1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 15,1-6; Salmo 122(121),1-2.3-4ab.4cd-5; Evangelio según San Juan 15,1-8.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, y nos acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes, y porque nos ama elige permanecer con nosotros.
Este verbo, permanecer, es el favorito en la Biblia para hablar de Dios, es el verbo que mejor lo describe. Dios es el que permanece: porque es eterno, porque existió, existe y existirá siempre; también porque es el Fiel por excelencia: permanece junto a nosotros, a pesar de nuestro pecado, nuestras infidelidades, nuestras traiciones, etc. Como dice el Señor en la profecía de Isaías: “aunque la madre se olvide de sus hijos, yo no me olvidaré de ti” (Is 49,15). Él no nos abandona. Somos nosotros lo que muchas veces nos alejamos de Él, y por eso experimentamos su lejanía.
Por esto Jesús nos propone, en el ejemplo de la vid, permanecer unidos a Él como las ramas al tronco, para recibir de Él la Gracia para tener una vida plena. Sólo unidos a Él podemos dar los frutos que Dios espera. No es al revés. No es que hay que hacer cosas que nos hagan merecer estar unidos a Jesús, sino que, hay que permanecer unidos a Jesús para que lo que hagamos sea de acuerdo a su Voluntad, para que lo que hagamos dé frutos de amor.
Esto no era entendido por algunos de los primeros discípulos, como leímos en la lectura de Hechos. Algunos de ellos pensaban que era necesario cumplir la ley de la circuncisión para “ganar el derecho” de ser discípulos, como para “ganar” la adhesión a Jesús. Pero pronto los Apóstoles, reunidos en Jerusalén, comprendieron que la fe es un don gratuito de Dios, y que no era necesaria la circuncisión para recibir tal regalo. Fue necesario realizar una “poda” en la fe de los primeros cristianos, para retirar los resabios del legalismo, y ganar en gratuidad.
Aún hoy nuestra fe necesita una poda de vez en cuando. Muchas veces empezamos a acomodar a Dios, al Evangelio, a las enseñanzas de su Iglesia de acuerdo a nuestras ideas. De vez en cuando es bueno que nuestras ideas entren en crisis y volvamos a la fuente, a la fe verdadera que nos trasmite Jesús en el Evangelio a través de su Iglesia.
Sólo manteniéndonos unidos al tronco, que es Jesús, podremos recibir la savia, su Gracia, que nos permita tener una vida plena, y producir frutos de amor agradables al Padre.
A Él le pedimos que nos regale seguir creciendo en la fe; y a María, nuestra Madre, que nos ayude a permanecer unidos a su Hijo, como los sarmientos a la vid.
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