1ª lectura: Primer Libro de los Reyes 19,4-8; Salmo 34(33),2-3.4-5.6-7.8-9; Efesios 4,30-32.5,1-2; Evangelio según San Juan 6,41-51.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que se nos ofrece como verdadero Pan de Vida.
Para comprender el texto del evangelio que hoy leemos es necesario, una vez más, recordar lo que hemos leído en los domingos anteriores.
Hace dos domingos contemplamos a Jesús dando de comer a cinco mil personas a partir de cinco panes y dos pescados. La gente quedó maravillada y lo aclamaba como "Aquél que debía venir", pero también se confundieron, y pretendían hacerlo rey a la fuerza. Por esto, Jesús se retira solo al monte. Sus discípulos cruzan el lago en medio de una tormenta que calma Jesús con su presencia.
El domingo pasado contemplamos cómo la gente buscó a Jesús hasta encontrarlo. Jesús los increpa diciendo que no lo buscan por los signos que realizó, sino porque les dio de comer hasta la saciedad. La gente insólitamente le pregunta cuál es el signo milagroso que hace para que crean, y Jesús les dice que Él es el Pan de Vida, el único que nos hace sentir plenos.
Al principio del capítulo seis contemplábamos, metafóricamente hablando, una escena de sol radiante: cinco mil personas aclaman a Jesús. El domingo pasado se avizoraban nubarrones en el horizonte, por el llamado de atención de Jesús y la actitud incrédula de la gente. En el texto de hoy, vemos a la gente murmurar contra Jesús, como los israelitas murmuraban en el desierto: son como los truenos que anuncian la llegada de la tormenta. Sin embargo, Jesús no se asusta ni se retracta de lo dicho para conservar la benevolencia de la gente; antes bien, profundiza subrayando su origen divino. A la expresión "Pan de Vida" le suma "es mi carne", lo que terminará por desatar la crisis, como veremos en el próximo domingo.
Jesús es el Pan de Vida, el único que nos hace plenos, el único capaz de levantar a los abatidos y de fortalecernos para el camino, como a Elías cuya experiencia leímos en la primera lectura. Es el Pan que nos regala la comunión con Dios y nuestros hermanos, pero que implica nuestra decisión, como dice San Pablo, de no "entristecer" al Espíritu Santo con nuestras actitudes; de evitar " la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad"; de ser buenos y compasivos, perdonando como Dios nos perdonó; amando como Jesús "que nos amó y se entregó por nosotros".
Jesús es el Pan que nos hace gustar cuán bueno es el Señor, como dice el salmo, y por esto nos invita a bendecirlo en todo momento, porque Él responde cuando lo invocamos, nos libra de nuestros temores y nos salva de nuestras angustias. Haciéndose Pan, Jesús viene a acampar en medio de su pueblo.
A esta Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a crecer en el amor a la Eucaristía, Pan de Vida que nos hace plenos; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, le vamos a pedir que nos proteja de todo lo que nos aparta de su Hijo, que siempre miremos al Señor, y así quedaremos resplandecientes.
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