Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 23 de agosto de 2015

Domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Josue 24,1-2a.15-17.18b; Salmo 34(33),2-3.16-17.18-19.20-21.22-23; Efesios 5,21-32;  Evangelio según San Juan 6,60-69.

Queridos/as hermano/as:

¡Qué bueno es Dios!, que es siempre fiel a su Palabra.

Este es el testimonio que encontramos en todas las lecturas de hoy: en el libro de Josué, donde encontramos que tanto Josué como el pueblo recuerdan las maravillas que Dios obró por su pueblo, aunque éste último le haya fallado tantas veces, Dios no falla. De esta fidelidad nos habla también el salmo, que nos invita a gustar y ver qué bueno es Dios con aquellos que lo invocan, en especial con los humildes. También el fragmento de la carta a los efesios nos habla del amor fiel de Cristo por su Iglesia, del cual los esposos deben dar testimonio en sus propias vidas. Del mismo modo, el fragmento del evangelio que leemos hoy habla de la fidelidad de Jesús a la Verdad y al Proyecto del Padre hasta las últimas consecuencias, aunque le cueste perder la popularidad.

De esta manera concluimos el itinerario que recorrimos a través del capítulo seis del Evangelio de San Juan. Hace cinco domingos (contando éste) contemplamos a Jesús dando de comer a cinco mil personas a partir de cinco panes y dos pescados. Utilizando la metáfora del tiempo, dijimos que ese día fue un día de sol, con un Jesús radiante, aclamado por esa multitud que quería hacerlo rey a la fuerza, y por eso, Jesús se retira solo a rezar, porque su misión no es ser el mesías político de Israel, sino quien nos reconcilie con Dios. El domingo siguiente se avizoraban nubarrones, ya que, luego que la gente busca y encuentra a Jesús, recibe de Él una corrección: "ustedes no me buscan por los signos que hice, sino porque comieron hasta saciarse; preocúpense por buscar el Pan que da Vida". Así se genera una discusión, donde la gente le pide signos para creer, hablan del Maná que Moisés dio al pueblo, suscitando que Jesús exprese que es el Pan Vivo bajado del Cielo. El tercer domingo se escucharon truenos que anunciaban la llegada de la tormenta, en la murmuración de la multitud, que nos hizo recordar la murmuración de Israel en el desierto. Se preguntaban cómo Jesús podía afirmar ser el Pan bajado del Cielo, siendo hijo de José, el carpintero a quien todos conocían. La respuesta de Jesús profundiza la crisis cuando dice que el Pan que da es su propia carne. El domingo pasado vimos la respuesta de los judíos que se cuestionaban cómo Jesús podía darles a comer su carne. La tormenta se desata por completo cuando Jesús les dice que para alcanzar la vida eterna es necesario comer su carne y beber su sangre.

Hoy algunos discípulos le dicen "¡son muy duras estas palabras!, ¿quién las puede aceptar?" Es que mientras Jesús hablaba del pan, no había mayor problema, pero cuando habla de comer su carne utiliza expresiones muy explícitas, que hieren la sensibilidad de los judíos que lo escuchan. Jesús incrementa el escándalo cuando habla de su regreso al Padre, y del hecho de que si ellos no creen, es porque el Padre no se los ha concedido. Y desde este momento, muchos de sus discípulos se dan vuelta y dejan de seguir a Jesús. Sin embargo, Él permanece fiel a la verdad, y no se vende por mantener la popularidad y retener así a los cinco mil. Como quien hace "control de daños" luego del temporal, Jesús pregunta a los doce si ellos también desean abandonarlo. Pedro, como portavoz del resto, le responde: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios", siendo en ese momento, como el "resto fiel" que onfía y espera en el verdadero Dios.

Comenzamos el capítulo seis viendo a Jesús rodeado de cinco mil personas. Lo finalizamos contemplándolo solo con los Doce, que ni siquiera son doce, porque uno de ellos lo traicionará. Pero Jesús seguirá permaneciendo fiel hasta el final. Aunque nosotros también le fallemos, Él nunca nos fallará.

A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a crecer en el amor a la Eucaristía, Único Pan de Vida que nos hace plenos; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que nos proteja para elegir siempre a su Hijo, el Único que tiene palabras de vida eterna, el Único que puede hacernos plenamente felices.

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