1ª lectura: Deuteronomio 4,1-2.6-8; Salmo 15(14),2-3.4.5; 2ª lectura: Epístola de Santiago 1,17-18.21b-22.27; Evangelio según San Marcos 7,1-8.14-15.21-23.
¡Qué bueno es Dios! que, en Jesús, nos enseña a ser auténticos y coherentes de palabra y obra.
Luego del hermoso recorrido que hicimos por el capítulo seis del Evangelio de San Juan, hoy volvemos a Marcos, y nos encontramos una vez más a los fariseos y escribas importunando a Jesús. ¿Cuál es la razón? Los discípulos no cumplen con los ritos de purificación. Es bueno distinguir que no se trata aquí de temas de higiene, sino de pureza ritual, lo que desencadena la corrección de Jesús y el llamado de atención sobre lo que hace impuro al hombre, que es lo que sale de él.
Varias veces Jesús corrige a los fariseos y maestros de la ley, por atar pesadas cargas al pueblo, y no ser capaces de empujarlas con un dedo. De la ley de Moisés habían hecho derivar más de seiscientos preceptos, convirtiendo a la ley de un instrumento a un obstáculo para la relación con Dios. De esta manera violaron el mandato de Moisés que leímos en el libro del Deuteronomio: "No añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno". Son los malos pastores que la profecía denuncia por haber dispersado al rebaño, porque dejaron fuera de la relación con Dios a los pobres, los enfermos, los extranjeros, los marginados de la época. Y es más duro aún. En el evangelio de Mateo, Jesús los llama "sepulcros blanqueados", impecables por fuera pero llenos de podredumbre por dentro. Se presentan frente al pueblo como los "perfectos", pero en realidad no viven de acuerdo a lo que predicaban. Representan lo que Jesús recuerda de la profecía de Isaías: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos".
Jesús, en cambio, le enseña al pueblo, y a nosotros, a ser coherentes y a cuidar el corazón, o mejor dicho nuestra espiritualidad. Debemos estar vigilantes para mantener limpio el corazón, y no lo vamos a hacer mediante ritos externos, sino mediante la oración, la escucha de la Palabra, la participación en los sacramentos, el compartir nuestra fe en comunidad. De esta manera podremos, como dice el salmo, habitar la casa del Señor, habitar en su amor, que es el único que nos puede hacer plenamente felices.
A Dios le vamos a pedir que nos regale la gracia para ser coherentes como Jesús; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que proteja nuestro corazón de todo aquello que nos aleja de Dios.
Luego del hermoso recorrido que hicimos por el capítulo seis del Evangelio de San Juan, hoy volvemos a Marcos, y nos encontramos una vez más a los fariseos y escribas importunando a Jesús. ¿Cuál es la razón? Los discípulos no cumplen con los ritos de purificación. Es bueno distinguir que no se trata aquí de temas de higiene, sino de pureza ritual, lo que desencadena la corrección de Jesús y el llamado de atención sobre lo que hace impuro al hombre, que es lo que sale de él.
Varias veces Jesús corrige a los fariseos y maestros de la ley, por atar pesadas cargas al pueblo, y no ser capaces de empujarlas con un dedo. De la ley de Moisés habían hecho derivar más de seiscientos preceptos, convirtiendo a la ley de un instrumento a un obstáculo para la relación con Dios. De esta manera violaron el mandato de Moisés que leímos en el libro del Deuteronomio: "No añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno". Son los malos pastores que la profecía denuncia por haber dispersado al rebaño, porque dejaron fuera de la relación con Dios a los pobres, los enfermos, los extranjeros, los marginados de la época. Y es más duro aún. En el evangelio de Mateo, Jesús los llama "sepulcros blanqueados", impecables por fuera pero llenos de podredumbre por dentro. Se presentan frente al pueblo como los "perfectos", pero en realidad no viven de acuerdo a lo que predicaban. Representan lo que Jesús recuerda de la profecía de Isaías: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos".
Jesús, en cambio, le enseña al pueblo, y a nosotros, a ser coherentes y a cuidar el corazón, o mejor dicho nuestra espiritualidad. Debemos estar vigilantes para mantener limpio el corazón, y no lo vamos a hacer mediante ritos externos, sino mediante la oración, la escucha de la Palabra, la participación en los sacramentos, el compartir nuestra fe en comunidad. De esta manera podremos, como dice el salmo, habitar la casa del Señor, habitar en su amor, que es el único que nos puede hacer plenamente felices.
A Dios le vamos a pedir que nos regale la gracia para ser coherentes como Jesús; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que proteja nuestro corazón de todo aquello que nos aleja de Dios.
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