1ª lectura: Génesis 2,7-9.3,1-7; Salmo: 51(50),3-4.5-6a.12-13.14.17; 2ª lectura: Carta de San Pablo a los Romanos 5,12-19; Evangelio según San Mateo 4,1-11.
Queridos hermanos, queridas hermanas:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús se hizo uno de nosotros, igual a nosotros en todo, menos en el pecado; y siendo fiel al Proyecto de Amor del Padre por nosotros hasta la muerte, y muerte de Cruz, nos reconcilió con Dios; nos salvó. ¿De qué? Veamos…
La primera lectura nos muestra cómo fuimos creados por amor para ser felices en comunión con Dios y con los hermanos. Pero los primeros seres humanos, aún cuando tenían todo lo que podían soñar, se sintieron tentados por el mal espíritu y decidieron “sacar a Dios” del medio y armar su propio proyecto sin Dios. El relato posterior del Génesis nos muestra magistralmente las consecuencias de este hecho que conocemos con el nombre de pecado original: la ruptura de todas las relaciones, de la relación con Dios, con los demás, con la Creación y consigo mismos. Pero inmediatamente, Dios promete la llegada de un Salvador que reconciliará todas las cosas con Dios.
Esta promesa hecha desde antiguo se cumplió cuando, en una muestra del amor tan grande que Dios nos tiene, en Jesús se encarnó haciéndose uno de nosotros, como ya dije, igual en todo, menos en el pecado. Al hacerse uno de nosotros sintió y vivió todo lo que nosotros vivimos, también la tentación.

Este evangelio nos deja muchas enseñanzas: entre ellas, que si Jesús venció las tentaciones siendo uno de nosotros, es decir, sin actuar con el poder de Dios, entonces nosotros también podremos vencerlas, para lo cual necesitamos: por un lado, buscar siempre la Voluntad de Dios, y por otro, pedirle ayuda. Y si caemos en la tentación, Él siempre está esperando, para perdonarnos y ayudarnos a levantar, una y otra vez.
Por esto, San Pablo nos recuerda que, si por un hombre entró el pecado y la muerte, si por un hombre quedamos heridos en nuestras relaciones con Dios, con los demás, con nosotros mismos, con la Creación, por la fidelidad y el amor de otro hombre, Jesús, fuimos sanados, reconciliados y salvados.
¿Cómo no dar gracias a Dios por amarnos tanto? ¿Cómo no vamos a anunciar esto a tantos hermanos que lo necesitan? ¿Cómo no convertirnos en misioneros de su amor?
Pidámosle a Dios, que nos dé fuerza para elegir su Voluntad y así vencer las tentaciones, y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que podamos tener fe y confianza en su Hijo que nos sana y salva.
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