1ª
lectura: Hechos de los Apóstoles 15,7-21; Salmo 96(95) 1-2a.2b-3.10; Evangelio según San Juan 15,9-11.
Queridos/as
hermanos/as:
¡Qué
bueno es Dios!, que nos ama tanto, y quiere que seamos plenamente felices.
Hoy
Jesús nos manifiesta cuánto nos ama, con el mismo Amor con que Padre e Hijo se
aman, en el Espíritu Santo. Somos amados como Dios Padre ama a su Hijo, y como
el Hijo ama al Padre; este amor no es otro que el mismo Espíritu Santo. Con
este mismo Amor somos amados. Esta es nuestra más verdadera identidad, la de
seres profundamente amados por Dios. Si fuésemos realmente conscientes de lo
que esto significa, toda nuestra vida
cobraría un nuevo sentido, y todas nuestras heridas afectivas se verían
sanadas.
Pero
en lo cotidiano muchas situaciones nos llevan a pensar lo contrario: que somos
un “accidente de la vida”; que somos inservibles; que no valemos; nos sentimos
despreciados, rechazados, en definitiva, poco amados. Esto nos lleva a
sentirnos angustiados, solos, y a enfermarnos de depresión. Finalmente, el no
sentirnos amados nos lleva a preguntarnos qué sentido tiene existir. Jesús es
el único que puede sanarnos definitivamente, si nos hacemos conscientes de su
amor, si descubrimos esta verdad: somos profundamente amados. Pero el mensaje
de Jesús no es un mensaje de autoayuda, donde lo que importa es la sanación
personal, sino que, como el amor sano solo sabe vivir comunicándose, el
sabernos amados nos debe llevar a amar más y mejor a nuestros hermanos. Sabemos
lo difícil que puede resultar practicar esto con algunas personas, pero se hace
posible si permanecemos en el Amor de Jesús, y nos alimentamos de Él. Sólo
amando como Jesús ama vamos a alcanzar la más completa felicidad a la que todos
estamos llamados.
A
este Dios que es tan bueno vamos a pedirle que nos ayude a tomar cada vez más
consciencia de su amor y a María, nuestra Madre, que nos ayude a permanecer en
el amor de su Hijo y amar como Él ama.
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