Es que, en la parábola debemos centrarnos en la enseñanza que trasmite y no en los detalles "escenográficos".

Así, la parábola del tesoro escondido y la perla preciosa nos trasmiten un mensaje, y no debemos distraernos en otros detalles.

Primero: el Reino de los Cielos es el cumplimiento de la Voluntad del Padre, esto es, el sueño que Dios tiene para todos nosotros, en el que seremos plenamente felices en comunión con Él y nuestros hermanos. Este Reino se nos regala como un tesoro, pero está escondido, requiere nuestra decisión, nuestra libertad. Segundo: este sueño de Dios para nosotros merece que nos entreguemos completamente, "que vendamos todo lo que tenemos" y "compremos el campo donde está el tesoro". Es importante distinguir que se compra el campo, no el tesoro: el tesoro se nos da gratuitamente, pero espera una decisión libre de nuestra parte.

Si sirve para comprender mejor la imagen, yo viví algo parecido con mi vocación. Mucha gente me ha preguntado por qué si era feliz como maestro, decidí dejar todo para entrar en el Seminario. Es que, aunque me sentía realizado como persona, descubrí que Dios me regalaba una vocación al sacerdocio, en la que iba a ser feliz ayudando a ser felices a los demás. Fue para mí como descubrir un tesoro escondido en el campo. Decidí "vender todo", dejar todo, aceptar el dolor que produce quedarse "sin nada", el desconcierto de abandonar todas mis seguridades, para apropiarme de este tesoro, que para mí es la vocación sacerdotal. Y ciertamente en estos dos meses y medio de ministerio, el Señor ya me ha devuelto el ciento por uno. El Reino de los Cielos, el sueño de Dios para nuestra vida es invalorable, está por encima de todo valor, y por eso, merece que "vendamos todo", para apropiárnoslo.

Algo parecido le pasó al Rey Salomón. Podría haberle pedido a Dios ser el rey más rico y poderoso del planeta, pero pidió discernimiento y sabiduría, para servir según el corazón de Dios.

Este tipo de decisiones exigen coraje y entrega, Sabemos que implica "nadar contra la corriente", y ésto no es fácil. Por eso, San Pablo nos recuerda "que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman", que para los que creemos en Él, no existen situaciones negativas, sino oportunidades de crecer aún en la mayor dificultad, "esperando contra toda esperanza", sabiendo que "todo lo puedo en Aquél que me fortalece".

A este Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a descubrir su tesoro y a "vender todo por él"; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que supo dejar su proyecto de joven hebrea para convertirse en la Madre de Dios, que nos regale discernimiento, para no encandilarnos con tesoros baratos y busquemos al Verdadero Tesoro, el único que puede hacernos plenamente felices.

domingo, 23 de julio de 2017

Domingo XVI del tiempo ordinario, ciclo A.

1ª lectura: Sabiduría 12,13.16-19; Salmo 86(85),5-6.9-10.15-16ª; Romanos 8,26-27; Evangelio según San Mateo 13,24-43. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que cuida de todos, que es compasivo y misericordioso.

Si bien la explicación que Jesús hace de la parábola del trigo y la cizaña es clara, al igual que el domingo pasado, creo que es bueno profundizar sobre algunos aspectos para evitar confusiones. 
La parábola nos presenta al dueño de un campo que siembre trigo, pero junto con él crece cizaña sembrada por el adversario. 
La explicación de Jesús utiliza los esquemas que comprendían los judíos de su tiempo, que creo deben ser actualizados para comprender el mensaje de la parábola. Las personas que rodeaban a Jesús en aquél tiempo pensaban en categorías del tipo blanco/negro, bueno/malo, está conmigo o contra mí. Por eso, nuestra primera reacción es pensar, los buenos son como el trigo / los malos son como la cizaña. ¿Dónde entramos nosotros? Y claro, en el trigo. Yo diría: ¡ojalá!, ojalá fuésemos siempre como el trigo, pero la verdad es que muchas veces nos parecemos más a la cizaña. Creo que las dos únicas personas que son trigo puro son Jesús y María, el resto, a veces somos como la cizaña. También debo decir que salvo “el adversario”, es difícil encontrar personas que sean sólo cizaña. Muchas veces las personas menos amables son en el fondo personas profundamente heridas, que muchas veces no se comportan libremente, y que no saben vivir sin compartir su herida dañando a otros. Por todo esto, esta parábola viene a decirnos: “no juzgues, y no serás juzgado”, “con la misma medida en que juzgues a los demás, serás juzgado”; sólo a Dios le está reservado el juicio, porque Él nos conoce en profundidad, y espera hasta el último momento por nuestra conversión; por eso, “no cortes la cizaña…”, no juzgues, eso le está reservado a Dios. 
Pero frente a nuestra propia cizaña, como dice el salmista, Dios es bondadoso, compasivo, indulgente, rico en misericordia, lento para enojarse, rico en amor y fidelidad. Obviamente, Él espera que seamos cada vez mejores personas, pero nos acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes. Como dice el libro de la Sabiduría, Él cuida de todos, juzga con serenidad, nos gobierna con gran indulgencia, y siempre da lugar al arrepentimiento. Por esto, como dice el salmista, nos postramos para glorificarlo, porque es el único que obra estas maravillas en nosotros.
Ser como el trigo, según nuestra debilidad no es fácil, ya lo sabemos. Por eso, San Pablo viene hoy a darnos ánimo, diciéndonos que el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, y ora en nuestro interior con gemidos inefables, que sólo Dios entiende; Él sondea nuestros corazones y pide por nuestras necesidades más hondas. Él nos ayuda a ser cada día mejores discípulos de Jesús, de manera que podamos ser para nuestros hermanos dignos testimonios de su presencia, y así nos convertimos como la levadura en la masa, y a través de nosotros nuestros hermanos se encuentran de alguna manera con Jesús. 
No debemos temer que somos pocos. Dios siempre actúa en lo sencillo, en lo débil, en lo pobre. Él hace que un granito de mostaza se convierta en la más grande de las plantas del huerto. No importa que seamos pocos… pero sí importa que los pocos seamos fermento, mostremos con nuestra vida que seguir a Jesús llena de sentido nuestra vida, y que sólo Él nos puede hacer plenamente felices.
A este Dios tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a seguir tomando conciencia de su amor y misericordia; y a María, Madre del Amor, que nos ayude a abrir nuestro corazón a la acción de Espíritu, para que podamos ser dignos testigos de este mismo Amor.