Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

lunes, 15 de junio de 2015

Domingo XI del tiempo ordinario, ciclo B.

1ª lectura: Ezequiel 17,22-24; Salmo 92(91),2-3.13-14.15-16; 2ª lectura: Carta II de San Pablo a los Corintios 5,6-10; Evangelio según San Marcos 4,26-34.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que nos regala su amor gratuitamente, y respeta nuestros tiempos de maduración.

En el evangelio de hoy, Jesús nos presenta dos parábolas sobre el Reino de Dios. ¿Qué es esto? En lenguaje sencillo, es el proyecto de amor de Dios para que nosotros seamos felices en plena comunión con Dios y con nuestros hermanos.

La primera parábola nos habla del crecimiento oculto y silencioso de una semilla. La primera interpretación que podemos hacer, es que el proyecto de amor de Dios por nosotros sigue creciendo, aunque por momentos las preocupaciones y angustias hacen que no lo veamos. Dios es fiel, su amor lo envuelve todo; su plan permanece, aunque todo lo demás falle.
En una segunda interpretación, podemos pensar en nuestra misión. A nosotros nos corresponde sembrar, es decir, anunciar, amar, dar todo por los demás; que ésto dé fruto, y cuándo lo hará, le compete a Dios. Solo Él conoce el crecimiento de la semilla, y Él respeta nuestro tiempo de maduración.

La segunda parábola nos habla del grano de mostaza que se convierte en la planta más grande del huerto. La primera interpretación que podemos hacer es del poder del amor de Dios y su Evangelio. El nuevo pueblo de Dios nació con unos pocos discípulos de un pueblo perdido en la campaña de Palestina, y por el poder y el amor de Dios, germinó en una familia universal que llamamos Iglesia, y que cobija bajo sus ramas personas provenientes de los cuatro puntos cardinales.
La segunda interpretación se relaciona con nuestra fe. Muchas veces sentimos que es pobre y débil pero, con la ayuda de Dios y nuestros hermanos, la podemos hacer crecer, hasta que se convierta en fundamento, en el sostén de nuestra vida, como ese arbusto debajo del cuál todas nuestras vivencias se pueden cobijar. Es ésto, lo que mueve a San Pablo a decir "nos sentimos plenamente seguros... porque nosotros caminamos en la fe", y también, como dice el salmo, porque el Señor es mi Roca, es decir, el fundamento sólido donde podemos construir la casa de nuestra vida.

Esta seguridad nos viene de la fidelidad de Dios, probada en la Cruz. Es interesante analizar con esta mirada la profecía de Ezequiel. Allí se nos habla: 
- de un brote: las profecías del Mesías lo denominan "el brote de Jesé", es decir, de la descendencia de David;
- plantado en la montaña más alta de Israel: que para los judíos siempre es Jerusalén;
- echará ramas y producirá frutos;
- Pájaros de todas clases anidarán en él, habitarán a la sombra de sus ramas;
exalta al árbol humillado;
 - hace reverdecer al árbol seco.
Desde antiguo los cristianos identificaron a la Cruz como ese árbol plantado en la montaña santa de Jerusalén, que produce frutos de salvación -por el amor fiel de Jesús hasta la muerte- y vida eterna -por la Resurrección-, que funda una comunidad, la Iglesia, bajo la cual se cobijan personas de toda la tierra. En la Resurrección de Jesús, Dios exalta al humillado, y hace reverdecer lo que parecía seco; una vez más saca bien de nuestros males, y Vida de nuestras muertes.
Un detalle más, que me comentó un amigo agrónomo. La profecía habla de un Cedro. Un Cedro no crece de un brote, es imposible. Esto la gente de Palestina lo sabía. Es un símbolo de que, una vez más, nada es imposible para Dios, porque Él, lo que dice, lo hace.

En definitiva, una vez más contemplamos el inmenso y gratuito amor de Dios por nosotros, y su fidelidad a la promesa de que seremos plenamente felices en comunión con Él y nuestros hermanos. Con razón el salmista nos invita a decir: "es bueno darte gracias, Señor".

A este Dios tan bueno le vamos a pedir que nos ayude a crecer en la fe; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, Madre de la fe, que cuide con ternura de nuestra semilla, para que pueda dar frutos, y juntos lleguemos a cumplir el Plan de Dios: ser plenamente felices, en comunión con Él y nuestros hermanos.

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