1ª lectura: Génesis 18,1-10a; Salmo 15(14),2-3.3-4.5; Colosenses 1,24-28; Evangelio según San Lucas 10,38-42.
Queridos/as hermanos/as:
¡Qué bueno es Dios!, que nos ama y acepta tal como somos, con nuestros defectos y virtudes.
Esto es lo que una vez más, Jesús nos enseña a través de este hermoso fragmento del Evangelio.
Obra del P. Ricardo Ramos |
Jesús se encuentra en la casa de sus amigos en Betania. Sólo esto da mucho para meditar: poder contemplar a Jesús con sus amigos, tres hermanos, cada uno con sus peculiaridades, pero que son amados por Jesús sin condiciones; una casa que lo recibe a menudo cuando Jesús viaja a Jerusalén, la capital del poder religioso y político de Israel. Es notable que Jesús elige pasar la noche no en Jerusalén, la casa del poder, sino en Betania, que en hebreo significa la “casa del pobre”. Está a tres kilómetros de Jerusalén, como ir de aquí a Piedras Blancas.
En esta casa se da una escena simple, pero profunda a la vez. Marta cumple con sus deberes de hospitalidad hacia el visitante; su hermana, María, está sentada a los pies de Jesús, escuchando su Palabra, como extasiada. Marta se termina enojando, porque su hermana la dejó sola para los deberes de la atención del huésped, y su amistad y confianza con Jesús le permiten hacerle un reproche: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude”. Es una reacción muy natural, que seguramente alguna vez nos pasó en nuestra casa. La respuesta de Jesús es la del Buen Maestro y Amigo que la corrige con cariño: “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada”. Esta respuesta nos permite varias reflexiones.
Marta está tan ocupada, que está perdiendo la oportunidad de disfrutar de la presencia del Amigo. Me hace acordar a cuando uno va a un cumpleaños a saludar a una persona querida, y ésta no para un segundo en la mesa, sino que entra y sale una y otra vez trayendo comida y bebida; al final, uno termina charlando con cualquier otra persona, menos con la que quería. Marta está tan ocupada que está perdiendo la oportunidad de escuchar al Maestro. ¡Tiene a Jesús sentado en su casa! ¡Qué privilegio, que ni siquiera nos da la inteligencia para imaginárnoslo!, y ella se permite desperdiciarlo.
Pero entonces, ¿qué?, ¿Marta tiene que dejar de servir?, ¿y quién se encarga de tantas cosas tan necesarias para la vida cotidiana? El problema de Marta no es lo que hace, sino con qué corazón lo hace; su problema es que está inquieta y agitada, molesta, descentrada. Ella está concentrada en no fallar a las normas de hospitalidad, en no “quedar mal” frente a la visita, más que en la atención amorosa al Amigo que viene de visita. María sabe que con semejante Presencia en la casa, no hay nada más importante que escucharlo. La corrección de Jesús se dirige a las intenciones y el corazón de Marta; y sus palabras fueron escuchadas. En el Evangelio de San Juan, luego de la resurrección de Lázaro, se nos cuenta que los amigos de Betania le ofrecen una cena de agradecimiento, y Marta está… ¡sirviendo! Pero sin agitación ni inquietud, sino con el amor como centro. Marta es un ejemplo más de cómo Jesús nos acepta con nuestros defectos y virtudes. En el mismo Evangelio de Juan se nos muestra cómo es ella, la primera discípula en llegar a la madurez del discipulado. El evangelio nos muestra el proceso del discípulo que en el comienzo necesita ver un signo o milagro que le muestre la gloria de Dios para poder creer; antes de la resurrección de Lázaro nos muestra a Marta creyendo sin ver, y su fe permite que la gloria de Dios se manifieste en el gran signo de la resurrección de su hermano; es también la primera en declarar a Jesús como “el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”.
Como dice un Biblista, el P. Fidel Oñoro, lo ideal para nosotros sería servir con el corazón de María, y las manos de Marta; es decir, ser activos como Marta, pero centrados en el amor que María demuestra.
A este Dios que nos ama y acepta tal como somos, le pedimos que nos regale tomar conciencia de cuánto nos ama, y que nos acepta tal como somos; y a María, Madre de Misericordia, que nos regale centrar nuestro corazón en el amor de su Hijo, “la única cosa necesaria”.
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