1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 3,1-10; Sal 18,2-3. 4-5; Gálatas 1,11-20;Evangelio según San Juan 21,15-19.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y nos acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes.
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y nos acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes.
Celebramos hoy la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, dos Apóstoles formidables, pilares en la historia de la Iglesia; dos modelos de personas elegidas por Dios, con sus defectos y virtudes.
Conocemos bien la historia de San Pablo, un judío fariseo celoso de sus creencias, que aprobó en su momento la muerte de San Esteban; pero que un encuentro profundo con Jesús Resucitado lo convierte de feroz perseguidor en uno de los misioneros más fervorosos del Evangelio. El mismo Pablo, en su segunda carta a los Corintios, se queja de haber pedido tres veces al Señor que lo librase de un "aguijón" en la carne, que suponemos era una enfermedad; sin embargo, no fue librado, sino que recibió como respuesta: "te basta mi Gracia, que mi fuerza se manifiesta perfecta en tu debilidad". Pablo comprendió que "todo lo puedo en Aquél que me hace fuerte", y que "llevamos este tesoro en vasijas de barro". Así es que, su enfermedad, lejos de privarlo de anunciar el Evangelio, le hizo tomar conciencia de que toda su obra no se debía a sus capacidades, sino a la acción de la Gracia derramada por Dios.
Por otro lado, tenemos a San Pedro, este Apóstol elegido junto al lago para ser "pescador de hombres", que aparece en el Evangelio como portavoz de los Apóstoles, a veces con aciertos, otras con desaciertos: como leeremos en el Evangelio de la Misa del día, Pedro es capaz de profesar su fe en el Mesías, el Hijo de Dios vivo, y ser felicitado por ello; pero también es capaz de interponerse en el camino de Jesús hacia Jerusalén, y de reprender a su propio Maestro; su impulsividad lleva a asegurarle a Jesús "aunque los demás te abandonen, yo daré mi vida por ti". El arresto de Jesús le supuso una crisis tan grande como para negar tres veces ser su discípulo, pero a diferencia de Judas, permaneció en la esperanza del perdón de Jesús, sostenido por la mirada que intercambiaron. La Pasión de Jesús fue, como dije, la gran crisis de Pedro, donde descubrió no tener una fe tan fuerte como la que pensaba. En el Evangelio que leemos hoy contemplamos este hermoso diálogo con Jesús Resucitado, que hace con Pedro un proceso en que ayuda a Pedro a tomar conciencia de su debilidad, pero además, a sentirse llamado como la primera vez, con sus defectos y virtudes. Este Pedro no responde con el mismo fervor de "daré mi vida por ti", sino con la humildad de "Señor, tú lo sabes todo, sabes que te quiero"; pero esta respuesta es mucho más auténtica que la primera; este Pedro es mucho más maduro, más auténtico. Como ya dije, Jesús acepta y llama a este Pedro, con sus defectos y virtudes, y le encomienda a su Iglesia.
Estos formidables Apóstoles nos enseñan con su vida y nos ayudan a tomar conciencia cuánto nos ama Dios, y cómo nos llama y acepta tal como somos.
A este Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a tomar cada vez más conciencia de su amor; y a María, nuestra Madre que tanto nos ama, que nos ayude a ser misioneros del amor de Dios, que nos acepta tal como somos.
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