Primera Lectura: Malaquías 3,1-4; Salmo Responsorial: 23; Segunda Lectura: Hebreos 2,14-18; Evangelio: Lucas 2,22-40.
Queridos hermanos, queridas hermanas:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús vino a iluminar nuestras oscuridades.
¡Qué bueno es Dios! que, como dice la Carta a los Hebreos, en Jesús, se hizo uno de nosotros semejante en todo, menos en el pecado, y sanó las heridas provocadas por el pecado original. Siendo uno de nosotros, experimentó nuestros dolores y sufrimientos, se hizo solidario con nosotros. Por esto, cuando pasemos por momentos de dificultad y nos preguntemos ¿dónde está Dios?, miremos la Cruz, y recordemos que Él está sufriendo con nosotros; que nuestras heridas y dolores son los suyos; y que Él se pone de nuestro lado y entiende nuestros sentimientos. Pero recordemos también que Él resucitó; sus heridas fueron sanadas aunque permanecen como estigmas; y que, entonces, Él puede sanar nuestras heridas.
Por esto, se entiende la inmensa alegría de Simeón y Ana, dos personas que esperaban el cumplimiento de la Promesa hecha a los primeros seres humanos: la Promesa de la llegada del Salvador.
Sin embargo, no todo es alegría para María. El Salvador tendrá que enfrentar el misterio de la libertad humana, tendrá que enfrentar el absurdo de ser incomprendido, rechazado, acusado, torturado y ejecutado por amar como Dios ama. Esto será como un espada que atravesará el corazón de María. Por este motivo, es bueno destacar, una vez más, la actitud de fe de María: cómo ella fue siempre fiel a la Promesa y al anuncio del Ángel; cómo estuvo siempre al lado de Jesús, aún cuando por momentos no entendía el transcurrir de su vida; cómo, a pesar de todo lo que vivió y sufrió viendo a su Hijo en la Cruz, se mantuvo firme en la fe, y sostuvo a los discípulos unidos en oración; cómo, después de la Resurrección, reunió a aquella comunidad a la espera del Espíritu Santo.
Por todo esto, vamos a dar gracias a Dios por ser tan bueno, y vamos a pedirle que nos ayude a amarlo más y a confiar más en Él. Y a María, Maestra de la Fe, vamos a pedirle que nos ayude a tener una fe como la suya, que no se debilite en las dificultades, sino que se mantenga firme, confiando en Aquél que es la Luz de nuestras vidas.
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