Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

sábado, 22 de marzo de 2014

Domingo III de Cuaresma ciclo A.

1ª lectura: Éxodo 17,1-7; Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9; 2ª lectura: Carta de San Pablo a los Romanos 5,1-2.5-8; Evangelio según San Juan 4,5-42. 

Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes; qué bueno es que en su infinito amor derriba todas las fronteras que construimos, y sacia nuestras más profundas necesidades. Es éste para mí el mensaje central de las lecturas que acabamos de escuchar.

En la primera lectura, vemos al pueblo de Israel, que habiendo sido liberado de la esclavitud por Dios, marcha por el desierto rumbo a la “Tierra Prometida”. Pero el hambre y la sed que sienten los lleva rápidamente a olvidar las hazañas que Dios obró por ellos, y pronto comienzan a murmurar: ¿será que Dios ya no está entre nosotros? Las necesidades vitales básicas, los llevan a murmurar contra el único que puede saciar nuestras necesidades más profundas. Pero Dios, en su infinito amor y maravillosa pedagogía, comprendió que el pueblo no estaba preparado aún para comprenderlo, y accede a obrar el milagro, saciando la sed del pueblo: la sed de agua, que pronto volvería; la otra sed, la más profunda, la sed de comunión con Dios quedará insatisfecha hasta que se cumpla la Promesa del Salvador.

Para calmar esta sed más profunda, en Jesús, Dios se hizo uno de nosotros, caminó nuestros caminos, como nosotros se cansó y tuvo sed. Entonces se sentó al borde del pozo de Jacob, adonde los samaritanos recurrían a sacar agua. Llega una samaritana y Él le pide de beber. Comienza aquí un diálogo muy interesante, un “ida y vuelta” de desafíos positivos, un diálogo en dos niveles que terminan encontrándose. La samaritana pregunta por qué un judío como Jesús pide agua a un samaritano, pues en efecto no se trataban. Jesús comienza a revelarse progresivamente: “Si conocieras Quién te pide agua… tú le pedirías a Él agua viva”. Jesús habla en otro nivel, al que todavía la samaritana no accede. “No tienes con qué sacar agua... ¿eres acaso más importante que Jacob?” Jesús insiste: “quién beba de esta agua volverá a tener sed (como Israel en el desierto), quien beba del agua que Yo le daré no volverá a tener sed”…”se convertirá en su interior en un manantial que brota hasta la vida eterna”. Yo creo que aún la samaritana lo sigue desafiando en un nivel inferior: “dame esa agua, así no tendré sed ni necesitaré venir aquí a buscarla”, no ha entendido que el planteo de Jesús va más profundo. Entonces Jesús genera un diálogo que hace cambiar el clima y genera el encuentro verdadero con la samaritana: “llama a tu marido”. Me imagino a la mujer en actitud aún desafiante: “no tengo marido”; Jesús se revela un poco más: “es cierto, has tenido cinco, y el actual no lo es”. Me imagino ahora a la samaritana cambiando el rostro y la mirada: “veo que eres un profeta”, y comienza otro diálogo, ahora sí, en el mismo nivel, pasa a un segundo plano la necesidad del agua, hablan ahora de la sed de Dios, hasta que la mujer, hablando de la espera del Mesías, genera en Jesús la Revelación completa de su persona “YO SOY”. La samaritana deja su cántaro, que hasta el encuentro con Jesús era su prioridad, se convierte en misionera, busca a los suyos para que conozcan a este hombre que sabe toda nuestra vida. Los samaritanos lo conocen y creen en Él.

En este hermoso episodio vemos a Jesús derribar varias fronteras: habla con una persona samaritana con quienes los judíos no se trataban; habla con una mujer, con quienes los varones, salvo si eran parientes, no hablaban; vence las barreras que la propia samaritana le ofrece una y otra vez; y ayuda a derribar las fronteras de sus propios discípulos. Este encuentro le cambió la vida a la samaritana, a sus vecinos, y a los propios discípulos. Ojalá muchos de nosotros viviéramos realmente como personas a las que el encuentro con Jesús les cambió la vida.

San Pablo nos enseña cómo la Cruz es la ruptura de la gran frontera que existía entre Dios y el ser humano; gracias al amor fiel de Jesús hasta la muerte y muerte de Cruz, gracias a su gloriosa Resurrección fuimos reconciliados con Dios. El acontecimiento más absurdo de la historia –matar a Quién más nos ama, matar a Dios en la Cruz- se convierte por el amor de Dios en el acontecimiento más pleno de sentido. A partir de entonces todos los acontecimientos del ser humano en Jesús cobran sentido. Por eso, es Él el Único que puede saciar nuestras necesidades más hondas. Sólo Él puede darnos ese “agua viva”.

Por eso, el salmista nos invita a cantar con alegría al Señor: “aclamemos a la Roca que nos salva, lleguemos hasta Él dándole gracias, aclamemos con música al Señor”.

Pidámosle a Él que nos ayude a preocuparnos de esta sed más profunda, que nos preocupemos de estar siempre cerca suyo, y a María Nuestra Madre que nos ayuda, vamos a pedirle que interceda como lo hizo en la Bodas de Caná cuando dijo “No tienen más vino”, para que su Hijo nos regale su agua viva, que nos haga sentir verdaderamente plenos.

domingo, 9 de marzo de 2014

Domingo I de Cuaresma (A).

1ª lectura: Génesis 2,7-9.3,1-7; Salmo: 51(50),3-4.5-6a.12-13.14.17; 2ª lectura: Carta de San Pablo a los Romanos 5,12-19; Evangelio según San Mateo 4,1-11.

Queridos hermanos, queridas hermanas:

¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús se hizo uno de nosotros, igual a nosotros en todo, menos en el pecado; y siendo fiel al Proyecto de Amor del Padre por nosotros hasta la muerte, y muerte de Cruz, nos reconcilió con Dios; nos salvó. ¿De qué? Veamos…

La primera lectura nos muestra cómo fuimos creados por amor para ser felices en comunión con Dios y con los hermanos. Pero los primeros seres humanos, aún cuando tenían todo lo que podían soñar, se sintieron tentados por el mal espíritu y decidieron “sacar a Dios” del medio y armar su propio proyecto sin Dios. El relato posterior del Génesis nos muestra magistralmente las consecuencias de este hecho que conocemos con el nombre de pecado original: la ruptura de  todas las relaciones, de la relación con Dios, con los demás, con la Creación y consigo mismos. Pero inmediatamente, Dios promete la llegada de un Salvador que reconciliará todas las cosas con Dios.

Esta promesa hecha desde antiguo se cumplió cuando, en una muestra del amor tan grande que Dios nos tiene, en Jesús se encarnó haciéndose uno de nosotros, como ya dije, igual en todo, menos en el pecado. Al hacerse uno de nosotros sintió y vivió todo lo que nosotros vivimos, también la tentación.

Los estudiosos dicen que en este fragmento del evangelio de Mateo no se relata un hecho puntual, sino más bien, muestra una síntesis de las tentaciones que Jesús vivió en toda su vida: 1) “Jesús, ya que sos Dios, convertí las piedras en pan, así solucionás el hambre del mundo”; “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios”: “Jesús, solucioná todos los problemas del mundo, así todos serían felices”. Si Jesús hubiese hecho caso a estas tentaciones, habría dejado de ser uno de nosotros, no habría sido fiel al proyecto de amor del Padre, y no nos habría salvado. Además, Dios nos creó libres; si Jesús hiciera algunas de las cosas que dije (como solucionar todos los problemas del mundo) anularía nuestra libertad, dejaríamos de ser humanos y nos convertiríamos en marionetas de Dios. 2) “Jesús, tirate, los ángeles no van a dejar que te pase nada”: “No tentarás al Señor, tu Dios”. Cuántas veces he escuchado a algunas personas decir “si saco el 5 de oro, entonces creeré en Dios”, “si me concede tal favor, entonces voy a ir a Misa todos los días”: “No tentarás al Señor, tu Dios”; es Dios, no un comerciante esperando que le demos cosas para que haga lo que queramos. 3) “Si me adoras, te daré los reinos del mundo con todo su esplendor”: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”; la tentación del poder y la riqueza, que han corrompido a tantas personas buenas. Jesús siendo uno de nosotros vence las tentaciones, porque se apega a la Voluntad de Dios, que es ese Proyecto en el que todos seremos plenamente felices, Proyecto que no se muestra tan evidente como muchas tentaciones, justamente para respetar nuestra libertad, para que podamos tener fe, porque fe es creer en lo que aún no se ve.
Este evangelio nos deja muchas enseñanzas: entre ellas, que si Jesús venció las tentaciones siendo uno de nosotros, es decir, sin actuar con el poder de Dios, entonces nosotros también podremos vencerlas, para lo cual necesitamos: por un lado, buscar siempre la Voluntad de Dios, y por otro, pedirle ayuda. Y si caemos en la tentación, Él siempre está esperando, para perdonarnos y ayudarnos a levantar, una y otra vez.
Por esto, San Pablo nos recuerda que, si por un hombre entró el pecado y la muerte, si por un hombre quedamos heridos en nuestras relaciones con Dios, con los demás, con nosotros mismos, con la Creación, por la fidelidad y el amor de otro hombre, Jesús, fuimos sanados, reconciliados y salvados.

¿Cómo no dar gracias a Dios por amarnos tanto? ¿Cómo no vamos a anunciar esto a tantos hermanos que lo necesitan? ¿Cómo no convertirnos en misioneros de su amor?
Pidámosle a Dios, que nos dé fuerza para elegir su Voluntad y así vencer las tentaciones, y a María, nuestra Madre que nos ayuda, que podamos tener fe y confianza en su Hijo que nos sana y salva.  



lunes, 3 de marzo de 2014

Domingo VIII del Tiempo Ordinario

1ª: Isaías 49,14-15. Salmo 62(61),2-3.6-7.8-9. 2ª: Carta I de San Pablo a los Corintios 4,1-5. Evangelio según San Mateo 6,24-34.

Queridos hermanos, queridas hermanas:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama mucho y nunca nos abandona. 

Es esto, lo que nos dice la hermosa profecía de Isaías. 
Cuántas veces, cuando nos sentimos agobiados por los problemas, llegamos a decir “Dios me abandonó”. Isaías nos recuerda: ¿Puede olvidarse una madre de su hijo? Pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré de ti”. Es ésta una hermosa imagen, para entender con cuánta ternura nos ama Dios, y además, que aunque a veces creamos lo contrario, Él nunca nos abandona. 

Él es el Fiel por excelencia. Por eso, el salmista puede decir: “Sólo en Dios descansa mi alma… Él es mi fortaleza, no he de vacilar”. Porque como Él nos acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes, promete estar a nuestro lado siempre. Aunque intentemos alejarnos de Él, Él no se alejará de nosotros, Él permanece fiel. Por eso, Jesús, en el Evangelio que acabamos de escuchar, nos invita a confiar en Él, porque Él sabe mejor que nosotros lo que necesitamos, y Él procura nuestro bien. Pero debemos aclarar que Jesús no nos está llamando al “quietismo”, a no hacer nada, porque “Dios proveerá”, no es éste el sentido de su enseñanza. Él pretende que pongamos cada cosa en su justo lugar, “No se puede servir a Dios, y al dinero”, primero está el Reino de Dios y su justicia, lo demás viene por añadidura; porque este Reino de Dios, es ese proyecto de amor del Padre donde todos estamos llamados a ser felices en comunión con Él y los hermanos; esto es lo primero. Pero, tantas veces ponemos tantas cosas a las que dedicamos tanta o más atención que a Dios. Entonces entramos en un espiral de preocupaciones, nos agobiamos cada vez más, perdemos el rumbo, hasta que llegamos a decir “Dios me abandonó”. Pero fuimos nosotros quien le quitamos su lugar en nuestra vida, pero Él nos dice “Yo no me olvidaré de Ti” y en otro lugar de la profecía de Isaías, “tú eres valioso ante mis ojos”.
Por todo esto, el salmista nos da la imagen de la fortaleza, de la roca, del salvador, del refugio.
Tenemos el privilegio de tener la fortaleza del Cerro a pocas cuadras. Hace muchos años, ella era imagen de protección de la ciudad, bastaba mirar la fortaleza para sentirse protegidos. Nuestra Fortaleza es Jesucristo, Él es el que nos protege de verdad, en Él podemos poner toda nuestra esperanza, Él nos da seguridad, porque él es Fiel, y nunca nos falla. Por eso el salmista nos llama a abrirle el corazón a Dios, y encontrar en Él nuestro refugio. Pero este es un regalo demasiado grande como para vivirlo de forma individualista. Como dice San Pablo, somos ministros/servidores de los misterios de Dios; estamos llamados a mostrar a los demás cuán bueno es Dios, y por eso, a llamar a confiar más en Él.


Pidamos al Señor que nos ayude a ser más conscientes de su amor, y a María, Madre de nuestra Fortaleza, que nos ayude a confiar en Dios como ella lo hizo. 

Presentación del Señor.

Primera Lectura: Malaquías 3,1-4; Salmo Responsorial: 23; Segunda Lectura: Hebreos 2,14-18; Evangelio: Lucas 2,22-40.

Queridos hermanos, queridas hermanas:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús vino a iluminar nuestras oscuridades.

¡Qué bueno es Dios! que, como dice la Carta a los Hebreos, en Jesús, se hizo uno de nosotros semejante en todo, menos en el pecado, y sanó  las heridas provocadas por el pecado original. Siendo uno de nosotros, experimentó nuestros dolores y sufrimientos, se hizo solidario con nosotros. Por esto, cuando pasemos por momentos de dificultad y nos preguntemos ¿dónde está Dios?, miremos la Cruz, y recordemos que Él está sufriendo con nosotros; que nuestras heridas y dolores son los suyos; y que Él se pone de nuestro lado y entiende nuestros sentimientos. Pero recordemos también que Él resucitó; sus heridas fueron sanadas aunque permanecen como estigmas; y que, entonces, Él puede sanar nuestras heridas.
Por esto, se entiende la inmensa alegría de Simeón y Ana, dos personas que esperaban el cumplimiento de la Promesa hecha a los primeros seres humanos: la Promesa de la llegada del Salvador.

Sin embargo, no todo es alegría para María. El Salvador tendrá que enfrentar el misterio de la libertad humana, tendrá que enfrentar el absurdo de ser incomprendido, rechazado, acusado, torturado y ejecutado por amar como Dios ama. Esto será como un espada que atravesará el corazón de María. Por este motivo, es bueno destacar, una vez más, la actitud de fe de María: cómo ella fue siempre fiel a la Promesa y al anuncio del Ángel; cómo estuvo siempre al lado de Jesús, aún cuando por momentos no entendía el transcurrir de su vida; cómo, a pesar de todo lo que vivió y sufrió viendo a su Hijo en la Cruz, se mantuvo firme en la fe, y sostuvo a los discípulos unidos en oración; cómo, después de la Resurrección, reunió a aquella comunidad a la espera del Espíritu Santo.

Por todo esto, vamos a dar gracias a Dios por ser tan bueno, y vamos a pedirle que nos ayude a amarlo más y a confiar más en Él. Y a María, Maestra de la Fe, vamos a pedirle que nos ayude a tener una fe como la suya, que no se debilite en las dificultades, sino que se mantenga firme, confiando en Aquél que es la Luz de nuestras vidas.