Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

lunes, 3 de marzo de 2014

Domingo VIII del Tiempo Ordinario

1ª: Isaías 49,14-15. Salmo 62(61),2-3.6-7.8-9. 2ª: Carta I de San Pablo a los Corintios 4,1-5. Evangelio según San Mateo 6,24-34.

Queridos hermanos, queridas hermanas:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama mucho y nunca nos abandona. 

Es esto, lo que nos dice la hermosa profecía de Isaías. 
Cuántas veces, cuando nos sentimos agobiados por los problemas, llegamos a decir “Dios me abandonó”. Isaías nos recuerda: ¿Puede olvidarse una madre de su hijo? Pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré de ti”. Es ésta una hermosa imagen, para entender con cuánta ternura nos ama Dios, y además, que aunque a veces creamos lo contrario, Él nunca nos abandona. 

Él es el Fiel por excelencia. Por eso, el salmista puede decir: “Sólo en Dios descansa mi alma… Él es mi fortaleza, no he de vacilar”. Porque como Él nos acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes, promete estar a nuestro lado siempre. Aunque intentemos alejarnos de Él, Él no se alejará de nosotros, Él permanece fiel. Por eso, Jesús, en el Evangelio que acabamos de escuchar, nos invita a confiar en Él, porque Él sabe mejor que nosotros lo que necesitamos, y Él procura nuestro bien. Pero debemos aclarar que Jesús no nos está llamando al “quietismo”, a no hacer nada, porque “Dios proveerá”, no es éste el sentido de su enseñanza. Él pretende que pongamos cada cosa en su justo lugar, “No se puede servir a Dios, y al dinero”, primero está el Reino de Dios y su justicia, lo demás viene por añadidura; porque este Reino de Dios, es ese proyecto de amor del Padre donde todos estamos llamados a ser felices en comunión con Él y los hermanos; esto es lo primero. Pero, tantas veces ponemos tantas cosas a las que dedicamos tanta o más atención que a Dios. Entonces entramos en un espiral de preocupaciones, nos agobiamos cada vez más, perdemos el rumbo, hasta que llegamos a decir “Dios me abandonó”. Pero fuimos nosotros quien le quitamos su lugar en nuestra vida, pero Él nos dice “Yo no me olvidaré de Ti” y en otro lugar de la profecía de Isaías, “tú eres valioso ante mis ojos”.
Por todo esto, el salmista nos da la imagen de la fortaleza, de la roca, del salvador, del refugio.
Tenemos el privilegio de tener la fortaleza del Cerro a pocas cuadras. Hace muchos años, ella era imagen de protección de la ciudad, bastaba mirar la fortaleza para sentirse protegidos. Nuestra Fortaleza es Jesucristo, Él es el que nos protege de verdad, en Él podemos poner toda nuestra esperanza, Él nos da seguridad, porque él es Fiel, y nunca nos falla. Por eso el salmista nos llama a abrirle el corazón a Dios, y encontrar en Él nuestro refugio. Pero este es un regalo demasiado grande como para vivirlo de forma individualista. Como dice San Pablo, somos ministros/servidores de los misterios de Dios; estamos llamados a mostrar a los demás cuán bueno es Dios, y por eso, a llamar a confiar más en Él.


Pidamos al Señor que nos ayude a ser más conscientes de su amor, y a María, Madre de nuestra Fortaleza, que nos ayude a confiar en Dios como ella lo hizo. 

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