Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 31 de mayo de 2014

Ascensión del Señor.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 1,1-11; Salmo 47(46),2-3.6-9; Efesios 1,17-23; Evangelio según San Mateo 28,16-20.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, que prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ¡Qué bueno es Dios!, que es fiel a sus promesas.

Celebramos hoy la Ascensión del Señor, el Regreso de Jesús junto al Padre, un nuevo cumplimiento de la Promesa.

Como he dicho otras veces, el plan de Dios para la humanidad es un plan de felicidad en comunión con Él y con los hermanos. Pero nuestros primeros padres se hicieron otro proyecto y rompieron la comunión con Dios, hecho que conocemos con el nombre de pecado original. La ruptura de la relación con Dios trajo como consecuencia la ruptura de las demás relaciones: entre los seres humanos; entre el ser humano y la Creación; y del ser humano consigo mismo. Nuestra naturaleza quedó herida. Pero inmediatamente, Dios promete el envío de un Salvador que sanará todas las heridas. Ésta es la gran Promesa que Israel esperará durante mucho tiempo. 

Esta Promesa se cumplió definitivamente en Jesús. En Él, Dios se hizo uno de nosotros, igual en todo, menos en el pecado; y siendo fiel al proyecto de amor del Padre hasta la muerte y muerte de Cruz, nos reconcilió con Dios, sanó todas nuestras heridas y nos abrió el camino de salvación. Y Dios lo resucitó al tercer día, cumpliendo sus promesas.

Con la Ascensión se cierra el círculo, que hermosamente describió san Pablo en su Carta a los Filipenses: “Jesucristo, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres, se humilló a si mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: ¡Jesucristo es el Señor!, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,6-11). Jesús salió del Padre, se hizo igual a nosotros, nos salvó, volvió al Padre, y ahora nos espera, preparándonos un lugar para ir con Él.

Jesús nos sanó y salvó; en Él Dios cumplió todas sus promesas. Pero nos salvó para vivir en comunión con Él y nuestros hermanos, porque el amor sano sólo sabe vivir comunicándose. Por esto leímos en el evangelio de Mateo, cómo Jesús envió a sus discípulos a todo el mundo a anunciar las obras de su amor. También a nosotros nos envía a ser mensajeros de su amor hacia tantos hermanos que viven angustiados, sin sentido, en oscuridad, y necesitan saber cuánto los ama Dios.

Es cierto que esta misión no es fácil, y muchas veces nuestros propios problemas nos paralizan, pero, como leímos en los Hechos de los Apóstoles, Jesús nos prometió enviar la fuerza del Espíritu Santo, para ser sus testigos en todo el mundo. El cumplimiento de esta promesa la celebraremos el próximo domingo, en Pentecostés.

A este Dios que nos ama tanto, vamos a pedirle que nos ayude a tomar conciencia del cumplimiento de sus promesas en nuestra vida, y a María, primera misionera de su amor, que nos ayude a tener la valentía de anunciar a nuestros hermanos cuánto nos ama Dios.

domingo, 25 de mayo de 2014

Domingo VI de Pascua.

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 8,5-8.14-17; Salmo 66(65),1-3a.4-5.6-7a.16.20; 2ª lectura: Epístola I de San Pedro 3,15-18; Evangelio según San Juan 14,15-21. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que no se deja ganar en generosidad, y nos sorprende con regalos inesperados.
Hoy siento la necesidad de compartir una experiencia, en vez del comentario a las lecturas. Elijo como hilo conductor la frase del salmo que meditamos hoy: "¡Qué admirables son tus obras Señor!"
En la mañana celebré la Eucaristía en mi parroquia. Luego celebré el bautismo de tres niñas y dos varones. Casualmente los dos varones se llamaban Mateo; dos niñas Victoria, y otra Milagros. Al terminar el bautismo y recoger las cosas se me ocurrió, por primera vez en mi vida, preparar la "crismera", un recipiente para llevar el óleo de los enfermos, que iba a llevar siempre conmigo, por si alguien me solicitara el sacramento de la Unción de los Enfermos. Así lo hice, y la coloqué en mi mochila. Luego salí a visitar a mi madre.
Al atardecer, salí hacia la parroquia San Juan Bautista de Pocitos, donde celebré a las 20, en acción de gracias por todo lo que esa comunidad me regaló en los años que estuve allí. Fue una linda experiencia.

Pero a la salida de la Misa, se acercó una señora, para preguntarme si podría darle la unción a su mamá. Ella estaba en coma, con metástasis, y temían que falleciera sin el sacramento. Con un poco de temor accedí. En ese momento, por teléfono le avisan que la mamá había despertado. Llegamos a la casa donde se encontraba, y encontré a una señora mayor, postrada, con oxígeno, pero lúcida. Me habían avisado que ella no me contestaría, sin embargo, pudimos compartir un sencillo diálogo. Celebramos la Unción y recibió la Eucaristía. Respondió a todas las oraciones, y rezó con nosotros. La familia me trajo de regreso al Cerro.
En el camino de regreso, mientras recibía el agradecimiento de la familia, pensaba sin cesar "¡Qué admirables son tus obras, Señor!", Tú "no te dejas ganar en generosidad". 

En la Facultad habíamos estudiado lo que es la Gracia de estado: una ayuda de Dios para llevar adelante la misión que nos encomienda. Hasta hoy, para mí era un concepto abstracto. Hoy, es la única explicación que encuentro al haber preparado la crismera, y al hecho de que la persona estuviese tan lúcida.
Obviamente estos hechos maravillosos se deben a su amor, y "Dios me libre gloriarme de otra cosa que no sea la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo", Dios me libre de alguna vez creer que estas maravillas las realizo yo, y no Él, Dios me libre sentir orgullo de otra cosa que no sea su Amor.

Hoy aprendí sobre los sacramentos mucho más de lo que había estudiado en los manuales.
"Señor, ¡qué admirables son tus obras!

jueves, 22 de mayo de 2014

Jueves de la semana V de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 15,7-21; Salmo 96(95) 1-2a.2b-3.10; Evangelio según San Juan 15,9-11.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, y quiere que seamos plenamente felices.

Hoy Jesús nos manifiesta cuánto nos ama, con el mismo Amor con que Padre e Hijo se aman, en el Espíritu Santo. Somos amados como Dios Padre ama a su Hijo, y como el Hijo ama al Padre; este amor no es otro que el mismo Espíritu Santo. Con este mismo Amor somos amados. Esta es nuestra más verdadera identidad, la de seres profundamente amados por Dios. Si fuésemos realmente conscientes de lo que  esto significa, toda nuestra vida cobraría un nuevo sentido, y todas nuestras heridas afectivas se verían sanadas.

Pero en lo cotidiano muchas situaciones nos llevan a pensar lo contrario: que somos un “accidente de la vida”; que somos inservibles; que no valemos; nos sentimos despreciados, rechazados, en definitiva, poco amados. Esto nos lleva a sentirnos angustiados, solos, y a enfermarnos de depresión. Finalmente, el no sentirnos amados nos lleva a preguntarnos qué sentido tiene existir. Jesús es el único que puede sanarnos definitivamente, si nos hacemos conscientes de su amor, si descubrimos esta verdad: somos profundamente amados. Pero el mensaje de Jesús no es un mensaje de autoayuda, donde lo que importa es la sanación personal, sino que, como el amor sano solo sabe vivir comunicándose, el sabernos amados nos debe llevar a amar más y mejor a nuestros hermanos. Sabemos lo difícil que puede resultar practicar esto con algunas personas, pero se hace posible si permanecemos en el Amor de Jesús, y nos alimentamos de Él. Sólo amando como Jesús ama vamos a alcanzar la más completa felicidad a la que todos estamos llamados.

A este Dios que es tan bueno vamos a pedirle que nos ayude a tomar cada vez más consciencia de su amor y a María, nuestra Madre, que nos ayude a permanecer en el amor de su Hijo y amar como Él ama.


miércoles, 21 de mayo de 2014

Miércoles de la semana V de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 15,1-6; Salmo 122(121),1-2.3-4ab.4cd-5; Evangelio según San Juan 15,1-8.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, y nos acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes, y porque nos ama elige permanecer con nosotros.

Este verbo, permanecer, es el favorito en la Biblia para hablar de Dios, es el verbo que mejor lo describe. Dios es el que permanece: porque es eterno, porque existió, existe y existirá siempre; también porque es el Fiel por excelencia: permanece junto a nosotros, a pesar de nuestro pecado, nuestras infidelidades, nuestras traiciones, etc. Como dice el Señor en la profecía de Isaías: “aunque la madre se olvide de sus hijos, yo no me olvidaré de ti” (Is 49,15). Él no nos abandona. Somos nosotros lo que muchas veces nos alejamos de Él, y por eso experimentamos su lejanía.

Por esto Jesús nos propone, en el ejemplo de la vid, permanecer unidos a Él como las ramas al tronco, para recibir de Él la Gracia para tener una vida plena. Sólo unidos a Él podemos dar los frutos que Dios espera. No es al revés. No es que hay que hacer cosas que nos hagan merecer estar unidos a Jesús, sino que, hay que permanecer unidos a Jesús para que lo que hagamos sea de acuerdo a su Voluntad, para que lo que hagamos dé frutos de amor. 

Esto no era entendido por algunos de los primeros discípulos, como leímos en la lectura de Hechos. Algunos de ellos pensaban que era necesario cumplir la ley de la circuncisión para “ganar el derecho” de ser discípulos, como para “ganar” la adhesión a Jesús. Pero pronto los Apóstoles, reunidos en Jerusalén, comprendieron que la fe es un don gratuito de Dios, y que no era necesaria la circuncisión para recibir tal regalo. Fue necesario realizar una “poda” en la fe de los primeros cristianos, para retirar los resabios del legalismo, y ganar en gratuidad.

Aún hoy nuestra fe necesita una poda de vez en cuando. Muchas veces empezamos a acomodar a Dios, al Evangelio, a las enseñanzas de su Iglesia de acuerdo a nuestras ideas. De vez en cuando es bueno que nuestras ideas entren en crisis y volvamos a la fuente, a la fe verdadera que nos trasmite Jesús en el Evangelio a través de su Iglesia.

Sólo manteniéndonos unidos al tronco, que es Jesús, podremos recibir la savia, su Gracia, que nos permita tener una vida plena, y producir frutos de amor agradables al Padre.

A Él le pedimos que nos regale seguir creciendo en la fe; y a María, nuestra Madre, que nos ayude a permanecer unidos a su Hijo, como los sarmientos a la vid.

lunes, 19 de mayo de 2014

Lunes V semana de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 14,5-18; Salmo 115(113B),1-2.3-4.15-16; Evangelio según San Juan 14,21-26.  

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, y eligió habitar entre nosotros.
Es esto lo que Jesús explica a sus discípulos. Quien ama a Dios y observa sus mandamientos -y recordemos que para Jesús el mandamiento más importante es el del amor, el de amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos- recibe la visita de Dios, quien además se queda a habitar en el corazón del creyente.

¡Qué bueno es Dios!, entonces, que aceptándonos tal como somos, con nuestros defectos y virtudes viene a habitar con nosotros. Aunque muchas veces nos sintamos lejos de Dios, no es Él el que se aleja: experimentamos la lejanía, o por el pecado que daña nuestra relación con Él y nuestros hermanos, o porque nos falta crecer en fe y confianza en Él, o porque el mal espíritu busca alejarnos de Dios. Pero lo verdadero es que Dios habita en medio de su pueblo y no nos abandona nunca. Y si alguien preguntara como le preguntaban al salmista, “¿dónde está tu Dios?”, la respuesta es “mira la Cruz”, Él eligió estar a nuestro lado, se hizo solidario con nuestros dolores y heridas, y amándonos hasta la muerte y muerte de Cruz, nos reconcilió con Dios. Y esta verdad es tan real, tan definitiva, que debe ser motivo de esperanza para todos: aunque por momentos veamos todo oscuro, aunque por momentos el sufrimiento nos doblegue, aunque parezca que el mal triunfa, es el Amor en Cruz madurado el que tiene la última palabra. La Resurrección de Jesús es el gran sello de esta Buena Noticia de esperanza. Al final, es el bien el que triunfa.

Sabemos que permanecer en su amor no es fácil. Sabemos cuán difícil se hace amar a nuestros hermanos; cuán difícil se hace aceptar las diferencias, cuán difícil es amar como Él amó. Pero también sabemos que no estamos solos. Dios nos envió su Espíritu Santo, para ayudarnos en nuestra misión, para comprender la profundidad del amor de Dios y seguir creciendo en la fe. Este mismo Espíritu Santo es el que permitió que Pablo y Bernabé hicieran milagros como hacía Jesús, y al mismo tiempo, los protegió de no confundirse con el aplauso de la gente y de creer que lo que producían era por su carisma personal.

A este Dios que es tan bueno con nosotros le vamos a pedir que nos ayude a ser cada vez más conscientes de su amor. Y a María, nuestra Madre, que nos ayude a amar a los demás al estilo de su Hijo.


martes, 13 de mayo de 2014

Homilía de mi primera Misa.

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 11,1-18; Evangelio: Juan 10,11-18.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto y nos acepta tal como somos. ¡Qué bueno es Dios!, que nos llama a todos y nos encarga una misión. ¡Qué bueno es Dios!, que por amor es capaz de regalarle a un hombre simple como yo la posibilidad de actuar como sacerdote en la persona de su Hijo.

Como Jesús dijo: “He deseado ardientemente celebrar esta Pascua con ustedes”. Parece que fue ayer cuando recorría el colegio de túnica blanca junto a mis alumnos/as. Parecía tan lejos el día en que vistiese esta otra túnica blanca. En aquel momento, yo enseñaba como maestro. Hoy, yo enseño al Maestro, es decir, intento que los demás se acerquen al verdadero Maestro, el único capaz de sanarnos y salvarnos.

La imagen de maestro para mí fue traducción de la imagen de pastor de la época de Jesús. En aquel tiempo, el pastor cuidaba a las ovejas, las conocía una por una, iba delante o detrás del rebaño según el territorio. Hoy cuando uno dice pastor, alguno piensa en un alambrado con electricidad. Creo que la imagen de maestro nos ayuda a entender la del pastor que utilizó Jesús. 

El maestro está llamado a dar la vida por sus alumnos/as, a conocerlos/as por su nombre, a saber la realidad que viven, detectar los peligros que acechan a cada uno/a, busca que lo que enseña sea como pastura tierna, fácil de digerir. Pero también el maestro puede actuar sólo como un asalariado, alguien que cumple el horario y cobra el sueldo, como el pastor asalariado de la parábola, que sólo se preocupa de sí, y es capaz de abandonar a las ovejas ante el peligro.

Jesús es el Buen Pastor: es el buen Maestro. Él dio su vida por nosotros, nos conoce a cada uno, y con infinito amor y paciencia nos va enseñando durante el camino de la vida.
Este Buen Maestro llamó a este maestro que les habla, a dejar aquella túnica y tomar esta otra, a dejar de ser yo maestro para anunciarlo a Él, Buen Maestro.

Al principio fue muy difícil dejar esta comunidad, este colegio que amo tanto. Pero sentí que decirle no a su llamado era negarme a mí mismo. Él se encargó de darme las fuerzas necesarias para seguir adelante, y llegar a ser hoy su sacerdote. 

En el camino, me fue hablando al corazón; me fue presentando nuevos hermanos, fue agrandando mi corazón, y fue haciéndome descubrir que lo que más importa para ser su sacerdote no son mis capacidades, sino, el dejarlo actuar a Él a través de mí.
También me enseñó que sólo no puedo llegar “ni a la esquina”, que necesito de su ayuda constante, pero también de la ayuda de mis hermanos/as, que me sostienen con su oración, su consejo y cariño. A Él, y a ustedes, les estoy muy agradecido por aceptarme tal como soy, con mis defectos y virtudes.

Le pido que me regale ser fiel a la vocación que me regaló, y que nos regale a todos su cercanía y el sentirnos muy amados por Él. A María, Nuestra Señora de los pobres, le pido que me ayude a estar siempre cerca de su Hijo, y que a todos nos proteja como Madre; que nos ayude a creer y confiar más en Aquél que es el Buen Maestro, el Buen Pastor.