Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 19 de julio de 2014

Domingo XVI del Tiempo Ordinario Ciclo A.

1ª lectura: Sabiduría 12,13.16-19; Salmo 86(85),5-6.9-10.15-16ª; Romanos 8,26-27; Evangelio según San Mateo 13,24-43. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que cuida de todos, que es compasivo y misericordioso.

Si bien la explicación que Jesús hace de la parábola del trigo y la cizaña es clara, al igual que el domingo pasado, creo que es bueno profundizar sobre algunos aspectos para evitar confusiones. 
La parábola nos presenta al dueño de un campo que siembre trigo, pero junto con él crece cizaña sembrada por el adversario. 
La explicación de Jesús utiliza los esquemas que comprendían los judíos de su tiempo, que creo deben ser actualizados para comprender el mensaje de la parábola. Las personas que rodeaban a Jesús en aquél tiempo pensaban en categorías del tipo blanco/negro, bueno/malo, está conmigo o contra mí. Por eso, nuestra primera reacción es pensar, los buenos son como el trigo / los malos son como la cizaña. ¿Dónde entramos nosotros? Y claro, en el trigo. Yo diría: ¡ojalá!, ojalá fuésemos siempre como el trigo, pero la verdad es que muchas veces nos parecemos más a la cizaña. Creo que las dos únicas personas que son trigo puro son Jesús y María, el resto, a veces somos como la cizaña. También debo decir que salvo “el adversario”, es difícil encontrar personas que sean sólo cizaña. Muchas veces las personas menos amables son en el fondo personas profundamente heridas, que muchas veces no se comportan libremente, y que no saben vivir sin compartir su herida dañando a otros. Por todo esto, esta parábola viene a decirnos: “no juzgues, y no serás juzgado”, “con la misma medida en que juzgues a los demás, serás juzgado”; sólo a Dios le está reservado el juicio, porque Él nos conoce en profundidad, y espera hasta el último momento por nuestra conversión; por eso, “no cortes la cizaña…”, no juzgues, eso le está reservado a Dios. 
Pero frente a nuestra propia cizaña, como dice el salmista, Dios es bondadoso, compasivo, indulgente, rico en misericordia, lento para enojarse, rico en amor y fidelidad. Obviamente, Él espera que seamos cada vez mejores personas, pero nos acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes. Como dice el libro de la Sabiduría, Él cuida de todos, juzga con serenidad, nos gobierna con gran indulgencia, y siempre da lugar al arrepentimiento. Por esto, como dice el salmista, nos postramos para glorificarlo, porque es el único que obra estas maravillas en nosotros.
Ser como el trigo, según nuestra debilidad no es fácil, ya lo sabemos. Por eso, San Pablo viene hoy a darnos ánimo, diciéndonos que el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, y ora en nuestro interior con gemidos inefables, que sólo Dios entiende; Él sondea nuestros corazones y pide por nuestras necesidades más hondas. Él nos ayuda a ser cada día mejores discípulos de Jesús, de manera que podamos ser para nuestros hermanos dignos testimonios de su presencia, y así nos convertimos como la levadura en la masa, y a través de nosotros nuestros hermanos se encuentran de alguna manera con Jesús. 
No debemos temer que somos pocos. Dios siempre actúa en lo sencillo, en lo débil, en lo pobre. Él hace que un granito de mostaza se convierta en la más grande de las plantas del huerto. No importa que seamos pocos… pero sí importa que los pocos seamos fermento, mostremos con nuestra vida que seguir a Jesús llena de sentido nuestra vida, y que sólo Él nos puede hacer plenamente felices.
A este Dios tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a seguir tomando conciencia de su amor y misericordia; y a María, Madre del Amor, que nos ayude a abrir nuestro corazón a la acción de Espíritu, para que podamos ser dignos testigos de este mismo Amor.

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