1ª lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43; Salmo 118(117),1-2.16ab-17.22-23; 2ª lectura: Colosenses 3,1-4; Evangelio según San Juan 20,1-9.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que en Jesús se hizo uno de nosotros, y siendo fiel a proyecto de amor del Padre hasta la muerte de Cruz nos salvó, y por su Resurrección nos regaló el acceso a una vida plena en comunión con Dios y nuestros hermanos.
Es Pascua, es el día más feliz de la historia. El amor ha triunfado. Cuando parecía que el mal había vencido, cuando la oscuridad había llenado la tierra, cuando el mal había desplegado todos sus poderes y parecía que aplastaba al bien, el amor de Dios nos logra la victoria final y definitiva.
Hoy la comunidad siente que “le vuelve el alma al cuerpo”. El viernes habíamos contemplado a nuestro Señor y Maestro muerto en la Cruz, y con Él, también nuestras esperanzas habían muerto. El silencio del sábado y la oscuridad de la tumba nos llenaron de preguntas: ¿por qué?, ¿qué sentido tiene todo esto?, y ahora, ¿cómo seguimos? Hoy, al ver el sepulcro vacío, y al sentir la presencia del Señor Resucitado, todas nuestras preguntas encontraron su respuesta.
Lo que hasta ayer era la más absoluta oscuridad, hoy está lleno de la luz de Cristo; lo que ayer era un doloroso silencio hoy es un canto lleno de alegría; lo que ayer parecía ser un aplastante triunfo del mal y derrota del bien, hoy se ve invertido, es el bien el que ha triunfado definitivamente; lo que ayer era muerte, hoy es Vida.
Gracias a este día tan admirable toda nuestra vida cobra un nuevo sentido: ya sabemos hacia dónde vamos. Vamos a ser como Jesús Glorioso, a ser las personas más plenas, en plena comunión con Dios y nuestros hermanos, vamos a ser plenamente felices; y esta convicción nos llena de esperanza y alegría.
Aunque muchas veces parezca que el mal en el mundo nos arrolla, aunque tantas veces escuchemos a las personas decir “esto no lo arregla nadie”, “esto se va al tacho”, nosotros sabemos que es falso. Jesús ya venció al mal y a la muerte. Entonces lo que ahora nos parece ser derrota, en Jesús sabemos que es victoria. Sabemos que al final de nuestros días Él nos hará plenamente felices, y esta convicción tendría que darnos nuevas fuerzas para seguir adelante aún en las dificultades, a seguir creyendo a pesar de tanta oscuridad, a permanecer firmes en la fe en medio de tantas preocupaciones.
Y para que seamos conscientes de todo esto, y para hacernos beneficiarios de la salvación que nos consiguió en la Pascua, dejó en su Iglesia gestos y palabras que llamamos sacramentos, gracias a los cuales nos encontramos con este mismo Jesús que transforma nuestras vidas.
Hoy la comunidad está llena de alegría: hemos descubierto que Dios nos ama hasta dar su vida por nosotros. Hemos descubierto que por la Cruz y Resurrección del Señor tenemos acceso a una nueva vida plena. Ésta es una noticia demasiado grande e importante como para guardarla egoístamente. Hoy la comunidad siente que no puede callar lo que ha visto y oído.
Hoy la comunidad se convierte en misionera, en portadores de luz para llevar a quienes viven en la oscuridad; en portadores de esperanza para quienes viven desolados; en portadores de alegría para quienes viven apenados; en misioneros de un Amor que vence al mal y la muerte, y nos llena de nueva vida.
Pidamos al Señor Resucitado que nos ayude a gustar de su Resurrección, resucitándonos de nuestras heridas, sanándonos de nuestras enfermedades, rescatándonos de nuestras tristezas. Y a María, la mujer más admirable de la historia, que conoció el dolor más profundo y la felicidad más completa, que nos ayude a tener una fe firme como ella, y a seguir tomando conciencia que Jesús nos salvó para vivir en comunidad.