1ª lectura: Isaías 55,1-3; Salmo 145(144),8-9.15-16.17-18; 2ª lectura: Romanos 8,35.37-39; Evangelio según San Mateo 14,13-21.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que con lo poco que le damos hace grandes maravillas; que con nuestros pocos panes y peces es capaz de saciar a una multitud.
El evangelio que hoy meditamos está lleno de perlas preciosas que vamos a intentar extraer.
Poco antes de este episodio, Herodes había asesinado al primo de Jesús, San Juan Bautista. Éste estaba preso por denunciar la corrupción y el pecado del jerarca. Herodes estaba en una fiesta; su hija bailó de tal manera que dejó fascinado a su padre, que prometió darle lo que le pidiese. La mujer de Herodes convenció a su hija de pedir la cabeza del Bautista en una bandeja, y así, el Precursor del Señor, el nexo entre el Antiguo y Nuevo Testamento, encuentra una muerte que no hace no hace justicia a quien fue.
Jesús debió sentir una mezcla de dolor por la muerte de Juan, y de indignación por cómo se dio esa muerte. Quiso retirarse para poner en manos del Padre todos estos sentimientos, pero la gente no lo dejó, y en un enorme gesto de amor y generosidad, Jesús deja de lado su necesidad de silencio por atender a la gente, porque, como dice San Juan Evangelista, los vio como ovejas sin pastor, y sintió compasión.
Jesús sana, predica, ama. Pero se hace tarde, y esto en el tiempo de Jesús, era un problema importante. Los discípulos buscan desentenderse de las consecuencias del atardecer, y por eso buscan hacer que Jesús despida a la gente, para que cada uno "se arregle como pueda". Jesús no sólo no está de acuerdo con esta actitud, sino que, además, les pide "denles ustedes de comer". "No podemos, son muchos; tenemos insuficiente; sólo tenemos esto", y tantas otras excusas que podríamos seguir diciendo. Jesús toma lo poco que le damos, lo bendice y hace maravillas, saciando el hambre de la multitud.
Jesús nos sana, nos alimenta, nos hace sentir plenos.
Ya lo decía el salmo: "abres la mano, Señor, y nos colmas de favores", porque Dios es:
- compasivo y misericordioso;
- lento para enojarse;
- generoso para perdonar;
- bueno con todos;
- extiende su amor a todas las creaturas;
- nos alimenta de sus manos generosas;
- siempre es justo;
- todas las obras están llenas de su amor;
- no está lejos, sino, cerca del que lo busca e invoca.
Por eso, Isaías también nos invita a nosotros, sedientos y pobres a acudir al Señor, y no gastar dinero ni energías en cosas que no nos hacen plenos. Y como es tan bueno, se nos regala como alimento.
Por esto, San Pablo, en esta hermosa lectura nos dice que nada nos separará del amor de Dios que se nos manifestó en Jesús. Somos nosotros los que podemos rechazar este amor, pero nada hará que el amor de Dios se aparte de nosotros.
A este Dios que es tan bueno, y nos ama tanto, vamos a pedirle que nos ayude a seguir tomando conciencia de cuánto nos ama, y de las maravillas que hace en nosotros. Y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que como nadie supo entregar su pequeñez para convertirse en la mayor de las mujeres, que nos ayude a entregar lo poco que tenemos, para que Él siga haciendo maravillas, y siga saciando a la multitud.
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