Comentarios a las lecturas de la Misa diaria.

domingo, 30 de octubre de 2016

Domingo XXXI del tiempo ordinario, ciclo C.

1ª lectura: Sabiduría 11,22-26.12,1-2; Salmo 145(144),1-2.8-9.10-11.13.14; 2ª lectura: Segunda Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 1,11-12.2,1-2; Evangelio según San Lucas 19,1-10. 

Queridos/as hermanos/as:

¡Qué bueno es Dios! que, en Jesús, vino a buscar y salvar lo que estaba perdido.

En el texto del evangelio que meditamos hoy, contemplamos otro encuentro de Jesús que cambia la vida de una persona, en este caso, Zaqueo.

A pesar de ser muy rico, Zaqueo era un marginado, porque trabajaba como jefe de recaudadores de impuestos. El Imperio Romano, que en ese momento tenía el dominio sobre el país de Jesús, pedía un impuesto, pero de manera muy astuta, "tercerizaba" la cobranza, haciendo que gente del pueblo hiciera esta labor, a cambio de una retribución que ellos mismos se daban. Muchas veces cobraban más del doble de lo que Roma les solicitaba, lo que los hacía ricos rápidamente, a costa de sus hermanos. Por esto eran considerados como "pecadores públicos", "traidores a la patria" por trabajar para el imperio que los oprimía, y como ladrones, por enriquecerse robando a sus hermanos.

Zaqueo era despreciado por sus compatriotas. Estaba marginado de la vida social, y también de la vida religiosa, y de la relación con Dios. Pero algo en él buscaba otra vida. La riqueza no le había posibilitado ser feliz. Seguramente se había enterado de lo que hacía y decía Jesús, y lo quería ver, solo eso, nada más. El sólo ver a Jesús le bastaba para sentir que otro camino era posible. Por eso, no le importó quedar en ridículo y expuesto a la burla de todos al subirse al sicómoro. Pero Jesús no se deja ganar en generosidad, y por eso, al verlo, lo llama, y le pide para alojarse en su casa, lo que supera ampliamente las expectativas de Zaqueo, y provoca en él una inmensa alegría; pero también, despierta las críticas de la multitud.

Es que, para un judío, compartir la mesa es compartir la condición del otro. Esto quiere decir que Jesús, al alojarse en la casa de Zaqueo se hacía pecador como Zaqueo, y ésto por amor. Es esta actitud misericordiosa de Jesús, es su amor, el que produce el milagro de la conversión de Zaqueo. Jesús no dijo nada, no le pidió nada; solo demostró el rostro misericordioso del Padre, y esta misericordia despertó el deseo del cambio. Zaqueo va más allá de lo que pide la ley, y arriesga quedar en "bancarrota" con tal de permanecer en esa mirada misericordiosa.

Éste es un ejemplo más de la misión de Jesús que, como dice Pablo, "siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza", cumpliendo todas las promesas de Dios, entre ellas la que leímos en el libro de la Sabiduría: "Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado. ¿Cómo podría subsistir una cosa si tú no quisieras? ¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida".

De esta manera nos ama, y nos busca cada vez que nos alejamos, y nos recibe cada vez que nos acercamos, porque como dice el salmo: "El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas. El Señor es fiel en todas sus palabras y bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que caen y endereza a los que están encorvados".

A este Dios que nos ama tanto vamos a pedirle que nos ayude a buscarlo siempre, como Zaqueo, y a María, Madre de Misericordia, le vamos a pedir que nos regale una mirada misericordiosa como la de su Hijo, Jesús, que sabe ver más allá de las apariencias y de los errores, porque mira con amor y misericordia.

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