1ª lectura: Segundo Libro de los Reyes 4,42-44; Salmo 145(144),10-11.15-16.17-18; 2ª lectura: Efesios 4,1-6; Evangelio según San Juan 6,1-15.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que hace maravillas con lo poco que le damos.
Para meditar el evangelio de hoy quiero invitarlos a recordar las lecturas del domingo pasado. En el evangelio contemplábamos el regreso de los discípulos luego de la misión, y cómo contaban a Jesús lo que habían hecho y anunciado. En un gesto de profunda humanidad Jesús los invitó a retirarse a un lugar desierto para descansar, por eso, subieron a un barco y se dirigieron a la otra orilla. La gente, al verlo, adivinó hacia dónde se dirigía y por tierra se les adelantó. Al desembarcar Jesús se encontró con una multitud, y lejos de ofuscarse, se sintió profundamente conmovido porque los vio como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles durante largo rato, y no sólo eso...
Aquí, sabiamente la Iglesia "abre un paréntesis" en la lectura continuada del evangelio según San Marcos, y va a leer el episodio de la multiplicación de los panes en el riquísimo capítulo seis del evangelio según San Juan, que seguiremos durante cinco domingos.
Según los evangelios sinópticos, los discípulos se preocuparon porque se hacía tarde, y pidieron a Jesús que despidiera a la gente para que fuesen a sus casas a comer; sin embargo, Jesús les dijo que les dieran ellos de comer. La respuesta de los discípulos es tan obvia como sería la nuestra: con qué le vamos a dar de comer a tanta gente. Según Felipe ni el dinero de doscientos jornales alcanzarían para que cada uno comiese aunque fuera un trozo de pan. Andrés, hermano de Pedro, presenta a un niño que tiene cinco panes y dos pescados. Imagino la inocencia con que este niño se presenta para aportar una solución. Es el único con una fe lo suficientemente fresca como para creer que Jesús puede hacer maravillas con lo poco que le damos. Andrés, representando a la razón adulta cuestiona ¿qué es eso para tanta gente?
Jesús ordena que hagan sentar a la gente, y el evangelista agrega que allí "había mucho pasto", dos datos que podrían parecernos intrascendentes, pero aquí tenemos una muestra de la brillante teología de Juan y su comunidad. Juan escribe de una manera notable. Utiliza determinadas palabras que si leemos con atención, nos vincula con otros pasajes de las Escrituras: en lenguaje informático diríamos que utiliza "hipervínculos", o en lenguaje policial, "pistas" que nos llevan a otros pasajes. Los invito a recordar el salmo del domingo pasado: "El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. El me hace descansar en verdes praderas... Tú preparas ante mí una mesa... y mi copa rebosa". Lo que quiero mostrar es cómo -"entre líneas"- Juan nos dice que Jesús es nuestro Buen Pastor que no nos deja faltar nada.
A continuación Juan describe algunas acciones de Jesús que nos conectan inmediatamente con otro momento de su vida: " tomó los panes, dio gracias y los repartió". Juan escribe a una comunidad de creyentes para que sigan creciendo en la fe, y cualquiera de ellos al escuchar estos verbos piensa en una sola cosa: la eucaristía. Al inicio del texto de hoy Juan nos dice que "se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos". Juan es el único evangelista que no relata la institución de la eucaristía en el momento de la Última Cena. En su lugar relata el lavatorio de los pies, como signo de la actitud de un Jesús que se hace servidor de todos, anticipa el "Gran Servicio" de dar su vida por nosotros en la Cruz, y deja unida a la Eucaristía con el servicio, como para decirnos que para amar y servir a Dios también hay que amar y servir a los hermanos. Es, entonces, en el capítulo seis donde San Juan se dedica a hablar específicamente de la Eucaristía, y de la multiplicación de los panes nos pasa a presentar el discurso sobre el Pan de Vida.
"Todos quedaron satisfechos". Esta frase nos recuerda la antífona del salmo de hoy: "abres tu mano y colmas de bienes". "Llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron"; esto nos recuerda el episodio que nos relata la primera lectura. En él, el profeta Eliseo ordena dar de comer a cien personas con veinte panes que le ofrecen. Los sirvientes se quejan porque obviamente no alcanzan para alimentar a tantos; sin embargo, Eliseo reitera la orden confiando en la palabra de Dios que dice "comerán y sobrará". Este breve pasaje es un anticipo de lo que se cumple en plenitud en Jesús y que nos dice el salmo: "el Señor está cerca de aquellos que lo invocan".
La multitud, al ver lo sucedido se maravilla y exclama: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo"; pero también se confunde, y pretende hacer rey por la fuerza a Jesús. Ellos esperaban un Mesías político que liberara a Israel del poder opresor de Roma y solucionara todos los problemas del país, y Jesús no es eso. Aquí encontramos una clave para entender las veces que Jesús pide silencio ante un milagro. En el mundo empresarial esto es una pésima estrategia: lo lógico sería anunciar por todas partes las maravillas que Jesús hace, y así atraer más seguidores; se imaginan el impacto de este episodio relatado por más de cinco mil personas, "Jesús tiene el éxito asegurado". Sin embargo, Jesús se retira otra vez solo a la montaña. Cualquiera de nosotros hubiese sucumbido bajo la seductora sensación de tener una multitud cautiva coreando nuestro nombre, pero Jesús no: Él fue siempre fiel a la Voluntad del Padre. Se retira porque su misión no es política; Él no vino a erradicar el hambre en el mundo: ésa es tarea nuestra; Él vino a reconciliarnos con Dios y a llevarnos a la plena comunión con Él. Milagros como la multiplicación de los panes quieren ser un anticipo de lo que es la Voluntad de Dios para nuestra vida: la plena felicidad en comunión con Él y nuestros hermanos en ese Cielo y tierra nueva donde no habrá más hambre, ni llanto, ni sufrimiento, enfermedad o muerte.
En el texto de hoy aclaman a Jesús más de cinco mil personas. Quiero invitarlos a prestar atención a lo que pasa con esta gente a medida que avancemos en la lectura de este profundísimo capítulo seis de San Juan.
A este Dios que es tan bueno, que nos colma con sus bienes, le vamos a pedir tener siempre hambre del Pan de su Palabra y del Pan de la Eucaristía; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que supo estar siempre atenta a las necesidades de los demás, le vamos a pedir que nos regale su mirada para descubrir las necesidades de nuestros hermanos, y la disponibilidad de entregar lo poco que tenemos, para que el Señor siga obrando sus maravillas.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que hace maravillas con lo poco que le damos.
Para meditar el evangelio de hoy quiero invitarlos a recordar las lecturas del domingo pasado. En el evangelio contemplábamos el regreso de los discípulos luego de la misión, y cómo contaban a Jesús lo que habían hecho y anunciado. En un gesto de profunda humanidad Jesús los invitó a retirarse a un lugar desierto para descansar, por eso, subieron a un barco y se dirigieron a la otra orilla. La gente, al verlo, adivinó hacia dónde se dirigía y por tierra se les adelantó. Al desembarcar Jesús se encontró con una multitud, y lejos de ofuscarse, se sintió profundamente conmovido porque los vio como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles durante largo rato, y no sólo eso...
Aquí, sabiamente la Iglesia "abre un paréntesis" en la lectura continuada del evangelio según San Marcos, y va a leer el episodio de la multiplicación de los panes en el riquísimo capítulo seis del evangelio según San Juan, que seguiremos durante cinco domingos.
Según los evangelios sinópticos, los discípulos se preocuparon porque se hacía tarde, y pidieron a Jesús que despidiera a la gente para que fuesen a sus casas a comer; sin embargo, Jesús les dijo que les dieran ellos de comer. La respuesta de los discípulos es tan obvia como sería la nuestra: con qué le vamos a dar de comer a tanta gente. Según Felipe ni el dinero de doscientos jornales alcanzarían para que cada uno comiese aunque fuera un trozo de pan. Andrés, hermano de Pedro, presenta a un niño que tiene cinco panes y dos pescados. Imagino la inocencia con que este niño se presenta para aportar una solución. Es el único con una fe lo suficientemente fresca como para creer que Jesús puede hacer maravillas con lo poco que le damos. Andrés, representando a la razón adulta cuestiona ¿qué es eso para tanta gente?
Jesús ordena que hagan sentar a la gente, y el evangelista agrega que allí "había mucho pasto", dos datos que podrían parecernos intrascendentes, pero aquí tenemos una muestra de la brillante teología de Juan y su comunidad. Juan escribe de una manera notable. Utiliza determinadas palabras que si leemos con atención, nos vincula con otros pasajes de las Escrituras: en lenguaje informático diríamos que utiliza "hipervínculos", o en lenguaje policial, "pistas" que nos llevan a otros pasajes. Los invito a recordar el salmo del domingo pasado: "El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. El me hace descansar en verdes praderas... Tú preparas ante mí una mesa... y mi copa rebosa". Lo que quiero mostrar es cómo -"entre líneas"- Juan nos dice que Jesús es nuestro Buen Pastor que no nos deja faltar nada.
A continuación Juan describe algunas acciones de Jesús que nos conectan inmediatamente con otro momento de su vida: " tomó los panes, dio gracias y los repartió". Juan escribe a una comunidad de creyentes para que sigan creciendo en la fe, y cualquiera de ellos al escuchar estos verbos piensa en una sola cosa: la eucaristía. Al inicio del texto de hoy Juan nos dice que "se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos". Juan es el único evangelista que no relata la institución de la eucaristía en el momento de la Última Cena. En su lugar relata el lavatorio de los pies, como signo de la actitud de un Jesús que se hace servidor de todos, anticipa el "Gran Servicio" de dar su vida por nosotros en la Cruz, y deja unida a la Eucaristía con el servicio, como para decirnos que para amar y servir a Dios también hay que amar y servir a los hermanos. Es, entonces, en el capítulo seis donde San Juan se dedica a hablar específicamente de la Eucaristía, y de la multiplicación de los panes nos pasa a presentar el discurso sobre el Pan de Vida.
"Todos quedaron satisfechos". Esta frase nos recuerda la antífona del salmo de hoy: "abres tu mano y colmas de bienes". "Llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron"; esto nos recuerda el episodio que nos relata la primera lectura. En él, el profeta Eliseo ordena dar de comer a cien personas con veinte panes que le ofrecen. Los sirvientes se quejan porque obviamente no alcanzan para alimentar a tantos; sin embargo, Eliseo reitera la orden confiando en la palabra de Dios que dice "comerán y sobrará". Este breve pasaje es un anticipo de lo que se cumple en plenitud en Jesús y que nos dice el salmo: "el Señor está cerca de aquellos que lo invocan".
La multitud, al ver lo sucedido se maravilla y exclama: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo"; pero también se confunde, y pretende hacer rey por la fuerza a Jesús. Ellos esperaban un Mesías político que liberara a Israel del poder opresor de Roma y solucionara todos los problemas del país, y Jesús no es eso. Aquí encontramos una clave para entender las veces que Jesús pide silencio ante un milagro. En el mundo empresarial esto es una pésima estrategia: lo lógico sería anunciar por todas partes las maravillas que Jesús hace, y así atraer más seguidores; se imaginan el impacto de este episodio relatado por más de cinco mil personas, "Jesús tiene el éxito asegurado". Sin embargo, Jesús se retira otra vez solo a la montaña. Cualquiera de nosotros hubiese sucumbido bajo la seductora sensación de tener una multitud cautiva coreando nuestro nombre, pero Jesús no: Él fue siempre fiel a la Voluntad del Padre. Se retira porque su misión no es política; Él no vino a erradicar el hambre en el mundo: ésa es tarea nuestra; Él vino a reconciliarnos con Dios y a llevarnos a la plena comunión con Él. Milagros como la multiplicación de los panes quieren ser un anticipo de lo que es la Voluntad de Dios para nuestra vida: la plena felicidad en comunión con Él y nuestros hermanos en ese Cielo y tierra nueva donde no habrá más hambre, ni llanto, ni sufrimiento, enfermedad o muerte.
En el texto de hoy aclaman a Jesús más de cinco mil personas. Quiero invitarlos a prestar atención a lo que pasa con esta gente a medida que avancemos en la lectura de este profundísimo capítulo seis de San Juan.
A este Dios que es tan bueno, que nos colma con sus bienes, le vamos a pedir tener siempre hambre del Pan de su Palabra y del Pan de la Eucaristía; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que supo estar siempre atenta a las necesidades de los demás, le vamos a pedir que nos regale su mirada para descubrir las necesidades de nuestros hermanos, y la disponibilidad de entregar lo poco que tenemos, para que el Señor siga obrando sus maravillas.
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