1ª lectura: Éxodo 17,1-7; Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9; 2ª lectura: Carta de San Pablo a los Romanos 5,1-2.5-8; Evangelio según San Juan 4,5-42.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes; qué bueno es que en su infinito amor derriba todas las fronteras que construimos, y sacia nuestras más profundas necesidades. Es éste para mí el mensaje central de las lecturas que acabamos de escuchar.
En la primera lectura, vemos al pueblo de Israel, que habiendo sido liberado de la esclavitud por Dios, marcha por el desierto rumbo a la “Tierra Prometida”. Pero el hambre y la sed que sienten los lleva rápidamente a olvidar las hazañas que Dios obró por ellos, y pronto comienzan a murmurar: ¿será que Dios ya no está entre nosotros? Las necesidades vitales básicas, los llevan a murmurar contra el único que puede saciar nuestras necesidades más profundas. Pero Dios, en su infinito amor y maravillosa pedagogía, comprendió que el pueblo no estaba preparado aún para comprenderlo, y accede a obrar el milagro, saciando la sed del pueblo: la sed de agua, que pronto volvería; la otra sed, la más profunda, la sed de comunión con Dios quedará insatisfecha hasta que se cumpla la Promesa del Salvador.
Para calmar esta sed más profunda, en Jesús, Dios se hizo uno de nosotros, caminó nuestros caminos, como nosotros se cansó y tuvo sed. Entonces se sentó al borde del pozo de Jacob, adonde los samaritanos recurrían a sacar agua. Llega una samaritana y Él le pide de beber. Comienza aquí un diálogo muy interesante, un “ida y vuelta” de desafíos positivos, un diálogo en dos niveles que terminan encontrándose. La samaritana pregunta por qué un judío como Jesús pide agua a un samaritano, pues en efecto no se trataban. Jesús comienza a revelarse progresivamente: “Si conocieras Quién te pide agua… tú le pedirías a Él agua viva”. Jesús habla en otro nivel, al que todavía la samaritana no accede. “No tienes con qué sacar agua... ¿eres acaso más importante que Jacob?” Jesús insiste: “quién beba de esta agua volverá a tener sed (como Israel en el desierto), quien beba del agua que Yo le daré no volverá a tener sed”…”se convertirá en su interior en un manantial que brota hasta la vida eterna”. Yo creo que aún la samaritana lo sigue desafiando en un nivel inferior: “dame esa agua, así no tendré sed ni necesitaré venir aquí a buscarla”, no ha entendido que el planteo de Jesús va más profundo. Entonces Jesús genera un diálogo que hace cambiar el clima y genera el encuentro verdadero con la samaritana: “llama a tu marido”. Me imagino a la mujer en actitud aún desafiante: “no tengo marido”; Jesús se revela un poco más: “es cierto, has tenido cinco, y el actual no lo es”. Me imagino ahora a la samaritana cambiando el rostro y la mirada: “veo que eres un profeta”, y comienza otro diálogo, ahora sí, en el mismo nivel, pasa a un segundo plano la necesidad del agua, hablan ahora de la sed de Dios, hasta que la mujer, hablando de la espera del Mesías, genera en Jesús la Revelación completa de su persona “YO SOY”. La samaritana deja su cántaro, que hasta el encuentro con Jesús era su prioridad, se convierte en misionera, busca a los suyos para que conozcan a este hombre que sabe toda nuestra vida. Los samaritanos lo conocen y creen en Él.
En este hermoso episodio vemos a Jesús derribar varias fronteras: habla con una persona samaritana con quienes los judíos no se trataban; habla con una mujer, con quienes los varones, salvo si eran parientes, no hablaban; vence las barreras que la propia samaritana le ofrece una y otra vez; y ayuda a derribar las fronteras de sus propios discípulos. Este encuentro le cambió la vida a la samaritana, a sus vecinos, y a los propios discípulos. Ojalá muchos de nosotros viviéramos realmente como personas a las que el encuentro con Jesús les cambió la vida.
San Pablo nos enseña cómo la Cruz es la ruptura de la gran frontera que existía entre Dios y el ser humano; gracias al amor fiel de Jesús hasta la muerte y muerte de Cruz, gracias a su gloriosa Resurrección fuimos reconciliados con Dios. El acontecimiento más absurdo de la historia –matar a Quién más nos ama, matar a Dios en la Cruz- se convierte por el amor de Dios en el acontecimiento más pleno de sentido. A partir de entonces todos los acontecimientos del ser humano en Jesús cobran sentido. Por eso, es Él el Único que puede saciar nuestras necesidades más hondas. Sólo Él puede darnos ese “agua viva”.
Por eso, el salmista nos invita a cantar con alegría al Señor: “aclamemos a la Roca que nos salva, lleguemos hasta Él dándole gracias, aclamemos con música al Señor”.
Pidámosle a Él que nos ayude a preocuparnos de esta sed más profunda, que nos preocupemos de estar siempre cerca suyo, y a María Nuestra Madre que nos ayuda, vamos a pedirle que interceda como lo hizo en la Bodas de Caná cuando dijo “No tienen más vino”, para que su Hijo nos regale su agua viva, que nos haga sentir verdaderamente plenos.