Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

lunes, 19 de mayo de 2014

Lunes V semana de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 14,5-18; Salmo 115(113B),1-2.3-4.15-16; Evangelio según San Juan 14,21-26.  

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama tanto, y eligió habitar entre nosotros.
Es esto lo que Jesús explica a sus discípulos. Quien ama a Dios y observa sus mandamientos -y recordemos que para Jesús el mandamiento más importante es el del amor, el de amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos- recibe la visita de Dios, quien además se queda a habitar en el corazón del creyente.

¡Qué bueno es Dios!, entonces, que aceptándonos tal como somos, con nuestros defectos y virtudes viene a habitar con nosotros. Aunque muchas veces nos sintamos lejos de Dios, no es Él el que se aleja: experimentamos la lejanía, o por el pecado que daña nuestra relación con Él y nuestros hermanos, o porque nos falta crecer en fe y confianza en Él, o porque el mal espíritu busca alejarnos de Dios. Pero lo verdadero es que Dios habita en medio de su pueblo y no nos abandona nunca. Y si alguien preguntara como le preguntaban al salmista, “¿dónde está tu Dios?”, la respuesta es “mira la Cruz”, Él eligió estar a nuestro lado, se hizo solidario con nuestros dolores y heridas, y amándonos hasta la muerte y muerte de Cruz, nos reconcilió con Dios. Y esta verdad es tan real, tan definitiva, que debe ser motivo de esperanza para todos: aunque por momentos veamos todo oscuro, aunque por momentos el sufrimiento nos doblegue, aunque parezca que el mal triunfa, es el Amor en Cruz madurado el que tiene la última palabra. La Resurrección de Jesús es el gran sello de esta Buena Noticia de esperanza. Al final, es el bien el que triunfa.

Sabemos que permanecer en su amor no es fácil. Sabemos cuán difícil se hace amar a nuestros hermanos; cuán difícil se hace aceptar las diferencias, cuán difícil es amar como Él amó. Pero también sabemos que no estamos solos. Dios nos envió su Espíritu Santo, para ayudarnos en nuestra misión, para comprender la profundidad del amor de Dios y seguir creciendo en la fe. Este mismo Espíritu Santo es el que permitió que Pablo y Bernabé hicieran milagros como hacía Jesús, y al mismo tiempo, los protegió de no confundirse con el aplauso de la gente y de creer que lo que producían era por su carisma personal.

A este Dios que es tan bueno con nosotros le vamos a pedir que nos ayude a ser cada vez más conscientes de su amor. Y a María, nuestra Madre, que nos ayude a amar a los demás al estilo de su Hijo.


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