Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 17 de marzo de 2019

Domingo II de Cuaresma, ciclo C.

1ª lectura: Génesis 15,5-12.17-18; Salmo 27(26),1.7-8.9abc.13-14; Filipenses 3,17-21.4,1; Evangelio según San Lucas 9,28b-36.

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios!, que hoy nos dice a cada uno "Tú eres mi Hijo, mi elegido".

Ésta no es sólo una hermosa frase para sentirnos bien; es nuestra más profunda identidad. Lo sabemos gracias a San Pablo, que nos enseñó que por el Bautismo pasamos a formar parte del Cuerpo de Cristo, y a partir de este hecho, todo lo que se diga de Jesús se puede decir de nosotros, en cuanto miembros de Cristo. Por esto, con toda propiedad podemos decir que estas palabras del Padre están también dirigidas a cada uno de nosotros: "Tú eres mi Hijo, mi elegido". 

Meditamos en el texto del evangelio de hoy el misterio de la Transfiguración, en el cual, Jesús deja entrever su naturaleza divina a Pedro, Santiago y Juan. Los especialistas dicen que éste fue un gesto de Jesús para prepararlos al difícil momento de la Pasión. Nuestro querido San Pedro, una vez más hace gala de su impulsividad, y le pide a Jesús hacer tres carpas para quedarse en esa situación. Es perfectamente comprensible. Está con Jesús, se siente en el Cielo; ¿qué hay de malo en su planteo? Que sin saberlo él (Lucas dice que Pedro no sabía lo que decía, es decir, no había pensado en el alcance de su afirmación), es una actitud egoísta. Me explico. Quedarse en esa situación, soñada para Pedro, implicaba que Jesús no cumpliera su misión, no nos amara hasta la muerte y muerte de Cruz, y no nos habría salvado. Evidentemente, Pedro no tenía ni idea de estas consecuencias. Pero Jesús sí tenía clara su misión, por eso los invitó a bajar del monte y continuar cumpliendo la Voluntad del Padre.

En este segundo domingo de cuaresma, meditar este texto es una invitación para que nosotros también nos preparemos, que teniendo en el horizonte la Resurrección asumamos con toda su profundidad la Pasión y Muerte de Jesús.

Este episodio, entonces, en la vida de los discípulos es una oportunidad para hacer lo que más tarde nos enseñaría San Ignacio de Loyola: en tiempos de satisfacción espiritual (consolación) reservar fuerzas para los momentos de crisis (desolación). Es un excelente consejo para vivirlo nosotros.

Pero las lecturas de hoy nos aportan otros hermosos consejos para nuestros tiempos de crisis. En la primera lectura contemplamos a Abram , un anciano que no esperaba nada nuevo de la vida, al que Dios sorprende con su llamado y una nueva misión. Obviamente Abram se debe haber sentido desconcertado, como nos desconcertamos nosotros en las crisis. En esos momentos, recordemos las palabras de nuestro Dios: "Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas"; como para decirnos "levanta la mirada, sal del encierro de tus preocupaciones, contempla la inmensidad y belleza de la Creación, y aún así, nosotros somos su creación más amada". Por eso, el salmista nos invita a decir "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?... El Señor es el baluarte de mi vida... tú, eres mi ayuda". Y cuando la angustia parezca oscurecer nuestra mirada, recordemos el consejo del salmista: "Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor". Espera en el Señor porque Él no nos abandona nunca, porque Él es fiel a sus promesas..

San Pablo nos recuerda que "El transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso", como en las Bodas de Caná, tomará nuestra pobre agua y la transformará en el vino mejor. Pero para hacernos beneficiarios de esta promesa, San Pablo nos exhorta "hermanos míos muy queridos,... perseveren firmemente en el Señor"

A este Dios que es tan bueno, le vamos a pedir que nos ayude a tomar conciencia de su amor; y a María, Madre de la Luz, le vamos a pedir que nos ayude a perseverar como ella, firmes en la fe. 

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