Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

jueves, 24 de abril de 2014

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43; Salmo 118(117),1-2.16ab-17.22-23; 2ª lectura: Colosenses 3,1-4; Evangelio según San Juan 20,1-9. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús se hizo uno de nosotros, y siendo fiel a proyecto de amor del Padre hasta la muerte de Cruz nos salvó, y por su Resurrección nos regaló el acceso a una vida plena en comunión con Dios y nuestros hermanos.

Es Pascua, es el día más feliz de la historia. El amor ha triunfado. Cuando parecía que el mal había vencido, cuando la oscuridad había llenado la tierra, cuando el mal había desplegado todos sus poderes y parecía que aplastaba al bien, el amor de Dios nos logra la victoria final y definitiva.

Hoy la comunidad siente que “le vuelve el alma al cuerpo”. El viernes habíamos contemplado a nuestro Señor y Maestro muerto en la Cruz, y con Él, también nuestras esperanzas habían muerto. El silencio del sábado y la oscuridad de la tumba nos llenaron de preguntas: ¿por qué?, ¿qué sentido tiene todo esto?, y ahora, ¿cómo seguimos? Hoy, al ver el sepulcro vacío, y al sentir la presencia del Señor Resucitado, todas nuestras preguntas encontraron su respuesta.

Lo que hasta ayer era la más absoluta oscuridad, hoy está lleno de la luz de Cristo; lo que ayer era un doloroso silencio hoy es un canto lleno de alegría; lo que ayer parecía ser un aplastante triunfo del mal y derrota del bien, hoy se ve invertido, es el bien el que ha triunfado definitivamente; lo que ayer era muerte, hoy es Vida.

Gracias a este día tan admirable toda nuestra vida cobra un nuevo sentido: ya sabemos hacia dónde vamos. Vamos a ser como Jesús Glorioso, a ser las personas más plenas, en plena comunión con Dios y nuestros hermanos, vamos a ser plenamente felices; y esta convicción nos llena de esperanza y alegría. 

Aunque muchas veces parezca que el mal en el mundo nos arrolla, aunque tantas veces escuchemos a las personas decir “esto no lo arregla nadie”, “esto se va al tacho”, nosotros sabemos que es falso. Jesús ya venció al mal y a la muerte. Entonces lo que ahora nos parece ser derrota, en Jesús sabemos que es victoria. Sabemos que al final de nuestros días Él nos hará plenamente felices, y esta convicción tendría que darnos nuevas fuerzas para seguir adelante aún en las dificultades, a seguir creyendo a pesar de tanta oscuridad, a permanecer firmes en la fe en medio de tantas preocupaciones.

Y para que seamos conscientes de todo esto, y para hacernos beneficiarios de la salvación que nos consiguió en la Pascua, dejó en su Iglesia gestos y palabras que llamamos sacramentos, gracias a los cuales nos encontramos con este mismo Jesús que transforma nuestras vidas. 

Hoy la comunidad está llena de alegría: hemos descubierto que Dios nos ama hasta dar su vida por nosotros. Hemos descubierto que por la Cruz y Resurrección del Señor tenemos acceso a una nueva vida plena. Ésta es una noticia demasiado grande e importante como para guardarla egoístamente. Hoy la comunidad siente que no puede callar lo que ha visto y oído. 

Hoy la comunidad se convierte en misionera, en portadores de luz para llevar a quienes viven en la oscuridad; en portadores de esperanza para quienes viven desolados; en portadores de alegría para quienes viven apenados; en misioneros de un Amor que vence al mal y la muerte, y nos llena de nueva vida.

Pidamos al Señor Resucitado que nos ayude a gustar de su Resurrección, resucitándonos de nuestras heridas, sanándonos de nuestras enfermedades, rescatándonos de nuestras tristezas. Y a María, la mujer más admirable de la historia, que conoció el dolor más profundo y la felicidad más completa, que nos ayude a tener una fe firme como ella, y a seguir tomando conciencia que Jesús nos salvó para vivir en comunidad.    

viernes, 18 de abril de 2014

Viernes Santo.

1ª lectura: Isaías 52,13-15.53,1-12; Salmo 31(30),2.6.12-13.15-16.17.25; 2ª lectura: Hebreos 4,14-16.5,7-9; Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús asumió toda nuestra humanidad, hasta nuestros rincones más oscuros, y por su fidelidad hasta la muerte de cruz, nos salvó y reconcilió todas las cosas con Dios. ¡Qué bueno es Dios! que se hace solidario con nuestro dolor, nuestros sufrimientos y nuestras heridas. Creo que éstos son dos de los grandes mensajes que celebramos este día.

Obra del Pbro. Ricardo Ramos.
El relato de la Pasión según San Juan nos propone contemplar el escándalo del juicio y condena de Jesús. El Evangelista San Juan, un verdadero genio de la Escritura, nos muestra con ironía esta escena donde los romanos visten a Jesús como rey para burlarse de Él, sin saber que en realidad se están burlando del Rey del Universo, Aquél por Quién ellos mismos fueron creados, Aquél a quien deben su existencia. Lo mismo vale para las autoridades judías, que con la excusa de defender la ley de Moisés, condenan a muerte al Nuevo y Verdadero Moisés, al Verdadero Liberador, al que está por encima de toda ley. Es realmente escandaloso para nosotros que lo vemos tan claro; obviamente no lo era para ellos.

Por eso, es aún más admirable la humildad de Jesús, y su obediencia a la Voluntad del Padre, que consistía en ser fiel al Proyecto de Amor del Padre hasta el extremo de dar su vida por nosotros. Hoy, por su fidelidad e infinito amor nos salvó. Este día es el centro de la historia.

Pero dijimos que en esta semana santa acompañaríamos a la comunidad de los discípulos, porque su camino es el camino de nuestra comunidad. Pues bien, para la comunidad de discípulos hoy es el día de la crisis absoluta, la crisis de la fe, del sentido, del desconcierto. Este Jesús al que seguían no resultó ser lo que ellos esperaban, un ser superpoderoso que los libraría de la opresión extranjera y solucionaría todos los males del mundo (convengamos que si su sueño se hubiese cumplido, Jesús habría anulado nuestra libertad, no se hubiese hecho uno de nosotros y no nos habría salvado). Los discípulos aún no habían entendido con profundidad todas las enseñanzas de su Maestro. También nosotros como comunidad muchas veces no entendemos las enseñanzas de Jesús y de su Iglesia, muchas veces nos equivocamos y herimos al hermano, muchas veces tenemos dudas y crisis de fe, que nos llevan a decir ¿dónde está Dios? La Cruz es la crisis por excelencia. Es el acontecimiento más absurdo de la historia: no tiene sentido, matamos al que más nos ama; pero Jesús por su infinito amor y por su resurrección lleno este acontecimiento de sentido, y convirtió un supuesto fracaso en la victoria más arrolladora de la historia por la cual todos fuimos salvados. Gracias a la Cruz, todas nuestras crisis pueden tener un nuevo sentido. Jesús llena de sentido nuestra vida. Si cargamos solos con nuestras crisis, seguramente seremos aplastados por ellas. Si las ponemos en la Cruz, Jesús nos dará la fuerza que nos resucita y levanta de las crisis, y así, cada crisis se convierten, no en un evento negativo, sino en una oportunidad de crecer en la fe y acercarse más a Jesús.

Por esto, en cada crisis, cuando nos preguntemos ¿dónde está Dios?, los invito a mirar la Cruz: Él está ahí, solidarizándose con nuestro dolor, nuestras heridas son sus heridas, pero Él tiene el poder de resucitarlas. 

Y recordemos que en cada sacramento actualizamos ese inmenso gesto de amor de Jesús en la Cruz. En cada sacramento nos encontramos con su amor que nos sana y libera.

Y si decimos que Jesús nos salvó para vivir en comunidad, podemos decir también que la comunidad sana es la que sabe perseverar junto a la Cruz, aunque seamos pocos, aunque seamos los mismos de siempre, porque no es comunidad la que se reúne sólo cuando hay fiesta, sino aquélla que comparte la vida de cada día, con sus alegrías pero también con sus tristezas.

Pidámosle a Jesús que nos ayude a tomar conciencia de que Él nunca nos abandona, que nos ayude a tomar conciencia de su amor que persevera en Cruz, amor perfecto; y a María, nuestra Madre que supo llorar tanto viendo a su Hijo en la Cruz, pero firme en la esperanza en un Dios que nunca falta ni falla, que nos ayude a comprender junto a la Cruz, que Jesús nos salvó para vivir en comunidad. 

jueves, 17 de abril de 2014

Jueves Santo. Hora Santa. Reflexión sobre Getsemaní.

Reflexión sobre la fidelidad de Jesús en Getsemaní.

Para entender qué significa Getsemaní en la vida de Jesús, tenemos que remitirnos al origen del mundo, a la Creación. Dios es Amor (1 Jn 4, 8), y “el amor no sabe vivir sino comunicándose” (Don Baltasar Pardal Vidal). Por amor, Dios nos creó, y toda la historia es historia de una relación de amor entre Dios y el ser humano; es un largo diálogo de amor entre un ser humano frágil, a quien le cuesta ser fiel, y que suele caer fácilmente; y un Dios que a pesar de las equivocaciones del ser humano se mantiene fiel a toda costa. 

Cuando pensábamos que la fidelidad es imposible, porque “la carne es débil” (Jn 14, 38), Dios, por amor, en Jesús, se hizo hombre y fue igual a nosotros, pero siempre fiel, sin caer. Jesús nos enseñó la verdad sobre este Dios que es Amor, y que nos acepta tal como somos. Lo enseñó con palabras y obras: ayudando, sanando y promoviendo a los que se les acercaban; en especial, a aquellos que habían sido dejados de lado, marginados, los más débiles de su sociedad. Esto fue visto como una “amenaza” al “statu quo” por las autoridades de la época, que por tener paz con el imperio romano habían “transado” con la mediocridad. Después de tres años de actividad, Jesús se les volvió insoportable, ya que cada vez más gente lo seguía; y decidieron matarlo.

Después de celebrar la Última Cena con sus discípulos, en la que nos regaló la Eucaristía, la Misa, la forma de hacerse realmente presente entre nosotros por siempre, se dirigió a Getsemaní para rezar. Pide que tres discípulos más íntimos se queden velando y rezando por Él, pero lo dejan solo.

Jesús vive la angustia de la soledad y del peso de sus opciones. Sabe que seguir adelante siendo fiel a lo vivido le puede costar la vida. Seguramente le costó entender por qué le devolvían tanto odio a una entrega de tanto amor. 

Podría retractarse, huir, ser un buen maestro de la ley, acomodarse al “statu quo”, “transar” con las autoridades. Es la tentación del “está bien”, “ya hiciste mucho bien”, “cumpliste, ahora retírate”, “¿te parece que vale la pena dar la vida por éstos, que no son capaces de entenderte, desde las autoridades hasta tus amigos más íntimos?” “¡No! ¡Salvate vos, y dejá que ellos hagan su camino!” “Podés hacer mucho bien en secreto, sin que te persigan como ahora”. “Pensá un poco en vos”. 

Jesús, representando a toda la humanidad, con toda la historia pesando sobre Él se enfrenta a la disyuntiva, ser fiel hasta el final y que esto le cueste la vida, o renunciar, “irse al mazo”, y “salvar” su vida. Resuena el grito angustiado de Jesús: “Padre, si puedes, que pase de mí este cáliz”, es decir, “si puedes, evitame pasar por tanto dolor”, “pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26, 39). Pero inmediatamente entendió que la fidelidad al amor implicaba ir hasta las últimas consecuencias.

Jesús fue fiel hasta el final, gracias a Él se sanó esta historia de amor de la que hablábamos al principio; el ser humano pudo responder a Dios como Él merecía; el ser humano aprendió que es posible ser fiel, con la ayuda de Dios. Gracias a Jesús recuperamos la amistad con Dios, podemos llamarle amigo. Habiendo resucitado, sigue estando vivo entre nosotros, y sigue siendo fiel.   

¿Qué significa en nuestra vida?
Todos vamos a tener “nuestro” Getsemaní, un momento en que nuestra fidelidad a un proyecto de amor será probada por las circunstancias que nos toquen vivir. Seguramente vamos a sentir la tentación de dejar todo, de huir del conflicto, de buscar sólo mi voluntad, mi capricho, mi aparente felicidad sin tener en cuenta al otro. O podemos ser fieles hasta el final a un proyecto de amor construido por dos, y sostenido por el amigo más fiel, Jesús. 

Podemos en esos momentos de prueba, recurrir como Jesús, a nuestros amigos más íntimos, en especial a Uno, que es Él mismo, Jesús, el único que no nos falla, el único que está siempre, el único capaz de comprenderme más que nadie.

miércoles, 16 de abril de 2014

Miércoles Santo

1ª lectura: Isaías 50,4-9a; Salmo 69(68),8-10.21-22.31.33-34; Evangelio según San Mateo 26,14-25.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama a pesar de que tantas veces lo traicionamos, o nos alejamos de Él.

Estamos recorriendo el camino de Jesús y la comunidad de los discípulos hacia la Pascua. Hoy presenciamos cómo un integrante de la comunidad, uno de los Doce, planea entregar a Jesús a quienes querían matarlo. Otros preparan la Cena de Pascua, a pedido de Jesús. Así de heterogénea es la comunidad de los discípulos, así es nuestra comunidad. 

Decía el lunes que Jesús aceptaba conscientemente la presencia de Judas en su comunidad, porque si Dios no lo amaba, ¿quién lo iba a hacer?, si Dios no le daba una oportunidad, ¿quién se la iba a dar? Judas es un misterio, como lo somos nosotros. Él presenció los milagros, vio a Jesús amando a todos, vio en Jesús un líder formidable; ¿cómo se puede traicionar a un hombre así? Dicen algunos estudiosos, que para Judas, Jesús tenía un defecto; no mostraba intención alguna de levantarse en armas contra el poder extranjero que los oprimía. Algunos dicen que la traición de Judas fue un intento desesperado de éste para que Jesús revelara todo su poder. Pero los caminos de Dios no son nuestros caminos. Si el supuesto deseo de Judas se hubiese cumplido, Jesús habría anulado nuestra libertad, no hubiese sido igual a nosotros en todo menos en el pecado, y no nos habría salvado. El plan de Dios era otro, y lo escuchamos el domingo en el hermoso himno de los Filipenses: “Jesús, siendo de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”… Y siendo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, fue fiel al proyecto de amor del Padre hasta la muerte y muerte de cruz. “Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor"”. Y siendo fiel a este proyecto de amor del Padre, nos salvó.

Judas es un misterio, como lo somos nosotros. Estoy cansado de escuchar que me digan: “yo no voy a la Iglesia porque hay gente que va y después critica a los demás, o no es buena gente, etc.”. Además de que esta clase de personas no es capaz de reconocer sus propios defectos, parecen no saber nada de Jesús, que vino a buscar y salvar lo que estaba perdido, que vino a sanar a los enfermos, y rescatar a los pecadores. Sí, la Iglesia está llena de pecadores, porque las únicas dos personas que no pecaron jamás fueron Jesús y María; el resto somos todos pecadores. Y cierto que hay pecados más graves que otros, pero todos, hasta el más privado, hiere nuestra relación con Dios, con los hermanos, conmigo mismo y con la Creación; todo pecado está en contra del proyecto de amor y felicidad del Padre por nosotros; todo pecado es, en cierta medida, una traición a Jesús.

Pero luego de reconocer que somos pecadores debemos inmediatamente recordar que el amor y la misericordia de Dios son infinitos. Jesús seguía amando a Judas, a pesar de su traición, fue Judas quien no le dio la oportunidad a Jesús de perdonarlo. Así también, el Padre nos está esperando para abrazarnos después de cada caída, y para darnos fuerza para no caer. 

Jesús, por su fidelidad hasta la Cruz sanó todas nuestras heridas, y nos salvó. En los sacramentos nos hacemos beneficiarios de ese amor. En el sacramento de la Reconciliación, Jesús mismo nos espera para darnos su perdón, hacernos sentir su amor y darnos fuerza para seguir adelante. Aprovechar de celebrar este sacramento nos ayuda también a vivir en comunidad, porque el pecado la hiere, y el perdón la sana.

Pidamos al Señor que nos ayude a aceptarnos tal como somos y a no juzgar a los demás. Y a María, nuestra Madre, que nos ayude a seguir tomando conciencia que Jesús nos salvó para vivir en comunidad.

lunes, 14 de abril de 2014

Lunes Santo.

1ª lectura: Isaías 42,1-7; Salmo 27(26),1.2.3.13-14; Evangelio según San Juan 12,1-11.

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que por amarnos tanto, acepta nuestras muestras de amor, aunque sean irracionales, o alocadas a los ojos de los demás.

La Iglesia nos propone meditar hoy una escena del evangelio hermosa por demás, la cena de Jesús con sus queridos amigos de Betania. Si recordamos, el domingo anterior a Ramos meditamos la resurrección de Lázaro. Hoy los tres hermanos celebran este hecho y ofrecen a Jesús en agradecimiento esta cena. Lázaro no habla, pero su sola presencia dice tanto como para que las autoridades judías planeen matarlo, ya que, muchos al ver a Lázaro vivo comenzaban a creer en Jesús. Marta está sirviendo, pero no como aquella vez en que pidió a Jesús que rezongara a su hermana por no ayudarla en los quehaceres de la casa. Y María… merece un capítulo aparte.

María hace un gesto que incomoda a todos, menos a Jesús. Ella derrama a los pies de Jesús este perfume de nardo puro, que en la época costaba el sueldo de todo un año, y luego los seca con sus propios cabellos. Es un gesto de amor y gratitud fuera de serie. Imagino a Jesús apreciar este gesto con una actitud orante, este gesto lo habrá hecho orar a su Padre, y a su vez contemplar con sagrado respeto el misterio de la libertad humana. Judas se escandaliza, poniendo como excusa la ayuda a los pobres, pero Jesús rescata este gesto y a esta mujer, y anticipa lo que pronto sucederá, su Pasión y muerte.

Hoy la comunidad está reunida en torno a Jesús. En ella hay personas a las que Jesús les cambió la vida: Lázaro, Marta, y María; y otras que se resisten a ello como Judas. Hoy se mezclan la alegría y gratitud de los amigos de Jesús por la vida, y la incomprensión, el odio y los deseos de muerte de quienes rechazan a Jesús. Pero Jesús admitía conscientemente en su comunidad a Judas, porque si Dios no le mostraba su amor, ¿quién lo iba a hacer? Esto para decir que la comunidad nunca es perfecta, y que los que la integramos somos muy diferentes -gracias a Dios- con nuestros defectos y virtudes; pero en definitiva es Dios quien nos ama, y porque nos ama nos llama a vivir en comunidad aceptándonos tal como somos. Por esto, estamos invitados/as a aceptarnos de la misma manera, a respetar nuestras diferencias y relacionarnos con su amor.

De esta manera se cumplirá en nosotros las palabras del profeta Isaías, que si bien están dedicadas a Jesús, perfectamente se aplicarían a nosotros como comunidad-Cuerpo de Cristo: “Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él… Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas”. Por esto podemos decir con el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, a quién temeré”.  

Es cierto que vivir en comunidad no es fácil, que no es fácil amar como Jesús ama, pero Él nos da la fuerza. Como también dice el salmista: “Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor”.

Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a amar a nuestros/as hermanos/as de comunidad como Él nos ama, y a María, Madre del amor, que nos ayude a tomar conciencia que “Jesús nos salvó para vivir en comunidad”. 

sábado, 12 de abril de 2014

Domingo IV de Cuaresma, ciclo A.

1ª Lectura: Primer libro de Samuel 16, lb. 6-7. 10-13a; Salmo 22, la. 3b-4. 5. 6 (R.: 1); Efesios 5, 8-14; Evangelio según san Juan 9, 1-41. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que por su gran amor, en Jesús vino a iluminar nuestras oscuridades, y
a curamos de nuestras cegueras.

Una vez más, al igual que el domingo pasado, el evangelio nos muestra otro cambio de vida, otra persona, al encontrarse con Jesús ve su vida transformada. También, este relato ejemplifica el dicho popular "no hay pero ciego que el que no quiera ver". Veamos:

El fragmento que acabamos de leer nos presenta a un ciego de nacimiento, y a continuación se nos explica la creencia del común de la gente que vivía en tiempos de Jesús: "si es ciego, es porque pecó él, o sus padres". Como he dicho en otras ocasiones, esta creencia se transformaba en discriminación. El ciego, el enfermo, el pecador manifiesto, se encontraban marginados de la vida social, pero también de la religiosa, no podían participar del culto, como diciendo, tampoco tienen derecho a relacionarse con Dios. Esta situación era aceptada tanto por los marginados como por el resto de la sociedad, porque no había movilidad social, cada uno debía conformarse con la situación que le tocó vivir. Por eso, Jesús, al relacionarse con estos marginados, realmente provocó una revolución, una revolución de amor, transformó las vidas de cada persona que se encontró con Él; amor fiel hasta la muerte, y muerte de Cruz.
Jesús empieza por derribar los prejuicios de la sociedad, y hace una revelación de su persona: "YO SOY la luz del mundo", la luz que viene a iluminar nuestras oscuridades, que nos ayuda a ver con los ojos de Dios, y como lo hace siempre, no sólo se revela de palabra sino también
de obra, y opera la curación del ciego.
Pero esta curación fue en sábado, día en que los judíos no trabajaban en recuerdo del 7° día de la Creación, y para los fariseos, celosos de la ley, hacer algo ese día era una falta grave, y por eso convocan al que había sido ciego a testificar. Se da un diálogo muy interesante, que tiene su momento cumbre en la expresión del que había sido ciego sobre Jesús: "Es un profeta". Los fariseos, al dudar de la ceguera del hombre convocan a sus padres, que "si lavan las manos", dejando al manifiesto la profunda soledad y marginación del que había sido ciego: "Es nuestro hijo, nació ciego, ¿cómo ve ahora?, no lo sabemos, pregúntenle a él que ya es mayor". Prefirieron excluir a su hijo que ser excluidos ellos de la sinagoga: ésta es la triste historia de tantos padres y madres que se desentienden de sus hijos/as, que prefieren satisfacer sus caprichos antes de ser verdaderos padres/madres.
Vuelven a convocar al que había sido ciego, buscando que dijese lo que ellos decían: "es un pecador". La respuesta es genial, es evidente: "No sé si es un pecador, sólo sé que yo era ciego y ahora veo". Esta respuesta deja en evidencia la real ceguera de los fariseos, que viendo, no querían ver, a pesar del evidente milagro de Jesús, siguen rechazándolo. Continúa el diálogo que termina con una genialidad del hombre sanado: "¿acaso ustedes también quieren hacerse discípulos de Jesús?; una genialidad que despertó en los fariseos lo peor de sí, y comenzaron a insultarlo. El hombre sano insiste, empujando aún más a los fariseos a su ceguera: "Si Jesús no viniese de Dios, no podría hacer los milagros que hace". La respuesta es un ejemplo de soberbia: "Naciste lleno de pecado y ¿querés enseñarnos a nosotros?, soberbia y mala intención, porque pretende herir al hombre sano, pretende que asuma de nuevo su condición de marginado, lo echan; mientras ellos asumen la posición de santos, de personas ya realizadas.
Queda un último paso: un nuevo encuentro con Jesús. 
Jesús le había devuelto la vista física. El que había sido ciego había empezado a ver más allá de lo visible, había percibido en Jesús a un profeta. Ahora Jesús le revela toda su luz, se revela como el Salvador prometido, y el hombre sano, al postrarse se convierte en su discípulo. El que no veía, ahora ve; el que había sido marginado, ahora integra la comunidad de Jesús; es otra persona a la que encontrarse con Jesús le cambia la vida.

San Pablo nos recuerda que antes éramos tinieblas, y ahora somos luz en el Señor. Por el bautismo hemos sido hecho hijos de la luz; por eso no exhorta a vivir de acuerdo a esa condición y a ser luz de los demás, en bondad, justicia y verdad, buscando hacer lo que agrada a Dios y rechazando lo que nos aleja de Él y nuestros hermanos.

Esto puede resultarnos difícil, por eso el salmista nos recuerda que "el Señor es nuestro pastor" y por eso, "nada nos puede faltar"; Él nos protege, nos guía, nos alimenta... Su bondad y su gracia nos acompañarán siempre.

Por esto pidamos al Señor que nos cure de nuestras cegueras, sobre todo, de aquellas que nos impiden ver el amor y la cercanía de Dios en nuestras vidas. Y a María, Madre de Luz, que
nos ayude a ser como ella, luz para los demás.

miércoles, 9 de abril de 2014

Domingo de Ramos Ciclo A.

1ª lectura: Isaías 50,4-7; Salmo 22(21),8-9.17-18a.19-20.23-24;  Filipenses 2,6-11; Evangelio según San Mateo 26,3-5.14-75.27,1-66.



Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que por su gran amor envió a Jesús que nos salvó para vivir en comunidad. Este es el lema que queremos proponerles para vivir en esta semana santa: “Jesucristo nos salvó para vivir en comunidad”, y paso a explicar su significado.

Pido disculpas a quienes ya me han escuchado decir cosas parecidas. Dios nos creó por amor, para ser felices, viviendo en comunidad con Él. Nos creó para vivir en comunidad. Este era su proyecto. Pero en los inicios de la historia el ser humano quiso sacar a Dios mismo de la comunidad, y hacerse una a su antojo. Así rompió la relación de amistad con Dios, y en consecuencia, si con Dios tenía todo, al romper la relación con Él perdió todo, y se rompieron las demás relaciones: consigo mismo, el ser humano empezó a sentir vergüenza, culpa; con los demás, echó la culpa a los otros; con la Creación, le echó la culpa a la Creación. Esto lo conocemos con el nombre de pecado original, y sus heridas permanecieron en la naturaleza humana. Pero inmediatamente Dios, por su gran amor, prometió que vendría un Salvador que sanaría todas las heridas y reconciliaría al ser humano con Dios.

En la Plenitud de los Tiempos, como dice San Pablo, “Jesús, siendo de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”… Y siendo igual a nosotros en todo, menos en el pecado, fue fiel al proyecto de amor del Padre hasta la muerte y muerte de cruz. “Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor"”. Lo que celebramos en esta semana santa es que Jesús, siendo fiel, nos salvó, sanó todas las heridas del pecado original, reconcilió todas las cosas con Dios por su Cruz, permitiéndonos vivir en comunidad con Él y con nuestros hermanos. Porque la salvación no es egoísta, ni individualista; la salvación es comunión con Dios y con nuestros hermanos; la salvación es vivir en comunidad con Dios, y con nuestros hermanos, por eso es que decimos: “Jesucristo nos salvó para vivir en comunidad”, y de esta manera ser felices.

Pero la semana santa es también un itinerario para llegar a comprender esta verdad tan profunda. Queremos proponerles descubrir el camino de la comunidad de los discípulos, y el de nuestra propia comunidad en este itinerario de salvación.

Hoy celebramos el Domingo de Ramos. Hoy la comunidad celebra la entrada de Jesús en Jerusalén como el Rey que llega. Pero existe confusión en la comunidad. Ven a este Rey como un líder político, que resolverá la situación del pueblo. Sería bueno preguntarnos como comunidad, si la imagen que nos formamos de Jesús muchas veces es alejada de lo que nos muestra el Evangelio, si pretendemos que Él resuelva nuestra vida como si fuese arte de magia, aún a costa de suspender nuestra libertad. A veces parte de la comunidad, generalmente los que sólo vienen hoy, se confunde con el ramo que se llevan, creyendo casi en sus poderes mágicos, olvidándose que en realidad el ramo nos recuerda el comienzo de una semana, en la que Jesús, por amor a nosotros entregó su vida y nos salvó para vivir en comunidad.

Pero la comunidad de discípulos, confundida ahora por el fervor de la multitud que aclama a Jesús como Rey, siente en su interior que no todo está bien. Jesús anunció tres veces su muerte en Jerusalén, así que frente a los tonos alegres de la fiesta se contraponen los tonos graves de la amenaza del mal y la muerte.

Esta semana no puede ser una semana más. En ella celebramos el centro de nuestra historia y de nuestra vida, en ella celebramos la verdad más real de la historia: Dios nos ama a cada uno/a tanto, que es capaz de dar su vida por cada uno/a; no existe ni existirá nadie que nos ame tanto; su amor es capaz de llenar nuestro corazón; si somos conscientes de esto nunca más nos sentiremos solos, ni poco amados. Celebramos que “me amó y se entregó por mí”, que nos salvó para vivir en comunidad y así ser felices.

Vamos a pedirle a Él que abra nuestro corazón a esta Verdad; y a María, que vivió como nadie este camino mezclado de dolor y alegría, que nos ayude a sentirnos muy amados de Dios, y a comprender que “Jesús nos salvó para vivir en comunidad”.   

sábado, 5 de abril de 2014

Domingo V de Cuaresma Ciclo A.

1ª lectura:  Ezequiel 37,12-14. Salmo 130(129),1-4.6a.5b.6c.7a.7bc.8. 2ª lectura: Romanos 8,8-11. Evangelio según San Juan 11,1-45.

Queridos hermanos, queridas hermanas:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, que sabe sacar bien de nuestros males, y vida de nuestras muertes.


En este hermoso texto del capítulo 11 del Evangelio de San Juan encontramos varias perlas, expresiones preciosas de las actitudes de Jesús. Veamos:

Jesús tenía amigos, igual que nosotros. Aquí se nos presentan tres hermanos, Marta, María y Lázaro. A Marta y María las conocemos de otros episodios. Un día Jesús las visitó. Marta estaba muy ocupada en las cosas de la casa. María estaba escuchando a Jesús, sentada a sus pies. Marta le reclamó a Jesús, que le dijera a María que la ayudara. Jesús le respondió: “Marta, Marta, te inquietas por muchas cosas. Una sola es necesaria, María encontró la mejor parte que no le será quitada”. Marta aprendió a priorizar y a servir por amor, y no por perfeccionismo. María es la misma que gastó el sueldo de todo un año en un perfume que derramó sobre los pies de Jesús, y luego se los secó con sus propios cabellos.
Marta manda avisar a Jesús sobre la enfermedad de Lázaro, el amigo querido. Sin embargo, Jesús permanece dos días más y Lázaro muere. Entonces Jesús dice: “Volvamos a Judea”. En efecto, Betania era un pueblo que distaba 3 km de Jerusalén. Las autoridades judías ya habían iniciado los planes para condenar a Jesús. Los discípulos de advierten sobre el peligro que esto implica. Jesús arriesga su vida por salvar a su amigo. Tomás, al que tantas veces se le llamó “el incrédulo”, hoy hace una expresión de su adhesión a Jesús: “Vayamos nosotros también a morir con Él”.
Marta, con dolor hace una expresión que huele a reproche: “si hubieras estado aquí”. Cuántas veces le reprochamos a Dios tantas cosas: “¿por qué permitiste esto?, ¿por qué no me das lo que te pido?”. Jesús sabe del dolor de Marta, y sabe de nuestros dolores, por eso no se ofende por nuestros reproches; y ayuda a Marta a salir del dolor y abrirse a la esperanza: “Lázaro resucitará”. Marta recibe esto más como un consuelo, (como un consuelo de los que acostumbramos decir, quien murió ya está bien, etc., que muchas veces no consuela a la persona ni la abre a la esperanza), que como una declaración efectiva: Jesús hace lo que dice. Jesús ahora propicia que Marta crezca en la fe, revelándole una Verdad más grande: “YO SOY la Resurrección y la Vida”; y Marta, antes que los demás Apóstoles, hace una profesión de fe que la destaca como discípula, es la primera en decir: “tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”. Inmediatamente después sale a rescatar a su hermana María del encierro de dolor en el que estaba viviendo: “El maestro está aquí y te llama”.
María responde inmediatamente y salió al encuentro de Jesús. Le hace el mismo reclamo: “si hubieras estado aquí…”. Lo que sigue es una notable expresión de la humanidad de Jesús. Viendo la tristeza de María y de los que la acompañaban, Jesús se conmovió y lloró. Frente a los que nos dicen “no llores”, frente a los que dicen no tenés que llorar porque quien falleció está con Dios, Jesús nos muestra que es sano llorar. Si Jesús lloró una muerte, ¿no vamos a llorar nosotros? Jesús sabía bien que la muerte no es el fin, sabía bien del amor misericordioso de Dios. Nosotros también lo sabemos. Lo que lloramos es la distancia. También lloramos cuando alguien se va a otro país: la persona sigue viva, pero lloramos, lloramos la distancia. Todo esto para decir, no es malo llorar cuando alguien querido muere; Jesús también lloró. Lo malo es quedar encerrado en el dolor.
Jesús pide que abran la tumba. Marta, aún en el dolor, le responde que llevaba cuatro días de fallecido, y huele mal. Cuatro días de fallecido era para los judíos el tiempo sin retorno, el tiempo en el que no es posible hacer nada más. Pero para Dios no hay nada imposible, y Jesús le devuelve la vida a Lázaro. Se cumple en Jesús la profecía de Ezequiel: “Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas…Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán;… y así sabrán que yo, el Señor, lo digo y lo hago”.

En este tiempo de cuaresma hemos recorrido un camino en el que contemplamos a varias personas que al encontrarse con Jesús vieron sus vidas transformadas: la mujer samaritana, el ciego de nacimiento, Lázaro y su familia. Estas personas nos han enseñado que un verdadero encuentro con Jesús debe cambiar nuestra vida. Por esto busquemos que en este tiempo que nos queda antes de Pascua, y en especial durante la semana santa, pongamos todo de nuestra parte para encontrarnos en serio con Jesús, para lo cual deberemos limpiar nuestro corazón de lo que nos aleja de Él, deberemos tomar conciencia de cuánto lo necesitamos, y deberemos pedirle que nos regale sentir su cercanía y amor.

Vamos a pedirle a Él que salga a nuestro encuentro, que llene de luz nuestras oscuridades, que siga sacando bienes de nuestros males, y vida de nuestras muertes. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, le vamos a pedir que tengamos una fe como la de ella, para que podamos decir como el salmista “Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su Palabra”.