Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 8 de diciembre de 2018

Domingo II de Adviento, ciclo C.

1ª lectura: Baruc 5,1-9; Salmo 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6; Filipenses 1,4-6.8-11; Evangelio según San Lucas 3,1-6.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que hace maravillas por nosotros.

Seguimos avanzando en este tiempo de Adviento, tiempo de espera y preparación a la llegada del Señor en Navidad. Por eso, hoy escuchamos en el Evangelio la voz de Juan Bautista, esa voz que, como dijo el profeta Isaías, "grita en el desierto": "Preparen el camino del Señor".

Juan predicaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Hoy Juan nos dice a nosotros "Preparen el camino del Señor", preparen el corazón, saquen de él todo aquello que los aleja de Dios y los hermanos, abandonen los caminos del egoísmo, individualismo, consumismo que llevan a la frustración, y opten por el Camino Verdadero que lleva a la Vida, a la felicidad plena en Jesús. Entonces "todos verán la salvación de Dios".

Por eso, el profeta Baruc nos invita a sacarnos el traje de la angustia y la preocupación, y vestirnos de la confianza en el Dios fiel a las promesas que nos hizo. Nos invita a levantar la cabeza y la mirada hacia el horizonte: el horizonte de la Promesa de nuestro Salvador; a recordar las maravillas que hizo por nosotros, y a llenarnos de alegría con ellas. 

San Pablo nos invita a confiar en que Aquél que inició en nosotros la obra buena, la va a llevar a su pleno cumplimiento.
Con sus palabras le pedimos a Dios que nos ayude a crecer en el conocimiento de su amor, para discernir lo que es mejor, y así ser encontrados irreprochables el día que Cristo; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que por excelencia supo contemplar y proclamar las maravillas que Dios hace por su pueblo, nos ayude a descubrir su presencia amorosa, y las maravillas que obra en nosotros cada día, para que con ella digamos: "proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque hizo en mí maravillas".

domingo, 2 de diciembre de 2018

Domingo I de adviento, ciclo C.

1ª lectura: Jeremías 33,14-16; Salmo 25(24),1b-6.21; 2ª lectura: 1 Tesalonicenses 3,12-13.4,1-2; Evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios! que, fiel a sus promesas, nos anima y sostiene en medio de las dificultades que vivimos.

Comenzamos hoy el tiempo de adviento, y con él, un nuevo año litúrgico. El tiempo de adviento es un tiempo de espera, y de preparar el corazón para la llegada de Jesús, en un doble sentido: la venida de Jesús al final de los tiempos; y la venida de Jesús en Navidad. Esto se explica porque la liturgia es actualización, es decir, no recordamos simplemente lo que pasó hace dos mil años, sino que celebramos que hoy Jesús nace entre nosotros.

El texto del evangelio que hoy leemos nos invita a reflexionar sobre la Venida de Jesús al final de la historia. Es un texto que presenta características del género literario apocalíptico. Un género literario es como un molde donde el escritor vuelca el contenido a trasmitir. Este molde o estructura presenta unas características propias que lo hacen reconocible. Debemos no dejarnos distraer por estas características, por el molde, y concentrarnos en el mensaje que se nos quiere trasmitir. En los textos apocalípticos, el "molde" está formado por una serie de imágenes impactantes, catástrofes en el cielo, en la tierra, en el mar, muerte, angustia, que no debemos permitir que nos distraigan del mensaje principal. ¿Cuál es este mensaje? En todos los textos apocalípticos la constante es que el mal despliega todo su poder y parece acorralar al bien, parece que el bien va a ser derrotado, pero al final es a la inversa, el bien es el que vence; la sola aparición de Jesús sana y calma todas las situaciones desesperantes. Por esto, paradójicamente, el mensaje de los textos apocalípticos es un mensaje de esperanza.

En el evangelio que hoy leemos debemos concentrarnos en dos grandes mensajes que nos trasmite Jesús:
1)  "tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación". Aunque los problemas nos invadan, aunque haya grandes conflictos a nuestro alrededor, somos invitados a "levantar la cabeza" y mirar más allá, mirar el horizonte, es decir, hacia dónde peregrinamos. Caminamos hacia el cielo y tierra nueva donde no habrá más llanto, ni sufrimiento ni muerte, porque todo lo de antes pasó, peregrinamos hacia la plena felicidad en plena comunión con Dios y nuestros hermanos. Ésta es nuestra esperanza: que la última palabra sobre nuestra vida no la tiene el dolor, el mal y la muerte, sino la Vida y Amor de Dios.
2) "Estén prevenidos y oren incesantemente". Es una invitación a esforzarnos por ser las mejores personas que podamos ser, como si Jesús fuese a aparecer de un momento a otro; a no dejarnos estar, sino, como dice San Pablo, a "crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás".

Todo esto es posible porque somos sostenidos por su promesa, que el profeta Jeremías hoy nos recuerda, la Promesa de que un Salvador nos nacerá, y apoyados en las palabras del salmista:
"Él nos guía por las sendas de la fidelidad".



A Dios vamos a pedirle con el Apóstol San Pablo,  que nos haga crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás, que fortalezca nuestros corazones en la santidad y nos haga irreprochables; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que es la mujer de la espera por excelencia, que nos regale preparar el corazón para que en esta Navidad Jesús vuelva a nacer en nosotros.