Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 19 de julio de 2015

Domingo XVI del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Jeremías 23,1-6; Salmo 23(22),1-3a.3b-4.5.6; 2ª lectura: Efesios 2,13-18; Evangelio según San Marcos 6,30-34.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y cuida como el Buen Pastor a sus ovejas.

Obra del P. Ricardo Ramos
En el texto del evangelio que meditamos hoy, contemplamos el regreso de los discípulos de la misión. Un detalle hermoso de Jesús: los invita a retirarse, a estar solos para descansar. Él mismo experimentó el cansancio, y conocía la necesidad de descansar antes de seguir adelante. El texto nos presenta dos datos muy ilustrativos: "no tenían tiempo ni para comer" "de tanta gente que iba y venía". Que alguien diga hoy que no tiene tiempo ni para comer es algo común porque vivimos corriendo de una lado a otro inmersos en múltiples actividades; pero que se diga esto del siglo I no es nada común, ya que, la gente vivía según el ritmo de la naturaleza, no había prisas, cada cosa tenía su tiempo como nos dice el Eclesiastés. El evangelista nos presenta el por qué de su falta de tiempo: "de tanta gente que iba y venía", pidiendo a Jesús una palabra, una sanación, además de las constantes inquisiciones de los fariseos. Es muy comprensible que tanto Jesús como los discípulos estuviesen cansados.

Jesús invita a los discípulos a retirarse, navegando hacia el otro extremo del lago, pero la gente, al verlos, adivinan su destino, y por tierra se les adelantan. Cuando desembarcan, una multitud los está esperando.

Cualquiera de nosotros, si estamos cansados, optamos por retirarnos para descansar, y encontramos una multitud que nos espera con nuevas demandas seguramente reaccionaría con irritación: ¡será posible que esta gente no me deje un minuto para descansar! No fue ésta la actitud de Jesús: Él contempló la multitud y sintió compasión "porque eran como ovejas sin pastor", es decir, los vio desconcertados, sin rumbo, necesitados sobre todo de sentido para sus vidas. Es que la profecía de Jeremías era una triste realidad: Dios confió su pueblo a pastores (gobernantes, autoridades religiosas, etc.) que lo dispersaron, expulsaron y perdieron. Los maestros de la ley y la clase religiosa judía habían convertido su religión en una práctica solo para un grupo selecto -los "ritualmente puros"- dejando de lado a la mayor parte del pueblo, los enfermos, los pobres, los "pecadores públicos", y todos aquellos que no pertenecían al pueblo elegido de Israel. Sin embargo, no todo es tristeza en esa profecía, ya que, el Señor anuncia que Él mismo apacentará a su pueblo, reunirá a las ovejas dispersas y perdidas, y las hará fecundas, suscitando un Buen Pastor, un Rey Justo de la estirpe de David que con sus palabras y obras demostrará que "El Señor es nuestra justicia".

Jesús contempló la multitud y sintió compasión "porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato". Éste último no es un detalle menor. Cualquiera de nosotros hubiese dirigido un breve discurso para dejar contenta a la gente, pero no fue ésa la actitud de Jesús: les enseñó largo rato y después, como meditaremos el próximo domingo, al verlos con hambre obró la multiplicación de los panes. De esta manera vemos cómo en Jesús también se cumplen las palabras del salmo. Jesús es nuestro Buen Pastor que: no nos deja faltar nada; nos hace descansar en verdes praderas; nos conduce a las aguas tranquilas; repara nuestras fuerzas; nos guía por el recto sendero; aunque crucemos por oscuras quebradas, no deberemos temer ningún mal, porque su bondad y su gracia nos acompañan a lo largo de la vida.

Muchas veces también nosotros nos sentimos como ovejas sin pastor. Muchas veces sentimos perder el rumbo y necesitamos Alguien que nos guíe. Estas palabras que describen a Jesús como Buen Pastor también valen para nosotros, porque Él nos ama y cuida como sus "ovejas" predilectas.

A este Dios tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a seguir solo su voz, porque muchos malos pastores buscan dispersarnos y alejarnos de Él; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, la primera misionera, que nos ayude a ser nosotros misioneros de Jesús Buen Pastor, que llevemos su mensaje de amor a tantos hermanos que no lo conocen o están alejados, para que podamos cumplir las palabras del salmo: que habitemos juntos en la casa del Señor, ese lugar donde no habrá más llanto, ni dolor, ni enfermedad, ni muerte; ese lugar donde seremos plenamente felices en comunión con Dios y nuestros hermanos. 

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