1ª lectura: Ezequiel 2,2-5; Salmo 123(122),1-2a.2bcd.3-4; Carta II de San Pablo a los Corintios 12,7-10; Evangelio según San Marcos 6,1-6.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que muestra de manera perfecta su fuerza en nuestra debilidad. Este es el gran mensaje que nos deja San Pablo en el fragmento de la carta que leemos hoy y retomaremos más adelante.
El mismo Pablo nos habla de la inmensa generosidad de Jesús, que siendo rico, se hizo pobre por amor a nosotros para enriquecernos con su pobreza. Él, que es la sabiduría en persona, aceptó la dura realidad de no ser aceptado ni creído por sus propios parientes y vecinos, porque "nadie es profeta en su tierra". Esto se debe al admirable misterio de la Encarnación: Jesús fue realmente igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Durante treinta años fue un galileo como cualquier otro, y por eso escandaliza verlo hablar y obrar con tanta autoridad. Lamentablemente, como tantas veces, pesa más el prejuicio que la realidad. Jesús se asombra de su falta de fe, la cual impide que haga más milagros que sanar a unos pocos enfermos. De esta manera se cumple en Jesús la profecía de Ezequiel: "yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que yo te envío, para que les digas: "Así habla el Señor ". Y sea que escuchen o se nieguen a hacerlo -porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos".
Sin embargo, a pesar del rechazo, Jesús sigue adelante en la fidelidad a su misión, porque Él nos ama y acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes. Esto lo comprendió perfectamente San Pablo, cuyo encuentro con Jesús lo convirtió de feroz perseguidor de la Iglesia en el Apóstol de las naciones, de alguien que "respiraba amenazas de muerte contra los cristianos", en alguien capaz de sufrir todo tipo de adversidades por Jesús y su evangelio. Como perseguidor había experimentado la seductora influencia del poder, y una cierte sensación de omnipotencia. Como cristiano llega a tomar conciencia de su profunda debilidad. Esto lo angustia, y pide al Señor que lo libre de ella, pero el Señor le respondió: "Te basta mi gracia, que mi fuerza se muestra perfecta en tu debilidad". Así lo ha hecho a lo largo de toda la historia. Dios siempre manifestó su poder en lo sencillo, humilde, pobre y débil. Por esto, San Pablo continúa diciendo: "me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte", con la conciencia de que "todo lo puedo en Aquel que me fortalece".
A este Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a tomar conciencia de su fuerza que actúa en nuestra debilidad; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que tengamos un corazón dócil a las palabras de Jesús, para que, a diferencia de los galileos, escuchemos su voz y de esta manera pueda obrar maravillas en nosotros.
Sin embargo, a pesar del rechazo, Jesús sigue adelante en la fidelidad a su misión, porque Él nos ama y acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes. Esto lo comprendió perfectamente San Pablo, cuyo encuentro con Jesús lo convirtió de feroz perseguidor de la Iglesia en el Apóstol de las naciones, de alguien que "respiraba amenazas de muerte contra los cristianos", en alguien capaz de sufrir todo tipo de adversidades por Jesús y su evangelio. Como perseguidor había experimentado la seductora influencia del poder, y una cierte sensación de omnipotencia. Como cristiano llega a tomar conciencia de su profunda debilidad. Esto lo angustia, y pide al Señor que lo libre de ella, pero el Señor le respondió: "Te basta mi gracia, que mi fuerza se muestra perfecta en tu debilidad". Así lo ha hecho a lo largo de toda la historia. Dios siempre manifestó su poder en lo sencillo, humilde, pobre y débil. Por esto, San Pablo continúa diciendo: "me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte", con la conciencia de que "todo lo puedo en Aquel que me fortalece".
A este Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a tomar conciencia de su fuerza que actúa en nuestra debilidad; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que tengamos un corazón dócil a las palabras de Jesús, para que, a diferencia de los galileos, escuchemos su voz y de esta manera pueda obrar maravillas en nosotros.
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