1ª lectura: Éxodo 16,2-4.12-15; Salmo 78(77),3.4bc.23-24.25.54; Efesios 4,17.20-24; Evangelio según San Juan 6,24-35.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que por amor a nosotros se hizo pan, para que nos alimentemos de Él, y así lleguemos a ser plenos.
Una vez más quiero invitarlos a recordar las lecturas del domingo pasado.
Luego de que Jesús multiplicó los panes y dio de comer a cinco mil personas, se retiró solo a la montaña, porque la gente lo quería hacer rey a la fuerza. A este hecho sigue un episodio que no leímos, pero permítanme relatarles brevemente, que nos ofrece algunos datos de contexto. Jesús mandó que sus discípulos embarcaran y cruzaran el lago. La gente vio cómo embarcaron sin Jesús. En la noche, en el medio del lago, se desató una tormenta que estremeció a los discípulos. De repente vieron a alguien acercarse caminando sobre el agua, y gritaron de miedo porque pensaban que era un fantasma. Jesús les dijo: "Soy Yo, no teman", subió al barco, se calmó la tempestad y llegaron a la orilla. Así llegamos al episodio de hoy.
La gente al no encontrar a Jesús ni a sus discípulos también se embarcaron y cruzaron el lago. Al encontrar a Jesús al otro lado le hacen una pregunta obvia: "Maestro, cómo hiciste para llegar acá?" Cualquiera de nosotros se hubiese sentido halagado: la gente nos aclama por lo que hicimos; cruza el lago; nos sigue; y muchos haríamos algo para recoger nuevos aplausos. Sin embargo, Jesús no se distrae de su Misión, su amor por la Voluntad de Dios lo urge, y como buen Maestro los "baja a tierra": "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse". Es un recibimiento duro, pero necesario. "Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna", porque ese pan perecedero nos sacará hambre solo por un rato.
La gente, al escuchar esta exhortación, acepta la corrección, pero erra la pregunta: ¿qué obras nos encomienda Dios que hagamos?, ¿qué debemos hacer? Digo que erra la pregunta, porque me suena a ¿qué tenemos que hacer para tener contento a Dios y comprarnos el Cielo? Jesús les da una respuesta que los incomoda: "que crean en Aquél al que Él envió", es decir, que crean en Jesús. A continuación le hacen una pregunta que me desconcierta por completo: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?" Acaban de verlo dar de comer a cinco mil personas con cinco panes y dos pescados; ¿qué otro signo milagroso quieren? Y agregan la referencia al maná, el pan del cielo que comieron los israelitas en el Éxodo y que contemplamos en la primera lectura. Jesús responde: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo". La respuesta de la gente, más que aceptación me suena a burla: como diciendo si el pan que nos ofrecés da vida, "danos siempre de ese pan". Sin embargo, Jesús cierra el diálogo con una nueva manifestación de su identidad: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed". Esta respuesta provoca, como lo veremos el próximo domingo, que la gente murmure contra Jesús, como los israelitas murmuraban contra Dios en el desierto. Asoman en el horizonte de este capítulo seis de Juan unos nubarrones de tormenta. El capítulo comenzó radiante con la multiplicación de los panes. Hoy se avizoran nubes.
Jesús es el Pan de Vida que nos hace plenos. Como dice Paul Ricoeur, "somos carencia infinita", es decir, siempre necesitamos más. El sistema consumista se aprovecha de esta debilidad: compramos algo que creemos necesitar; cuando lo tenemos en nuestras manos nos sentimos contentos; pero pronto nos sentiremos necesitados de algo mayor, y esta cadena no termina en otra cosa más que en la frustración, porque es imposible que tengamos todo lo que se nos antoja. Solo Dios es capaz de colmar nuestro ser. La Eucaristía que celebramos nos da la oportunidad de recibir este Pan de Vida que nos hace plenos.
A este Dios tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a crecer en amor a la Eucaristía; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos proteja y nos ayude a optar siempre por el Único que puede llevarnos a la plenitud, su amadísimo Hijo Jesús.
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