1ª lectura: Exodo 12,1-8.11-14; Salmo 116(115),12-13.15-16.17-18; Carta I de San Pablo a los Corintios 11,23-26; Evangelio según San Juan 13,1-15.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que siendo el Creador del Universo se hizo servidor de todos; que siendo el Omnipotente, eligió hacerse pequeño como un pan.
Celebramos hoy la Cena del Señor, el momento en que Jesús instituye la Eucaristía, y establece una "Alianza Nueva y Eterna".
Esta comida fue celebrada en un contexto de cena pascual judía, cumpliendo con las prescripciones dadas por Moisés, y que leímos en la primera lectura. Esta Pascua judía recuerda el paso de la esclavitud en Egipto a la libertad del Pueblo de Israel, gracias a la acción poderosa de Dios. Celebrando este acontecimiento, todos los judíos peregrinaban al templo de Jerusalén para celebrar la Pascua. Como uno igual a nosotros en todo, menos en el pecado, Jesús también peregrinó, y celebró con los discípulos esta cena, pero cambió completamente el significado de la misma por sus gestos y palabras.
Tanto en los evangelios sinópticos como en el fragmento de la carta a los Corintios que leímos, se nos relata la institución de la Eucaristía, este misterio por el cual el Creador del Universo, el Todopoderoso, por amor a nosotros se hizo pequeño como un pan y un poco de vino. Es un misterio que se resiste a ser comprendido en nuestras categorías racionales. Pero existen algunos elementos que nos ayudan a aproximarnos. Para los judíos, compartir la mesa, la comida, la copa, es compartir la "suerte", no entendida como azar, sino como compartir la vida de cada uno. De ahí el escándalo que produce Jesús cuando come con pecadores: para los judíos, Jesús compartía el pecado de ellos. En la Última Cena, Jesús está anticipando su Pasión. El pan despedazado anuncia su carne despedazada en la Cruz; el vino compartido, anuncia su sangre derramada en la Cruz. Así, esta Cena adquiere un carácter sacramental (gestos y palabras que remiten a una realidad más profunda). En esta Cena, Jesús está compartiendo la entrega de su vida por nuestra salvación, una entrega por amor, que establece una Nueva Alianza, sellada con su propia sangre, una Alianza que no caduca, que es eterna, que aunque nosotros fallemos no se rompe, porque fue lograda con la fidelidad de Jesús.
Es interesante que el Evangelista San Juan al escribir sobre la Última Cena no escribe la institución de la Eucaristía. Los biblistas aseguran que, como es el último de los evangelios en ser escrito, ya existía una comprensión clara de la institución de la Eucaristía en la comunidad. Por esto, a la multiplicación de panes que narra en el capítulo 6, le añade un discurso sobre el Pan de Vida, que es netamente eucarístico; y en la Última Cena, prefiere narrar el lavatorio de los pies, un acontecimiento que también anticipa la Pasión. Dios, siendo el Todopoderoso, se convierte en el servidor de todos. La Cruz es el máximo servicio que hizo por nosotros. De esta manera, el servicio queda íntimamente unido a la Eucaristía, como para decirnos que ésta es fuente y culmen de la misión, y alejarnos de cualquier intento espiritualista de olvidarnos de nuestros hermanos.
La Pasión de Jesús es una demostración de cuánto nos ama Dios. Con razón el salmista dice "¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?"
A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos regale amar la Eucaristía, presencia real de Cristo; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que es la servidora del Señor, que nos regale cumplir con el servicio que nos encargó Jesús al decir: "Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros".
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."
Esta comida fue celebrada en un contexto de cena pascual judía, cumpliendo con las prescripciones dadas por Moisés, y que leímos en la primera lectura. Esta Pascua judía recuerda el paso de la esclavitud en Egipto a la libertad del Pueblo de Israel, gracias a la acción poderosa de Dios. Celebrando este acontecimiento, todos los judíos peregrinaban al templo de Jerusalén para celebrar la Pascua. Como uno igual a nosotros en todo, menos en el pecado, Jesús también peregrinó, y celebró con los discípulos esta cena, pero cambió completamente el significado de la misma por sus gestos y palabras.
Tanto en los evangelios sinópticos como en el fragmento de la carta a los Corintios que leímos, se nos relata la institución de la Eucaristía, este misterio por el cual el Creador del Universo, el Todopoderoso, por amor a nosotros se hizo pequeño como un pan y un poco de vino. Es un misterio que se resiste a ser comprendido en nuestras categorías racionales. Pero existen algunos elementos que nos ayudan a aproximarnos. Para los judíos, compartir la mesa, la comida, la copa, es compartir la "suerte", no entendida como azar, sino como compartir la vida de cada uno. De ahí el escándalo que produce Jesús cuando come con pecadores: para los judíos, Jesús compartía el pecado de ellos. En la Última Cena, Jesús está anticipando su Pasión. El pan despedazado anuncia su carne despedazada en la Cruz; el vino compartido, anuncia su sangre derramada en la Cruz. Así, esta Cena adquiere un carácter sacramental (gestos y palabras que remiten a una realidad más profunda). En esta Cena, Jesús está compartiendo la entrega de su vida por nuestra salvación, una entrega por amor, que establece una Nueva Alianza, sellada con su propia sangre, una Alianza que no caduca, que es eterna, que aunque nosotros fallemos no se rompe, porque fue lograda con la fidelidad de Jesús.
Es interesante que el Evangelista San Juan al escribir sobre la Última Cena no escribe la institución de la Eucaristía. Los biblistas aseguran que, como es el último de los evangelios en ser escrito, ya existía una comprensión clara de la institución de la Eucaristía en la comunidad. Por esto, a la multiplicación de panes que narra en el capítulo 6, le añade un discurso sobre el Pan de Vida, que es netamente eucarístico; y en la Última Cena, prefiere narrar el lavatorio de los pies, un acontecimiento que también anticipa la Pasión. Dios, siendo el Todopoderoso, se convierte en el servidor de todos. La Cruz es el máximo servicio que hizo por nosotros. De esta manera, el servicio queda íntimamente unido a la Eucaristía, como para decirnos que ésta es fuente y culmen de la misión, y alejarnos de cualquier intento espiritualista de olvidarnos de nuestros hermanos.
La Pasión de Jesús es una demostración de cuánto nos ama Dios. Con razón el salmista dice "¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?"
A este Dios que es tan bueno, vamos a pedirle que nos regale amar la Eucaristía, presencia real de Cristo; y a María, nuestra Madre que nos ayuda, ella que es la servidora del Señor, que nos regale cumplir con el servicio que nos encargó Jesús al decir: "Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros".
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."
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