1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 4,32-35; Salmo 118(117),2-4.16ab-18.22-24; Epístola I de San Juan 5,1-6; Evangelio según San Juan 20,19-31.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que por su Espíritu nos trae la paz, y nos regala el don de la fe.
Celebramos el segundo domingo de Pascua, conocido desde la antigua Tradición cristiana como "Doménica in albis", y más recientemente como el domingo de la Misericordia. El primero hace referencia a las vestiduras blancas que utilizaban los recién bautizados; el segundo, a la visión que tuvo Santa Faustina. En uno u otro caso, celebramos que el amor de Dios transforma nuestras vidas.
A lo largo de esta octava de Pascua, contemplamos en las lecturas testimonios de los discípulos, y cómo sus encuentros con Jesús les transformó las vidas.
Hoy contemplamos a los discípulos encerrados "por miedo a los judíos", o mejor dicho, a las autoridades judías que condenaron a Jesús. Jesús irrumpe en ese encierro y regala su paz, capaz de sacar a sus discípulos de la parálisis que provoca el miedo, y de ponerlos en estado de misión. El encuentro con Jesús Resucitado transformó sus vidas de personas comunes y corrientes a misioneros del Evangelio de la Vida hasta los confines de la tierra.
Pero uno de los discípulos, Tomás, no estaba presente, y no cree al testimonio de sus hermanos. Por este motivo es llamado "el incrédulo". Sin embargo, me parece que hemos sido muy duros con Tomás. Parece que hemos olvidado que este mismo Tomás es el que, en el episodio de la Resurrección de Lázaro, mientras lo otros discípulos buscan evitar que Jesús vuelva a Judea -porque representa riesgo de muerte- dice de forma valiente"Vamos nosotros también a morir con Él".
Jesús es un Maestro Bueno que nos ama y acepta tal como somos. Él acepta que Tomás necesite signos concretos de su Resurrección, y por eso, al domingo siguiente, Jesús se les vuelve a aparecer, esta vez con la presencia de Tomás a quien llama personalmente a contemplar sus heridas. Tomás, llamado el incrédulo, es no obstante, el primero en llamar a Jesús "Dios mío". Esto nos da la esperanza de que nosotros también, con nuestros defectos y virtudes somos aceptados y amados tal como somos y, que con la ayuda de Dios, llegaremos a ser santos.
Jesús culmina expresando la bienaventuranza "¡Felices los que creen sin haber visto!". Sin duda, somos beneficiarios de esta expresión. Nosotros no tuvimos la gracia de verlo cara a cara. Sin embargo, como Buen Maestro, Jesús pensó en que nosotros también necesitamos signos visibles de su Presencia y, por esto, en la Iglesia que fundó con los Apóstoles dejó sus mismos gestos y palabras que llamamos sacramentos, a través de los cuales hoy es posible para nosotros encontrarnos con este Jesús que nos ama tanto. Hoy, para nosotros también es posible reconocerlo al partir el pan; hoy es posible que nuestro corazón arda con sus palabras. Con razón el salmista nos dice "den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia".
A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos ayude a crecer en la fe, a salir de la parálisis que nos provocan nuestros miedos y a convertirnos en misioneros de su amor; y a María, Madre de la Resurrección, que nos ayude a ser dóciles al Espíritu, para dar testimonio de este Dios que nos ama y nos acepta tal como somos.
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